Con las indicaciones que Jules me manda por mensaje, y una escala rápida en la recepción de enfermería, llegamos bastante rápido. Mientras nos acercamos con celeridad, no puedo evitar ver cómo Ross sostiene a Airi, abrazándola. Busco con la mirada a mi madre, que está sentada en una silla pegada a la pared, está inclinada adelante con los codos sobre las rodillas y las manos unidas en una oración silenciosa. Mi primo está sentado a su lado. Siento que la temperatura me baja con cada paso que acorto y todo el vello de mi cuerpo se eriza del miedo. ¿Murió? ¿Mi ex marido falleció? El corazón comienza a bombearme con prisa y puedo sentir el duro golpe de sus galopes en la base de mi garganta. —¿Mamá? Al escucharme ella abre los ojos y Jules también me mira, para luego escanear con ojos críticos el hombre que va a mi lado. Mi madre se pone de pie, con el rostro manchado de lágrimas y se arroja sobre mí. La recibo, confundida y con el terror cada vez más tenso en mis entrañas. —¡O
Amnesia. Collin tiene amnesia. ¡Vaya locura! Y yo que pensé que mi vida ya era del todo inestable, van y me salen con que él tiene amnesia. Y la peor parte no es esa, ahora resulta que no recuerda cómo me echó de su vida creyendo las mentiras de su entrometida y malévola madre, que, por cierto, ¿dónde está esa mala bicha? Es la segunda vez que me acuerdo de esa mujer desde que está desgracia sucedió, pero es la primera vez que me doy cuenta que no aparece. Debo preguntarle a mi madre si sabe algo de esa mala mujer, porque me gustaría darle las bofetadas que en su momento reprimí por cobardía y también por conmoción. Ojalá aparezca luego, así le devuelvo a su hijo y, de paso, le digo algunas cositas que he guardado por mucho tiempo. Para rencores soy única y creo que Raiza Addams tiene el segundo puesto en la lista de venganzas pendientes. El primer puesto es de su hijo, claro, quién fue el responsable del gran daño. ¿Quién diría que unas fotos sacadas de contexto, un poco de P
¿Qué ella es qué? Parpadeo un par de veces. Me cuesta volver a encontrar la voz, pero cuando lo hago no es más que un susurro atónito. —Eso es imposible… No puede ser cierto, Collin es el único hijo de la víbora de su madre. Sé perfectamente que no tiene hermanos y si esta mujer me quiere jugar una mala broma, pues está muy mal encaminada. —Mira — se pasa los dedos con paciencia por la frente fruncida. Tiene los labios arrugados con disgusto —, no quiero explicar esto aquí. No al menos de pie. ¿Podemos hablar o no? La miro con recelo, pero no puedo irme a casa e ignorar la tremenda revelación que me ha hecho. Sé que no dormiría y me arrepentiría después por no saber, así que asiento despacio y le hago una señal para que ambas comencemos a caminar. Ni siquiera reclamo cuando toma la delantera y guía el camino, nos movemos en silencio y mi mente no deja de especular en las miles de alternativas que abren sus palabras. ¿Será una hija perdida del padre de Collin? ¿O es que Raiza t
Me balanceo en la silla de mi estudio, con el pie en alto sobre el cajón abierto lleno de almohadas y una compresa con hielo. Debería estar terminando el boceto, pero he estado treinta minutos viendo la pantalla sin siquiera poder avanzar. La misma cantidad de tiempo desde que Jules se ha marchado de mi casa. Tras averiguar la desastrosa noticia que la descarada rubia me dio anoche, salí pitando de esa cafetería con la mente atolondrada. Ni siquiera sé cómo realmente llegué a casa. Solo recuerdo que lo primero que hice al estar aquí, fue llamar a mi primo y pedirle ayuda. Él tiene contactos en todos lados, lo sé muy bien. Jules, mi reservado y discreto primo, es de armas tomar cuando se requiere. Él mismo se encargó del reporte de la policía por el accidente de Collin y ahora me acaba de confirmar que los papeles de divorcio nunca se tramitaron…, y también rectificó la noticia del fallecimiento de Raiza. Mi taciturno primo, además, dejó un dossier con algunas cosas que pudo averigu
—Llegas tarde — recrimina, Airi. Finjo sonreír, mientras me detengo a su lado, a mitad del pasillo del hospital. Estar aquí es deprimente, tanto o más que saber el motivo por el que me insistió a asistir esta tarde. Su llamada me sorprendió, pero no su motivo tras hablarme y fingir ser amable a pesar de lo masticada que se oían sus palabras. —Buenas tardes a ti también, Airi — digo tan alegre que la fastidio. Tuerce los labios —. ¿Por qué me esperas aquí? —No me dejan entrar a verlo, porque no soy familiar directo. —Eres su hermana — señalo. —Pero no estoy registrada con el mismo apellido — declara de muy mal humor. Se aparta un mechón de cabello de la mejilla, lleva una coleta alta que hace que su rostro se vea dulce. Se ve sofisticada incluso en jeans y ese suéter verde que resalta el color de sus ojos. Sigue sin caerme bien, pero ni yo puedo negar que la desgraciada se ve estupenda. —Además — agrega —, el nuevo turno de enfermeras no me conoce. Por lo que me negaron el
Alguien da dos golpecitos en el umbral de la puerta y me obliga a detener el trazo con el lápiz y a alzar los ojos de la tableta. Ross está en la entrada, sostenido al picaporte de la puerta, observándome con una pequeña y triste sonrisa. Contengo un suspiro pesado y sigo con lo mío. Dentro de media hora he de hablar con Marco sobre los avances que le envíe y quiero terminar la siguiente ilustración antes de esa reunión. Oigo los pasos de mi amigo adentrarse en mi estudio y quedar frente a mi mesa, pero no aparto la mirada de mi tarea. —Nena, ¿seguirás sin hablar con nadie? — murmura bajito. Aprieto los labios y sigo trazando líneas en el dibujo. Tiene razón; no me apetece charlar con él, ni con nadie. He estado muda los últimos cuatro días. Ni mi madre, ni mi amigo, ni siquiera mi reservado primo, han logrado que diga una palabra sobre lo sucedido. Aunque sé perfectamente que Airi los ha puesto al día con la escenita que monté. Aún escuece, no voy a negarlo. Como tampoco
Abro y cierro la boca, varias veces, sin encontrar la voz. Observo a mi loco marido (¡Futuro ex esposo!) de pie y empapado bajo el alero de la entrada. Tiene el cabello apelmazado contra la cabeza de lo mojado que está y la ropa, que se le pega al cuerpo, está goteando y haciendo un pequeño charquito sobre el tapete de la entrada. Se tambalea ligeramente, mientras se sostiene a los bastones y no puedo evitar mirar su pie, envuelto en una bolsa de basura que cubre la parte externa de su chándal ancho. También sostiene una bolsa blanca y me sonríe con descaro, mientras sus ojos verdes no pierden detalles de mi estupefacción. Algo en mi vientre se aprieta con fuerza y no puedo evitar recoger los dedos dentro de mis bailarinas. —¿Te comió la lengua el ratón, ángel? Exhalo, hasta llenar mis pulmones. —¿Qué diablos haces aquí? — parpadeo, confundida. —Creí que querrías algo de comer — alza ligeramente la bolsa que sostiene y vuelve a bajar la mano para sujetarse al bastón. Da un s
TERCERA PARTE: LA DESGRACIA DE QUE ESTÉS AQUÍ —Pero, ¿quién carajo te permitió entrar? — balbuceo, alucinada. Él no me hace ni caso y me acorrala contra la pared, a la cual pego la espalda en un tonto intento de huir del contacto de su cuerpo y de su mano, bastante fría por estar demasiado tiempo bajo la lluvia. Tiene los ojos verdes vidriosos y si no me engaña la luz, está un poco ruborizado. Sutil, pero allí está. Aún con todo, siento una insana atracción por su cuerpo. —El mundo puede cambiar con cada segundo, pero, a pesar de todo, me sigue encantando la boca tan sucia que tienes — susurra, inclinándose sobre mí. Respiramos el mismo aire por un momento y sus ojos vagan de los míos a mi boca. Sus intenciones son clarísimas y, aún así, estoy paralizada mientras contengo el aliento y recojo los dedos de los pies dentro de los zapatos. Aprieto los labios y lanzo dagas por los ojos. —Atrévete a besarme y terminarás de nuevo en el hospital — advierto en un hilo de voz tenso.