No sé cuánto tiempo llevo sentada.
Me encuentro entumecida y debo decir que ni siquiera sé en qué momento llegué.
Solo he estado aquí, en la dura silla de plástico del corredor, con la mirada perdida en los azulejos del suelo. Sobresaltándome cada poco, cuando las puertas dobles del fondo del pasillo se abren y luego decepcionándome y quedando muda nuevamente.
Me he preguntado a mí misma múltiples veces que hago aquí y la misma voz en mi cabeza, responde esa interrogante con el susurrado nombre de Collin.
Él en el asfalto, pálido e inmóvil.
El nudo en mi garganta crece dolorosamente cuando esa horrible imagen llena mi memoria. Intento tragar, pero mi garganta seca me lo impide y ese dolor trepa mi interior. Mis labios también se encuentran resecos, así que paso la punta de mi lengua en un intento de humecerlos y siento el ligero sabor salado.
Es por las lágrimas, me recuerda mi mente atribulada. Las lágrimas de impresión y miedo.
Collin se encontraba inerte, mientras la sangre alrededor de su cabeza aumentaba. El cuchicheo de la gente conmocionada, algunos gritos ahogados… mi propia e impredecible voz llamando su nombre… y luego estaba el sonido de la ambulancia. Esa mald¡ta sirena que sigue haciendo eco en mis oídos y la imagen aún vívida de los paramédicos tratando a mi ex marido moribundo.
—¡Lía!
Levanto la mirada sobresaltada para ver a mi amigo corriendo hasta mí. Es la viva imagen pálida, de desordenado cabello rubio y gesto de horror. Llevo tanto tiempo esperando en silencio, que realmente había olvidado por completo que le había llamado.
—¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? — pregunta Ross atropelladamente.
Por detrás de él viene Jules, su novio quién también es mi primo. Ambos quedan de pie frente a mí, pero es Ross quién me toma por los hombros mientras yo solo asiento como una posesa confundida.
¿En qué momento me puse de pie?
—Lía, ¿qué es lo que ocurrió? — se inclina sobre mí.
Sus ojos claros me miran de ida y vuelta, agobiados, pero cuando abro la boca no puedo hablar. He perdido completamente el habla.
Cierro los ojos y veo su cuerpo en la acera. Los abro y me encuentro con el recuerdo de él siendo tratado en la ambulancia, con dos pares de manos impidiendo lo peor.
—¡Lía! ¡Lía, vuelve, chica! ¿Qué ha ocurrido? — Ross me sacude suavemente por los hombros y abro los ojos otra vez.
Un sollozo se hace espacio entre el dolor, el nudo atenazante y la angustia y logra colarse entre mis labios.
Entonces lo cuento, con pelos y señales.
De mis labios borbotea toda la historia y milagrosamente no lloro. Tal vez es parte de lo paralizada que me siento, pero no derramo ni una lágrima mientras relato lo ocurrido… aunque ganas no me faltan.
Cuando acabo, casi sin respiración, Ross me atrae a su pecho y me envuelve entre sus fuertes brazos, a la vez que besa lo alto de mi cabeza. Solo cierro los ojos con fuerza y contengo un suspiro, implorando por despertar de este horrible sueño y estar en mi cama. Pero, cuando tras un rato de estar en silencio y en calma entre el cálido consuelo de mi mejor amigo, las puertas vuelven a abrirse de golpe.
Alzo la cabeza en un respingo, para ver a una mujer de pijama azul, lentes y aspecto cansado, espera de pie fuera de la zona de quirófano.
—¿Señora Addams? — se acerca con expresión solemne y yo me aparto de los brazos de Ross para hacerle frente. Aunque mi amigo no se queda lejos. Tanto él como mi primo se quedan a ambos lados haciéndome compañía —, soy la doctora Spencer — hace una pequeña pausa y señala la incómoda silla —. Tal vez debería sentarse.
Sacudo la cabeza y contengo la respiración.
Mis intenciones de corregirla en mi nombre se ahogan cuando observo sus ojos marrones mirarme con paciencia y tal vez un rastro de lástima. No insiste y, al final, me concede un corto asentimiento.
—Señora Addams, seré breve para que lo comprenda; su esposo ha sufrido un severo golpe en la cabeza que ha causado una grave inflamación cerebral — sus palabras tranquilas y claras, repercuten en mi interior —. En este momento su marido se encuentra estable, pero en condición crítica — siento un par de manos tomarme por los brazos, pero solo tengo ojos para la doctora Spencer quién sigue hablando —. Hemos logrado reparar su tobillo derecho. El TAC no ha mostrado heridas internas. Nuestra mayor preocupación es la contusión en la cabeza. La resonancia no nos ha ofrecido un resultado favorecedor, por lo que le hemos inducido a un coma, para mantener controlada la inflamación. El resto de las heridas son solo laceraciones que no tardarán en sanar y una contusión en las costillas que debe cuidar. Pero nuestra prioridad es mantenerlo calmado y sedado hasta que haya pasado lo peor.
Siento la boca pastosa y los ojos me pican, el cuerpo me vibra y repentinamente tengo mucho frío. Es como si todo por dentro de mí se congelara hasta la médula.
Separo los labios secos, pero no hay palabras.
Simplemente no hay palabras…
Todo en mi interior se ha esfumado.
Se siente extraño y doloroso.
Me siento extraña.
Es como si parte de mí en este momento me estuviera abandonando, pero es simplemente ridículo. El piso bajo de mis pies sigue ahí, sigo respirando, si corazón sigue latiendo, el mundo sigue normal allí afuera y no ha dejado de girar… y, aun así, aun sabiendo todo eso, un sordo dolor se hace espacio en mi pecho y me quita la respiración. Se une al molesto nudo en medio de mi garganta que también amenaza con ahogarme.
—¿Por cuánto tiempo lo tendrán en coma? ¿Y cuáles son las probabilidades de daño cerebral? — la voz de Jules se escucha firme y clara a mi lado.
Quiero mirarlo, pero no puedo apartar los ojos de la mujer frente a mí.
Ella nos ofrece una pequeña sonrisa de consuelo.
—Es difícil saber a ciencia cierta ahora mismo el pronóstico. Su recuperación, completa o no, solo está en manos de Dios, señor. No queda más que esperar su evolución. Las primeras veinticuatro horas son cruciales. Ahora mismo será trasladado a la UCI para mantenerlo vigilado. No sabremos a qué nos atenemos, hasta que haya recobrado la consciencia — hace una pausa y la veo contener algunas palabras. Lo piensa unos segundos, antes de agregar casi con velada simpatía y calma —. Podrán visitarlo dentro de un rato y hacerle compañía.
—Gracias, doctora — responde Jules o Ross, o quién sea, antes de que la doctora se retire.
No sé quién ha hablado y parece no importarme.
Me siento entumecida y un aire gélido me envuelve.
¿Desde cuándo hace tanto frío aquí?
—Venga, Lía, vamos por un té…
Asiento, niego, vuelvo a asentir… y luego soy arrastrada fuera de ese pasillo alargado, vacío, helado y siniestro.
Camino sin enterarme de nada.
No pienso, ni lloro.
Debería estar sintiendo algo ¡Lo que sea! Pero es extraño, diferente. Es el eco en medio en mi pecho que se siente rígido y rasca para poder salir a la superficie. Como si algo allí estuviera tomando vida lentamente preparado por salir a desgarrar todo a su paso. No puedo describirlo. Simplemente estoy esperando que algo aflore… que algo pase.
—Lía — sacuden mi brazo y doy un respingó. Alzo la cabeza y me encuentro la mirada de Ross estudiando mi rostro con clara preocupación —. Muñeca, ¿estás bien?
Asiento, niego y vuelvo a asentir. ¿Pero qué demonios pasa conmigo? ¿Dónde está mi voz?
—Oh, chica… — dice con tristeza y alarga la mano para tocarme, pero me encojo al contacto.
Mi piel está erizada y me estremezco con violencia.
Me abrazo a mí misma para intentar contener un poco de calor. Él se aparta y me mira intranquilo, pero no dice nada antes de quitarse la chaqueta y entregármela. Me envuelvo en ella sin chistar y me sumerjo en la tela liviana, pero el frío no se esfuma.
Ross guarda silencio, mientras me preocupo de cerrar los ojos con fuerza y volver a encontrar, en alguna parte, la mujer que soy.
¿Qué diablos me está ocurriendo? ¿Por qué demonios tiene que pasar esto justo ahora? No he visto a ese hombre por casi seis meses. No he sabido nada de él y me he ocultado lo suficientemente bien para pasar desapercibida del mundo.
Me desligué de él en el momento que firmé los papeles de divorcio y dejé mi anillo en su mesita de noche, exactamente veintiún días tras nuestra boda. Y ahora reaparece y… casi muere por perseguirme.
Ese es el hombre causante de lastimar mi corazón… de dar de baja nuestro amor.
De desconfiar de mí y… y… casi muere por perseguirme.
—Lía, se pondrá bien — afirma la voz calmada de Ross.
Acepto sus palabras en silencio y me envuelvo en el sonido de las conversaciones impares de mi alrededor y el ajetreado mundo de la cafetería del hospital, en la cual no sé cómo llegué a parar. Abro los ojos y miro ausente un punto de la mesa blanca que pronto se ve reemplazada por un vaso de cartón con humeante té.
—Le he puesto azúcar. Te ves demasiado pálida — miro a Jules sentarse frente a mí, mientras le entrega una taza de café a Ross sentado a mi lado. Su mirada castaña también es preocupada, pero su rostro se mantiene tan inexpresivo como es habitual—. Bébelo. Te hará bien.
—Gracias… — musito con voz pastosa.
Ni siquiera intento forzar una sonrisa y sé que mi agradecimiento ha sonado escueto, pero parece que justo ahora no tengo nada más que ofrecer que eso.
Alzo la taza contra mis labios, soplo y bebo un trago. La estela caliente quema todo a su paso y la siento bajar lentamente por mi garganta. Dejo la taza en la mesa y la rodeo con ambas manos. Necesito algo de calor, me siento demasiado fría…
Nos quedamos en silencio mientras ellos me hacen compañía sin saber siquiera qué decir. Me sumerjo en mis reflexiones, mientras Daughtry canta de fondo en tono ahogado en alguna parte.
¿A quién se le ocurre poner una mald¡ta canción de él en este momento?
—¿Pueden apagar eso? — alzo los ojos molestos.
Ross comienza a buscar en el maletín sobre la mesa.
Cierro los ojos con fuerza y dejo caer mi peso contra el respaldo de la silla. Me contento con que la canción haya dejado de sonar y suspiro mientras evito repetir la horrible imagen de su cuerpo laxo y ensangrentado.
Concentro mi atención en la voz de Ross y nada más que en la voz de Ross.
—¿Hola?... Sí, es su móvil… No, no lo robé. Lo encontré en el hospital — hace una pausa y eso despierta mi curiosidad y le miro. Ross escucha y tiene el ceño fruncido mientras mira la mesa y traza distraídamente figuras invisibles con el dedo sobre la superficie. Su rostro adopta una pequeña mueca —. Tuvo un accidente esta mañana. Se encuentra internado en este momento… Sí, sí. Lo comprendo... ¿Quiere mi número para poder enviarle los datos? — cabecea un momento y recita su número antes de guardar silencio —. No, no se preocupe… Bien. Está bien, nos vemos. Hasta luego.
Corta la comunicación y deja caer la mano. Detiene las figuras invisibles y toma su teléfono para teclear algo antes de dejar el aparato en paz.
—¿Quién era? — pregunto observando el móvil.
Paso los ojos al maletín de cuero marrón sobre la mesa, al lado de una bolsa de compras y mi bolso. Es de Collin. El maletín es de Collin. Un recuerdo fugaz de hace algunas horas me recuerda que son las cosas de Collin que me han entregado mientras le subían en la ambulancia. Ross vacila al responderme, pero lo hace con calma.
—Una mujer. Ha llamado una mujer.
Parpadeo y proceso sus palabras de forma lenta.
—¿Y qué quería?
Jules carraspea y Ross le mira un segundo, removiéndose incómodo… tal como el eco en medio de mi pecho.
—Saber sobre él. Le he informado donde está y dijo que vendría de inmediato — explica voz calma, pero puedo escuchar su inquietud detrás de sus palabras —. Sonaba… — hace una pausa, no demasiado seguro para continuar —..., se escuchaba afectada cuando se enteró.
Cabeceo. ¿Quién no quedaría afectado con una noticia así?
—¿Dijo quién era? — inquiero bajo.
Sacude la cabeza despacio de un lado al otro una vez.
—Solo estaba registrada como «Mi pequeño Lirio»
Parpadeo dos veces consecutivas mientras observo a mi amigo incómodo y tenso, a la espera que responda, pero solo puedo contestar con otro asentimiento seco.
Algo rasga desde el interior y hago una pequeña mueca que intento disimular apretando los labios.
Me pongo de pie, la silla chirría contra el suelo al ser arrastrada. Tambaleante, me sostengo a la mesa. Ross se pone de pie para sostener mi brazo, pero me lo quito de encima y luego vuelvo a envolverme en su chaqueta. No necesito que alguien me esté tocando ahora mismo, ni quiero tampoco algún tipo de contacto. Tengo un frío infernal que me cala desde los huesos y ganas de echar a correr y escapar de aquí para volver a mi tranquila realidad.
—¿Estás bien?
—Sí — grazno. Carraspeo, inclinándome sobre la mesa para recuperar mi bolso —. Deberíamos ir a ver cómo se encuentra.
No doy más de dos pasos adelante, cuando un crujido horrible me hace caer estrepitosamente de rodillas, apenas dándome tiempo de plantar mis manos sobre el duro suelo. La cortina de cabello corto me envuelve. Las palmas de las manos me arden y el improperio alto y claro que exclamo por el dolor hace que la bulliciosa cafetería quede repentinamente en silencio. Aprieto el aza de mi bolso con fuerza.
—¡Lía!
Ross y Jules están en menos de dos segundos a mi lado intentando levantarme. Pero soy un peso muerto y no les dejo ayudarme. Dejo mi culo en el suelo y estiro las piernas para ver mi maldito tacón derecho roto.
—Esto es... perfecto — mascullo, quitándome el zapato estropeado, de mala gana.
—¡Lía, por todos los cielos, ¿cómo te hiciste esto?! — exclama Ross con un chillido al ver el bonito color rojo y violeta de mi tobillo algo hinchado.
Me toma el pie y lo alza para estudiarlo.
Trepo la mirada a su rostro preocupado y luego la levanto lo suficiente para posar los ojos en el rostro de Jules, de labios apretados y mirada reprobadora.
Entonces, en medio del alboroto de mi amigo, de la seriedad de mi primo, del rumor que comienza a popular en el ambiente nuevamente y de algunas personas que se han acercado para prestar ayuda, una risita comienza a borbotear poco a poco en medio de mis labios hasta que va subiendo de decibeles y se convierte en un abrir y cerrar de ojos en una estruendosa y escandalosa carcajada en toda la regla.
¡Estoy en la cima de la ridiculez y aquí están los resultados de un maldito sueño! ¡Una jodida pesadilla de m¡erda que me llevó al filo de la muerte!
Mi ex marido está inconsciente.
Su nueva amante viene en camino.
Y yo estoy tirada en medio del suelo de una cafetería, riendo como una desquiciada, con las lágrimas saltando de mis ojos y el sordo eco del inusitado agujero en el pecho que contiene una peligrosa criatura que en cualquier momento puede salir a dañarme…
—¡No seas terca y siéntate de una vez! — exclama Ross, impaciente. Lo ignoro y sigo paseando de arriba a abajo frente a la cama de Collin. El tobillo me está molestando un poco, pero me lo han vendado y me he tragado un par de tabletas para disminuir el dolor. Debería estar descansando, claro, con el pie en alto y bastante hielo, pero no tengo ganas de estar quieta, incluso si el enfermero de turno me mira con una pizca de reproche mientras camino frente a la cama de mi ex marido y él termina de tomar las vitales de Collin antes de retirarse. El sonido de las máquinas le hacen compañía, declarando que está con vida, le dan un compás a mi cojeo incesante con las grandes zapatillas crocs que Jules me ha conseguido. Mi primo se ha quedado fuera, pero Ross no ha visto con buenos ojos que entrara sola a ver a mi destrozado esposo. ¡Ex marido! Es mi maldito ex esposo. —Solo lograrás que tu condición empeore, mujer. ¿Puedes hacer el favor de quedarte quieta? — gruñe por lo bajo. M
Me detengo bajo el alero de la entrada de emergencias, observando el cielo con desgana mientras me hundo más en la chaqueta. Llueve a cántaros esta tarde y el cielo está totalmente cerrado ahora. Me siento como si estuviera dentro de una malísima y cutre película, dado que el clima refleja mi estado de ánimo; furiosa, triste, desolada…, confundida. Una base primitiva que raya la ira y la desesperación. Tal como las gotas de lluvia que arremeten contra el asfalto. —¿Lía? Aparto la mirada del cielo, alzando las cejas asombrada al ver a Marco acercarse, cubierto por una ancha sombrilla oscura. Me sonríe, pero parece intrigado mientras me da un repaso y yo tengo que hacer un gran esfuerzo por fabricar una pequeña sonrisa. —Hey…, ¿qué haces aquí? —Lo mismo debería preguntar — ladea el rostro —. La última vez que te vi, estabas bien. Pero dado tu mal semblante, la venda en tu tobillo y los crocs desgastados, no estoy muy seguro de eso ahora. Abro la boca, a pesar de la sorpresa sus
SEGUNDA PARTE: LA DESGRACIA DE QUE ESTÉS DE VUELTA... Escucho como tocan la puerta de mi estudio, sobre la voz del magnífico Bon Jovi que suena a todo volumen. Pero, como me he pasado tres días completos encerrada y no me da la gana que quieran hacerme salir para enfrentar el trágico mundo donde vivimos, los ignoro al igual que antes. Sin embargo, como mi suerte estos días no es tan abundante (pongo en copiosa evidencia que se me ha agrietado mi taza favorita, que quemé mi vestido preferido con la plancha y que, en mi pedido, me trajeron pizza con brócoli, el cual odio), mi madre, que es muy ella, y que realmente cuando está preocupada de verdad no respeta privacidad alguna, entra a mi estudio abriendo de sopetón la puerta cuando a la tercera ronda de golpes no atiendo. Hace una mueca cuando me ve y me da un repaso desde el umbral con una mirada reprobadora a mi atuendo de estar en casa que me hace parecer un vagabundo de algún episodio perdido de CSI. Solo falta que entre Horati
Golpeo, grito, insulto. Sigo golpeando y gritando; chillo como poseída y tras media hora sudando la gota gorda, caigo rendida y me dejo arrastrar entre risas por Marco, fuera del ring. Le he dado dura pelea y ahora, más que nunca, mi tobillo punzante lo reciente. Duele un poco hasta respirar, pero se debe a lo agitada que estoy. El dolor puedo pasarlo por alto, siempre y cuando ya no tenga que levantarme de este alargado banquillo donde Marco me ha dejado. Me seco la frente con la manga de mi suéter. —Venga, refresca a la bestia. Marco me sobresalta cuando pone una botella fría de agua contra mi mejilla. Sonrío cuando se sienta a mi lado y me tiende una pequeña toalla. Bebo agua agradecida y me seco el sudor de la cara y el cuello. Debo parecer un desastre, pero dado que me da igual y que sí lo soy, paso por alto aquello y me concentro en cómo me siento. ¿más liviana? Un poco. ¿Quiero seguir gritando? ¡Sí! Pero mis cuerdas vocales agradecen que he dejado de hacerlo. ¿Deseo
Con las indicaciones que Jules me manda por mensaje, y una escala rápida en la recepción de enfermería, llegamos bastante rápido. Mientras nos acercamos con celeridad, no puedo evitar ver cómo Ross sostiene a Airi, abrazándola. Busco con la mirada a mi madre, que está sentada en una silla pegada a la pared, está inclinada adelante con los codos sobre las rodillas y las manos unidas en una oración silenciosa. Mi primo está sentado a su lado. Siento que la temperatura me baja con cada paso que acorto y todo el vello de mi cuerpo se eriza del miedo. ¿Murió? ¿Mi ex marido falleció? El corazón comienza a bombearme con prisa y puedo sentir el duro golpe de sus galopes en la base de mi garganta. —¿Mamá? Al escucharme ella abre los ojos y Jules también me mira, para luego escanear con ojos críticos el hombre que va a mi lado. Mi madre se pone de pie, con el rostro manchado de lágrimas y se arroja sobre mí. La recibo, confundida y con el terror cada vez más tenso en mis entrañas. —¡O
Amnesia. Collin tiene amnesia. ¡Vaya locura! Y yo que pensé que mi vida ya era del todo inestable, van y me salen con que él tiene amnesia. Y la peor parte no es esa, ahora resulta que no recuerda cómo me echó de su vida creyendo las mentiras de su entrometida y malévola madre, que, por cierto, ¿dónde está esa mala bicha? Es la segunda vez que me acuerdo de esa mujer desde que está desgracia sucedió, pero es la primera vez que me doy cuenta que no aparece. Debo preguntarle a mi madre si sabe algo de esa mala mujer, porque me gustaría darle las bofetadas que en su momento reprimí por cobardía y también por conmoción. Ojalá aparezca luego, así le devuelvo a su hijo y, de paso, le digo algunas cositas que he guardado por mucho tiempo. Para rencores soy única y creo que Raiza Addams tiene el segundo puesto en la lista de venganzas pendientes. El primer puesto es de su hijo, claro, quién fue el responsable del gran daño. ¿Quién diría que unas fotos sacadas de contexto, un poco de P
¿Qué ella es qué? Parpadeo un par de veces. Me cuesta volver a encontrar la voz, pero cuando lo hago no es más que un susurro atónito. —Eso es imposible… No puede ser cierto, Collin es el único hijo de la víbora de su madre. Sé perfectamente que no tiene hermanos y si esta mujer me quiere jugar una mala broma, pues está muy mal encaminada. —Mira — se pasa los dedos con paciencia por la frente fruncida. Tiene los labios arrugados con disgusto —, no quiero explicar esto aquí. No al menos de pie. ¿Podemos hablar o no? La miro con recelo, pero no puedo irme a casa e ignorar la tremenda revelación que me ha hecho. Sé que no dormiría y me arrepentiría después por no saber, así que asiento despacio y le hago una señal para que ambas comencemos a caminar. Ni siquiera reclamo cuando toma la delantera y guía el camino, nos movemos en silencio y mi mente no deja de especular en las miles de alternativas que abren sus palabras. ¿Será una hija perdida del padre de Collin? ¿O es que Raiza t
Me balanceo en la silla de mi estudio, con el pie en alto sobre el cajón abierto lleno de almohadas y una compresa con hielo. Debería estar terminando el boceto, pero he estado treinta minutos viendo la pantalla sin siquiera poder avanzar. La misma cantidad de tiempo desde que Jules se ha marchado de mi casa. Tras averiguar la desastrosa noticia que la descarada rubia me dio anoche, salí pitando de esa cafetería con la mente atolondrada. Ni siquiera sé cómo realmente llegué a casa. Solo recuerdo que lo primero que hice al estar aquí, fue llamar a mi primo y pedirle ayuda. Él tiene contactos en todos lados, lo sé muy bien. Jules, mi reservado y discreto primo, es de armas tomar cuando se requiere. Él mismo se encargó del reporte de la policía por el accidente de Collin y ahora me acaba de confirmar que los papeles de divorcio nunca se tramitaron…, y también rectificó la noticia del fallecimiento de Raiza. Mi taciturno primo, además, dejó un dossier con algunas cosas que pudo averigu