Como era de esperar, Collin no da su brazo a torcer. Me sigue calle abajo y me grita cuando solo he avanzado a pocos metros. —¡Natia, detente! Me quedo paralizada cuando el recuerdo de lo que pasó hace poco se abre en mi cabeza. Fue así como comenzó. ¡Y voy en la misma dirección que en ese entonces! El frío me hace estremecer y siento la boca del estómago darme un revés. No necesito otro accidente, con la suerte que traigo seré yo la próxima frente a un vehículo o peor, volverá a ser mi esposo. Tomo una temblorosa respiración y me vuelvo, justo cuando me ha alcanzado salto a salto con ayuda de sus bastones. —Ángel — murmura con el ceño fruncido, creo que quiere reprenderme pero luego su mirada pasa a la preocupación al ver mi rostro —, ¿estás bien? Recarga el bastón bajo su axila y estira la mano para tocarme el rostro, deja un leve caricia antes de que me aparte. —Claro que estoy bien — replico, aclarándome la garganta. Igual y me siento un poco mareada, pero debe ser el
CUARTA PARTE: LA DESGRACIA DE ESTAR CONTIGO.Cuando llego a casa veo que el auto de Ross sigue aquí. No me sorprende, seguro está esperando que lo ponga al día del desastre local. Suspiro abriendo la puerta. Ross se asoma desde el respaldo del sofá y me sonríe, mientras cierro. —Buenas tardes, guapa ¿Cómo salió el tratado de paz? —No tan mal — exhalo. Me dirijo al sofá, quitándome el abrigo y tirándolo en el silloncito individual de al lado. Me dejo caer en el extremo opuesto de donde está mi amigo. Recargo la cabeza sobre el respaldo y cierro los ojos mientras escucho el grito terrorífico proveniente de la pantalla. Ross y sus películas sangrientas y de terror. ¡Jesús! Estoy agotada y ni siquiera ha llegado la noche. Lo oigo levantarse. —¿Agua o algo más fuerte? — pregunta. Escucho sus pasos alejarse. Me acomodo de costado para asomarme tras el respaldo y verlo ir a mi cocina. Tomo un cojín pequeño y lo pongo en mi regazo. —¿Queda cerveza? Él indaga en mi nevera. —Sep — co
Me encierro en el viejo ropero de puertas dobles, pegado frente al muro de mi cama. Ruego porque no me encuentren y contengo el aliento mientras siento los pesados pasos entrar en la habitación. Aprieto la espalda contra el fondo, con algunas blusas y camisetas colgadas haciendo de soporte. Toco mi vientre y una parte pequeña, y aterrorizada también, se alegra de no haber sucumbido justo está noche a mi desorden nocturno por desnudarme. Al menos estoy vestida si he de enfrentar a estos hijos de puta. El móvil que tengo en mi mano se ilumina, con el nombre de Collin brillando en la pantalla. Cuelgo y agudizo el oído. Todo el cuerpo me tiembla. Siento el corazón bombearme en los oídos y el aliento contenido, quemar con violencia en mi pulmones. Pero no me atrevo a respirar por miedo a que me encuentre. Los pasos de esa persona se detienen; escucho los crujidos de las tablas de madera e intento imaginar dónde se encuentra. ¿Cerca de la entrada? ¿A mitad de la estancia? ¿Tal vez a pas
Nos pasamos varias horas en urgencias, sobre todo tras discutir con mi primo (y un poco con el irreverente de mi esposo) quiénes insistieron para que me revisaran en condiciones. Pero debo admitir que solo acepté el viaje hasta aquí para que Collin accediera a examinarse. No necesito preocuparme más aún después de todo lo que ocurrió está noche y seguramente la herida en su cabeza o la paliza que recibió no es algo para tomarse a la ligera. La policía nos siguió para poder terminar de tomarnos la declaración de lo sucedido y Collin no quiso apartarse de mí hasta que me tocó ponerme dura con él. Claro que no le gustó nada irse, pero tras una amenaza o dos, una enfermera al fin se lo llevó en una silla de ruedas para un chequeo. La uniformada Magda Rodriguez terminó rápido el papeleo y tras charlar un poco con ella, Jules la acompañó a la salida. Mi primo que todo lo sabe y conoce a todo el mundo, se encargó del resto. Ross está a mi lado ahora, mientras sostiene mi mano, y yo me enc
PRIMERA PARTE: LA DESGRACIA DE VOLVER A VERTE Despierto sobresaltada por un desagradable sueño. Me incorporo sentándome en la cama con el corazón latiéndome con rapidez y el detestable presentimiento de que aquel sueño, o más bien pesadilla, es solo un mal augurio para lo que me depara el día. Maldigo en voz alta, mientras aparto las mantas de mi cuerpo y me levanto dispuesta a remediar los presagios que me envuelven. Sé que, si no actúo con suficiente rapidez, mi único día en la oficina será un verdadero caos. Sin embargo, en cuanto doy un par de pasos distraída, pero a la vez determinada en llegar al baño, tropiezo y caigo al suelo, a duras penas teniendo tiempo para amortiguar mi caída con mi antebrazo derecho para no romperme la nariz. ¡Oh, maldito infierno! Las rodillas me duelen y el dolor no tarda en envolver desde mi muñeca hasta mi codo. —¡Maldición! ¡Carajo! ¡Joder! Me incorporo siseando y gruñendo e insultando a todo lo vivo que existe. Sopló con una tonta el ar
Acabo llegando diez minutos tarde, luego de que mi coche se pusiera en mi contra y se negara a arrancar. Y no fue hasta que, después de insultar toda mi mala suerte y prometer que si se portaba bien haría que le dieran una encerada extra y que lo llevaría a la playa un día de semana, (sé que estoy siendo absurda, pero mald¡tamente funcionó), mi coche arrancó y, aunque pisé a fondo el acelerador y me pasé un semáforo, terminé llegando de todos modos tarde. No obstante, a pesar de cubrirme de gloria por mi retraso y mi desliz cuando una página impropia con imágenes extremadamente obscenas se abrió en medio de la presentación entre el editor en jefe y el autor del momento, pude salir adelante y completar el resto de la reunión con bastante tiempo extra para responder las preguntas apropiadas y calmar mis abochornadas mejillas por el momento tan incómodo que me había tocado vivir. Ahora, después de todo, la pequeña salita de juntas está en silencio. Yo de pie en frente y con dos pares d
Salgo al sol de media mañana con la risa de Ross golpeando mi oreja a través del auricular. He dejado mis cosas en el auto, me he deshecho de mi chaqueta ejecutiva y ahora estoy paseando entre las tiendas del centro aglomerado, mientras le voy contando todo lo que ha pasado. Una de las bolsas de compras me golpea la cadera cuando levanto la mano para apartar un mechón de cabello de mi mejilla. Tengo una sonrisa pegada al rostro por sus típicos comentarios en doble sentido y aquel humor nada convencional que guarda para mí. —Nena, tienes que aceptar — responde guasón —. El tipo tiene un rostro divino y un cuerpo simplemente ¡Uau! —Primero: no me llames «nena» — reprocho con un mohín, mientras me acerco al escaparate para observar un par de bellos tacones color naranja; son hermosos y particulares. Tal vez los compre —. Segundo: ¿estás loco? Quiero trabajar con él, no sobre él... Ross ríe más fuerte. —Ya — suelta en tono malicioso —, pero no me dirás que el tipo en serio está cali
No sé cuánto tiempo llevo sentada. Me encuentro entumecida y debo decir que ni siquiera sé en qué momento llegué. Solo he estado aquí, en la dura silla de plástico del corredor, con la mirada perdida en los azulejos del suelo. Sobresaltándome cada poco, cuando las puertas dobles del fondo del pasillo se abren y luego decepcionándome y quedando muda nuevamente. Me he preguntado a mí misma múltiples veces que hago aquí y la misma voz en mi cabeza, responde esa interrogante con el susurrado nombre de Collin. Él en el asfalto, pálido e inmóvil. El nudo en mi garganta crece dolorosamente cuando esa horrible imagen llena mi memoria. Intento tragar, pero mi garganta seca me lo impide y ese dolor trepa mi interior. Mis labios también se encuentran resecos, así que paso la punta de mi lengua en un intento de humecerlos y siento el ligero sabor salado. Es por las lágrimas, me recuerda mi mente atribulada. Las lágrimas de impresión y miedo. Collin se encontraba inerte, mientras la sangr