Acabo llegando diez minutos tarde, luego de que mi coche se pusiera en mi contra y se negara a arrancar.
Y no fue hasta que, después de insultar toda mi mala suerte y prometer que si se portaba bien haría que le dieran una encerada extra y que lo llevaría a la playa un día de semana, (sé que estoy siendo absurda, pero mald¡tamente funcionó), mi coche arrancó y, aunque pisé a fondo el acelerador y me pasé un semáforo, terminé llegando de todos modos tarde.
No obstante, a pesar de cubrirme de gloria por mi retraso y mi desliz cuando una página impropia con imágenes extremadamente obscenas se abrió en medio de la presentación entre el editor en jefe y el autor del momento, pude salir adelante y completar el resto de la reunión con bastante tiempo extra para responder las preguntas apropiadas y calmar mis abochornadas mejillas por el momento tan incómodo que me había tocado vivir.
Ahora, después de todo, la pequeña salita de juntas está en silencio. Yo de pie en frente y con dos pares de ojos observándome con atención; mi jefe impertérrito, con sus ojos ámbar calmados y Scorpius deslizando la mirada con atención entre mi rostro y las imágenes que aún se proyectan detrás de mí.
Mis dibujos e ilustraciones se encuentran dispersos en la mesa frente a ellos. Mi corazón late con fuerza, tengo los nervios a flor de piel y el temor de que lo haya arruinado todo, crece como el fuego.
Pasan cinco segundos.
Luego diez.
Llegamos a los treinta y estoy cerca del ataque nervioso por su especulativa mirada sobre mi trabajo.
Minuto.
Minuto y medio.
Y lo único que quiero es gritar.
¡Digan algo!
—Me encanta — dice al final el autor.
Dejo escapar una exhalación profunda, casi desinflándome frente a sus ojos, pero me repongo con rapidez y cuadro mis hombros.
Me dedica una sonrisa afable, es cálida, y sus ojos claros son tan amables como la sinceridad que transmite su rostro.
¡Santo infierno, lo logré!
—Es exactamente lo que busco — afirma, encantado, volviendo a observar a mi jefe y luego de nuevo a mí —. Es audaz, sexi y preciso. No podría siquiera seguir buscando las palabras exactas para lo que ha propuesto.
—Usted es el experto, sí dice que no hay más palabras para abordar esto, no me queda más que creerle — digo, sonriendo.
Él suelta una risa, mientras sacude la cabeza y sus ojos brillan llenos de humor. Se levanta de la silla y le tiende la mano a mi jefe, quien también se pone de pie y acepta el gesto.
—La quiero a ella, Delmar — dice y me lanza una mirada con una hermosa sonrisa brillante.
Mis mejillas toman ligero calor, pero no dejo de sonreír, controlando mis ganas de brincar de alegría como una niña.
Mi jefe responde con un asentimiento satisfecho.
—Te dejo en buenas manos — contesta—. La señorita Doherty es brillante y sé qué hará un gran trabajo.
—No tengo dudas sobre ello — le responde a mi jefe.
Estoy pletórica, pero debo controlarme.
Mi jefe se dedica a platicar con él un poco más y como ninguno de los dos me toma atención, aprovecho el instante para desconectar mi computadora y guardar mi portafolio.
¡Santo infierno! ¡Lo logré! ¡Lo logré!
—Cuide de él, Doherty — dice mi jefe de buen humor.
Cuando levanto la mirada, él ya está en la puerta despidiéndose de nosotros.
Davis Delmar no se queda en un lugar más de lo que lo necesitan y es un as para pillar nuevos talentos, por eso es el jefe de edición en LovEly Publishing. Un jefe buenísimo. Serio, pero calmo, con sus propias reglas en el trabajo y, ¿por qué negarlo? Increíblemente guapo; con ese pelo castaño, ojazos parecidos al whisky y esa piel morena deliciosa.
Algunas de las chicas del piso de edición babean por él.
Tiene un cuerpo de infarto y una sonrisa que hace que las bragas se te bajen solas… incluso si hay un fuerte rumor de que es gay, porque jamás le han visto con ninguna mujer. Pero, aunque lo fuera, eso no le quita un ápice de hermosura. Todas seguirían coladitas por él de igual forma. Es inevitable. Y, vale, no tiene ese fuerte efecto en mí, no es mi tipo. Es exquisitamente hermoso y no me avergüenza aceptarlo, pero lo admiro. Y no me atrae sexual ni románticamente, lo cual, si lo pienso, es lo mejor para mí.
Sin líos amorosos de ningún tipo ni con nadie.
Termino de cerrar la cremallera de mi maletín y lo cuelgo en mi hombro, dispuesta a recoger el resto de mis cosas e ir a casa.
Me volteo e impacto contra un pecho firme. Trastabillo de inmediato un paso atrás.
—Lo siento — me disculpo con una sonrisita tímida.
El señor Backer me mira con una sonrisa cándida.
Es alto, más que yo, y tiene una sonrisa encantadora.
—Haremos un buen equipo — me dice, tendiéndome la mano.
—Lo mismo digo, señor Backer— la acepto de buena gana.
Porque en serio creo que así será.
Amo su trabajo; es asertivo, multifacético y, ahora, demasiado caliente para mi propio bien, su propio bien y el bien de todas las personas que están esperando ansiosos su próxima historia. Y estoy tremendamente agradecida de que mis conceptos le hayan gustado. Más bien, ¡estoy que exploto de felicidad! He estado trabajando en aquellos dibujos desde hace tres semanas. Días de los cuales me pasé encerrada en casa viendo la luz del día mínimamente, con tal de que todo saliera perfecto.
Niega mientras aun sostiene mi mano.
—Nada de formalidades, por favor. Nos estaremos viendo a menudo, me será muy incómodo ser tan formal. Asique, tutéeme, señorita Doherty, por favor.
Sonrió y alzo la barbilla.
Me gusta, tiene un aura tranquila y amigable, aunque debo admitir que de todas formas que es guapo a rabiar con su rostro masculino con barba de pocos días, su cabello negro tiernamente enroscado en las puntas, sus rasgos con la mezcla de encantador y duro, que acompañan ese par de ojos tan celestes como el cian.
Es sexi de modo encantador, como mi jefe.
—Lo haré — cabeceo —. Solo si usted me tutea también. Puede llamarme Lía.
—Soy Marco — un brillo desconocido cruza su mirada y aprieta ligeramente más mi mano, alargando mucho más nuestro saludo.
Alguien toca la puerta de la sala y, un segundo después, Sabrina abre un poco y se asoma.
—Señor Backer, la señorita Anthon ha llegado — informa y abre un poco más la puerta —. El señor Delmar dijo que podía utilizar esta sala durante la próxima hora, si así lo amerita.
—Gracias — le responde él y yo le suelto.
Sabrina se retira y deja espacio para que, entre una chica rubia, de brillantes ojos verdes silvestres, rostro fino y una tímida sonrisa.
Su paso es seguro mientras se dirige a nosotros. Lleva el cabello atado en una coleta alta y un traje color rosa pálido hermoso que se ajusta a ella de forma fantástica. Sus tacones nude, sobre todo, son lo que llaman mi atención. Esos zapatos de Channel, no pasan desapercibidos. Ya lo sabré yo bien.
Ella me dedica una corta mirada que pasa de la cortesía a la curiosidad en un parpadeo. La veo fruncir ligeramente el ceño mientras me estudia, pero tan rápido como me está observando, su mirada se dirige a Marco e inmediatamente sus mejillas adoptan un leve e inocente rubor.
—Lía, mi nueva asistente, Airi Anthon. Señorita Anthon, mi ilustradora, Lía Doherty — hace las presentaciones pertinentes.
—Un placer — ambas nos tomamos las manos y sonreímos con cortesía.
Se ve una chica dulce, su voz es melodiosa y, si no me engaña mi mirada audaz, presiento que ella siente algo por su nuevo jefe.
—Los dejaré a solas — doy un paso atrás para rodearlos y retirarme.
Marco me detiene, poniéndose justo frente a mí.
—¿Podría invitarte a cenar? — propone con suavidad.
Su mirada es un mar de calma y esperanza.
Está atento a mi reacción y yo no puedo más que mirarlo asombrada por su osadía. Me resulta realmente sorprendente su invitación, sobre todo porque será mi superior y porque nos acabamos de conocer hace poco.
Doy un breve vistazo a la chica que se mantiene en segundo plano. Su rostro ha dejado atrás el rubor y ahora se encuentra pálida, aunque sus ojos verdes no pierden detalle de ambos. Definitivamente a Airi le gusta Marco, pero mirándolo bien a él, no es de extrañar.
Vuelvo a tomarle atención y abro la boca para negar amablemente. Si bien no debe importarle los sentimientos de esta chica a la que no conozco de nada, debo admitir que no me sentiría cómoda cenando con él.
—Si serás mi ilustradora de cabecera, es mejor que comencemos a conocernos mejor — agrega, ampliando su sonrisa e interrumpiendo mi negativa —. Me gusta tener un buen equipo, Lía, y deseo de corazón que hagamos un buen trabajo.
—Marco… — comienzo, pero él nuevamente me interrumpe.
Esta vez mete la mano al interior de su chaqueta y me tiende un pequeño trozo de cartulina gris.
La acepto, con un poco de reticencia.
—No tienes que responder ahora — dice suavemente.
Puedo ver que en la cartulina oscura está impreso su nombre en letras plateadas, junto con su número de contacto y un par de direcciones electrónicas. Pensaba que solo íbamos a comunicarnos por e-mail y, si la suerte estaba de mi parte, tener reuniones una vez cada semana para que diera el visto bueno a mi avance… Pero ahora resulta que este encantador, quiere tener una cita conmigo. Y soy lo suficientemente lista para leer entre líneas y darme cuenta que nada tiene que ver con una junta de trabajo.
Me siento halagada y desconcertada.
Quiero trabajar con él, tengo muchos ánimos de hacerlo, pero no de esa manera.
—Puedes llamarme si te apetece aceptar mi propuesta o por si tienes alguna duda sobre mi trabajo — se inclina hacia adelante y planta un beso en cada mejilla, me sobresalto ligeramente ante su contacto. Luego toma distancia y me sonríe con suavidad —. Sería un honor saber de ti antes de nuestra reunión y, sobre todo, que me hagas compañía cualquier noche en un restaurante.
La lengua se me ha quedado trabada y, lo peor de todo, es que mi reacción no es nada comparada al rostro de la chica que está detrás de Marco. La pobre ha perdido definitivamente el color en las mejillas.
—Yo… — carraspeo un poco cuando recupero mi capacidad de pensar —. Lo tendré en cuenta.
Esto me supera.
Este tío es un ligón.
Es atractivo, sí, pero algo me dice que este tipo de invitaciones las hace con cualquiera que llame un mínimo de atención.
Es famoso, rico y exitoso, no es como si no pudiera permitírselo. Pero, de todos modos, me trastoca…
Acabo por despedirme con rapidez de ambos y escapo.
Los ojos de esa chica me siguen y cuando se da cuenta que le devuelvo la mirada, ella aparta los ojos en directo al suelo. Vaya…
Esto ha terminado más raro de cómo ha comenzado.
Salgo al sol de media mañana con la risa de Ross golpeando mi oreja a través del auricular. He dejado mis cosas en el auto, me he deshecho de mi chaqueta ejecutiva y ahora estoy paseando entre las tiendas del centro aglomerado, mientras le voy contando todo lo que ha pasado. Una de las bolsas de compras me golpea la cadera cuando levanto la mano para apartar un mechón de cabello de mi mejilla. Tengo una sonrisa pegada al rostro por sus típicos comentarios en doble sentido y aquel humor nada convencional que guarda para mí. —Nena, tienes que aceptar — responde guasón —. El tipo tiene un rostro divino y un cuerpo simplemente ¡Uau! —Primero: no me llames «nena» — reprocho con un mohín, mientras me acerco al escaparate para observar un par de bellos tacones color naranja; son hermosos y particulares. Tal vez los compre —. Segundo: ¿estás loco? Quiero trabajar con él, no sobre él... Ross ríe más fuerte. —Ya — suelta en tono malicioso —, pero no me dirás que el tipo en serio está cali
No sé cuánto tiempo llevo sentada. Me encuentro entumecida y debo decir que ni siquiera sé en qué momento llegué. Solo he estado aquí, en la dura silla de plástico del corredor, con la mirada perdida en los azulejos del suelo. Sobresaltándome cada poco, cuando las puertas dobles del fondo del pasillo se abren y luego decepcionándome y quedando muda nuevamente. Me he preguntado a mí misma múltiples veces que hago aquí y la misma voz en mi cabeza, responde esa interrogante con el susurrado nombre de Collin. Él en el asfalto, pálido e inmóvil. El nudo en mi garganta crece dolorosamente cuando esa horrible imagen llena mi memoria. Intento tragar, pero mi garganta seca me lo impide y ese dolor trepa mi interior. Mis labios también se encuentran resecos, así que paso la punta de mi lengua en un intento de humecerlos y siento el ligero sabor salado. Es por las lágrimas, me recuerda mi mente atribulada. Las lágrimas de impresión y miedo. Collin se encontraba inerte, mientras la sangr
—¡No seas terca y siéntate de una vez! — exclama Ross, impaciente. Lo ignoro y sigo paseando de arriba a abajo frente a la cama de Collin. El tobillo me está molestando un poco, pero me lo han vendado y me he tragado un par de tabletas para disminuir el dolor. Debería estar descansando, claro, con el pie en alto y bastante hielo, pero no tengo ganas de estar quieta, incluso si el enfermero de turno me mira con una pizca de reproche mientras camino frente a la cama de mi ex marido y él termina de tomar las vitales de Collin antes de retirarse. El sonido de las máquinas le hacen compañía, declarando que está con vida, le dan un compás a mi cojeo incesante con las grandes zapatillas crocs que Jules me ha conseguido. Mi primo se ha quedado fuera, pero Ross no ha visto con buenos ojos que entrara sola a ver a mi destrozado esposo. ¡Ex marido! Es mi maldito ex esposo. —Solo lograrás que tu condición empeore, mujer. ¿Puedes hacer el favor de quedarte quieta? — gruñe por lo bajo. M
Me detengo bajo el alero de la entrada de emergencias, observando el cielo con desgana mientras me hundo más en la chaqueta. Llueve a cántaros esta tarde y el cielo está totalmente cerrado ahora. Me siento como si estuviera dentro de una malísima y cutre película, dado que el clima refleja mi estado de ánimo; furiosa, triste, desolada…, confundida. Una base primitiva que raya la ira y la desesperación. Tal como las gotas de lluvia que arremeten contra el asfalto. —¿Lía? Aparto la mirada del cielo, alzando las cejas asombrada al ver a Marco acercarse, cubierto por una ancha sombrilla oscura. Me sonríe, pero parece intrigado mientras me da un repaso y yo tengo que hacer un gran esfuerzo por fabricar una pequeña sonrisa. —Hey…, ¿qué haces aquí? —Lo mismo debería preguntar — ladea el rostro —. La última vez que te vi, estabas bien. Pero dado tu mal semblante, la venda en tu tobillo y los crocs desgastados, no estoy muy seguro de eso ahora. Abro la boca, a pesar de la sorpresa sus
SEGUNDA PARTE: LA DESGRACIA DE QUE ESTÉS DE VUELTA... Escucho como tocan la puerta de mi estudio, sobre la voz del magnífico Bon Jovi que suena a todo volumen. Pero, como me he pasado tres días completos encerrada y no me da la gana que quieran hacerme salir para enfrentar el trágico mundo donde vivimos, los ignoro al igual que antes. Sin embargo, como mi suerte estos días no es tan abundante (pongo en copiosa evidencia que se me ha agrietado mi taza favorita, que quemé mi vestido preferido con la plancha y que, en mi pedido, me trajeron pizza con brócoli, el cual odio), mi madre, que es muy ella, y que realmente cuando está preocupada de verdad no respeta privacidad alguna, entra a mi estudio abriendo de sopetón la puerta cuando a la tercera ronda de golpes no atiendo. Hace una mueca cuando me ve y me da un repaso desde el umbral con una mirada reprobadora a mi atuendo de estar en casa que me hace parecer un vagabundo de algún episodio perdido de CSI. Solo falta que entre Horati
Golpeo, grito, insulto. Sigo golpeando y gritando; chillo como poseída y tras media hora sudando la gota gorda, caigo rendida y me dejo arrastrar entre risas por Marco, fuera del ring. Le he dado dura pelea y ahora, más que nunca, mi tobillo punzante lo reciente. Duele un poco hasta respirar, pero se debe a lo agitada que estoy. El dolor puedo pasarlo por alto, siempre y cuando ya no tenga que levantarme de este alargado banquillo donde Marco me ha dejado. Me seco la frente con la manga de mi suéter. —Venga, refresca a la bestia. Marco me sobresalta cuando pone una botella fría de agua contra mi mejilla. Sonrío cuando se sienta a mi lado y me tiende una pequeña toalla. Bebo agua agradecida y me seco el sudor de la cara y el cuello. Debo parecer un desastre, pero dado que me da igual y que sí lo soy, paso por alto aquello y me concentro en cómo me siento. ¿más liviana? Un poco. ¿Quiero seguir gritando? ¡Sí! Pero mis cuerdas vocales agradecen que he dejado de hacerlo. ¿Deseo
Con las indicaciones que Jules me manda por mensaje, y una escala rápida en la recepción de enfermería, llegamos bastante rápido. Mientras nos acercamos con celeridad, no puedo evitar ver cómo Ross sostiene a Airi, abrazándola. Busco con la mirada a mi madre, que está sentada en una silla pegada a la pared, está inclinada adelante con los codos sobre las rodillas y las manos unidas en una oración silenciosa. Mi primo está sentado a su lado. Siento que la temperatura me baja con cada paso que acorto y todo el vello de mi cuerpo se eriza del miedo. ¿Murió? ¿Mi ex marido falleció? El corazón comienza a bombearme con prisa y puedo sentir el duro golpe de sus galopes en la base de mi garganta. —¿Mamá? Al escucharme ella abre los ojos y Jules también me mira, para luego escanear con ojos críticos el hombre que va a mi lado. Mi madre se pone de pie, con el rostro manchado de lágrimas y se arroja sobre mí. La recibo, confundida y con el terror cada vez más tenso en mis entrañas. —¡O
Amnesia. Collin tiene amnesia. ¡Vaya locura! Y yo que pensé que mi vida ya era del todo inestable, van y me salen con que él tiene amnesia. Y la peor parte no es esa, ahora resulta que no recuerda cómo me echó de su vida creyendo las mentiras de su entrometida y malévola madre, que, por cierto, ¿dónde está esa mala bicha? Es la segunda vez que me acuerdo de esa mujer desde que está desgracia sucedió, pero es la primera vez que me doy cuenta que no aparece. Debo preguntarle a mi madre si sabe algo de esa mala mujer, porque me gustaría darle las bofetadas que en su momento reprimí por cobardía y también por conmoción. Ojalá aparezca luego, así le devuelvo a su hijo y, de paso, le digo algunas cositas que he guardado por mucho tiempo. Para rencores soy única y creo que Raiza Addams tiene el segundo puesto en la lista de venganzas pendientes. El primer puesto es de su hijo, claro, quién fue el responsable del gran daño. ¿Quién diría que unas fotos sacadas de contexto, un poco de P