PRIMERA PARTE: LA DESGRACIA DE VOLVER A VERTE Despierto sobresaltada por un desagradable sueño. Me incorporo sentándome en la cama con el corazón latiéndome con rapidez y el detestable presentimiento de que aquel sueño, o más bien pesadilla, es solo un mal augurio para lo que me depara el día. Maldigo en voz alta, mientras aparto las mantas de mi cuerpo y me levanto dispuesta a remediar los presagios que me envuelven. Sé que, si no actúo con suficiente rapidez, mi único día en la oficina será un verdadero caos. Sin embargo, en cuanto doy un par de pasos distraída, pero a la vez determinada en llegar al baño, tropiezo y caigo al suelo, a duras penas teniendo tiempo para amortiguar mi caída con mi antebrazo derecho para no romperme la nariz. ¡Oh, maldito infierno! Las rodillas me duelen y el dolor no tarda en envolver desde mi muñeca hasta mi codo. —¡Maldición! ¡Carajo! ¡Joder! Me incorporo siseando y gruñendo e insultando a todo lo vivo que existe. Sopló con una tonta el ar
Acabo llegando diez minutos tarde, luego de que mi coche se pusiera en mi contra y se negara a arrancar. Y no fue hasta que, después de insultar toda mi mala suerte y prometer que si se portaba bien haría que le dieran una encerada extra y que lo llevaría a la playa un día de semana, (sé que estoy siendo absurda, pero mald¡tamente funcionó), mi coche arrancó y, aunque pisé a fondo el acelerador y me pasé un semáforo, terminé llegando de todos modos tarde. No obstante, a pesar de cubrirme de gloria por mi retraso y mi desliz cuando una página impropia con imágenes extremadamente obscenas se abrió en medio de la presentación entre el editor en jefe y el autor del momento, pude salir adelante y completar el resto de la reunión con bastante tiempo extra para responder las preguntas apropiadas y calmar mis abochornadas mejillas por el momento tan incómodo que me había tocado vivir. Ahora, después de todo, la pequeña salita de juntas está en silencio. Yo de pie en frente y con dos pares d
Salgo al sol de media mañana con la risa de Ross golpeando mi oreja a través del auricular. He dejado mis cosas en el auto, me he deshecho de mi chaqueta ejecutiva y ahora estoy paseando entre las tiendas del centro aglomerado, mientras le voy contando todo lo que ha pasado. Una de las bolsas de compras me golpea la cadera cuando levanto la mano para apartar un mechón de cabello de mi mejilla. Tengo una sonrisa pegada al rostro por sus típicos comentarios en doble sentido y aquel humor nada convencional que guarda para mí. —Nena, tienes que aceptar — responde guasón —. El tipo tiene un rostro divino y un cuerpo simplemente ¡Uau! —Primero: no me llames «nena» — reprocho con un mohín, mientras me acerco al escaparate para observar un par de bellos tacones color naranja; son hermosos y particulares. Tal vez los compre —. Segundo: ¿estás loco? Quiero trabajar con él, no sobre él... Ross ríe más fuerte. —Ya — suelta en tono malicioso —, pero no me dirás que el tipo en serio está cali
No sé cuánto tiempo llevo sentada. Me encuentro entumecida y debo decir que ni siquiera sé en qué momento llegué. Solo he estado aquí, en la dura silla de plástico del corredor, con la mirada perdida en los azulejos del suelo. Sobresaltándome cada poco, cuando las puertas dobles del fondo del pasillo se abren y luego decepcionándome y quedando muda nuevamente. Me he preguntado a mí misma múltiples veces que hago aquí y la misma voz en mi cabeza, responde esa interrogante con el susurrado nombre de Collin. Él en el asfalto, pálido e inmóvil. El nudo en mi garganta crece dolorosamente cuando esa horrible imagen llena mi memoria. Intento tragar, pero mi garganta seca me lo impide y ese dolor trepa mi interior. Mis labios también se encuentran resecos, así que paso la punta de mi lengua en un intento de humecerlos y siento el ligero sabor salado. Es por las lágrimas, me recuerda mi mente atribulada. Las lágrimas de impresión y miedo. Collin se encontraba inerte, mientras la sangr
—¡No seas terca y siéntate de una vez! — exclama Ross, impaciente. Lo ignoro y sigo paseando de arriba a abajo frente a la cama de Collin. El tobillo me está molestando un poco, pero me lo han vendado y me he tragado un par de tabletas para disminuir el dolor. Debería estar descansando, claro, con el pie en alto y bastante hielo, pero no tengo ganas de estar quieta, incluso si el enfermero de turno me mira con una pizca de reproche mientras camino frente a la cama de mi ex marido y él termina de tomar las vitales de Collin antes de retirarse. El sonido de las máquinas le hacen compañía, declarando que está con vida, le dan un compás a mi cojeo incesante con las grandes zapatillas crocs que Jules me ha conseguido. Mi primo se ha quedado fuera, pero Ross no ha visto con buenos ojos que entrara sola a ver a mi destrozado esposo. ¡Ex marido! Es mi maldito ex esposo. —Solo lograrás que tu condición empeore, mujer. ¿Puedes hacer el favor de quedarte quieta? — gruñe por lo bajo. M
Me detengo bajo el alero de la entrada de emergencias, observando el cielo con desgana mientras me hundo más en la chaqueta. Llueve a cántaros esta tarde y el cielo está totalmente cerrado ahora. Me siento como si estuviera dentro de una malísima y cutre película, dado que el clima refleja mi estado de ánimo; furiosa, triste, desolada…, confundida. Una base primitiva que raya la ira y la desesperación. Tal como las gotas de lluvia que arremeten contra el asfalto. —¿Lía? Aparto la mirada del cielo, alzando las cejas asombrada al ver a Marco acercarse, cubierto por una ancha sombrilla oscura. Me sonríe, pero parece intrigado mientras me da un repaso y yo tengo que hacer un gran esfuerzo por fabricar una pequeña sonrisa. —Hey…, ¿qué haces aquí? —Lo mismo debería preguntar — ladea el rostro —. La última vez que te vi, estabas bien. Pero dado tu mal semblante, la venda en tu tobillo y los crocs desgastados, no estoy muy seguro de eso ahora. Abro la boca, a pesar de la sorpresa sus
SEGUNDA PARTE: LA DESGRACIA DE QUE ESTÉS DE VUELTA... Escucho como tocan la puerta de mi estudio, sobre la voz del magnífico Bon Jovi que suena a todo volumen. Pero, como me he pasado tres días completos encerrada y no me da la gana que quieran hacerme salir para enfrentar el trágico mundo donde vivimos, los ignoro al igual que antes. Sin embargo, como mi suerte estos días no es tan abundante (pongo en copiosa evidencia que se me ha agrietado mi taza favorita, que quemé mi vestido preferido con la plancha y que, en mi pedido, me trajeron pizza con brócoli, el cual odio), mi madre, que es muy ella, y que realmente cuando está preocupada de verdad no respeta privacidad alguna, entra a mi estudio abriendo de sopetón la puerta cuando a la tercera ronda de golpes no atiendo. Hace una mueca cuando me ve y me da un repaso desde el umbral con una mirada reprobadora a mi atuendo de estar en casa que me hace parecer un vagabundo de algún episodio perdido de CSI. Solo falta que entre Horati
Golpeo, grito, insulto. Sigo golpeando y gritando; chillo como poseída y tras media hora sudando la gota gorda, caigo rendida y me dejo arrastrar entre risas por Marco, fuera del ring. Le he dado dura pelea y ahora, más que nunca, mi tobillo punzante lo reciente. Duele un poco hasta respirar, pero se debe a lo agitada que estoy. El dolor puedo pasarlo por alto, siempre y cuando ya no tenga que levantarme de este alargado banquillo donde Marco me ha dejado. Me seco la frente con la manga de mi suéter. —Venga, refresca a la bestia. Marco me sobresalta cuando pone una botella fría de agua contra mi mejilla. Sonrío cuando se sienta a mi lado y me tiende una pequeña toalla. Bebo agua agradecida y me seco el sudor de la cara y el cuello. Debo parecer un desastre, pero dado que me da igual y que sí lo soy, paso por alto aquello y me concentro en cómo me siento. ¿más liviana? Un poco. ¿Quiero seguir gritando? ¡Sí! Pero mis cuerdas vocales agradecen que he dejado de hacerlo. ¿Deseo