Su bebé

Como el matrimonio Quincy estaba teniendo ciertos problemas económicos, Kate al terminar su turno como enfermera tuvo que ponerse otro uniforme, esta vez el uniforme de camarera.

Tuvo que conseguirse otro trabajo para poder comprar todo lo necesario para su bebé, aun así, siempre se aseguraba de no esforzarse de más y dormir lo suficiente.

—¡Katherine Sadler, hasta que llegas! —A diferencia del otro trabajo, en este la trataban como basura.

—¡Ve a la cocina y lava los platos, es lo único que puedes hacer con esa pelota de playa que tienes en el estómago! —Kate odiaba a este trabajo y estos jefes, pero necesitaba el dinero, así que solo asintió y se puso a trabajar.

—Querida niña, no deberías estar trabajando con el embarazo tan avanzado —dijo una dulce anciana con preocupación cuando fue a tomar su orden.

Tenía siete meses, pero su barriga ya estaba casi a reventar. Si su bebito no se viera tan claro en el ultrasonido habría temido estar embarazada de gemelos.

—No se preocupe, señora. Aún falta para que dé a luz y además lo estoy tomando con calma —mintió un poco—. Dígame cuál es su orden, por favor. —Una vez tomó la orden de la dulce anciana, volvió a la cocina solo para encontrarse con la mirada desagradable de su jefe.

—Te lo advierto, Katherine. —La señaló groseramente—. Ya acordamos que tendrás solo un mes de licencia, dijiste dos semanas antes del parto y dos semanas después del parto. ¡Sí quieres más tiempo no te pagaré un centavo extra! —Ella se estremeció, sintiendo el dolor de cabeza regresar.

—Sí, señor, no se preocupe. —Odiaba a ese tipo, realmente lo odiaba, pero no tenía otra opción.

Fue una suerte encontrar a Ryan Quincy y su esposa, eran personas bondadosas, pero conociendo su situación y teniendo en cuenta que también esperaban un bebé no quería abusar de su amabilidad aceptando los aumentos que quería darle.

Trabajaba seis horas en la clínica todos los días y cuatro horas en la cafetería de lunes a viernes, ella lo consideraba bastante funcional.

Trataba de no pensar en Ethan y en Iris, porque siempre que pensaba en ellos la depresión amenazaba con volver a hundirla, y teniendo que cuidar a su bebé simplemente no podía permitirse eso.

Él llegaría pronto y se encontraría con una madre dispuesta a todo por él.

Haría muy feliz a su pequeño, no importa que estuviera sola. Lo daría todo por él.

***

Con nueve meses y un par de días, Kate entró en trabajo de parto. Estaba trabajando en la clínica pese a las protestas del matrimonio Quincy, acomodando archivos cuando las contracciones que había estado teniendo desde el día anterior empeoraron hasta un punto insoportable que la hizo chillar de dolor.

Afortunadamente, la clínica era el lugar más seguro para estar. Mirian rápidamente se hizo cargo de la situación mientras su esposo llamaba a las otras dos enfermeras para que vinieran a ayudar en esta ocasión especial.

Recordaba de su primer parto que estaba muchísimo más asustada y nerviosa, sobre todo porque su hija había nacido prematuramente, un mes antes de lo que debería, pero al menos en ese momento tuvo a Ethan a su lado.

Ahora estaba sola, preguntándose qué estaría haciendo el padre de sus hijos mientras ella daba a luz.

¿Ya la habría olvidado? ¿Estaría con otra mujer en ese mismo instante?

El parto quizás fue menos duradero y aterrador que el primero, pero le dolió mucho más emocionalmente que físicamente.

Lo que más recordaba del parto, era la sensación de que faltaba algo, o más bien alguien, ahí a su lado.

Sin embargo, todos esos pensamientos, así como el dolor, desaparecieron ante un sonido maravilloso. El sonido del llanto de su bebé.

A pesar de lo agotada que se sentía, volteó a todas partes intentando verlo.

¿Dónde estaba él?

—Tranquila, Kate. —Mirian colocó una gentil mano en su hombro al ver como prácticamente estaba hiperventilando—. Solo vamos a darle los cuidados correspondientes, él está bien. Es un niño hermoso.

Al oír pasos pasado un tiempo, a pesar de que seguía sintiéndose cansadísima, se sentó rápidamente, buscando con los ojos a su pequeño bebé. Se quedó sin aliento al ver a Mirian acercarse arrullando suavemente a un inquieto bultito envuelto en mantas azules acomodado en sus brazos.

Lo cargó con todo el amor del mundo.

Hizo a un lado las mantas y las lágrimas se deslizaron rápidamente por sus mejillas al ver como su bebé la miraba con ojos entrecerrados de ese color turquesa que tanto amaba.

Unos cuantos mechones de cabello tan negro como el suyo coronaban la pequeña cabecita. El pequeño sollozaba y se removía inquieto, pero se calmó un poco al ser presionado contra su pecho.

Kate se tomó su tiempo para contemplarlo.

Era tan hermoso que casi no podía creerlo. Con ese pequeño ángel en sus brazos, su sensación de que algo faltaba se fue al fondo de su mente. Toda su concentración estaba en su bebé, y a cada segundo que lo miraba, se enamoraba un poco más de él.

Ya lo había amado desde que supo que estaba en su vientre, pero ahora ese amor se estaba multiplicando en medidas incomprensibles, solo comparables a lo que sentía por su hija Iris.

—Kate. —Más tarde, Mirian se acercó junto con su esposo mientras ella estaba amamantando al pequeño que había salido del vientre muy hambriento—. No nos dijiste su nombre. —La miró ansiosa—. ¿Y bien? ¿Cómo llamamos a este hermoso pequeñín?

Aun cansada pero muy feliz, la joven que era madre por segunda vez miró amorosamente a su pequeño niñito, repasando en su mente el nombre que había elegido junto a Ethan hace más de ocho años.

Su hija no dejó ver sí iba a ser una niña o un niño, así que tuvieron que elegir dos nombres, para la niña había sido, obviamente, Iris. Y para el niño eligieron…

—Kitt —informó con una sonrisa radiante—. Kitt Di Cas…

Se calló a sí misma y su sonrisa se desvaneció por un momento, pero solo le bastó otro vistazo a su pequeño para sonreír otra vez, aunque con un deje agridulce.

—Kitt Sadler —susurró, dándole su apellido de soltera.

Trazó dulcemente las redondeadas mejillas rosadas del recién nacido.

Tal vez no fuera un Di Castro, pero era su hermoso bebé y con eso le bastaba y sobraba.

Ya estaba con ella y de ahora en adelante todo estaría bien.

O eso pensó…

Pasaron los meses y recibió una terrible noticia.

—Lamento informarle que su hijo sufre de inmunodeficiencia —le informó el pediatra, tendiéndole el sobre con los estudios que había realizado.

—La Deficiencia Selectiva de IgA es la más común de las enfermedades de inmunodeficiencia primarias, cuyos síntomas son muy variables y en la mayoría de los casos no presenta problemas relevantes, aunque a su hijo en particular también le falta una pequeña fracción del IgG, lo cual lamentablemente lo hace más susceptible a contraer enfermedades.

Kate se llevó una mano al pecho, horrorizada ante lo que leía en los análisis y lo que oía del doctor.

—El niño no produce IgA y tiene una leve escasez de IgG, pero produce normalmente todas las otras clases de inmunoglobulinas. Como le dije, es muy susceptible a contraer infecciones, y estas podrían volverse crónicas, aparte, también existe la posibilidad de que sufra de enfermedades autoinmunes y alergias muy variables.

Ella tragó nerviosamente mientras lo escuchaba, sintiendo que podría llorar.

—En el presente no es posible reemplazar el IgA en pacientes con esta deficiencia, tal vez se pueda ayudar con la escasez de IgG, pero hay que hacer más estudios. Ahora mismo su bebé sufre de bronquitis aguda, pero con los analgésicos que le receté debería estar bien en una semana o a más tardar dos.

—No se preocupe, es verdad que esta inmunodeficiencia es de por vida, pero con el tratamiento adecuado y la constante evaluación médica no debería pasar a mayores. Eso sí, debe actuar rápidamente cuando las infecciones aparezcan y notificarme ya sea a mí o al médico que escoja para seguir de cerca el asunto en caso de cualquier anomalía, existe la posibilidad de que esto se convierta en algo más grave.

—¿Qué?...

—Pero le repito que no se alarmé, no es mortal. Su bebé estará bien —le aseguró al ver su rostro aterrorizado.

Kate recordaba asentir con la cabeza ante las palabras del doctor y agradecerle por todo una vez acabó su conversación, pero en realidad seguía horrorizada ante el descubrimiento aun días después.

Se sentía como una basura y la peor madre del mundo, porque su hijo tendría que lidiar con esa enfermedad el resto de su vida, todo por culpa de su estúpida madre que no fue capaz de cuidar adecuadamente de él los primeros meses de embarazo.

Ahora mismo estaba trabajando en la cafetería y su pequeño estaba con Mirian sufriendo bronquitis y ella ni siquiera podía estar con él porque su estúpido jefe gordinflón estaba a un pelo de despedirla sí volvía a faltar al trabajo… o sí seguía rompiendo platos por estar demasiado preocupada.

¿Se graduó como enfermera para esto? Lo hacía por su bebé así que no podía quejarse.

Cuando acabó su turno fue apresuradamente a la oficina de su jefe, que la había citado sin motivo.

Él la estaba esperando sentado en su sofá junto a su escritorio en vez del gran sillón detrás de este como acostumbraba.

La miraba de una forma que la hacía querer vomitar.

Su bebé ya tenía seis meses, y desde que recuperó su figura delgada después de dar a luz, la cafetería cada vez tenía más clientela masculina, y su jefe cada vez le gritaba menos y la miraba de forma cada día más repulsiva.

—Hasta que llegas, Kate. —Sonrió grotescamente y palmeó el lugar a su lado.

—Siéntate, debes sentirte muy cansada después de tanto trabajar todo el día —ofreció sugestiva y asquerosamente.

—No, gracias. —Contuvo una mueca de asco—. Por favor, dígame qué es lo que quiere.

—¿Qué quiero? Pues lo mismo que tú quieres, linda Kate. Eres una madre soltera, lo cual no me sorprende, te ves como una buena zorra, apuesto que ni siquiera sabes quién es el padre de tu mocoso. Te diré algo, si me das lo que quiero te subiré el sueldo y hasta te daré el dinero para el aborto que seguro no pudiste pagar antes, ¿qué di…?

No pudo terminar de hablar, ella no lo dejó.

Como se había acercado más aprovechó para darle un buen rodillazo directo en la entrepierna y un codazo en el rostro que finalmente lo empujó lo suficiente para sacarlo de su camino.

—Me das asco, cerdo repugnante. —Escupió al suelo—. Y renunció.

Se quitó el delantal, que era la única parte del uniforme que no había comprado ella, y la arrojó a la cara del enfurecido y repugnante gordinflón.

Salió corriendo de allí sin pensar en nada más que en volver con su pequeño bebé.

Sabía que esta renuncia le traería problemas.

No era el mejor momento para perder uno de sus empleos.

Su hijo podría necesitar medicinas de nuevo en cualquier momento, pero simplemente no podía tolerar a ese hombre tan asqueroso.

Ahora solo debería esforzarse más para conseguir un nuevo empleo de medio tiempo… con su hijo enfermo, no tenía más opción.

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