Esperanzas

Salió del apretado espacio en el que estaba y se levantó del suelo con torpeza. Ya se había acalambrado y las piernas le dolían.

—Solo para que sepas, Lucca Calentín, en cuanto el estúpido contrato se acabe, te daré el divorcio. —Se levantó con un gemido—. Ni loca me quedo casada contigo —gruñó.

—¿Lucca Calentín? —preguntó él, encrespado.

—¡Se te puso dura mientras yo estaba ahí! —gritó indignada, aunque feliz de ver que el amigo sí tenía vida—. ¡Casi me punzó el ojo! —Le escupió a la cara sin titubear, pero con un poco de exageración—. Eres un Calentín.

Lucca se ruborizó y se sobó el miembro erecto con los ojos apretados.

—¿Y qué quieres que haga? —le preguntó con fastidio y se levantó para plantarle cara—. Le gustas —certificó.

Que se pusiera de pie solo empeoró las cosas. Margarita desvió la mirada por pocos segundos entre su entrepierna y sus ojos azules.

—No lo sé —gimió ella y se lamió los labios con angustia—. Controla a tu serpiente.

—¿Serpiente? —investigó Lucca y se rio. Ell
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