—¡No seas terca y siéntate de una vez! — exclama Ross, impaciente.
Lo ignoro y sigo paseando de arriba a abajo frente a la cama de Collin.
El tobillo me está molestando un poco, pero me lo han vendado y me he tragado un par de tabletas para disminuir el dolor. Debería estar descansando, claro, con el pie en alto y bastante hielo, pero no tengo ganas de estar quieta, incluso si el enfermero de turno me mira con una pizca de reproche mientras camino frente a la cama de mi ex marido y él termina de tomar las vitales de Collin antes de retirarse.
El sonido de las máquinas le hacen compañía, declarando que está con vida, le dan un compás a mi cojeo incesante con las grandes zapatillas crocs que Jules me ha conseguido.
Mi primo se ha quedado fuera, pero Ross no ha visto con buenos ojos que entrara sola a ver a mi destrozado esposo.
¡Ex marido! Es mi maldito ex esposo.
—Solo lograrás que tu condición empeore, mujer. ¿Puedes hacer el favor de quedarte quieta? — gruñe por lo bajo.
Me detengo de sopetón frente a la cama y me sostengo al piecero para mantener el equilibrio y alzar un poco el pie derecho, evitando presionarlo.
Collin Addams se encuentra recostado, con el rostro con rasguños y un parche que cubre gran parte de su nuca derecha. Su pierna izquierda está en alto. Hay arañazos y hematomas que se asoman en los brazos descubiertos que dejan la bata de hospital. Tiene un aspecto espantoso… y, aún así, parece descaradamente atractivo. Con la barba de varios días oscureciendo en su rostro y los brazos llenos de venas definidas, desde donde se extiende una intravenosa. Lo noto más delgado, aunque aquello sólo acentúa su musculatura.
Se ve demasiado grande para la cama y sigue con su aspecto regio e imponente; ancho, alto y guapo, a pesar de estar en una deplorable condición. Su cabello rubio, aquel color parecido a las hojuelas de maíz y un poco a la miel, tiene partes secas y tiesas que se ven oscuras debido al rastro de sangre, pero está más largo de lo que recuerdo.
Su rostro está más delgado de lo que recuerdo.
Su cuerpo más definido y trabajado, también.
Tiene marcas nuevas que no había visto; cómo la pequeña cicatriz debajo de su ceja izquierda y también una cicatriz bajo la comisura de su labio inferior derecho.
O los tatuajes que cubren gran parte de su brazo izquierdo, desde la muñeca hasta el codo: un paisaje de marcas en tinta a color.
Frente a mí tengo a un hombre que distingo a la perfección.
A quién podría hallar con los ojos cerrados si me lo propusiera, porque desgraciadamente no puedo evitarlo, pero que, mientras más lo veo allí, dormido y sin moverse, más distintos rasgos encuentro. Ya sean nimiedades, pero las hallo… y me enfurece conocer su cuerpo de memoria, porque eso hace que tenga más presente que nunca sus cambios.
—Se pondrá bien — musita Ross, desde la silla al fondo del cuarto.
Sacudo la cabeza, sin contestar.
No es que «pueda» ponerse bien ¡Tiene que hacerlo! Así yo podré largarme y, con un poco de suerte, no volver a verlo.Había estado tan bien ocultándome, sin noticias de Collin ni de su desgraciada madre.
Había convertido mi exilio en la mejor barrera de todas. Lejos de mi lastimado corazón y sin recuerdos románticos y dolorosos. Estaba comenzando a sanar de mi matrimonio fallido y viene él a atravesarse en mi camino.
Cierro los ojos con una mueca.
Literalmente se atravesó en medio de mi vida…, otra vez.
Pero en esta ocasión no hubo tropezones y sonrisas, ni canciones de amor de fondo, ni citas espontáneas con sorpresas dulces. No. Ahora no hay nada de eso. Solo un hombre que estuvo a punto de morir por la mañana y que ahora yace inconsciente sobre la cama, pálido y débil, luchando por despertar.
Pensar en esto, en el pasado y este desafortunado presente, es una m¡erda. Sin palabras acarameladas ni ternura que endulce el momento: simplemente es una m¡erda.
Trago repetitivas veces intentando apartar el nudo grueso en la base de mi garganta, que se engrandece como el agujero que hace eco y se remueve incómodo.
Debo salir de aquí.
Necesito alejarme.
Buscar un lugar apartado y gritar.
Deseo, desesperadamente, quitarme esta sensación de irritación de la piel. La misma que me tiene erizada y extraña. Tomo una respiración trémula, lenta y continua. Mis dedos se tensan y contraen. No puedo estar más tiempo mirando el rostro del hombre que… el hombre que fue responsable de lastimarme.
—Debemos irnos — declaro y bajo el pie, ignorando la punzada que me atraviesa como una pequeña corriente eléctrica —. Su novia tiene que estar por llegar y no creo que le haga mucha gracia que su ex esposa esté aquí.
—Lía — me llama y me detengo para observarlo en silencio. Ross sacude la cabeza negando despacio y mirándome con una pizca de lástima que me irrita —. Tal vez no es lo que imaginas. Tal vez solo...
—No me importa — interrumpo —. Él rehízo su vida, tiene derecho hacerlo. Pero eso no quiere decir que deba quedarme para verlo. Me largo, Ross, tanto como si gustas como si no. Si quieres quedarte, bien. Pero no esperes que yo haga lo mismo.
Tomo mi cartera y la única bolsa de compras que he recuperado de todo este ajetreo.
Cojeo hasta la salida de la habitación.
Ross me sigue en silencio y se lo agradezco, no necesito caridad emocional ahora mismo.
Solo apartarme.
Lejos.
Muy muy lejos.
Necesito recuperar el equilibrio de mi vida…, otra vez.
Con un poco de suerte, me hartaré de trabajo y no tendré que volver a pensar en esta increíblemente desgraciada situación.
Caminamos despacio hasta la sala de espera para ir por Jules, pero cuando entramos en la triste salita blanca con más sillas jodidamente incómodas, nos detenemos en el umbral de las puertas dobles, sorprendidos.
—¿Por qué han llamado a mi madre? — pregunto y sueno como una perra resentida.
Me da igual.
Ella ni siquiera debería estar aquí.
Le lanzo una mirada de enfado a Ross y tiene la decencia de parecer arrepentido, porque me ofrece una pequeña sonrisita simpática.
¡Puede metérsela por el culo!
Apresuro mis pasos, a pesar de cojear, y llego hasta donde mi madre me espera con cara afligida y donde mi primo Jules mantiene su mismo rostro imperturbable de toda la vida.
—¡Oh, cariño! ¡Lo siento mucho!
Mamá me envuelve entre sus brazos y me quedo tensa entre su abrazo apretado y fuerte, que la hace parecer una boa constrictor.
Es de esos típicos abrazos de madres que pretenden consolar, aunque con un poco de desesperación de por medio. Tengo la teoría de que ellas piensan que, entre más fuerte, mejor podremos recomponer nuestras piezas. Ellas son un tipo de escudo cálido y reconfortante. Y a pesar de sentirme molesta con todos, incluso conmigo misma, no puedo evitar que parte (una diminuta parte) se sienta mínimamente más tranquila. Hundo la nariz en su larga melena oscura y permito relajarme por un corto instante, hasta que me aparta un poco, sin soltarme del todo, y me mira al rostro con los ojos ámbar anegados en lágrimas y preocupación pura y dura.
—Se pondrá bien, cariño. Collin es un hombre fuerte, saldrá de esto. Ya vas a ver, lo tendrás corretean…
—Por mi puede dormir eternamente si así lo desea — suelto ácidamente.
Mi madre se aparta y me mira espantada.
—¡Natia Doherty, ¿qué barbaridad estás diciendo?! — exclama molesta.
La miro impertérrita, encogiéndome de hombros.
—Lo que oíste — suspiro y me llevo dos dedos a la frente para despedirme con un sarcástico saludo militar —. Me voy. Que la pasen bien. Tengo mejores cosas que hacer.
—¡Natia! — grita mi madre furiosa cuando le doy la espalda y escapo —. ¡Natia, vuelve aquí ahora mismo!
—Marie, déjala ir. Es mejor de esa manera. Le vendrá bien descansar un poco — oigo la voz conciliadora de Jules a mis espaldas, controlando a mi molesta madre.
—Deja que descanse… — tercia bajito Ross.
Extrañamente, hasta yo misma me siento la villana de este cuento.
Es increíble cómo unos segundos y algunas decisiones precipitadas, pueden cambiar la vida de golpe.
¡Lo sabré yo bien!
Me enamoré de un hombre que me conquistó decididamente y me sorprendió cada minuto mientras estábamos juntos…, pero cuya confianza en mí se rompió tan pronto como una mísera mentira (bien enfundada y construida, debo darle méritos a la mano maestra detrás de ello), le hizo pasar de mí y lastimarme. Y todo pasó en unos pocos instantes.
Enamorarme de él fue casi inmediato.
Casarme con él fue impulsivo.
Que me pidiera el divorcio a través de una miserable carta, fue realmente humillante y sorpresivo.
Y ahora está el hecho de encontrarlo de nuevo.
Unos segundos bastaron para amarlo, para prometer amarlo toda la vida y le bastaron unos instantes para dejarme…, para estar a punto de morir.
¿Fueron mis decisiones o fueron las suyas lo que lo llevó a este estado? ¿Tendré a otra mujer con sed de sangre corriendo detrás de mí por lo que ha pasado?
Me detengo bajo el alero de la entrada de emergencias, observando el cielo con desgana mientras me hundo más en la chaqueta. Llueve a cántaros esta tarde y el cielo está totalmente cerrado ahora. Me siento como si estuviera dentro de una malísima y cutre película, dado que el clima refleja mi estado de ánimo; furiosa, triste, desolada…, confundida. Una base primitiva que raya la ira y la desesperación. Tal como las gotas de lluvia que arremeten contra el asfalto. —¿Lía? Aparto la mirada del cielo, alzando las cejas asombrada al ver a Marco acercarse, cubierto por una ancha sombrilla oscura. Me sonríe, pero parece intrigado mientras me da un repaso y yo tengo que hacer un gran esfuerzo por fabricar una pequeña sonrisa. —Hey…, ¿qué haces aquí? —Lo mismo debería preguntar — ladea el rostro —. La última vez que te vi, estabas bien. Pero dado tu mal semblante, la venda en tu tobillo y los crocs desgastados, no estoy muy seguro de eso ahora. Abro la boca, a pesar de la sorpresa sus
SEGUNDA PARTE: LA DESGRACIA DE QUE ESTÉS DE VUELTA... Escucho como tocan la puerta de mi estudio, sobre la voz del magnífico Bon Jovi que suena a todo volumen. Pero, como me he pasado tres días completos encerrada y no me da la gana que quieran hacerme salir para enfrentar el trágico mundo donde vivimos, los ignoro al igual que antes. Sin embargo, como mi suerte estos días no es tan abundante (pongo en copiosa evidencia que se me ha agrietado mi taza favorita, que quemé mi vestido preferido con la plancha y que, en mi pedido, me trajeron pizza con brócoli, el cual odio), mi madre, que es muy ella, y que realmente cuando está preocupada de verdad no respeta privacidad alguna, entra a mi estudio abriendo de sopetón la puerta cuando a la tercera ronda de golpes no atiendo. Hace una mueca cuando me ve y me da un repaso desde el umbral con una mirada reprobadora a mi atuendo de estar en casa que me hace parecer un vagabundo de algún episodio perdido de CSI. Solo falta que entre Horati
Golpeo, grito, insulto. Sigo golpeando y gritando; chillo como poseída y tras media hora sudando la gota gorda, caigo rendida y me dejo arrastrar entre risas por Marco, fuera del ring. Le he dado dura pelea y ahora, más que nunca, mi tobillo punzante lo reciente. Duele un poco hasta respirar, pero se debe a lo agitada que estoy. El dolor puedo pasarlo por alto, siempre y cuando ya no tenga que levantarme de este alargado banquillo donde Marco me ha dejado. Me seco la frente con la manga de mi suéter. —Venga, refresca a la bestia. Marco me sobresalta cuando pone una botella fría de agua contra mi mejilla. Sonrío cuando se sienta a mi lado y me tiende una pequeña toalla. Bebo agua agradecida y me seco el sudor de la cara y el cuello. Debo parecer un desastre, pero dado que me da igual y que sí lo soy, paso por alto aquello y me concentro en cómo me siento. ¿más liviana? Un poco. ¿Quiero seguir gritando? ¡Sí! Pero mis cuerdas vocales agradecen que he dejado de hacerlo. ¿Deseo
Con las indicaciones que Jules me manda por mensaje, y una escala rápida en la recepción de enfermería, llegamos bastante rápido. Mientras nos acercamos con celeridad, no puedo evitar ver cómo Ross sostiene a Airi, abrazándola. Busco con la mirada a mi madre, que está sentada en una silla pegada a la pared, está inclinada adelante con los codos sobre las rodillas y las manos unidas en una oración silenciosa. Mi primo está sentado a su lado. Siento que la temperatura me baja con cada paso que acorto y todo el vello de mi cuerpo se eriza del miedo. ¿Murió? ¿Mi ex marido falleció? El corazón comienza a bombearme con prisa y puedo sentir el duro golpe de sus galopes en la base de mi garganta. —¿Mamá? Al escucharme ella abre los ojos y Jules también me mira, para luego escanear con ojos críticos el hombre que va a mi lado. Mi madre se pone de pie, con el rostro manchado de lágrimas y se arroja sobre mí. La recibo, confundida y con el terror cada vez más tenso en mis entrañas. —¡O
Amnesia. Collin tiene amnesia. ¡Vaya locura! Y yo que pensé que mi vida ya era del todo inestable, van y me salen con que él tiene amnesia. Y la peor parte no es esa, ahora resulta que no recuerda cómo me echó de su vida creyendo las mentiras de su entrometida y malévola madre, que, por cierto, ¿dónde está esa mala bicha? Es la segunda vez que me acuerdo de esa mujer desde que está desgracia sucedió, pero es la primera vez que me doy cuenta que no aparece. Debo preguntarle a mi madre si sabe algo de esa mala mujer, porque me gustaría darle las bofetadas que en su momento reprimí por cobardía y también por conmoción. Ojalá aparezca luego, así le devuelvo a su hijo y, de paso, le digo algunas cositas que he guardado por mucho tiempo. Para rencores soy única y creo que Raiza Addams tiene el segundo puesto en la lista de venganzas pendientes. El primer puesto es de su hijo, claro, quién fue el responsable del gran daño. ¿Quién diría que unas fotos sacadas de contexto, un poco de P
¿Qué ella es qué? Parpadeo un par de veces. Me cuesta volver a encontrar la voz, pero cuando lo hago no es más que un susurro atónito. —Eso es imposible… No puede ser cierto, Collin es el único hijo de la víbora de su madre. Sé perfectamente que no tiene hermanos y si esta mujer me quiere jugar una mala broma, pues está muy mal encaminada. —Mira — se pasa los dedos con paciencia por la frente fruncida. Tiene los labios arrugados con disgusto —, no quiero explicar esto aquí. No al menos de pie. ¿Podemos hablar o no? La miro con recelo, pero no puedo irme a casa e ignorar la tremenda revelación que me ha hecho. Sé que no dormiría y me arrepentiría después por no saber, así que asiento despacio y le hago una señal para que ambas comencemos a caminar. Ni siquiera reclamo cuando toma la delantera y guía el camino, nos movemos en silencio y mi mente no deja de especular en las miles de alternativas que abren sus palabras. ¿Será una hija perdida del padre de Collin? ¿O es que Raiza t
Me balanceo en la silla de mi estudio, con el pie en alto sobre el cajón abierto lleno de almohadas y una compresa con hielo. Debería estar terminando el boceto, pero he estado treinta minutos viendo la pantalla sin siquiera poder avanzar. La misma cantidad de tiempo desde que Jules se ha marchado de mi casa. Tras averiguar la desastrosa noticia que la descarada rubia me dio anoche, salí pitando de esa cafetería con la mente atolondrada. Ni siquiera sé cómo realmente llegué a casa. Solo recuerdo que lo primero que hice al estar aquí, fue llamar a mi primo y pedirle ayuda. Él tiene contactos en todos lados, lo sé muy bien. Jules, mi reservado y discreto primo, es de armas tomar cuando se requiere. Él mismo se encargó del reporte de la policía por el accidente de Collin y ahora me acaba de confirmar que los papeles de divorcio nunca se tramitaron…, y también rectificó la noticia del fallecimiento de Raiza. Mi taciturno primo, además, dejó un dossier con algunas cosas que pudo averigu
—Llegas tarde — recrimina, Airi. Finjo sonreír, mientras me detengo a su lado, a mitad del pasillo del hospital. Estar aquí es deprimente, tanto o más que saber el motivo por el que me insistió a asistir esta tarde. Su llamada me sorprendió, pero no su motivo tras hablarme y fingir ser amable a pesar de lo masticada que se oían sus palabras. —Buenas tardes a ti también, Airi — digo tan alegre que la fastidio. Tuerce los labios —. ¿Por qué me esperas aquí? —No me dejan entrar a verlo, porque no soy familiar directo. —Eres su hermana — señalo. —Pero no estoy registrada con el mismo apellido — declara de muy mal humor. Se aparta un mechón de cabello de la mejilla, lleva una coleta alta que hace que su rostro se vea dulce. Se ve sofisticada incluso en jeans y ese suéter verde que resalta el color de sus ojos. Sigue sin caerme bien, pero ni yo puedo negar que la desgraciada se ve estupenda. —Además — agrega —, el nuevo turno de enfermeras no me conoce. Por lo que me negaron el