Capítulo 3

Salgo al sol de media mañana con la risa de Ross golpeando mi oreja a través del auricular.

He dejado mis cosas en el auto, me he deshecho de mi chaqueta ejecutiva y ahora estoy paseando entre las tiendas del centro aglomerado, mientras le voy contando todo lo que ha pasado.

Una de las bolsas de compras me golpea la cadera cuando levanto la mano para apartar un mechón de cabello de mi mejilla. Tengo una sonrisa pegada al rostro por sus típicos comentarios en doble sentido y aquel humor nada convencional que guarda para mí. 

—Nena, tienes que aceptar — responde guasón —. El tipo tiene un rostro divino y un cuerpo simplemente ¡Uau!

—Primero: no me llames «nena» — reprocho con un mohín, mientras me acerco al escaparate para observar un par de bellos tacones color naranja; son hermosos y particulares. Tal vez los compre —. Segundo: ¿estás loco? Quiero trabajar con él, no sobre él...

Ross ríe más fuerte.

—Ya — suelta en tono malicioso —, pero no me dirás que el tipo en serio está caliente.

—Hmmm — murmuro y sacudo la cabeza de un lado al otro sopesando su frase. 

Marco Backer es guapo, tiene buen cuerpo - que se notaba claramente bajo su traje de esta mañana - es alto y tiene una sonrisa fascinante. Si fuera cualquier otro hombre aceptaría sin rechistar. Pero será mi superior. Básicamente trabajaré para él, así que no. La palabra «caliente» definitivamente no puede entrar en mi vocabulario para referirme al escritor del momento.

—Basta, Lía — me regaña, luego de un largo silencio de mi parte. Y juraría que ha puesto los ojos en blanco —. Hasta aquí oigo esa pequeña cabecita tuya pensar. 

—Es guapo a rabiar — contesto de manera vaga, pasando por alto su regaño —. Pero no voy a verlo para lo que él quiere. 

Miro los demás tacones y tengo un flechazo directo con un par que se encuentran en el fondo.

Entro a la elegante tienda y voy directo a los zapatos de mis sueños.

—Niña — suspira —, solo te invitó a una cena. Ni que te hubiera pedido abiertamente que te acostaras con él.

—Sí, pero...

—¡Pero nada, Lía! — exclama exasperado — No seas exagerada. El tipo es súper caliente, lo sé porque… 

—Has buscado sus fotos entre mis archivos, ¿cierto? — interrumpo cuando me doy cuenta que, aunque lo he descrito con pelos y señales, sé que Ross no se referiría a alguien como «caliente», si definitivamente no lo hubiera visto. 

Además, no hay fotografías en el internet de Scorpius, creo ser la única que tengo una foto de él, cortesía de una compañera de trabajo que me debía un enorme favor. 

Tenía que saber a qué atenerme antes de conocerlo y no cometer un error si me lo llegase a cruzar en el pasillo antes de verlo personalmente. Por eso Cathy sacó una foto para mi hace algunas semanas. Una foto disimulada, media difusa, pero donde podía verse a Marco. Debo admitir que la realidad y la fotografía estaban muy alejadas. En persona, Marco es realmente más hermoso. Aunque eso, me lo guardo para mí misma en lugar de decirlo abiertamente al cotilla de mi amigo.

—Fue lo primero que hice cuando saliste de aquí esta mañana — afirma sin culpa. 

Ruedo los ojos, pero de todos modos estoy asombrada de que no le hubiera buscado antes. 

—Aléjate de mis cosas, Lavillant — amenazo 

Él ríe, sé que le importa un comino mi voz seca. 

—¿Tienes planes para esta tarde? — pregunta para cambiar de tema. 

—Nop — digo, pasando el dedo por medio de la cortina de cristales que brillan coquetamente. Me encantan —. ¿Algo en mente?

—¡Sí! — clama contento —. Tú, Jules y yo. Vamos a almorzar. Nos debes tiempo, corazón. 

Sonrío. 

—Bien, nos vemos dentro de treinta minutos — prometo. Estoy cerca de su negocio, no tardaría nada en llegar —. Primero compraré un hermoso par de tacones. Estos bebés definitivamente necesitan una nueva madre.

Levanto uno de ellos a la altura de mis ojos y los examino, tengo ganas de besarlos. Son maravillosos.

—¿Louboutin dorados de doce centímetros? — pregunta a medio suspiro.

—No. Unos Jimmy Choo de gamuza fucsia, con una pulsera alrededor del tobillo de donde se extiende un cortinaje con detalles de cristal — suspiro, mientras acaricio el zapato. 

—¿Centímetros? — murmura, igual de hechizado que yo por lo que acabo de describir. 

—Diez centímetros de puro glamour — respondo con una sonrisa feliz en los labios. 

—¡Diablos, sí, muñeca! — chilla y eso me hace reír. 

Nos despedimos entre risas y me volteo para llamar a un dependiente para pedir que envuelvan esos divinos zapatos. Glamorosos, encantadores y, ahora, todos míos… al igual que otros cuatro pares de tacones nuevos. Todos hermosos y todos rebosantes de color.

Cuando vuelvo a salir al calor del día, inspiro profundo el salado aire costero, me siento mucho mejor que al despertar. Mi reunión salió bien, tengo una invitación a cenar que definitivamente no aceptaré y, sobre todo, me siento mucho menos alterada que a primera hora. Nada extraño ha vuelto a pasar, excepto, claro, el descuento por mis nuevos hermosos tacones con tobillera y borlas de cristales. Pero es solo una señal de que, aunque los augurios de mis malos sueños hayan traído una mañana patosa, tal vez todo haya acabado. Mi brazo tras la caída duele menos, estoy rodeada de bolsas de compras para mimarme y, estoy sedienta y satisfecha por los resultados de hoy.

Doy un agradecimiento al cielo y a mi abuelo por eso.

Decido hacer una escala rápida a una calle de la editorial donde está mi coche esperando. El rico aroma de la fruta me llama y me seduce hasta una heladería donde sirven los mejores zumos de piña natural con crema batida encima. ¡Santo infierno, son una delicia! 

Estoy abriendo la puerta de cristal cuando mi móvil me distrae. Termino de empujar con el hombro mientras me peleo con las bolsas y busco desesperada en el fondo de mi bolso.

Si Taylor Swift canta a todo volumen New Romantics, debe ser una emergencia. Aquella canción tiene uso exclusivo para mi desconsiderado, y desaparecido en acción, primo Lucien.  Rebusco y frunzo el ceño por lo difícil que me es sacarlo. Debí haberlo metido en mi brasier, sería menos complicado hallarlo.

Voy peleando con mi propio bolso hasta la fila cuando mi cuerpo impacta con el de otra persona.

—Oh, lo siento mucho, no vi por...

—¿Natia? 

Mi respiración se queda estancada en mi garganta.

Todo mi cuerpo se tensa.

De pies a cabeza, cada célula de mi cuerpo se paraliza. Mis manos se detienen de sopetón.

Esa… esa voz. Él… no puede ser. ¡No puede ser! 

Trago con fuerza y levanto el rostro lentamente, rezando porque mis oídos me hubieran jugando una mala pasada y sosteniéndome a la idea que estoy perdiendo la poca cordura que me queda. 

Pero no. 

No es así. 

Y cuando mis ojos se topan con el rostro de un hombre que es un maldito fantasma en mi vida, mi corazón se acelera y el estómago se convierte en un violento nudo. Siento como toda la sangre se drena de mi rostro, la temperatura baja de golpe en mi cuerpo y no puedo evitar echarme a temblar. 

¡Oh, Santo Infierno! ¿Cómo llegó a encontrarme?

Me paralizo un instante y en cuanto intenta tocarme, me aparto.

Antes de pensarlo dos veces, estoy huyendo y saliendo de allí con más rapidez con la que entré. 

—¡Natia, espera! — grita.

Echo a correr porque no lo puedo evitar y, aunque pudiera, tampoco me detendría.

No quiero charlar con él, no después de todo lo que me hizo pasar. 

¡Maldición!  ¡Maldición!  ¡Maldición! 

Esto no puede estar pasando ahora.

No hoy.

No justo el día que he decidido salir de casa.

Empujo a un par de personas mientras rezó por no tropezarme y caer al suelo. Estar con tacones, la adrenalina al tope y el temor de volverlo a verlo, me hacen correr más rápido que nunca.

Las bolsas golpean mis laterales mientras se balancean con violencia y debo parecer una loca, porque en realidad estoy corriendo como si fuera una.

Escucho sus pasos detrás de mí.

Date por vencido. Date por vencido. Corre en dirección contraria. ¡Detente! ¡Aléjate!

—¡Natia! — vocifera — ¡Natia, espera, por favor! 

No. No. No. Claro que no lo voy a esperar. Él no lo hizo antes y menos voy a hacerlo ahora. 

Sigo huyendo calle abajo como una demente. La gente se queja, me insulta o de plano me grita también por empujarlos.

¡Que les den a todos!  

Miro sobre mi hombro; él está a un par de metros detrás de distancia. 

—¡Natia —repite mi nombre —, hablemos! 

—¡No te conozco, déjame en paz! — chillo. 

Me volteo justo a tiempo para darme cuenta que frente a mí hay un par de mujeres caminando calmadamente. Alcanzo a rodear a una, pero paso a empujarla violentamente y su amiga apenas y puede alcanzar a sostenerla

—¡Lo siento! 

Grito mientras ambas me miran boquiabiertas y ofendidas. Collin sigue persiguiéndome.

El corazón me late con violencia y estoy jadeante. Comienzo a sudar como un puerco, pero mi único objetivo es estar al otro lado de la calle y llegar a mi auto. 

—¡Permiso! ¡A un lado! ¡Muévanse! — bramo escandalosamente, para que las personas de delante me dejen pasar.

La mayoría se voltea alarmada y se hace a un lado por puro reflejo, paso frente a ellos hecho una bala. 

—¡Natia! 

—¡Vete! — respondo sin mirarlo. 

El final de la calle está llegando.

—¡Natia! — grita de nuevo y tropiezo. 

Mi pie se dobla violentamente y jadeo con una mueca de dolor marcada. Maldición. ¡Joder! Suelto un par de bolsas

¡Carajo! — chillo. 

—Natia, habla conmigo, por favor — pide. 

Miro sobre mi hombro nuevamente, él casi está casi sobre mí. Recojo mis pertenencias cómo puedo y aparto el cabello de mi rostro resoplando.

Una gota de sudor baja por el lateral de mi cara y el oxígeno quema en mis pulmones.

Joder. Joder. ¡Maldito infierno! 

Aprieto los dientes y sigo corriendo, aunque ahora cojeo un poco. El tobillo me duele horrores y sé que cuando pare seré un mar de lamentaciones. Pero ahora solo necesito alejarme y llegar a salvo a mi auto que, convenientemente, se encuentra lejos.

Me tiro en plan inmortal a la calle, sin importarme el claxon de los vehículos que pitan a unos escasos metros de mí.

Me sostengo al capó de un taxi cuando casi me atropella y sigo corriendo. 

Huyo.

Me alejo.

Necesito desaparecer ahora. A mi alrededor se escuchan insultos, bocinas feroces, autos frenando con violencia y jadeos de las personas que ven mi espectáculo suicida.

El corazón se me va a salir del pecho.

Corro unos metros más y sorteo una moto que me pasa trozando el cabello.

—¡Eh, loca de m¡erda, ten cuidado! — grita un conductor enardecido cuando tiene que frenar de sopetón para no matarme. 

Le muestro el dedo medio, pero antes de poder llegar a la acera un golpe brusco y hueco, junto con la exclamación al unísono, el derrapar de un vehículo y los gritos ahogados de la gente, me detiene en seco. 

Todo el oxígeno quemando en mi interior escapa y me quedo congelada en el lugar.

Absolutamente todo queda en silencio. 

Los autos se han detenido, la gente ha cerrado sus bocazas y ni siquiera el viento interrumpe el sepulcral silencio que se ha instalado.

Ya ni siquiera logro oír mi nombre siendo vociferado y, mientras me doy vuelta lentamente, temblando de pies a cabeza y con la tensión en cada músculo de mi cuerpo, la imagen de Collin en el asfalto se graba a fuego en mi memoria: está inmóvil, tirado en el piso, en silencio. 

Mis piernas tiemblan, mi mente me dice que es la oportunidad perfecta para huir, pero mi mald¡ta conciencia me hace caminar hasta él. Y, cuando me hago paso entre la muchedumbre que rápidamente comienza a formarse a su alrededor, un grito estrangulado trepa mi garganta y me llevo una mano a la boca por la impresión. Mis rodillas finalmente ceden de sopetón al suelo y el miedo estrujan mis entrañas.

Mi corazón se paraliza y, cuando pestañeo, las lágrimas que no sabía que estaba reteniendo, se deslizan por mis mejillas. 

¿Él… él está muerto? ¿Mi ex esposo está muerto?

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