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Capítulo 5. Una propuesta a punta de pistola.

Estaba jodido, literalmente jodido, pensó Marcos con rabia al mirar la prueba de paternidad que tenía entre sus manos. Se sentía atrapado, Marianna era su hija, y ahora debía dar el paso más difícil: proponerle matrimonio a una mujer que apenas conocía.

Si no lo hacía, su padre lo desheredaría y perdería todo lo que había construido con esfuerzo, y eso no podía permitírselo. Con paso pesado, recorrió los pasillos del hospital hasta llegar a la habitación de Anna. Tocó la puerta y esperó, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.

―Adelante ―escuchó la voz de Anna.

Al entrar, vio a Anna vestida para abandonar el hospital, a su lado, una bolsa de medicinas que él había pagado el día anterior.

Había pasado parte de la noche en vela y había recordado a una Anna, que era recepcionista de uno de sus hoteles, con la que había pasado una noche apasionada hacía muchos años, ¿en cuál ciudad? ¿Miami? ¿Atlanta? No lograba un recuerdo claro. Quizás no se tratara de la misma Anna.

La observó con mucho detalle, se parecía mucho a la Anna que recordaba vagamente, pero esta chica se veía más pequeña y delgada, más vulnerable. ¿Acaso la enfermedad la había deteriorado a tal punto que se veía diferente? La Anna que conoció en el pasado era una chica hermosa, inteligente, divertida y muy segura de sí misma. Nunca supo su nombre completo, ni su número de teléfono, ni nada más sobre ella. Solo sabía que era venezolana con ascendencia italiana, como él.

―Hola, Anna. ¿Cómo te sientes hoy? ―preguntó Marcos, intentando ocultar la ansiedad que lo invadía.

Anna lo miró con cautela. A pesar de la visita de Dante el día anterior, la desconfianza aún estaba presente.

―Mucho mejor, gracias. Y gracias por las medicinas. Tu padre insistió en pagarlas ―respondió Anna.

Marcos negó con la cabeza.

―No, Anna. Eres la madre de mi hija, y no permitiré que Marianna o tú paséis necesidades. Necesitas tomar esas medicinas para estar bien y cuidarla. A partir de ahora, nuestras vidas cambiarán. Quiero ser responsable, reconocer a Marianna como mi hija y darle la vida que se merece.

Anna asintió, agradecida, pero con reticencia.

―Gracias, Marcos, pero ni Marianna ni yo necesitamos lujos. No ha sido fácil para nosotras, pero...

Marcos la interrumpió con determinación.

―Pero nada, Anna. Te pido que, por el bien de Marianna, nos casemos lo más pronto posible...

―¿Casarnos? Eso es imposible. No quiero casarme contigo. Aprecio tu ayuda y sería bueno que formaras parte de la vida de Marianna y nos ayudaras con algunos gastos, pero hasta ahí.

Marcos no estaba dispuesto a aceptar un rechazo. Su voz se volvió firme.

―No, Anna. No aceptaré un no por respuesta. Nos casaremos y viviremos como una familia durante algunos años. Es lo mínimo que merece mi hija: tener una familia tradicional.

―No, no me casaré contigo ni loca. No te conozco. No quiero que seas parte de mi vida y mucho menos acostarme contigo.

―¿Acostarnos juntos? ¡Por Dios! Solo deseo un matrimonio de conveniencia por el bien de mi hija. No busco un romance, ni jugar a las casitas contigo. Lo que deseo es darle a Marianna una familia unida y eso podemos hacerlo teniendo una relación de compañeros, nada más. Quiero que Marianna forme parte de los Di Leone sin el estigma de ser ilegítima.

―Marianna es una niña segura de sí misma, no necesita que nos casemos para eso. ¿Cómo se te ocurrió que querría casarme contigo?

Marcos se frustró, intentando explicar su punto de vista.

―Tendrías muchas ventajas como mi esposa. Contarías con los mejores médicos y especialistas, una vida tranquila y la alimentación adecuada. Todo lo que necesitas para mejorar tu condición. ¿Acaso no quieres estar sana?

Anna apretó los puños, sintiendo la presión del dilema sobre sus hombros. La idea de casarse con él era una carga demasiado pesada.

―Claro que quiero estar sana, pero no quiero casarme contigo. Si eso es un requisito para recibir tu ayuda, puedes irte por donde viniste y no regresar jamás. Lamento mucho por Marianna, pero...

Marcos la interrumpió con una determinación que la heló por dentro.

―Yo vi la cara de Marianna cuando creyó que estabas muerta, la vi llorar y desesperarse. Sé que Rosi es su tutora legal en caso de que tú no estuvieras en condiciones de cuidarla o que mueras. No permitiré que mi hija siga sufriendo de esa manera solo porque tú prefieres morirte a casarte conmigo, Anna. Así que, si no aceptas mi proposición de matrimonio, te llevaré a los tribunales y demostraré que no estás en capacidad de cuidar a nuestra hija. Estoy seguro de que conseguiré la custodia de Marianna.

El pánico llenó los ojos de Anna, no, no podía permitir que Marcos le quitara a su hija, porque era su hija. Había hecho muchos sacrificios para quedarse con la niña, hasta hacerse pasar por su hermana, la verdadera madre de Marianna, para que en ese momento todo se desmoronara por su orgullo.

Anna María, su hermana mayor, había fallecido cuando Marianna tenía apenas tres años, pero desde el nacimiento de la bebé, había sido ella la que había cuidado de su sobrina como si fuera su madre.

Su hermana trabajaba mucho para mantenerlas cuando no estaba saliendo y entrando de los hospitales, pero no era suficiente. Poco antes de la muerte de Anna María, Rosi llegó al país procedente de Venezuela, y entre las dos pudieron salir adelante cuando su hermana empeoró y murió esperando un trasplante. Poco después de la muerte de Anna María, Rosi y ella se trasladaron a Nueva York para alejarse de todas aquellas personas que sabían que ella no era la madre biológica de Marianna. Tuvo la suerte de que sus padres le pusieran el mismo primer nombre, ella se llamaba Anna Verónica, pero tomó la identidad de su hermana para poder quedarse con la niña.

Si iban a juicio la verdad podía salir a la luz, entonces ella perdería definitivamente a su hija y eso era algo que nunca podía aceptar. La amaba sobre todas las cosas y para Marianna ella era su madre, la niña tenía muy pocos recuerdos de su mamá biológica, aunque Anna y ella siempre rezaban por su primera mamá, eso era todo lo que Anna María significaba para su hija: un recuerdo.

En el día a día la relación que mantenía la niña con su tía era de madre e hija y por nada del mundo dejaría que Mariana sufriera otra pérdida, no permitiría que Marcos se la quitara.

Anna cerró los ojos, deseando llorar, pero sabía que no le quedaba más opción que aceptar. El miedo y la resignación se entremezclaron en su interior, mientras tomaba una decisión que cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre.

―Está bien, Marcos, tú ganas, me casaré contigo.

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