2.Helena Russell

Helena:

Soy Helena Russell, originaria de Baja California. Hace tres años, llegué a Nueva York siendo apenas una adolescente, huyendo de la depresión que consumía a mi padre. Su enfermedad fue un golpe devastador para mí, pero su muerte me destrozó el alma. No teníamos más familia que los dos; él me tenía a mí y yo a él.

Nuestra vida había sido acomodada, pero mi padre quebró y tuvimos que vender todo. A los 16 años, mi infierno comenzó. Desgracia tras desgracia me llevó al punto de quiebre absoluto a los 17. Recuerdo cuando mi padre me engañó, haciéndome creer que seguir adelante era lo mejor. Intenté ayudarlo, pero su enfermedad lo consumió. Sus intentos de suicidio me hicieron madurar rápido.

Hace cuatro años, nuestras vidas cambiaron para siempre. No lo juzgo; solo le pedí que luchara por mí, que no me dejara sola. En cada crisis, él parecía entenderme, pero al final, me dejó sola en este mundo.

En Nueva York, con lo poco que nos quedó, encontramos un mini departamento acogedor. Las vecinas, mujeres viudas y bondadosas, se convirtieron en la familia que no tenía.

Mi vida no ha sido fácil, pero a pesar de los obstáculos, he tenido ángeles que me han ayudado. Desde los 17 años, trabajé doble turno para mantener a mi padre y buscarle ayuda. Sin embargo, un año después de llegar a esta ciudad, mi padre murió.

Es en este momento cuando viene a mi mente el peor de mis recuerdos. Años atrás, estando en mi trabajo, recibí la llamada de Carmelita diciéndome que, al entrar a mi departamento, encontró a mi padre desmayado junto a un montón de frascos de medicina vacíos. El latir de mi corazón se paralizó, recorriendo mi espina dorsal un escalofrío y el miedo de perderlo.

Salí corriendo; afortunadamente, el departamento estaba a dos cuadras de la cafetería en la que trabajaba. Apenas podía respirar cuando llegué y ya estaban los paramédicos ayudándolo. Con temor me acerqué, se me partió el alma al ver al amor de mi vida, a mi padre, en ese estado. Algo dentro de mí me decía que esta sería la última vez que lo vería, pero otra parte no se daba por vencida. Dos veces luché para evitar que esto pasara y hoy me siento impotente al ver que la carita de mi padre está tan pálida, casi sin vida. Lágrimas traicioneras salen de mis ojos; aunque mi espíritu lucha por contenerlas, mi corazón se rompe.

—Papá, no me abandones, yo te amo —le dije, tomando su mano y acercándome a él.

Abrió sus hermosos ojitos, tan iguales y diferentes a los míos. Él ya no tenía vida, pero en un último suspiro me dijo:

—Perdóname, mi amor, perdón por no tener la fuerza para seguir luchando, pero ya no puedo más… —y con su último aliento pude escuchar su último— Te amo…

Ese fue mi punto de quiebre y, como una niña, me lancé a su cuerpo. Aún conservaba su calor. No pude evitar reclamarle por dejarme sola:

—Papá, no me dejes, ¿por qué me haces esto? Los padres deben cuidar a sus hijos, no me hagas sufrir así, dime que estás vivo, papá… —grité con todo el dolor que esto estaba dejando en mí.

La muerte de mi padre fue como un huracán que arrasó con todo lo bueno que yo tenía. Me quedé sola, sin rumbo, sin esperanza. ¿Qué más podía sentir una joven de apenas 18 años sin familia, una joven que luchó en vano para salvar a su padre del monstruo de la depresión? Ese monstruo es silencioso, invisible, pero inevitablemente letal. Solo quien lo padece puede entender lo duro que es levantarse por las mañanas, mirarse al espejo y no encontrar razones para seguir viviendo.

El dolor era tan intenso que sentía que me ahogaba. No podía respirar, no podía pensar. Solo podía sentir el vacío que había dejado su partida. Solo quedó ese departamento en el que viví. Ese que apesar de ser pequeño, pero que sin él se sientio como el más grande de los desiertos.

Conocer a @misterT fue un regalo después de su muerte. No estoy segura de cómo ocurrió, pero un día recibí una invitación en una plataforma digital y la acepté. Así se convirtió en mi amigo virtual, mi refugio. Sus palabras de consuelo y apoyo incondicional me ayudaron a levantarme de las cenizas. Me hizo ver que aún había vida después de la muerte de mi padre.

Gracias a él, conocí la Fundación Carson y obtuve una beca para estudiar programación de software, mi pasión. Sin embargo, el destino no me dio tregua. Un día, recibí una llamada que me hizo temblar. Era el dueño del edificio donde vivía, informándome que debía dejar el departamento porque no podía pagar el alquiler. Me quedé sin palabras, sin aire. ¿Dónde iba a ir? ¿Qué iba a hacer? El pánico se apoderó de mí. Pero entonces, recordé las palabras de @misterT: “No estás sola, Helena. Hay gente que te quiere y te apoyará”. Sus palabras fueron un bálsamo de consuelo.

Doña Carmelita, mi vecina, se convirtió en la abuelita que la vida me dio, mi única familia. Ella se apiadó de mí y me permitió vivir con ella en su pequeño departamento. Sin duda, no tenía tiempo para sangrar ni drenar mi dolor. Si me encerraba a llorar, el mundo allá afuera seguiría girando. Así fue como no me di por vencida. Regresé a trabajar medio tiempo, aproveché mi beca y ahora cuido de Carmelita, aunque en realidad es ella quien cuida de mí.

Pero entonces, algo cambió. @misterT, mi amigo virtual, se convirtió en mi refugio. Sus palabras de consuelo, apoyo incondicional, me ayudaron a levantarme de las cenizas. Me hizo ver que aún había vida después de la muerte de mi padre.

La oscuridad que me rodeaba comenzó a disiparse, y una luz tenue se asomó en el horizonte. Pero, ¿sería suficiente para iluminar mi camino? Solo el tiempo lo diría, sin embargo en lo más profundo de mi corazón sé que todo lo malo que me ha pasado solo es culpa de él , de METASPLOIT, y solo pido al cielo que me de algún día la oportunidad de encontrarlo y hacerle pagar lo que le hizo a mi padre.

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