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Capítulo 3. Una prueba de ADN

Marcos había subido con Anna en la ambulancia para el traslado al hospital, necesitaba que se salvara, que estuviera bien para que se ocupara de su hija porque en el caso de que fuera suya, él no sabía qué hacer con una niña.

―Abuelo, yo quiero ir con mi mamá ―pidió Marianna llorando.

―Deja que vaya Marcos, él será de más ayuda en este momento, Miguel nos llevará ―dijo Dante con voz calmada refiriéndose al chofer. ―Vamos, sube rápido al coche para que podamos seguir a la ambulancia.

En la ambulancia, Marcos observó en silencio como los paramédicos ponían una mascarilla de oxígenos sobre Anna y le tomaban una vía en el brazo donde le inyectaron un medicamento.

Un rato después vio a Anna abrir sus ojos, una de sus manos quitó la mascarilla de su rostro.

―No, no, no, otra vez no, no tengo como pagar esto ―exclamó Anna alarmada.

―Anna no podemos dejarte morir... ―dijo uno de los paramédicos.

―Yo pagaré la cuenta ―informó Marcos mirándola con detenimiento.

Sorprendida, Anna miró al hombre que había hablado, estaba sentado en la esquina de la ambulancia, junto a las puertas, frunció el ceño pensando en donde había visto su cara, cuando lo reconoció sus ojos se abrieron con sorpresa.

«¡Santísima Virgen! Es Marcos Di Leone ¿Qué está haciendo aquí?» Se preguntó con angustia. Su ritmo cardiaco aumentó por el miedo. «¿Habrá descubierto a Marianna? Claro que sí, tonta, sino no estuviera aquí» Se reprendió a sí misma. ¿Qué haría ahora?

―¿Dónde está Marianna? ―le preguntó con un susurro de voz.

―Con mi padre ―respondió él con calma.

―Ella es mía, mi hija ―declaró con ferocidad alarmada de que su hija estuviese en poder de la familia de su padre.

―Por supuesto, eso no está en duda, Anna, lo que sí está en duda es si es mi hija también

El latido de su corazón se aceleró por la pregunta implícita, un paramédico se interpuso entre los dos.

―Esa conversación puede esperar, Anna se está alterando y eso no le hace bien.

Anna agradeció la intervención del paramédico, un nudo de opresión le apretaba el pecho, se obligó a relajarse, cerró los ojos y giró su cabeza hacia un lado.

La ambulancia llegó al hospital y las puertas se abrieron, con los ojos aún cerrados sintió como bajaban la camilla y la empujaban por la emergencia.  

―Es Anna Spinetti de nuevo, doctor ―dijo el paramédico al médico de emergencia que recibió a Anna,

―Llévenla a sala de choque y llamen al cardiólogo ―ordenó el médico.

Marcos vio como dos hombres empujaban la camilla con Anna hasta una habitación, él los siguió y entró detrás de ellos.

―Señor, no puede estar aquí ―le dijo la enfermera mientras Marcos veía como los médicos le cambiaban el oxígeno a Anna y le conectaban cables al cuerpo.

―¿Se pondrá bien? ―preguntó quitando su mirada de Anna para ponerla sobre la enfermera.

―¿Es usted familiar? ―preguntó ella con el ceño fruncido.

―Soy el padre de su hija Marianna ―informó él señalando a Anna.

Ello miró su traje caro, el reloj y móvil que portada y una expresión de asco asomó a su cara.

―Anna se pondría bien si tomara regularmente sus medicamentos y no tuviera largas jornadas de trabajo, el problema es que su seguro solo cubre una semana de tratamiento al mes, las siguientes tres no las tomas y sobrevienen estas crisis. Espero que con su aparición eso cambie, ahora deje a los médicos trabajar y salga de aquí.

Marcos se echó para atrás un segundo ante de que la puerta se cerrara en sus narices.

Poco después llegaron Dante y Marianna, desde entonces estaban sentados en la sala de espera del hospital, pendiente de recibir noticias sobre el estado de salud de Anna.

Una joven entró con prisas a la sala de espera y al ver a Marianna corrió hacia ella. La niña se levantó y también corrió a los brazos de la chica.

―¿Qué pasó, nena? ¿Se volvió a desmayar? ―preguntó agitada.

―Sí, tía Rosi, menos mal que llegue a casa con mi papá y mi abuelo.

Los sorprendidos ojos de la joven se dirigieron a Marcos y Dante que estaban sentados cerca. Marcos levantó la mano en un gesto de saludo.

―Santa Petunia de los padres irresponsables, ¿de dónde salió ese hombre? ―resopló Rosi en español.

Marcos le dirigió una mirada severa, hablaba español y había entendido lo que la chica dijo. Marianna tomó la mano de su tía y la llevó hasta la esquina.

―Encontré una carta de mi otra mamá, la que está en el cielo, estaba dirigida a mi papá, por eso supe quién era y donde encontrarlo ―dijo en un susurro ―fui a buscar a Marcos porque él tiene dinero y puede comprar las medicinas de mi mamá.

―¿Le hablaste de tu otra mamá? ―pregunto Rosi en el mismo tono de voz.

―No, sé que nunca, nunca, debo hablar de eso, tía, no quiero que me separen de mi mamá.

Marcos se levantó para acercarse, estaban hablando en murmullos y no le gustaba el lenguaje corporal de ambas, sentía que manejaban secretos. Al llegar a ellas ambas callaron, Rosi se enderezó y se puso detrás de Marianna pasando sus brazos por el cuerpo de la niña en una pose defensiva.

―¿Qué sucede, aquí? ¿Quién es usted? ―preguntó Marcos con los brazos cruzados en una postura bastante intimidante.

―Soy Rosa Elena Sierralta Spinetti, prima hermana de Anna y tutora legal de Marianna si Anna llega a faltar ―respondió la chica en inglés enviándole puñales con los ojos y enderezando su postura hasta elevarse en toda su altura, aun así, Marcos pensó que era un Minions gruñón con su suéter amarillo y su pelo rubio.

―Si Marianna es mi hija, no necesitará un tutor ―resopló Marcos con desprecio.

―Mi mamá nunca miente, soy tu hija ―gruñó Marianna encarando a su padre.

―Si sus ojos no ven el parecido es que está ciego ―murmuró Rosi.

―Marianna, ven acá ―pidió Dante.

La niña se acercó a regañadientes a su abuelo, sin dejar de mirar a su padre con rabia.

―Marcos no desconfía de tu palabra, Marianna, más en su posición ha aprendido que no puede confiar en todas las personas, ten un poco de paciencia y estoy seguro de que todos se solucionará.

―Háganme una prueba de sangre para que comprueben que soy su hija ―pidió Marianna a su abuelo mirándolo con ojos tristes.

―No hay necesidad de tomarte una muestra de sangre para hacer esa prueba, pero estoy seguro de que para hacerla necesitamos una autorización de tu mamá ―explicó Dante con suavidad ―y hasta que ella no salga de esta crisis no podemos pedirle una.

Rosi pensó que Anna no lo autorizaría, no quería nada de Marcos porque además de que podía quitarle a la niña lo consideraba un mujeriego irresponsable que nunca podría hacerse cargo de Marianna. No obstante, si Anna seguía en ese ritmo de vida y sin tomar sus medicamentos moriría joven y no es que ella no pudiera hacerse cargo de la niña, si no que no quería ver morir a otra de sus primas. Su mente le dijo que era probable que Anna le dejara de hablar por lo que iba a hacer, pero prefería a una prima muda que muerta.

―En este momento yo soy la tutora legal de Marianna y estoy dispuesta a autorizar la prueba en este mismo instante ―informó Rosi a Dante ―. Y sería bueno hacerlo de una vez porque si esperan que Anna se recuperé no estará de acuerdo.

Marcos bufó de la risa.

―¿Y perderse todos mis millones? ―preguntó Marcos con ironía.

―Si, ¿o acaso no crees que de querer tu dinero ella no te habría demandado en todos estos años? ―le preguntó a su vez Rosi encarándolo con un dejo de burla.

―No sé las razones por las que no lo hizo...

―Pues yo sí lo sé, y la razón es que ella prefirió criar sola a Marianna que exponerla a tu estilo de vida, eres un mujeriego sin ningún valor moral ―arremetió Rosi distorsionado la verdad a su conveniencia.

―¿Cómo te atreves...?

―No es momento de peleas, Marcos, ve a preguntar donde hacen la prueba ―ordenó Dante. ―Porque haremos esa prueba en este momento. Si la prueba determina que es tu hija, debemos darle a Marianna y a su madre el lugar que les corresponde en nuestra familia.

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