Capítulo 29

Su casa estaba fuertemente cuidada, la prensa no se acercaría a kilómetros, y fue él quien la recogió del aeropuerto personalmente, fue la primera persona que vio al llegar a la ciudad de vuelta.

Él tomó sus manos entre las suyas, sus ojos reflejaban angustia.

—Lucia, mi amor, ¿qué pasa? No me gusta verte apagada, hemos pasado ya por cosas similares.

—Te acusaron de corrupción, creí en tí, te apoyé, tenías razón y todo quedó al descubierto rápido, pero esto es diferente, si tuviste algo con Rosalía.

—Cuando tú y yo no éramos lo que somos ahora.

—Te pedí que con ella no.

—Ya había pasado, te lo juro, Lucia ¿Por qué querría arruinar lo que teníamos? Siempre me hiciste caso, siempre nos fue bien.

Era cierto, pero no dejaba de pensar en su madrastra y en su hermanastra buscándola para contarle algo que ella no dejó que le contaran, que Enrique se encargó de que no contarán, se alejó de ellas para evitarlas porque eran tóxicas y malas con ella.

—Cuando ellas me estaban buscando con tanta insistencia...

—Te hacen daño, es la misma razón por la que no hemos vuelto a pasar alguna festividad con tu padre, demasiado veneno, no soportan lo que evolucionaste, y odio ver como te quieren echar a menos.

Pasó saliva. Tenía dudas, amaba a su esposo y quería creer en él, pero algo le decía que él le había mentido. Acarició su rostro y le sonrió para tranquilizarlo.

—Está bien, Enrique, lo siento. No estoy pensando con claridad ahora, ha sido muy complicado oír esto, la gente está segura de que me fuiste infiel, porque lo fuiste, ahora quedaré como que perdoné aquello, es muy complicado —dijo, lloró sobre el pecho de su esposo.

—Diré que las fotos son ciertas, pero que son de una época muy anterior, que nosotros no nos habíamos involucrado aún, eso diré.

—Fue el día que ella se regresó a Europa —dijo con la voz quebrada, los ojos llenos de lágrimas y el corazón roto.

—Y pasó antes también, pero no después, te lo juro, cuando me pediste que no viera a esas mujeres, no las vi más, ni a ellas ni a otras, no volví a estar con nadie, deberías saberlo, no salíamos de la cama —dijo y sonrió nervioso.

—Tendré que salir a la calle mientras todos piensan que mi marido me puso los cuernos, no sé si lo resista.

—Hoy mismo haré un comunicado, tú mantente reina, no digas nada, ignora a todos, sé que es difícil, recuerda como actuaste cuando me acusaron de corrupción, mantuviste la cabeza en alto y no dabas declaraciones, ignorabas la situación, debe ser igual ahora ¿Puedes?

Afirmó.

Enrique besó sus cabellos y la abrazó más a él.

—Me duele igual, Enrique.

—No debería, te prometo que no fue cuando iniciamos esta relación maravillosa que tenemos ahora, mi amor. No llores, no quiero verte así, por favor.

—Te creo, estoy contigo, estoy a tu lado, saldremos de esto como hemos salido antes de otras —dijo queriendo convencerse a sí misma, algo le decía en su corazón que había algo más.

—Gracias, mi amor, eres mi fortaleza y mi compañera, sin ti no podría.

—Una cosa más: ¿Hay alguna otra de la que deba saber?

Negó, sonrió y besó sus labios de forma rápida

—No, Lucia. Te lo prometo, no habrá otra noticia como esta.

Lucia decidió creerle, se fue a la habitación que compartían y tras una ducha que usó para relajarse y despejar su mente, se echó a la cama, no acostumbraba a hacer aquello, habría preferido pasar el resto del día con aquellas mujeres que conoció en la conferencia.

Su teléfono sonó, era Gabriel, atendió enseguida manteniéndose a la expectativa.

—Gabriel.

—Lo siento mucho, qué desastre, vi las noticias, ¿Estás bien?

—Sí, supongo, Enrique se está ocupando, me asegura que pasó antes de que él y yo... Ya sabes.

—¿Le crees?

—Sí, le creo.

—Voy a la ciudad, quiero verte y apoyarte, no quiero que estés sola pasando por esto, y, además, no te veo desde tu boda.

—Cierto, me va a encantar verte, pero ¿Qué dirá Rosalía? Es tu hermana, se pondrá celosa y no quiero más problemas de verdad.

—No tiene por qué, voy directo a darle su regaño, y quién sabe cómo se filtró esto, no quiero acusarla de nada, no me extrañaría que haya sido ella quien filtró las fotos.

—Ella quería decirme, lo sé, sin embargo, como siempre andaba con mala vibra conmigo, la alejé. Quizás sí fue ella, Enrique lo averiguará.

—Esperemos que sí, quiero verte esta tarde, pasaré por ti y te traeré al hotel donde me quedaré, conversaremos, no quiero que te apagues.

—Estoy bien, gracias de todos modos, me va a encantar verte.

Colgó la llamada y sonrió pensando que su hermanastro siempre estaba pendiente de ella, tenía casi dos años sin verse en persona porque siempre viaja con Enrique para las festividades en la que Gabriel venía a visitar a la familia, su esposo lo hacía para alejarla de su madrastra y de Rosalía, de la negatividad que vivió antes y ella lo agradecía.

Se levantó de la cama y buscó a Enrique que hablaba con su equipo de relaciones públicas en su despacho, no descansaban y notó que incluso comieron allí mismo trabajando.

—Enrique, amor, iré con Gabriel que viene en camino.

—No, ¿A dónde? No me parece prudente que salgas a la calle, que venga para acá él.

—Necesito salir, estaré en su hotel o dónde se quede, me pondré gorra y capucha, no seré yo.

Enrique sonrió y asintió.

—Te hará bien verlo, me alegra que quiera apoyarte a ti y no a su hermana.

—Gabriel nunca ha sido así, él es muy objetivo, siempre me protegió de Rosalía.

Enrique la besó en los labios.

—Ahora te protejo yo, no lo olvides.

—Claro que no, mi amor.

—Me vestiré para esperar a qué venga a pasar por mí.

Enrique la abrazó y la besó en la frente.

—Come algo con él, no te quedes sin comer, te vi desanimada, saldremos de esto, como siempre.

—Lo sé —murmuró y subió a vestirse, se puso ropa deportiva y buscó una gorra, no quería ser reconocida, así que se puso también una peluca roja y la recogió en un moño largo, se puso gafas y esperó a su hermanastro.

La chica de servicio le anunció cuando llegó, salió por la puerta de atrás y se subió a su auto, se abrazaron de inmediato, él se le quedó viendo con una sonrisa boba.

—Estás preciosa, Lucia, no te había visto en persona hacía dos años, qué bella estás.

Ella se echó a reír.

—Y eso que visto como una loca, porque no quiero que me reconozcan, qué bello eres halagándome, como siempre.

La besó en la mejilla con intensidad.

—Ya eres toda una mujer, vamos al apartamento que alquilé, al final lo creí más discreto, me contarás todo lo que ha hecho mi hermana.

Ella suspiró y comenzó a contarle sobre el principio de su relación con Enrique y de cómo su hermana se sintió celosa de ella entonces. Le explicó que siempre le hacía comentarios insinuando que ella y Enrique tuvieron que ver, pero que ella lo supo en todo momento.

Llegaron al apartamento alquilado donde se hospedaría Gabriel. El apartamento era de lujo, el ascensor se abría en el mismo apartamento por lo que pudo evitar a la prensa y a los curiosos, se quitó la gorra y las gafas, Gabriel la miró sonriente y se acercó a ella.

—Has florecido, te ves radiante. Supongo que tu matrimonio con Enrique ha ido viento en popa.

—Sí, hasta ahora ha sido así.

—De corazón espero que todo se aclare, he venido personalmente a impedir que mi madre se meta, imaginé que las dos pelearían y conozco a mi mamá.

—Tan bello, Gabriel, no te preocupes, Enrique se ocupa bien de mí.

Levantó el rostro de Lucia con un par de dedos y la miró a los ojos.

—Estás preciosa y siempre has sido tan buena, espero que no esté jugando contigo y que no te sea infiel de verdad, porque te juro que le voy a partir la cara.

Lucia se echó a reír y se colgó de su cuello abrazándolo.

—Me hace bien que estés aquí, te extrañaba, gracias por venir en mi auxilio, te necesitaba.

Él le sobó la espalda.

—Para eso estamos los hermanos mayores.

Quedaron abrazados en medio de la sala, ella suspiró agradecida de que él volará desde París a verla y consolarla porque tenía el corazón como una galleta a punto de quebrarse. Quería confiar en su esposo, al mismo tiempo estaba aterrada de descubrir algo que le rompiera el corazón, solo quería sentirse segura como antes y recuperar su felicidad plena.

Su hermanastro acariciaba sus cabellos y la mecía en sus brazos diciéndole que estaba allí para defenderla y ser justo, que no estaba sola y que no debía temer nada.

—Gracias, Gabriel.

Sintió el beso intenso sobre su cabello, sonrió y se abrazó más a él. Tenía que confiar en Enrique, pero antes se iba a permitir tener miedo y sufrir en un ambiente controlado, en Gabriel podía confiar.

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