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6.¡Salve a mi abuelita!

THOMAS

Me quedó paralizado al verla y malos recuerdos llegan a mi, no puedo con la presión y ventajosamente encuentro un taxi el cual me llevará a mi refugio.

Al llegar a mi departamento tomo mis tres vasos de coñac, aunque parece no ser esta la ocasión en la que pueda calmarme, decido darme un baño, relajarme nuevamente y evitar pensar.

HELENA

Hoy fue un día muy cansado para mí, pero por fin estoy llegando a mi departamento para descansar. Cuando abro la puerta y miro en la sala, veo a Carmelita desmayada. Me asusto tanto que mi primera reacción es llamar al 911.

No sé de dónde saqué las fuerzas suficientes para evitar que mi cuerpo colapse del dolor al verla así. Los paramédicos la atendieron y nos llevaron al hospital central, donde la atendieron de inmediato.

Agradezco tanto al doctor que la atiende con mucho amor. Me mira y me pregunta quién es ella para mí. Sin dudarlo, le dije:

—Es mi abuelita— conteniendo algunas lágrimas.

No pude evitar que, desde el momento en que la encontré, los malos recuerdos llegaran a mi mente junto a nuevos miedos de perder a la única persona que me brinda amor en este mundo y que ella me dejara sola, me atormentaba.

No puedo contener mi angustia. Miro al doctor con ojos suplicantes y le ruego desde lo más profundo de mi corazón:

—Por favor, salve a mi abuelita. No puedo perderla—. Mi voz tiembla amenazando quebrarse.

El doctor me toma de las manos, transmitiéndome una calidez reconfortante.

—Cálmese, señorita. Haré todo lo posible. Está en buenas manos—, dice con una sonrisa .

En sus ojos veo una paz que me da esperanza. Me siento vulnerable, pero decido confiar en él.

—Es la primera vez en mucho tiempo que voy a confiar en alguien—, le digo con lágrimas en los ojos. —Le ruego no me falle. No puedo perderla.—

El doctor me mira con compasión y asiente. Luego, me abraza inesperadamente.

—Prometo no fallarte—, dice con convicción, antes de marcharse a atender a mi abuelita.

Aún siento el calor de ese abrazo, que me reconfortó en medio de mi desesperación. En la sala de espera, rezo fervientemente para que nada le pase a Carmelita. Mi corazón late con ansiedad, pero tengo una pequeña esperanza.

No sé cuánto tiempo pasó, pero sé que ya debe ser la madrugada cuando el doctor sale, me busca y se acerca:

—Tu abuelita está estable—, me dice con ternura.

Sin querer, me pierdo en la profundidad de sus ojos azules, y lágrimas silenciosas escapan de mis ojos. No sé qué cara puse, pero ante él mostré mi dolor.

Hace mucho tiempo que no sentía este miedo de perder a alguien que amo. El doctor, mirándome, me abrazó. Un abrazo de consuelo, un abrazo de fortaleza, uno que te dice “no estás sola”, “sé fuerte”. Un abrazo que añoraba, y sin quererlo, en él encontré ese cobijo que necesitaba para desahogar mi alma.

El doctor, con una bondad que parecía infinita, me llevó a un lado para hablar conmigo. Su voz era suave y tranquilizadora, como si supiera exactamente lo que deseaba escuchar en ese momento.

—Señorita, su abuelita Carmelita está estable ahora, pero hay algo importante que debo decirle —comenzó, mirándome con esos ojos azules llenos de comprensión.—Hemos descubierto que tiene diabetes, una condición que no ha sido tratada adecuadamente.—

Sentí un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. El doctor, notando mi preocupación, continuó con una sonrisa reconfortante.

—No se preocupe, estamos aquí para ayudarla. A partir de ahora, su abuelita deberá seguir un tratamiento específico para controlar su diabetes. Esto incluirá medicamentos, una dieta adecuada y chequeos regulares.— me habla en tono profesional.

Me tomó de las manos nuevamente, transmitiéndome una calidez que me hizo sentir menos sola en ese momento tan difícil.

—Entiendo que esto puede ser abrumador, pero quiero que sepa que no está sola en esto. Estaremos aquí para guiarla y asegurarnos de que su abuelita reciba el mejor cuidado posible.— siento su sinceridad y apoyo.

Sus palabras, llenas de empatía y profesionalismo, me dieron una nueva esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía confiar en alguien más.

— Por el momento ella está estable aquí la cuidaremos bien, le recomiendo que vaya a comer algo, así usted estará más fuerte para cuidar a su abuelita— me dice guiñándome un ojo, se lo veía muy gracioso ; sentí como si me estuviera tratando como a una niña, por eso sonreí, y acepté.

Me explicó en donde podía alimentarme, y que él cuidaría personalmente de Carmelita hasta que yo regrese, definitivamente conocer a este doctor hoy era mi mayor bendición en mucho tiempo.

El doctor me dedicó otra sonrisa antes de marcharse, dejándome con la certeza de que estábamos en buenas manos.

Eran ya casi las 3:00am por lo cual regrese al hospital, hacía un poco de frío y use mi capucha, mientras me la colocaba tuve un raro sentimiento uno conocido como si alguien me observara…..

Me paré en la entrada, miré hacia atrás, pero no vi nada fuera de lo común. Con un suspiro, entré en busca del doctor que me había ayudado tanto. No sabía su nombre, pero había traído un café, esperando que fuera de su agrado. En mi adolescencia, aprendí a reconocer el café perfecto para cada momento.

Sumergida en mis pensamientos, sonreí por mi conocimiento de tipos de café. Pero mi distracción se acabó cuando me choqué con un cuerpo fuerte. Al mirar hacia arriba, me di cuenta de que era el doctor que me había ayudado.

No me había percatado de lo alto y fuerte que era. Su cabello rubio y facciones varoniles me llamaron la atención. Sus ojos azules, profundos y penetrantes, me hicieron sentir un escalofrío. Rápidamente, dirigí mi vista hacia su bata y leí su nombre: Doctor Derek Adams.

—¡Doctor Adams!",— dije, tratando de ocultar mi sorpresa.

El doctor sonrió .

—¿En qué puedo ayudarte?—, preguntó, con una voz cálida y amable.

—Traje un café para usted—, dije, extendiendo el vaso. —Espero que le guste.—

El doctor tomó el vaso y olió el café.

—Mmm, huele delicioso. Gracias—dijo, sonriendo.

—¿Cómo está?—, pregunté

—Estoy bien, gracias—respondió. Con un tono gracioso

Yo sonreí, y con timidez le dije:

—Nooo…..mmm pues me refería a ¿cómo está mi abuelita?—

El doctor dio una pequeña carcajada que me contagió de su buen humor.

—lo sé, solo quería hacerte sonreír, y creo que lo logré— me dice, haciendo que me ruborice ligeramente.

—Ella está bien, y lo seguirá estando con el cuidado adecuado; no te preocupes te queda abuelita por mucho tiempo— dijo nuevamente tratando de ser gracioso.

Y vaya que tenía un sentido del humor agradable que me hizo sonreír algunas veces, era gracioso.

— Pero cuéntame y tú, ¿cómo te sientes después de lo que pasó?—

—Estoy bien—dije, sonriendo débilmente. —Gracias a usted.—

El doctor asintió y tomó un sorbo de café. —Es un placer ayudar— dijo.

Está noche fue un remolino de emociones.

—Doctor ¿cuando podré ver a mi abuelita ?— le pregunté.

Se paró de su silla y tomó mi mano haciéndome parar también y me dijo:

—ven conmigo, vamos a que veas a tu abuelita—

Me dio emoción de poder abrazar a Carmelita, aunque sin darme cuenta el doctor y yo íbamos de la mano.

¿Qué me hizo sentir esto? Pues………

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