Derechos de autor registrado en Safe Creative: © Registro individual 2310165602567 "La falsa madre de la hija del CEO"
Marcos Di Leone se sentía satisfecho con su vida. Era el heredero de una de las cadenas hoteleras más prestigiosas del mundo, tenía dinero, poder y mujeres a su disposición. No le faltaba nada, o eso creía él. Su padre, Dante Di Leone, tenía una opinión diferente.
―Marcos, figlio[1] mío, ¿cuándo vas a sentar cabeza? ―le preguntó Dante a su hijo mayor con seriedad
Estaban reunidos en el lujoso restaurante de la ciudad de Nueva York donde solían comer todos los viernes para hablar de negocios. A pesar de que Dante estaba oficialmente retirado aún estaba al tanto de lo que sucedía en el negocio y le gustaba dar su opinión al respecto.
«Aquí vamos de nuevo y ni siquiera ha llegado la entrada, ¿no pudo al menos esperar que llegáramos al postre? Me muero de hambre» pensó Marcos con fastidio, pero mantuvo su rostro imperturbable.
―¿Volvemos a lo mismo, papá? Pensé que discutiríamos el plan de los hoteles para las Navidades de este año ―respondió con fingida indiferencia dejando su copa a un lado.
―Sí, Marcos, hasta no ver que tienes una vida estable seguiremos tratando el tema. Tienes treinta y cinco años y sigues viviendo como un adolescente. No tienes una pareja estable, no tienes hijos, no tienes un proyecto de vida. Solo te dedicas a trabajar y viajar por el mundo y a acostarte con cualquier mujer que se te cruce y eso no es sano.
―Vuelvo a repetirte, ¿qué tiene de malo eso? ―replicó Marcos con una sonrisa arrogante. ―Sabes de sobra que disfruto de mi libertad, de mi trabajo, de mi pasión. No necesito atarme a nadie, ni tener responsabilidades que me limiten. Soy feliz así.
―Es lo que piensas en este momento, pero el tiempo no se detiene, figlio mío, llegará el día en que te arrepentirás de esta forma de vivir tan superficial y vacía. Pasarla bien no llena, no representa la verdadera felicidad y tarde o temprano te darás cuenta de que te falta algo, de que necesitas amor, familia, sentido. No puedes seguir huyendo de tus sentimientos, ni de tu destino.
―Papá, por favor, hemos hablado de esto muchas veces. Ya sabes que no creo en esas cosas. El amor es una ilusión, la familia es una carga, el sentido es una invención. Lo único que importa es el aquí y el ahora, el placer y la diversión ―respondió Marcos con frustración, no entendía la obsesión de su padre por casarlo, tenía tres hermanos, su hermana le había dado dos nietos perfectos. ¿Por qué tenía él que renunciar a su estilo de vida para complacerlo?
―No sé de dónde sacas tales estupideces. ¿Acaso tu madre y yo no hemos sido ejemplo de una familia?
―Sí, padre, han sido un buen ejemplo de familia, pero hasta ahora mi experiencia me ha demostrado que mujeres como mi madre no abundan. En todos estos años no he encontrado a nadie que se parezca ni remotamente a la mamma[2], no he enamorado de nadie, quizás algún día suceda, pero mientras llega esa mujer maravillosa, ¿por qué no dejarme seguir con mi vida?
―Es que no la encontrarás en fiesta y bares, figlio mío, pero te niegas a ir o sacas alguna excusa cuando tu madre quiere presentarte a una buena chica.
Marcos estaba a punto de contestarle a su padre con otra de sus frases cínicas, cuando la anfitriona del restaurante se acercó.
―Disculpen que interrumpa su conversación. Señor Di Leone, en la puerta hay una niña que desea verlo ―informó la anfitriona ―he tratado de disuadirla, pero ha sido muy insistente y temo que está a punto de armar una escena donde piensa involucrarlos.
Una voz infantil interrumpió desde atrás a la anfitriona sobresaltándola.
―Hola, señor Di Leone, yo soy la niña que armará una escena si no me atiende ―dijo una voz infantil con un dejo de angustia.
―Te dije que esperaras en la puerta ―indicó la anfitriona con voz molesta girándose un poco para mirar a la niña.
―Si dejaste la puerta desatendida, ¿Qué esperabas? ¿Que la niña se quedara en la entrada del restaurante esperando pacientemente mi negativa a atenderla? ―señaló Marcos reprendiendo a la empleada.
La mujer apretó los labios ante el regaño y miró con rabia a la niña.
―¿Puedo hablar con usted? Es de vida o muerte ―aseguró la pequeña.
Desde el momento en que la niña llegó a la mesa, Dante se quedó observándola, una expresión de asombro cruzó su rostro al darse cuenta de la chiquilla era el vivo retrato de Sandra, su hija más pequeña.
Marcos miró a la niña y se encontró con una chiquilla de unos diez años de cabello negro y largo, los ojos verdes claros brillantes, y la piel bronceada y suave. Llevaba un vestido ¿De primera comunión? Y en sus pies calzaba unas zapatillas deportivas de color rojo. En su mano derecha sostenía una mochila azul con estrellas amarillas.
Marcos, miró sus ojos de nuevo y pudo percibir la angustia que la embargaba, de hecho, la niña se notaba nerviosa a pesar de que pretendía mostrar seguridad. En ese momento sintió una extraña sensación en su pecho que no pudo definir. Algo en su rostro le resultaba familiar, pero no sabía qué era.
―¿Quién eres tú? ¿y de que quieres hablar conmigo ―preguntó Marcos con severidad.
No le gustaban los niños, pero la aparición de la pequeña le había salvado de continuar la desagradable conversación con su padre que siempre culminaba con un compromiso de su parte a acudir a la próxima cena que planificara su mamma para presentarle a alguna chica demasiado joven y superficial.
Se aburría mortalmente en esas cenas, generalmente su mamma invitaba a alguna familia italiana con hijas en los veinte y pocos años que estaban dispuestas a casarse con él porque era el heredero del consorcio Di Leone. Como si él fuese a enamorarse de alguna chiquilla que lo único que tenía en mente era el dinero y la posición social que él podría proporcionarle si lograba atraparlo.
La respuesta de la niña lo sacó de sus pensamientos de forma abrupta.
―Me llamo Marianna Spinetti Di Leone ―respondió la niña con seguridad―. Y usted señor Di Leone es mi padre.
[1] Hijo en italiano
[2] Mamá en italiano
Marcos se quedó sin habla. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Su padre? ¿De dónde había salido esa niña? ¿Qué broma era esa?La sorpresa de Dante fue menor, había observado con detenimiento a la pequeña, se parecía a su Sandra, pero también a Dante. Nadie podría negar el parecido y conociendo la promiscua vida de su hijo se preguntó más bien cómo era que eso nunca había pasado con anterioridad.Miró de nuevo a la niña con atención y luego a su hijo. Tenían los mismos ojos verdes que caracterizaban a los Di Leone, el mismo cabello negro y lacio que había heredado Marcos de su madre italiana, pero la piel de la niña era un poco más bronceada que la de Dante, era preciosa.En ese momento pusieron las entradas que habían pedido y los ojos de la niña se desviaron al plato, era evidente que tenía hambre.―¿Quieres sentarte con nosotros a comer, Marianna? ―pregunto Dante, no resistía verla con hambre.―Sí, por favor, si no es mucha molestia.Marco lo fulminó con la mirada, si esa ni
Marcos había subido con Anna en la ambulancia para el traslado al hospital, necesitaba que se salvara, que estuviera bien para que se ocupara de su hija porque en el caso de que fuera suya, él no sabía qué hacer con una niña.―Abuelo, yo quiero ir con mi mamá ―pidió Marianna llorando.―Deja que vaya Marcos, él será de más ayuda en este momento, Miguel nos llevará ―dijo Dante con voz calmada refiriéndose al chofer. ―Vamos, sube rápido al coche para que podamos seguir a la ambulancia.En la ambulancia, Marcos observó en silencio como los paramédicos ponían una mascarilla de oxígenos sobre Anna y le tomaban una vía en el brazo donde le inyectaron un medicamento.Un rato después vio a Anna abrir sus ojos, una de sus manos quitó la mascarilla de su rostro.―No, no, no, otra vez no, no tengo como pagar esto ―exclamó Anna alarmada.―Anna no podemos dejarte morir... ―dijo uno de los paramédicos.―Yo pagaré la cuenta ―informó Marcos mirándola con detenimiento.Sorprendida, Anna miró al hombre
―Anna está despierta, le suministramos las dosis de los medicamentos que requiere y pasará la noche en observación ―dijo el cardiólogo a Marcos y a Dante,Después de las presentaciones de rigor, Rosi y Marianna entraron a ver a Anna dejando a los hombres con el médico para que les explicara lo que ya ellas sabían.―¿Cuál es su diagnóstico y su pronóstico de vida? ―preguntó Marcos.― Anna tiene miocardiopatía hipertrófica, una condición en la que el músculo del corazón se vuelve anormalmente grueso.Marcos asintió, tomando nota mental de cada palabra.—Es esencial que Anna lleve un estilo de vida saludable. Esto significa mantenerse activa, pero sin ejercicios extenuantes, y evitar el estrés innecesario. Los medicamentos que debe tomar todos los días la ayudan a controlar los síntomas y a reducir el riesgo de complicaciones, pero el problema es que no los toma con regularidad y de allí vienen sus crisis.—A partir de ahora los tomará, doctor —le aseguró Marcos.Aunque le prometieron lo
Estaba jodido, literalmente jodido, pensó Marcos con rabia al mirar la prueba de paternidad que tenía entre sus manos. Se sentía atrapado, Marianna era su hija, y ahora debía dar el paso más difícil: proponerle matrimonio a una mujer que apenas conocía.Si no lo hacía, su padre lo desheredaría y perdería todo lo que había construido con esfuerzo, y eso no podía permitírselo. Con paso pesado, recorrió los pasillos del hospital hasta llegar a la habitación de Anna. Tocó la puerta y esperó, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.―Adelante ―escuchó la voz de Anna.Al entrar, vio a Anna vestida para abandonar el hospital, a su lado, una bolsa de medicinas que él había pagado el día anterior.Había pasado parte de la noche en vela y había recordado a una Anna, que era recepcionista de uno de sus hoteles, con la que había pasado una noche apasionada hacía muchos años, ¿en cuál ciudad? ¿Miami? ¿Atlanta? No lograba un recuerdo claro. Quizás no se tratara de la misma Anna.La observó con
Marcos asintió con seriedad, aunque por dentro se sentía aliviado de que Anna hubiese aceptado su propuesta. No había querido recurrir al chantaje, pero la negativa de Anna no le dejó otra opción, le había enumerado las ventajas que su boda traería en la vida de Marianna y en la de sí misma, esperando que ella aceptara, más Anna era un hueso duro de roer.―Quiero dejar claro que si he aceptado este matrimonio es por tu amenaza, con eso lo que has logrado es que aborrezca aún más la idea de casarme contigo ―señaló Anna mirándolo con rabia.―No me has dejado más opción que recurrir al chantaje, Marianna será una hija legítima cueste lo que cueste, porque en mi mundo eso si es importante y como mi hija ella tendrá acceso a la alta sociedad.«Y no sabes lo que me preocupa que Marianna esté en tu mundo, fotografiada por los paparazis y que nuestra historia llegue a la prensa porque es probable que algún día, alguien de nuestro pasado la reconozca y te diga que no es mi hija» pensó Anna con
Anna escuchó la voz de mujer y por sus palabras entendió que era la madre de Marcos y que estaba molesta por enterarse de la existencia de Marianna tantos años después, preocupada se levantó del sillón y caminó hacia su hija. Un poco nerviosa por las palabras de su abuela, Marianna se abrazó a su cintura poco antes de que la señora entrara en el salón de la suite.Pía Di Leone se había enterado media hora atrás de la existencia de Marianna, a pesar de tener la seguridad de que la niña era su nieta Dante no había querido contarle nada a su esposa, porque Pía era una fuerza de la naturaleza: arrasaba todo a su paso, aunque en el buen sentido de la palabra. Era una mujer dispuesta a ayudar en todo a su familia, quisieras la ayuda o no.Y a defenderla a cualquier precio.Cuando la mujer entró al salón y se encontró a su nieta abrazada a su madre, sus ojos desafiantes y dispuesta a defenderla de aquella invasión sintió su corazón llenarse del más puro amor.―¡Vergine delle Grazie[1]! Si es
―Dante me contó de tu enfermedad, Anna, y que debías tener muchos cuidados, por lo que tú y Marianna se irán a vivir con nosotros hasta que te cases con mi hijo ―ordenó Pía.Anna miró a Marcos esperando que él refutara a su madre, más él se limitó a encogerse de hombros.―Son tres, mamma, su prima Rosa va en el paquete, si te las llevas a ella también deberás acoger a la minions .―No somos un paquete, Marcos, si te molestamos nos podemos ir a casa ―reclamó Anna aunque cualquier excusa le parecía válida para marcharse ―. Y no llames a Rosa, minions. ―No me molestan para nada, deja de gruñirme Anna, solo le explicaba a mamma que si las quieres a ustedes, también deberá acoger a Rosa, Marianna me dejó muy claro que no dejaría a su tía sola. Y la llamo minions porque es pequeña, gruñona y amarilla, aunque pensándolo bien tú también encajas en esa descripción.Anna le lanzó puñales con los ojos y Marco sonrió dentro de sí, Anna era tan fácil de molestar.―Entonces, Rosa se irá con nosotr
Marcos miró a las tres mujeres que viajaban con él en el coche, habían pasado el viaje calladas y de mal talante. Su hija iba recostada a su madre, mirando a un punto fijo, parecía determinada a ignorarlo, se preguntó que estaría pasando por esa cabecita. Por su parte Anna, miraba hacia cualquier sitio que no fuera él. Y la minions tenía cara de querer estar en cualquier parte menos allí.―Estamos llegando a la casa de mis padresEl silencio fue la única respuesta que recibió.«Debí imaginar que vivirían en Tribeca[1]» pensó Anna, más no hizo ningún comentario, si creía que el hotel era lujoso eso era otro mundo.Un hombre vestido con traje y guantes blanco les abrió la puerta.―Bienvenidas a casa, señoritas ―saludó con una leve inclinación de cabeza.Subieron las escaleras y en la puerta los estaban esperando Dante y Pía. Después de los saludos, la dueña de la casa subió con ellas por el ascensor hasta el segundo piso donde se alojarían. Anna se sentía una pueblerina mirando hacia to