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Capitulo 2. Señor Di Leone, necesito su ayuda

Marcos se quedó sin habla. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Su padre? ¿De dónde había salido esa niña? ¿Qué broma era esa?

La sorpresa de Dante fue menor, había observado con detenimiento a la pequeña, se parecía a su Sandra, pero también a Dante. Nadie podría negar el parecido y conociendo la promiscua vida de su hijo se preguntó más bien cómo era que eso nunca había pasado con anterioridad.

Miró de nuevo a la niña con atención y luego a su hijo. Tenían los mismos ojos verdes que caracterizaban a los Di Leone, el mismo cabello negro y lacio que había heredado Marcos de su madre italiana, pero la piel de la niña era un poco más bronceada que la de Dante, era preciosa.

En ese momento pusieron las entradas que habían pedido y los ojos de la niña se desviaron al plato, era evidente que tenía hambre.

―¿Quieres sentarte con nosotros a comer, Marianna? ―pregunto Dante, no resistía verla con hambre.

―Sí, por favor, si no es mucha molestia.

Marco lo fulminó con la mirada, si esa niña pretendía sacarles dinero su padre le estaba dando alas. Con impotencia vio a Dante levantarse para sacar una silla para Marianna, sentándola entre los dos. ¡Por Dios! Esperaba que no hubiese alguien haciendo algún video o tomándoles una foto.

―Esto es solo la entrada, ¿Qué te gustaría pedir, Marianna? ―preguntó Dante con amabilidad.

―Me gusta la pasta Alfredo o a la Carbonara lo que esté más rápido, hace mucho que desayuné.

Dante llamó a su camarero que se acercó con prisa y le dio las instrucciones. Puso en el plato de Mariana parte de la entrada y la niña comenzó a comer con ganas. Dante la imitó sin dejar de observarla, tenía buenos modales y eso le agradó.

Marcos miraba a la niña comer y de pronto algo vino a su mente, Marianna se parecía a él, se removió incómodo en su asiento, soltó los cubiertos y tomó la mayor parte de su trago bajo la mirada de reproche de su padre.

―Bien, Mariana ¿Por qué piensas que Marcos es tu padre? ―preguntó Dante con interés.

―Porque mi mamá me lo dijo ―contestó la niña―. Mi mamá se llama Anna Spinetti y es venezolana. Hace once años ella estaba recién llegada a este país y trabajaba en uno de sus hoteles, allí conoció a Marcos, se enamoró y tuvieron una noche de pasión, pero al parecer a mi padre no le gustó lo suficiente porque al día siguiente se fue sin despedirse y sin dejarle ningún dato para contactarlo. Ella no sabía que Marcos era uno de los dueños del hotel hasta unos años después de que yo nací.

Marcos escuchaba atónito el relato de la niña. No recordaba haber estado con ninguna mujer llamada Anna Spinetti hace once años, ¿o quizás sí? Había tenido tantas aventuras que le era imposible acordarse de todas. Pero tampoco podía negar que la niña se parecía mucho a él. ¿Sería posible que fuera su hija? ¿Sería posible que hubiera tenido una hija sin saberlo?

―¿Y dónde está tu mamá ahora? ―preguntó Marcos. Su voz demostraba la duda que sentía, necesitaba ver a esa mujer, si la tenía de frente estaba seguro de poder reconocerla. Quería oír la historia de boca de su boca. Aunque la niña parecía sincera pudo haber sido manipulada por una madre ambiciosa.

En ese momento el camarero puso la comida en la mesa y se retiró de prisa, Marianna esperó que se marchara antes de contestar.

―Debe estar saliendo de su trabajo, llegará al edificio donde vivimos en una hora más o menos ―respondió la niña ―Ella sabía que hoy salía temprano de la escuela y de seguro salió temprano para esperarme. No le gusta que esté sola.

―¿Y no se preocupará al ver que no llegas? ―preguntó Marcos dudando de las buenas intenciones de la madre. Allí había gato encerrado, pensó con recelo.

―Sí, y se enojará mucho cuando sepa que no fui a la escuela, pero tenía que venir a buscarte, te esperé mucho rato en la recepción del hotel, pero no me dejaron verte, creo que la recepcionista ni siquiera hizo el intento de llamarlo ―explicó la chiquilla con voz molesta.

―¿Y cómo supiste donde encontrarme? ―preguntó Marcos con sospecha.

―Es culpa de los paparazis, dicen que siempre que estás en la ciudad comes aquí los viernes con el abuelo.

―¿Y el vestido de comunión?

―Es un disfraz, leí que nadie se fija en los niños si están bien vestidos y encajan con el lugar donde se encuentra por lo que me puse mi vestido más bonito.

―¿Por qué has venido a buscar a Marcos, Marianna? ―preguntó Dante enfocándose en lo verdaderamente importante.

―Mi mamá está enferma y sé que le preocupa lo que me pueda pasar si muere, pero yo no quiero que muera, mi tía ya se murió de lo mismo cuando yo era una bebé.

―¿Qué tiene tu madre? ―preguntó Marcos con el ceño fruncido.

―Miocardiopatía hiper... hiper... hipertrófica ―respondió la niña con tristeza después de dudar un poco ―. Es una enfermedad del corazón que hace que se ponga gordo y se debilite. El médico dice que necesita tratamiento urgente, pero las medicinas son muy caras y mi mamá no puede comprarlas. Por eso vine a buscarte, porque tú eres el único que puede salvarla.

Marcos y Dante se miraron con incredulidad. La situación era surrealista. Una niña desconocida les acababa de decir que era su hija y su nieta, y que su madre estaba al borde de la muerte por una enfermedad grave.

Marcos sintió un impulso de levantarse y salir corriendo de allí. No quería complicarse la vida con una historia tan absurda y dramática. Pero algo lo detuvo. Algo en la mirada de la niña, algo que palpitó en su corazón.

―Marianna termina tu comida, iremos a tu casa para hablar con tu mamá ―ordenó Marcos, sabía que quizás se arrepentiría de esa decisión, pero algo le decía que no podía hacer otra cosa, si esa niña en verdad era su hija, tenía la obligación moral de ayudarla.

Dante asintió con aprobación, era justo lo que pensaba hacer.

―Ya casi terminé, señor Di Leone y gracias por la comida, abuelo ―dijo Marianna reconociendo que Dante si le creía a diferencia de Marcos que tenía dudas.

Cuando terminaron de comer, Marcos pagó la cuenta, tomó de la mano a la niña y salió del restaurante con Dante. Se subieron al coche y el chofer los condujo hasta el edificio donde vivía Anna Spinetti. Al llegar, Marcos preguntó a la niña por el código de acceso y lo marcó en el portero automático. La puerta se abrió y entraron al ascensor.

Marcos sentía una mezcla de nerviosismo y curiosidad ¿Quién era esa mujer que decía ser la madre de su hija? ¿Cómo reaccionaría al verlo?

La niña pulsó el botón del tercer piso y el ascensor se detuvo. Salieron al pasillo y caminaron hasta el apartamento 3B. La niña sacó una llave de su mochila y abrió la puerta.

―Mamá, ya estoy aquí ―dijo la niña entrando al apartamento―. Te traigo una sorpresa.

Marcos y Dante la siguieron con cautela. El apartamento era pequeño y modesto, pero estaba limpio y ordenado. Había un sofá, una mesa, una televisión, unas estanterías con libros y fotos, una cocina americana, un baño y dos habitaciones.

―¿Mamá? ―preguntó Marianna preocupada.

Al entrar a una de las habitaciones, la niña gritó asustada, en el piso, inconsciente, estaba su madre.

Marcos se quedó paralizado al verla. No recordaba haberla visto antes. La chica que estaba en el piso se veía muy joven para tener a una hija de diez años, tenía el pelo rubio, sus facciones eran finas y su cuerpo presentaba una delgadez extrema. Estaba sumamente pálida lo que le daba una impresión cadavérica. ¿Estaría muerta?

―Papá, llama a una ambulancia, por favor ―Pidió Marcos.

―¡Mamá! Despierta, por favor, despierta, no me dejes sola, mamá ―lloraba la niña sobre el pecho de su madre en una escena desgarradora.

Marcos se acercó a Anna y se arrodilló a su lado y observó a la mujer con atención. Parecía dormir profundamente, pero su respiración era agitada y entrecortada. Estaba tan demacrada que parecía que hubiese perdido toda su vitalidad.

―Marianna levántate y deja respirar a tu madre, por favor.

―Iré a la puerta a decirle a Miguel que espere a los paramédicos.

Dante se marchó a darles las instrucciones al chofer para que guiara a los paramédicos al apartamento.

La niña se levantó y se arrojó a los brazos de su padre buscando consuelo ante el miedo que le apretaba el pecho, sin saber que hacer Marcos la abrazó y le frotó la espalda para calmarla, de la misma forma que su madre lo había hecho con él cuando era un niño pequeño y lloraba.

A Marcos no le gustaban los niños, no quería ser padre, no se sentía preparado para serlo y no sabía cómo actuar, pero esa niña que lloraba sin consuelo mojando la chaqueta de su traje favorito le conmovió el corazón.

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