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Sin embargo, en medio del caos y la confusión, Publius actuó con rapidez. Con reflejos felinos, se lanzó hacia adelante y agarró la mano de Irene en un movimiento desesperado. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de los de ella, su agarre firme y seguro mientras la detenía en su caída hacia la oscuridad. Un suspiro de alivio se escapó de los labios de la multitud cuando vieron a Publius atrapar a Irene, evitando que se estrellara contra las rocas del abismo. Sus corazones latían con fuerza mientras observaban la escena con incredulidad y asombro. Irene colgaba del borde del acantilado, sostenida por Publius, quien la miraba con preocupación y determinación. Aunque el peligro aún no había pasado, el hecho de que estuviera en los brazos de Publius le brindaba cierto consuelo y seguridad en medio del caos que los rodeaba. Con un esfuerzo concentrado, Publius logró levantar a Irene de nuevo al nivel del suelo, alejándola del borde del abismo con cuidado. La multitud estalló en apl
Lucius, con su habitual astucia y maestría en los juegos políticos, planeó cuidadosamente el encuentro entre Galiana y el emperador. Sabía que necesitaba ganarse el favor y confianza del monarca para asegurar su posición en la corte y que la presencia seductora de Galiana sería la llave para lograrlo.Con discreción, Lucius esperó ser convocador por el emperador y le sugirió la idea de invitar a Galiana a sus aposentos, asegurándole que su presencia sería una adición placentera a la velada. Utilizó su habilidad para leer las señales y manipular situaciones a su favor para convencer al emperador de que era una decisión acertada.El emperador, intrigado por la sugerencia de Lucius y atraído por la promesa de la compañía de Galiana, aceptó de buena gana la propuesta. Con un gesto de su mano, indicó que Galiana fuera invitada a sus aposentos esa misma noche, ansioso por disfrutar de su encanto y seducción.Galiana se acercó al emperador con una gracia felina, su figura envuelta en una te
Las puertas de la gran mansión se abrieron ante sus ojos. Irene observó maravillada los árboles con ramas recortadas que custodiaban todo el camino que conducía a la mansión.Al bajar del carruaje, Irene acomodó el velo rojo sobre su cabeza y bajó con rapidez.Si en su vida le hubiesen dicho que viviría en aquella mansión y que se convertiría en la esposa de un patricio, Irene jamás lo creería… Ahora, tenía una nueva oportunidad ante sus ojos. Sin embargo, le daba mucho miedo enfrentarse a Publius Caesar.Irene entró a la mansión. La belleza del lugar se perdió de inmediato en cuanto ingresó. ¿Por qué de repente aquel lugar se sentía frío y aterrador? Las sobras se cernían sobre ella. Estaba segura de que se estaba asfixiando por dentro.Estaba realmente abrumada, quería estar en cualquier lugar menos allí.Irene respiró profundamente y se exaltó cuando notó que una criada de la mansión del gran tutor la sujetó del brazo y la arrastró hacia el interior. Trastabilló con el dobladillo d
Meses antes...Cuando Irene se enteró de que la mujer más digna del imperio residía en la ciudad de Roma, no pudo evitar preguntar a su madre como era dicha ciudad y por qué esa mujer residía allí. Lejos de comprender el significado de las palabras de su madre, Irene solo pensó en ingresar algún día a Roma y convertirse en la más respetada de todas las mujeres.Sin embargo, pronto descubrió que, siendo una prisionera de guerra y de origen griego, solo podía ser una pobre esclava.Desde ese día, su futuro estuvo plagado de espinas y humo. Había sido una niña consentida, pero aquel recuerdo se había convertido en algo borroso. Sus padres no habían conservado la gracia y la fortuna, siendo víctimas de un fatal accidente mientras huían de la guerra. Estaba sola en compañía de su hermana menor, una chica de trece años que había afrontado la desgracia junto a ella. Aquella niña, se había hecho adulta siendo tan solo una pequeña. Sus padres habían sido grandes personas, pero sus nombres pr
Mientras salía de la habitación de su ama, Irene observó al joven Gayo entrar a la mansión. Él era un importante erudito de la familia. Si bien no era un patricio, el estatus que él poseía era bastante elevado en comparación del de ella, que era una plebeya, antes una esclava.Irene se desplazó sutilmente y le observó detrás del imponente poste blanco.Sus ojos cristalinos miraron con curiosidad y embeleso como el muchacho caminaba hacia la casa central de la mansión. Ella había hablado con Gayo en varias ocasiones, él era un hombre culto, era inteligente y atractivo. Sin embargo, ella no debía aspirar a más.Irene replicó en su mente. Después de todo, ella quería convertirse en la esposa de un patricio, ¿no era digna de un erudito? Pese a todo, muy en el fondo, Irene sabía que era difícil conseguir algo por sí misma. Sonaría poco honrado y hasta descarado, pero debía optar por otras formas sutiles, que no implicaran destacar con talento. El talento estaba de más cuando se nacía sien
Con la orden final del pretor, Irene fue enviada hacia Roma, en donde se celebraría la auspiciosa boda.Antes de salir de la mansión, la señoría Irene entró a la habitación y ayudó a prepararla. Pues, tenían mucho trabajo por hacer.—Irene, ¿estás segura? —preguntó Galiana—. Te extrañaré mucho, no sé si esta es una buena decisión. Además, ¿qué pasará si él se entera demasiado pronto?—No debe preocuparse, él no sospechará… no por ahora.Irene por fin fue ataviada con la túnica blanca y los collares de perlas de la familia del gobernador de Macedonia. Finalmente, Galiana misma le ajustó el cinturón a Irene y la dejó salir de la habitación hacia el carruaje que esperaba en la entrada de la mansión.La tarea en ella había sido rigurosa. Pues, físicamente Irene y Galiana no eran nada parecidas. Al final de la jornada, el cabello rubio de Irene se manchó con tintura negra, consiguiendo una tonalidad parecida al de la hija del gobernador.Cuando Irene montó en el carruaje, conectó la mirada
Irene caminó hacia el interior de su nueva habitación y observó en silencio la majestuosidad del lugar. Parecía que para la gente rica aquello era muy normal. Aun no podía comprender como otros vivían en la abundancia mientras que otros morían sin esperanza y en la miseria. Irene se sentó en el tocador y vio su rostro enrojecido. Se seguía sintiendo incómoda, pues no había lavado su cabello y tan solo había quitado la sangre con una toalla, ya que temía que la tintura oscura se saliera. Allí aceptó que debía conseguir más tinte negro antes de que el tutor imperial descubriese su secreto. Viéndose frente al espejo, Irene le señaló a su criada el peine. Quería que peinara su cabello, quería recordar lo que era que otra persona la peinase. El ultimo recuerdo de su madre era ese; una noche tranquila, ella sentada en el suelo y la mujer peinando sus cabellos dorados. —Péiname —ordenó Irene con suavidad a Jonia. Jonia la observó a través del espejo y le sonrió con desprecio. Sujetó el pe
Irene conocía cada rincón y recoveco de la imponente mansión en la que habitaba junto a su esposo, Publius Caesar. Sin embargo, había un lugar en particular que siempre había sido un misterio para ella, una habitación secreta en la que su esposo pasaba horas sin que nadie supiera qué hacía allí. La curiosidad finalmente la venció y, una noche, mientras creía que su esposo dormía profundamente, Irene decidió investigar. Con sigilo, abrió la puerta de la habitación secreta y, con un pequeño candelabro en la mano, se adentró en la oscuridad. De repente, una figura surgió de la oscuridad. Era Publius, su esposo, y sus ojos la miraban con una mezcla de ira y reprobación. Era como si supiera que ella lo estaba vigilando desde el primer momento. Sin decir una palabra, Irene se dio cuenta de que había cruzado una línea.Irene trató de retroceder, pero la pared le impedía escapar. Publius se acercó a ella con determinación, su presencia imponente la dejaba sin aliento. Ella le tenía miedo, per