Marcos había subido con Anna en la ambulancia para el traslado al hospital, necesitaba que se salvara, que estuviera bien para que se ocupara de su hija porque en el caso de que fuera suya, él no sabía qué hacer con una niña.
―Abuelo, yo quiero ir con mi mamá ―pidió Marianna llorando.
―Deja que vaya Marcos, él será de más ayuda en este momento, Miguel nos llevará ―dijo Dante con voz calmada refiriéndose al chofer. ―Vamos, sube rápido al coche para que podamos seguir a la ambulancia.
En la ambulancia, Marcos observó en silencio como los paramédicos ponían una mascarilla de oxígenos sobre Anna y le tomaban una vía en el brazo donde le inyectaron un medicamento.
Un rato después vio a Anna abrir sus ojos, una de sus manos quitó la mascarilla de su rostro.
―No, no, no, otra vez no, no tengo como pagar esto ―exclamó Anna alarmada.
―Anna no podemos dejarte morir... ―dijo uno de los paramédicos.
―Yo pagaré la cuenta ―informó Marcos mirándola con detenimiento.
Sorprendida, Anna miró al hombre que había hablado, estaba sentado en la esquina de la ambulancia, junto a las puertas, frunció el ceño pensando en donde había visto su cara, cuando lo reconoció sus ojos se abrieron con sorpresa.
«¡Santísima Virgen! Es Marcos Di Leone ¿Qué está haciendo aquí?» Se preguntó con angustia. Su ritmo cardiaco aumentó por el miedo. «¿Habrá descubierto a Marianna? Claro que sí, tonta, sino no estuviera aquí» Se reprendió a sí misma. ¿Qué haría ahora?
―¿Dónde está Marianna? ―le preguntó con un susurro de voz.
―Con mi padre ―respondió él con calma.
―Ella es mía, mi hija ―declaró con ferocidad alarmada de que su hija estuviese en poder de la familia de su padre.
―Por supuesto, eso no está en duda, Anna, lo que sí está en duda es si es mi hija también
El latido de su corazón se aceleró por la pregunta implícita, un paramédico se interpuso entre los dos.
―Esa conversación puede esperar, Anna se está alterando y eso no le hace bien.
Anna agradeció la intervención del paramédico, un nudo de opresión le apretaba el pecho, se obligó a relajarse, cerró los ojos y giró su cabeza hacia un lado.
La ambulancia llegó al hospital y las puertas se abrieron, con los ojos aún cerrados sintió como bajaban la camilla y la empujaban por la emergencia.
―Es Anna Spinetti de nuevo, doctor ―dijo el paramédico al médico de emergencia que recibió a Anna,
―Llévenla a sala de choque y llamen al cardiólogo ―ordenó el médico.
Marcos vio como dos hombres empujaban la camilla con Anna hasta una habitación, él los siguió y entró detrás de ellos.
―Señor, no puede estar aquí ―le dijo la enfermera mientras Marcos veía como los médicos le cambiaban el oxígeno a Anna y le conectaban cables al cuerpo.
―¿Se pondrá bien? ―preguntó quitando su mirada de Anna para ponerla sobre la enfermera.
―¿Es usted familiar? ―preguntó ella con el ceño fruncido.
―Soy el padre de su hija Marianna ―informó él señalando a Anna.
Ello miró su traje caro, el reloj y móvil que portada y una expresión de asco asomó a su cara.
―Anna se pondría bien si tomara regularmente sus medicamentos y no tuviera largas jornadas de trabajo, el problema es que su seguro solo cubre una semana de tratamiento al mes, las siguientes tres no las tomas y sobrevienen estas crisis. Espero que con su aparición eso cambie, ahora deje a los médicos trabajar y salga de aquí.
Marcos se echó para atrás un segundo ante de que la puerta se cerrara en sus narices.
Poco después llegaron Dante y Marianna, desde entonces estaban sentados en la sala de espera del hospital, pendiente de recibir noticias sobre el estado de salud de Anna.
Una joven entró con prisas a la sala de espera y al ver a Marianna corrió hacia ella. La niña se levantó y también corrió a los brazos de la chica.
―¿Qué pasó, nena? ¿Se volvió a desmayar? ―preguntó agitada.
―Sí, tía Rosi, menos mal que llegue a casa con mi papá y mi abuelo.
Los sorprendidos ojos de la joven se dirigieron a Marcos y Dante que estaban sentados cerca. Marcos levantó la mano en un gesto de saludo.
―Santa Petunia de los padres irresponsables, ¿de dónde salió ese hombre? ―resopló Rosi en español.
Marcos le dirigió una mirada severa, hablaba español y había entendido lo que la chica dijo. Marianna tomó la mano de su tía y la llevó hasta la esquina.
―Encontré una carta de mi otra mamá, la que está en el cielo, estaba dirigida a mi papá, por eso supe quién era y donde encontrarlo ―dijo en un susurro ―fui a buscar a Marcos porque él tiene dinero y puede comprar las medicinas de mi mamá.
―¿Le hablaste de tu otra mamá? ―pregunto Rosi en el mismo tono de voz.
―No, sé que nunca, nunca, debo hablar de eso, tía, no quiero que me separen de mi mamá.
Marcos se levantó para acercarse, estaban hablando en murmullos y no le gustaba el lenguaje corporal de ambas, sentía que manejaban secretos. Al llegar a ellas ambas callaron, Rosi se enderezó y se puso detrás de Marianna pasando sus brazos por el cuerpo de la niña en una pose defensiva.
―¿Qué sucede, aquí? ¿Quién es usted? ―preguntó Marcos con los brazos cruzados en una postura bastante intimidante.
―Soy Rosa Elena Sierralta Spinetti, prima hermana de Anna y tutora legal de Marianna si Anna llega a faltar ―respondió la chica en inglés enviándole puñales con los ojos y enderezando su postura hasta elevarse en toda su altura, aun así, Marcos pensó que era un Minions gruñón con su suéter amarillo y su pelo rubio.
―Si Marianna es mi hija, no necesitará un tutor ―resopló Marcos con desprecio.
―Mi mamá nunca miente, soy tu hija ―gruñó Marianna encarando a su padre.
―Si sus ojos no ven el parecido es que está ciego ―murmuró Rosi.
―Marianna, ven acá ―pidió Dante.
La niña se acercó a regañadientes a su abuelo, sin dejar de mirar a su padre con rabia.
―Marcos no desconfía de tu palabra, Marianna, más en su posición ha aprendido que no puede confiar en todas las personas, ten un poco de paciencia y estoy seguro de que todos se solucionará.
―Háganme una prueba de sangre para que comprueben que soy su hija ―pidió Marianna a su abuelo mirándolo con ojos tristes.
―No hay necesidad de tomarte una muestra de sangre para hacer esa prueba, pero estoy seguro de que para hacerla necesitamos una autorización de tu mamá ―explicó Dante con suavidad ―y hasta que ella no salga de esta crisis no podemos pedirle una.
Rosi pensó que Anna no lo autorizaría, no quería nada de Marcos porque además de que podía quitarle a la niña lo consideraba un mujeriego irresponsable que nunca podría hacerse cargo de Marianna. No obstante, si Anna seguía en ese ritmo de vida y sin tomar sus medicamentos moriría joven y no es que ella no pudiera hacerse cargo de la niña, si no que no quería ver morir a otra de sus primas. Su mente le dijo que era probable que Anna le dejara de hablar por lo que iba a hacer, pero prefería a una prima muda que muerta.
―En este momento yo soy la tutora legal de Marianna y estoy dispuesta a autorizar la prueba en este mismo instante ―informó Rosi a Dante ―. Y sería bueno hacerlo de una vez porque si esperan que Anna se recuperé no estará de acuerdo.
Marcos bufó de la risa.
―¿Y perderse todos mis millones? ―preguntó Marcos con ironía.
―Si, ¿o acaso no crees que de querer tu dinero ella no te habría demandado en todos estos años? ―le preguntó a su vez Rosi encarándolo con un dejo de burla.
―No sé las razones por las que no lo hizo...
―Pues yo sí lo sé, y la razón es que ella prefirió criar sola a Marianna que exponerla a tu estilo de vida, eres un mujeriego sin ningún valor moral ―arremetió Rosi distorsionado la verdad a su conveniencia.
―¿Cómo te atreves...?
―No es momento de peleas, Marcos, ve a preguntar donde hacen la prueba ―ordenó Dante. ―Porque haremos esa prueba en este momento. Si la prueba determina que es tu hija, debemos darle a Marianna y a su madre el lugar que les corresponde en nuestra familia.
―Anna está despierta, le suministramos las dosis de los medicamentos que requiere y pasará la noche en observación ―dijo el cardiólogo a Marcos y a Dante,Después de las presentaciones de rigor, Rosi y Marianna entraron a ver a Anna dejando a los hombres con el médico para que les explicara lo que ya ellas sabían.―¿Cuál es su diagnóstico y su pronóstico de vida? ―preguntó Marcos.― Anna tiene miocardiopatía hipertrófica, una condición en la que el músculo del corazón se vuelve anormalmente grueso.Marcos asintió, tomando nota mental de cada palabra.—Es esencial que Anna lleve un estilo de vida saludable. Esto significa mantenerse activa, pero sin ejercicios extenuantes, y evitar el estrés innecesario. Los medicamentos que debe tomar todos los días la ayudan a controlar los síntomas y a reducir el riesgo de complicaciones, pero el problema es que no los toma con regularidad y de allí vienen sus crisis.—A partir de ahora los tomará, doctor —le aseguró Marcos.Aunque le prometieron lo
Estaba jodido, literalmente jodido, pensó Marcos con rabia al mirar la prueba de paternidad que tenía entre sus manos. Se sentía atrapado, Marianna era su hija, y ahora debía dar el paso más difícil: proponerle matrimonio a una mujer que apenas conocía.Si no lo hacía, su padre lo desheredaría y perdería todo lo que había construido con esfuerzo, y eso no podía permitírselo. Con paso pesado, recorrió los pasillos del hospital hasta llegar a la habitación de Anna. Tocó la puerta y esperó, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.―Adelante ―escuchó la voz de Anna.Al entrar, vio a Anna vestida para abandonar el hospital, a su lado, una bolsa de medicinas que él había pagado el día anterior.Había pasado parte de la noche en vela y había recordado a una Anna, que era recepcionista de uno de sus hoteles, con la que había pasado una noche apasionada hacía muchos años, ¿en cuál ciudad? ¿Miami? ¿Atlanta? No lograba un recuerdo claro. Quizás no se tratara de la misma Anna.La observó con
Marcos asintió con seriedad, aunque por dentro se sentía aliviado de que Anna hubiese aceptado su propuesta. No había querido recurrir al chantaje, pero la negativa de Anna no le dejó otra opción, le había enumerado las ventajas que su boda traería en la vida de Marianna y en la de sí misma, esperando que ella aceptara, más Anna era un hueso duro de roer.―Quiero dejar claro que si he aceptado este matrimonio es por tu amenaza, con eso lo que has logrado es que aborrezca aún más la idea de casarme contigo ―señaló Anna mirándolo con rabia.―No me has dejado más opción que recurrir al chantaje, Marianna será una hija legítima cueste lo que cueste, porque en mi mundo eso si es importante y como mi hija ella tendrá acceso a la alta sociedad.«Y no sabes lo que me preocupa que Marianna esté en tu mundo, fotografiada por los paparazis y que nuestra historia llegue a la prensa porque es probable que algún día, alguien de nuestro pasado la reconozca y te diga que no es mi hija» pensó Anna con
Anna escuchó la voz de mujer y por sus palabras entendió que era la madre de Marcos y que estaba molesta por enterarse de la existencia de Marianna tantos años después, preocupada se levantó del sillón y caminó hacia su hija. Un poco nerviosa por las palabras de su abuela, Marianna se abrazó a su cintura poco antes de que la señora entrara en el salón de la suite.Pía Di Leone se había enterado media hora atrás de la existencia de Marianna, a pesar de tener la seguridad de que la niña era su nieta Dante no había querido contarle nada a su esposa, porque Pía era una fuerza de la naturaleza: arrasaba todo a su paso, aunque en el buen sentido de la palabra. Era una mujer dispuesta a ayudar en todo a su familia, quisieras la ayuda o no.Y a defenderla a cualquier precio.Cuando la mujer entró al salón y se encontró a su nieta abrazada a su madre, sus ojos desafiantes y dispuesta a defenderla de aquella invasión sintió su corazón llenarse del más puro amor.―¡Vergine delle Grazie[1]! Si es
―Dante me contó de tu enfermedad, Anna, y que debías tener muchos cuidados, por lo que tú y Marianna se irán a vivir con nosotros hasta que te cases con mi hijo ―ordenó Pía.Anna miró a Marcos esperando que él refutara a su madre, más él se limitó a encogerse de hombros.―Son tres, mamma, su prima Rosa va en el paquete, si te las llevas a ella también deberás acoger a la minions .―No somos un paquete, Marcos, si te molestamos nos podemos ir a casa ―reclamó Anna aunque cualquier excusa le parecía válida para marcharse ―. Y no llames a Rosa, minions. ―No me molestan para nada, deja de gruñirme Anna, solo le explicaba a mamma que si las quieres a ustedes, también deberá acoger a Rosa, Marianna me dejó muy claro que no dejaría a su tía sola. Y la llamo minions porque es pequeña, gruñona y amarilla, aunque pensándolo bien tú también encajas en esa descripción.Anna le lanzó puñales con los ojos y Marco sonrió dentro de sí, Anna era tan fácil de molestar.―Entonces, Rosa se irá con nosotr
Marcos miró a las tres mujeres que viajaban con él en el coche, habían pasado el viaje calladas y de mal talante. Su hija iba recostada a su madre, mirando a un punto fijo, parecía determinada a ignorarlo, se preguntó que estaría pasando por esa cabecita. Por su parte Anna, miraba hacia cualquier sitio que no fuera él. Y la minions tenía cara de querer estar en cualquier parte menos allí.―Estamos llegando a la casa de mis padresEl silencio fue la única respuesta que recibió.«Debí imaginar que vivirían en Tribeca[1]» pensó Anna, más no hizo ningún comentario, si creía que el hotel era lujoso eso era otro mundo.Un hombre vestido con traje y guantes blanco les abrió la puerta.―Bienvenidas a casa, señoritas ―saludó con una leve inclinación de cabeza.Subieron las escaleras y en la puerta los estaban esperando Dante y Pía. Después de los saludos, la dueña de la casa subió con ellas por el ascensor hasta el segundo piso donde se alojarían. Anna se sentía una pueblerina mirando hacia to
Anna retiró su mano de la de Carlos con rapidez, sus ojos viajaron hacía Marcos y la furia que vio en su mirada la sorprendió, volvió a mirar a Carlos para ver su reacción y este seguía con su sonrisa despreocupada. Con fastidio, pensó que era una tonta rivalidad entre primos y que ella le tocó estar en el medio del conflicto.―¡Marcos! ¿Qué te pasa? Tu primo solo me estaba saludando ―le aclaró en tono molesto.―No te metas en esto, Anna, esto es entre Carlos y yo ―ordenó Marcos de mala manera, mientras se acercaba peligrosamente a su primo.Anna estaba a punto de meterse entre los hombres para evitar una pelea cuando una voz conocida la dejó helada.―¿Problemas en el paraíso? ―preguntó Casandra enlazando su brazo al de Carlos. La modelo miró de arriba abajo a Anna, cuando sus ojos se encontraron la modelo esbozó una sonrisa de desprecio.Marcos miró a Casandra sorprendido de verla en casa de sus padres, un momento después, sus ojos se estrecharon con furia al darse cuenta de que era
Marcos dio un paso atrás, sus ojos mostrando incredulidad ante las palabras de su antigua amante. No podía ser verdad, no en ese momento tan crucial, cuando su padre le había exigido que se casara con Anna por el bien de su hija.―No, Casandra, no puedo creerte. Recuerdo claramente que estuviste seis semanas en Europa. Si estás embarazada, estoy seguro de que no puede ser mío ―declaró con convicción.Casandra lo miró con ojos que reflejaban una mezcla de rabia y determinación.―Tengo diez semanas de embarazo. No me di cuenta hasta después de nuestra última conversación. Como modelo, mi peso a veces afecta mi ciclo, así que la ausencia de menstruación no me sorprendió.Marcos sintió cómo la realidad se tambaleaba a su alrededor. Si lo que decía Casandra era cierto, su vida se complicaría mucho más. Siempre habían tomado precauciones, siempre se habían cuidado.―Casandra, siempre... siempre hemos tenido precauciones. No es posible que estés embarazada.―Pues lo estoy, Marcos. Los método