Embarazada

La culpa, la frustración y el odio hacia sí misma abrumaban todos los sentidos de Kate.

Aun se preguntaba… ¿Por qué tuvo que pasar esto? Sabía que fue su culpa, pero aún no se explicaba cómo es que todo había terminado tan mal.

De repente, recibió una llamada de la última persona en la tierra con la que quería hablar.

—Me entere de tu divorcio. —Era David, sonando borracho—. Está en las noticias. La prensa te está comiendo viva, aunque nadie sabe qué pasó.

—¿Cómo te atreves a llamarme, David? Arruinaste mi vida… —habló sin ganas, sin llanto, más bien con amargura.

Ya no le quedaban lágrimas, y la verdad ya todo le daba igual.

—Supongo que quería disculparme… En realidad, yo…

—No necesito tus disculpas. Y no vuelvas a llamarme, no te soporto. —Frotó su rostro con cansancio—. Ya no tengo nada que perder, David, si no fuera porque todavía tengo a mi consciencia te mataría. Supongo que para ti fue muy divertido obligarme a besarte, igual que fue muy divertido destruir mi familia.

—Yo no quería esto, Kate —susurró con voz suave—. No sé en qué estaba pensando cuando te di esa bebida y… —Se interrumpió de golpe, antes de suspirar—. Lo siento.

—¿De qué bebida hablas? Tú… —De repente recordó ese trago que le oreció y empezó a sospechar que algo tenía esa bebida—. David, ¿me drogaste?

Él se quedó en silencio un largo rato.

—Lo siento. —De repente, le colgó.

Kate miró con indiferencia a su celular.

Ese bastardo sin duda la había drogado, por eso no podía pensar correctamente, por eso coordinaba tan mal sus movimientos y le dolía la cabeza.

Una parte de ella en verdad quería matarlo, pero no valía la pena. ¿Ya para qué?

Al final, fue culpa suya. De todos modos, Ethan jamás iba a creerle.

_____________

Cuando tocaron a su puerta, ella supo que debía ser el abogado de Ethan. Tuvo al pobre hombre esperando más de media hora afuera mientras se duchaba y limpiaba el desastre en el que se había convertido la casa por haberse pasado tres días nada más que durmiendo y llorando. No escuchó ni una palabra de todo lo que balbuceó el hombre mientras estaban en la sala de estar, con el contrato de divorcio ya firmado por su esposo. Solo entendió que ella se quedaría con la casa y los muebles en ella, se quedaría con el auto que él le había comprado hace un par de años, él no iba a tocar su dinero y ella no iba a tocar el suyo.

Estuvo bien con todos los términos, pero dudó muchísimo cuando comenzó a hablarle de perder la custodia de su hija. Pérdida total de la custodia, no tendría derecho a visitarla, verla ni hablarle hasta que ella cumpliera dieciocho años, así lo pedía el padre de la menor.

Cuando firmó los papeles, sus lágrimas corrieron un poco la tinta.

Ella merecía perder a su hija. La había traumatizado por sus estúpidos errores, no podía culparla por no querer verla, no podía culpar a Ethan por no quererla cerca de ellos.

Sería un sinsentido luchar por la custodia, la niña no quería verla, ella misma no sería capaz de mentir ante el juez respecto a lo que había pasado con su pequeña y, francamente, Ethan tenía razón.

Simplemente debía dejarlos en paz y ellos podrían ser felices… sin ella.

El abogado se retiró luego de agradecerle por su tiempo y recomendarle que comiera algo pues se veía demasiado pálida y delgada, y también que llamara a alguien para hacerle compañía pues la depresión podría obligarla a hacer algo estúpido.

El pobre hombre se veía realmente preocupado, y se veía como una buena persona, así que sabía que no fue Ethan el que le pidió que dijera eso.

Poco sabía el buen hombre y abogado que ella no tenía a nadie, y que ya había decidido hacer algo estúpido. Y lo haría.

Fue a su trabajo en el hospital donde su jefe de inmediato la llamó para reprenderla por faltar tantos días y no contestar a ninguna de sus llamadas.

Su jefe ya estaba planeando bajarle el sueldo como castigo, pero ella lo sorprendió presentando su renuncia. Atónito, intentó persuadirla diciéndole que olvidara el castigo, que ella era una muy buena enfermera y le sería muy difícil encontrar otro buen trabajo como el que tenía ahora a menos que planeara mudarse porque en la ciudad había una crisis de empleo en los hospitales tanto públicos como privados.

A ella no le importó nada de lo que dijo, renuncio sin más.

En el periodo de una semana, vendió su auto, vendió su casa y vendió varios muebles por precios ridículamente bajos que de inmediato le consiguieron ventas exitosas.

La pareja a la que le había vendido su casa tardaría un par de semanas en terminar de mudarse, por lo que tuvo un tiempo para guardar sus cosas y las pocas cosas que habían quedado de su ex esposo y su hija. Quedaron varias fotografías con ellos, pues Ethan aparentemente solo se había llevado las fotos donde ella no estaba presente.

La única fotografía que no pudo encontrar, por más que había buscado incansablemente, fue la del día de su boda.

No creía haberla perdido, había estado llorando muchísimo abrazando la foto cuando se sentía deprimida por el exceso de trabajo de Ethan.

¿Acaso él se habría llevado la foto? Lo dudaba.

¿Habría roto la foto? No quería creer eso, aunque fuera lo más probable.

Después de darle un último beso a una foto de su pequeña Iris, dejó delante de esta misma un sobre que contenía una carta con el nombre de su ex esposo y salió de la casa vestida como si fuera a dar un paseo por el parque.

Y sí, dio un paseo.

Miró todo a su alrededor, tomando nota de lo bonita que era su ciudad y el mundo en general. La vida era preciosa.

Seguramente Iris crecería de buena manera, Ethan siempre fue un gran padre. Él la volvería una chica educada y lista, la cuidaría bien.

Para los temas de chicas, Iris tendría a Rachel y a Marie apoyándola, seguramente ellas la apoyarían cuando quisiera tener un noviecito y su padre se pusiera celoso de ya no ser el hombre favorito de su princesita.

O tal vez él se casaría y le daría una nueva madre, una madre mejor.

Una sonrisa tiró de sus labios ante los bellos pensamientos que la invadieron mientras paseaba por las calles.

Y siguió pensando cosas buenas incluso cuando llegó a su destino, la autopista.

Los autos pasaban veloces y había poca gente circulando alrededor, todos viéndose felices y despreocupados.

Kate se balanceó de un lado a otro, su cabello oscuro largo hasta la cintura atado en una coleta alta moviéndose con ella mientras tarareaba la canción de cuna favorita de su hija.

Dio un paso más cerca de la autopista, parándose al borde del césped mientras veía los autos pasar la mayoría respetando los límites de velocidad, algunos pocos yendo al ritmo que se les antojara.

Algunos eran autos simples, otros grandes camiones.

A lo lejos, vio acercarse una camioneta a una velocidad un poco por encima de lo permitido. Su sonrisa se ensanchó.

Ese tendría que bastar.

Eso debería ser… la muerte segura.

Estaba a pocos segundos de distancia y solo requería un pequeño salto de su parte.

Determinada, subió el peldaño que separaba el césped de la autopista y se preparó para saltar hacia adelante, pero… en lugar de eso, se sintió caer hacia atrás cuando un fuerte dolor de cabeza de repente la dejó sumamente debilitada.

Su cabeza se estrelló contra el césped, y todo fue oscuridad.

_____________

Cuando despertó, se tomó un momento antes de abrir los ojos, solo para cerrarlos al segundo siguiente al ver una luz brillante que casi la ciega.

La próxima vez, abrió los ojos más cuidadosamente y fue entonces cuando notó que estaba en un hospital.

—¿Qué hago aquí? —dijo con voz ronca.

—Un par de jóvenes te trajeron —dijo la dulce voz de una doctora que estaba sentada a su lado—. Dijeron que se habían acercado a ti cuando notaron que estabas a punto de saltar contra un vehículo en movimiento en la autopista, pero que entonces de repente te desmayaste.

Oh, con que eso fue lo que pasó. Rayos. Tendría que buscar otro método para quitarse la vida.

—Linda… te ves tan joven… ¿Qué estabas haciendo allí? —indagó con cierto reproche en su voz maternal.

—¿No es obvio? —No tenía caso tratar de negarlo—. Quería morirme. Traté de suicidarme. —Frunció el ceño—. Ya no tengo nada por lo que vivir, lo perdí todo y solo quiero morir. ¿Por qué incluso eso me sale mal? —Sus ojos comenzaron a aguarse.

—Yo lo tenía todo, todo… y ahora no tengo nada.

¿Qué fue lo que salió mal? ¿Por qué el destino no la dejó morir?

—Eso no es cierto, querida. —La doctora tomó su mano—. Sé que las cosas pueden verse mal ahora, pero eres joven, eres bella, eres inteligente. —Le sonrió comprensivamente—. Y tienes algo por lo que vivir.

Lentamente, la doctora llevó la mano que tenía sujeta entre las suyas hacia su estómago, apoyando la palma con los dedos extendidos debajo de su ombligo.

—No sé si lo sabías, aunque algo me dice que no, pero por los estudios que acabo de realizar mientras estabas inconsciente, tienes todo por lo que vivir, tienes a alguien a quien cuidar, alguien que te amará con el amor más puro. Estás embarazada, querida.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo