Con el poder recién consolidado en sus manos, Lucius no dejó lugar para la duda o la vacilación. Con una determinación fría y calculadora, ordenó el arresto de Publius Caesar, temiendo que su antiguo rival pudiera representar una amenaza para su nuevo reinado. Los soldados, cumpliendo obedientemente las órdenes de su nuevo emperador, se abalanzaron sobre Publius y lo arrastraron hacia las sombrías profundidades de las mazmorras del palacio.Mientras tanto, Irene fue llevada ante Lucius, cuyos ojos brillaban con una mezcla de lujuria y poder mientras la observaba con atención. Sabía que, como esposa de Publius, Irene poseía una posición privilegiada en el imperio y, como tal, podía ser un valioso peón en su juego de dominio y control.—Mi querida Irene —murmuró Lucius, su voz suave pero cargada de malicia— has llegado a un momento crucial en tu vida. Ahora que tu esposo está fuera del camino, tengo planes para ti.Irene lo miró con desconfianza, consciente de las intenciones ocultas de
La ceremonia de matrimonio se llevó a cabo con una pompa grotesca que Irene sintió como una burla cruel a su libertad. Lucius, enfundado en un manto púrpura que ahora le pertenecía como emperador, la tomó del brazo con una sonrisa de triunfo, mientras la corte observaba con silenciosa sumisión. Los soldados permanecían en formación rígida, testigos mudos de un enlace que carecía de amor y estaba impregnado de imposición y estrategias de poder.Irene, vestida con un traje nupcial resplandeciente que parecía desafiar el oscuro destino que la rodeaba, caminó hacia el altar con una expresión pétrea. En sus ojos brillaba una mezcla de odio y determinación. Si los asistentes esperaban ver a una mujer rota, se llevaron una sorpresa: la postura de Irene era altiva, su porte, regio. No era una víctima, sino una cazadora que aguardaba el momento exacto para lanzar su ataque.Durante el banquete posterior, Lucius estaba eufórico, levantando su copa una y otra vez para celebrar su victoria sobre
Las puertas de la gran mansión se abrieron ante sus ojos. Irene observó maravillada los árboles con ramas recortadas que custodiaban todo el camino que conducía a la mansión.Al bajar del carruaje, Irene acomodó el velo rojo sobre su cabeza y bajó con rapidez.Si en su vida le hubiesen dicho que viviría en aquella mansión y que se convertiría en la esposa de un patricio, Irene jamás lo creería… Ahora, tenía una nueva oportunidad ante sus ojos. Sin embargo, le daba mucho miedo enfrentarse a Publius Caesar.Irene entró a la mansión. La belleza del lugar se perdió de inmediato en cuanto ingresó. ¿Por qué de repente aquel lugar se sentía frío y aterrador? Las sobras se cernían sobre ella. Estaba segura de que se estaba asfixiando por dentro.Estaba realmente abrumada, quería estar en cualquier lugar menos allí.Irene respiró profundamente y se exaltó cuando notó que una criada de la mansión del gran tutor la sujetó del brazo y la arrastró hacia el interior. Trastabilló con el dobladillo d
Meses antes...Cuando Irene se enteró de que la mujer más digna del imperio residía en la ciudad de Roma, no pudo evitar preguntar a su madre como era dicha ciudad y por qué esa mujer residía allí. Lejos de comprender el significado de las palabras de su madre, Irene solo pensó en ingresar algún día a Roma y convertirse en la más respetada de todas las mujeres.Sin embargo, pronto descubrió que, siendo una prisionera de guerra y de origen griego, solo podía ser una pobre esclava.Desde ese día, su futuro estuvo plagado de espinas y humo. Había sido una niña consentida, pero aquel recuerdo se había convertido en algo borroso. Sus padres no habían conservado la gracia y la fortuna, siendo víctimas de un fatal accidente mientras huían de la guerra. Estaba sola en compañía de su hermana menor, una chica de trece años que había afrontado la desgracia junto a ella. Aquella niña, se había hecho adulta siendo tan solo una pequeña. Sus padres habían sido grandes personas, pero sus nombres pr
Mientras salía de la habitación de su ama, Irene observó al joven Gayo entrar a la mansión. Él era un importante erudito de la familia. Si bien no era un patricio, el estatus que él poseía era bastante elevado en comparación del de ella, que era una plebeya, antes una esclava.Irene se desplazó sutilmente y le observó detrás del imponente poste blanco.Sus ojos cristalinos miraron con curiosidad y embeleso como el muchacho caminaba hacia la casa central de la mansión. Ella había hablado con Gayo en varias ocasiones, él era un hombre culto, era inteligente y atractivo. Sin embargo, ella no debía aspirar a más.Irene replicó en su mente. Después de todo, ella quería convertirse en la esposa de un patricio, ¿no era digna de un erudito? Pese a todo, muy en el fondo, Irene sabía que era difícil conseguir algo por sí misma. Sonaría poco honrado y hasta descarado, pero debía optar por otras formas sutiles, que no implicaran destacar con talento. El talento estaba de más cuando se nacía sien
Con la orden final del pretor, Irene fue enviada hacia Roma, en donde se celebraría la auspiciosa boda.Antes de salir de la mansión, la señoría Irene entró a la habitación y ayudó a prepararla. Pues, tenían mucho trabajo por hacer.—Irene, ¿estás segura? —preguntó Galiana—. Te extrañaré mucho, no sé si esta es una buena decisión. Además, ¿qué pasará si él se entera demasiado pronto?—No debe preocuparse, él no sospechará… no por ahora.Irene por fin fue ataviada con la túnica blanca y los collares de perlas de la familia del gobernador de Macedonia. Finalmente, Galiana misma le ajustó el cinturón a Irene y la dejó salir de la habitación hacia el carruaje que esperaba en la entrada de la mansión.La tarea en ella había sido rigurosa. Pues, físicamente Irene y Galiana no eran nada parecidas. Al final de la jornada, el cabello rubio de Irene se manchó con tintura negra, consiguiendo una tonalidad parecida al de la hija del gobernador.Cuando Irene montó en el carruaje, conectó la mirada
Irene caminó hacia el interior de su nueva habitación y observó en silencio la majestuosidad del lugar. Parecía que para la gente rica aquello era muy normal. Aun no podía comprender como otros vivían en la abundancia mientras que otros morían sin esperanza y en la miseria. Irene se sentó en el tocador y vio su rostro enrojecido. Se seguía sintiendo incómoda, pues no había lavado su cabello y tan solo había quitado la sangre con una toalla, ya que temía que la tintura oscura se saliera. Allí aceptó que debía conseguir más tinte negro antes de que el tutor imperial descubriese su secreto. Viéndose frente al espejo, Irene le señaló a su criada el peine. Quería que peinara su cabello, quería recordar lo que era que otra persona la peinase. El ultimo recuerdo de su madre era ese; una noche tranquila, ella sentada en el suelo y la mujer peinando sus cabellos dorados. —Péiname —ordenó Irene con suavidad a Jonia. Jonia la observó a través del espejo y le sonrió con desprecio. Sujetó el pe
Irene conocía cada rincón y recoveco de la imponente mansión en la que habitaba junto a su esposo, Publius Caesar. Sin embargo, había un lugar en particular que siempre había sido un misterio para ella, una habitación secreta en la que su esposo pasaba horas sin que nadie supiera qué hacía allí. La curiosidad finalmente la venció y, una noche, mientras creía que su esposo dormía profundamente, Irene decidió investigar. Con sigilo, abrió la puerta de la habitación secreta y, con un pequeño candelabro en la mano, se adentró en la oscuridad. De repente, una figura surgió de la oscuridad. Era Publius, su esposo, y sus ojos la miraban con una mezcla de ira y reprobación. Era como si supiera que ella lo estaba vigilando desde el primer momento. Sin decir una palabra, Irene se dio cuenta de que había cruzado una línea.Irene trató de retroceder, pero la pared le impedía escapar. Publius se acercó a ella con determinación, su presencia imponente la dejaba sin aliento. Ella le tenía miedo, per