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Capítulo 1. Un novio con pretensiones.

Narrador.

Hospital provisional en la Pandemia, Salón de congresos IFEMA, Madrid, España, 2020.

Tras la declaración de pandemia mundial a finales de 2019 y principios de 2020, muchos países se vieron abocado a abrir nuevos recursos para paliar la pandemia, este fue el caso de España, que tuvo que habilitar algunos pabellones del Salón de Congresos IFEMA, como hospitales de urgencia, tras la saturación de los servicios en todos los hospitales, para enfermos graves, y algunos pabellones, por desgracia, como Morgue, para los fallecidos.

También se hizo un reciclaje del personal médico libre, y de estudiantes especialistas de último año, para no saturar a los interinos de urgencias, entre los que recibieron el reciclaje fue la interna en cirugía Coorah Bell, y otros cirujanos de otras especialidades, que o bien ya cumplían su último año de especialidad, ya era una experta especialista.  

Muchos de ellos fueron enviados al hospital provisional del IFEMA, justo por esta razón se produjeron un hecho que determinó que, Carlos Basterra Muñoz, cirujano plástico, ocho años mayor que Coorah de veinticinco años, acabara conociendo, intencionadamente, a la doctora Bell, con presuntas intenciones románticas, provocando que la decisión de la australiana se volviera aún más firme, ante la idea de no cumplir con sus tradiciones familiares.

La coincidencia se originó cuando uno de los pacientes ingresados, resultara ser Loorean Kelly, de cincuenta y tres años, antigua amiga de la madre de Coorah , que la conocía, y sabía de su pasado, algo que ella mantenía oculto, por razones básicas, como que su padre no descubriera que ella le había mentido.

Justo por eso Coorah le pidió que no dijera nada Loorean, pero está cometió un error inocente, y justificable, esa tarde, que motivó el vespertino interés de Carlos, por la médico cirujana australiana, que, hasta ese momento, él ni había mirado, por considerarla poca agraciada, con respecto a otras mujeres del personal sanitario, y desde luego, para él, estaba gordita.

Esa tarde en su habitación de aislamiento, Loorean estaba mirando su móvil, revisando las noticias de su país, por alguna razón la mujer de mediana edad, paisana de Coorah, tenía la sospecha desde hacía varios días, que esta no la superaba.

Había sido ingresada por tener cargas víricas especialmente elevadas, y de mucho contagio, además estaba en el grupo de riesgo, pues era asmática, aunque tenía la enfermedad desarrollada, aun no necesitaba estar entubada, y se la estaba tratado con diferentes tratamientos, para tratar que superar lo peor.

Uno de los encargados de supervisar esos tratamientos era el doctor Carlos Basterra, esa tarde Carlos se sorprendió de que, a pesar de que su paciente respiraba con dificultad, mientras él junto a la enfermera, estaba tomando sus constantes, con el equipo de protección, ella aún insistiera en mirar su móvil.

-” Debería dejar el teléfono, vamos a tener que ponerle oxígeno.”- le dijo el médico en inglés, algo molesto, por la actitud de la extranjera, detrás de su traje de protección integro. 

-” Lo siento... necesitaba ... estar cerca de los ...míos... debería comprenderlo ... estoy tan lejos ... de los míos... y no .... sé... si volveré... incluso Coorah ... debe de estar igual... sobre todo ... tras las noticias de lo de su padre.... que se haya recuperado ... de haberse contagiado... y solucionado el problema ... de su emporio tan ... bien.”- dijo la australiana, con graves problemas de respiración.

-” Debería dejar de hablar, enfermera hay que entubarla, la saturación le ha bajado mucho, llame al anestesista, ya, hay que sedarla. “- dijo Carlos, sin prestar atentación a lo que decía la rebelde paciente.

-” Doctor...antes ... se lo debo ... dele estos a mi familia... y a la doctora Bell, es ... importante.”- dijo la señora Kelly intentando entregarle dos sobres, negándose a colaborar hasta que este se lo prometiera.

El médico acepto para calmar a su paciente, y así poder entubarla sin problemas, de esa forma, la señora Kelly, fue sedada para que entubarla, lamentablemente tras una larga lucha, de meses, la australiana no superó la enfermedad, y murió dos meses después, sin despertar.

Por su parte, Carlos, pese a su promesa ligera, fue desentender de las cartas, pero su enfermera, tras desinfectarlas, se las colocó, por entre las ranuras de su taquilla, en venganza, porque el playboy doctor, como a tantas otras, la había usado con falsas promesas. Su idea era obligarlo a cumplir con su palabra, algo que la enfermera pensaba, que el cirujano plástico español siempre eludía.

Lo que no sabía la enfermera es que, en vez de cumplir su promesa, Carlos abrió las cartas, para saber que tan importantes eran, y si merecían ser enviadas a sus destinatarios, o sólo eran delirios de una mujer enferma.

La carta a la familia era como todas, según pensaba Carlos muy lacrimógenas, y llena de arrepentimientos, así que la envió sin problemas. Por el contrario, la que era para la doctora Coorah Bell, fue toda una revelación, allí se contaba todo sobre la familia de ella, su dinero, y su poder. En la carta, la señora Kelly le prometía, que su secreto, quedaría guardado para siempre, que nadie lo sabría, le instaba a que cumpliera sus sueños, y le recordaba que su madre estaría orgullosa de ella. 

Esa última parte no le interesó al cirujano, fue más bien saber quién era Coorah, lo que verdaderamente le interesó, pronto busco información de ella, y de su familia, y le pareció que, aunque era fea y bastante llenita, era un método perfecto para hacer un matrimonio interesante, y ventajoso para él.

-” Además, ¿A quién se le ocurriría tocar a esa gordita, si no es por los que vale?”- pensaba el calculador médico.

Carlos adoraba el dinero, y las mujeres, y justo en ese orden, por eso se hizo cirujano plástico, si conseguía a Coorah, tendría una de las dos cosas, las mujeres ya vendrían, o siempre podía hacerle unos arreglitos a su futura esposa, para volverla su gusto.

Fue así como de pronto el médico más guapo y deseado de toda el IFEMA, comenzó a mostrar interés por la cirujana Coorah Bell, algo que extrañó a las antiguas amantes del médico, y más aún a la interesada. 

Coorah era todo lo contrario de las mujeres que se solía ver con el médico, la doctora era alta, con curvas, no era delgada, tampoco estaba gorda, simplemente las curvas de su cuerpo eran más pronunciadas en las caderas y en el pecho, y su cintura no era estrecha. Su pelo, aunque siempre estaba recogido, era castaño oscuro, muy sedoso, y sus ojos de color verde oscuros, casi marrones, cuando se enfadaba se volvían chocolate. Desde luego nada que ver con las rubias, morenas, o pelirrojas, de cuerpo delgadas, bajitas, de cintura estrecha, que solían salir con el cirujano. 

Por su lado Coorah, al principio, no se sintió muy contenta con la atención del intenso médico, prefería centrarse en su trabajo, más aún, ante una pandemia, y continuó rechazándolo, incluso cuando IFEMA fue cerrado, tras la aparición de las vacunas, y la desaturación de los hospitales.

Lógicamente, debido a las pocas habilidades en este terreno de la australiana, y las expertas técnicas del médico, pronto, casi sin darse cuenta, hizo que Coorah aceptara tomar una copa con él una noche, y sin saber cómo, tras una agradable noche, con un médico respetuoso, y atento, terminaron siendo novios

Hecho que pasó no sin dificultades, como fue el fin del Erasmus de la australiana, que tuvo que volver a Oxford para certificar, sus estudios, y su título, las desavenencias, en los pocos momentos que se veían, ante la insistencia de su novio, en que hiciera dieta, o se hiciera algunos arreglillos, que ella rechazó siempre, y, sobre todo, la negativa de Carlos de no tener ninguna intimidad, hasta que se casarán, ya que, según el médico, era un hombre tradicional.

Pero el peor de las dificultades les surgió el día que Coorah firmó su contrato como cirujana residente, para intentar volver a España, aunque fuera kilometros de su novio, que trabajaba en Madrid, para la unidad de trasplantes en el mismo hospital que le salvaron la vida, cuando tenía doce años, el Hospital Universitario Virgen del Rocío, en Sevilla, Andalucía. Esta dificultad iba a determinar, sin ella saberlo, el resto de su vida. 

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