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Irene caminaba por los pasillos del palacio con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que vio a su hermana Hemera, y ahora, gracias a una orden del emperador, tendría la oportunidad de reunirse con ella una vez más. Aunque el emperador no había demostrado abiertamente su confianza en Irene, el simple hecho de permitirle ver a Hemera era un gesto significativo. Finalmente, llegó a la puerta de la habitación donde se encontraba Hemera. Respiró hondo antes de abrir la puerta y entrar con paso decidido. Hemera estaba sentada junto a la ventana, con una expresión de sorpresa al ver a Irene entrar. —Irene... Irene se acercó a ella con una sonrisa emocionada, sin poder contener la alegría de volver a ver a su hermana. —Hemera, hermana mía... Es tan bueno verte de nuevo. Hemera se lanzó a los brazos de Irene, abrazándola con fuerza como si temiera que desapareciera si la soltaba. —No puedo creer que estés aquí. Pensé que nunca volvería
El gran salón del palacio imperial estaba lleno de expectación cuando el emperador subió al estrado para dirigirse a su corte. Todos los presentes, desde los nobles más altos hasta los sirvientes más humildes, se habían congregado para escuchar sus palabras. El emperador contempló a su audiencia con solemnidad antes de continuar su anuncio. —¡Honorables cortesanos y leales súbditos del imperio! Ha llegado el momento de demostrar la fuerza y la destreza de nuestros hombres más valientes. Por ello, anuncio la celebración de un gran torneo que determinará nuevos puestos en nuestro imperio. El murmullo de emoción se extendió por la sala mientras los presentes absorbían la noticia. Todos los hombres del palacio serían llamados a participar en esta competencia, un desafío de habilidad y valentía que determinaría quiénes serían dignos de servir en roles de mayor importancia en el imperio. El emperador continuó explicando las reglas y los detalles del torneo, mientras los corazones de los
Sin embargo, en medio del caos y la confusión, Publius actuó con rapidez. Con reflejos felinos, se lanzó hacia adelante y agarró la mano de Irene en un movimiento desesperado. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de los de ella, su agarre firme y seguro mientras la detenía en su caída hacia la oscuridad. Un suspiro de alivio se escapó de los labios de la multitud cuando vieron a Publius atrapar a Irene, evitando que se estrellara contra las rocas del abismo. Sus corazones latían con fuerza mientras observaban la escena con incredulidad y asombro. Irene colgaba del borde del acantilado, sostenida por Publius, quien la miraba con preocupación y determinación. Aunque el peligro aún no había pasado, el hecho de que estuviera en los brazos de Publius le brindaba cierto consuelo y seguridad en medio del caos que los rodeaba. Con un esfuerzo concentrado, Publius logró levantar a Irene de nuevo al nivel del suelo, alejándola del borde del abismo con cuidado. La multitud estalló en apl
Lucius, con su habitual astucia y maestría en los juegos políticos, planeó cuidadosamente el encuentro entre Galiana y el emperador. Sabía que necesitaba ganarse el favor y confianza del monarca para asegurar su posición en la corte y que la presencia seductora de Galiana sería la llave para lograrlo.Con discreción, Lucius esperó ser convocador por el emperador y le sugirió la idea de invitar a Galiana a sus aposentos, asegurándole que su presencia sería una adición placentera a la velada. Utilizó su habilidad para leer las señales y manipular situaciones a su favor para convencer al emperador de que era una decisión acertada.El emperador, intrigado por la sugerencia de Lucius y atraído por la promesa de la compañía de Galiana, aceptó de buena gana la propuesta. Con un gesto de su mano, indicó que Galiana fuera invitada a sus aposentos esa misma noche, ansioso por disfrutar de su encanto y seducción.Galiana se acercó al emperador con una gracia felina, su figura envuelta en una te
Lucius se deslizó por los pasillos del palacio con determinación, su mente trabajó rápido para encontrar una solución al problema que Irene representaba. Finalmente, llegó a los aposentos del emperador y se encontró con el servidor traidor que había contratado para llevar a cabo sus oscuros planes.El hombre, un individuo sombrío con ojos llenos de malicia, lo recibió con una mirada expectante, ansioso por recibir órdenes.—¿Qué novedades tienes para mí? —preguntó Lucius en un susurro tenso, asegurándose de que nadie más estuviera cerca para escuchar su conversación.El servidor traidor sonrió siniestramente y se inclinó hacia adelante, compartiendo sus planes en voz baja con Lucius. Había estado observando al emperador y esperando pacientemente el momento perfecto para actuar.—Hay una oportunidad que se está presentando —murmuró el traidor, su voz llena de anticipación—. El emperador está más vulnerable de lo que piensa. Si actuamos con precisión, podemos acabar con él y abrir el ca
Con el poder recién consolidado en sus manos, Lucius no dejó lugar para la duda o la vacilación. Con una determinación fría y calculadora, ordenó el arresto de Publius Caesar, temiendo que su antiguo rival pudiera representar una amenaza para su nuevo reinado. Los soldados, cumpliendo obedientemente las órdenes de su nuevo emperador, se abalanzaron sobre Publius y lo arrastraron hacia las sombrías profundidades de las mazmorras del palacio.Mientras tanto, Irene fue llevada ante Lucius, cuyos ojos brillaban con una mezcla de lujuria y poder mientras la observaba con atención. Sabía que, como esposa de Publius, Irene poseía una posición privilegiada en el imperio y, como tal, podía ser un valioso peón en su juego de dominio y control.—Mi querida Irene —murmuró Lucius, su voz suave pero cargada de malicia— has llegado a un momento crucial en tu vida. Ahora que tu esposo está fuera del camino, tengo planes para ti.Irene lo miró con desconfianza, consciente de las intenciones ocultas de
La ceremonia de matrimonio se llevó a cabo con una pompa grotesca que Irene sintió como una burla cruel a su libertad. Lucius, enfundado en un manto púrpura que ahora le pertenecía como emperador, la tomó del brazo con una sonrisa de triunfo, mientras la corte observaba con silenciosa sumisión. Los soldados permanecían en formación rígida, testigos mudos de un enlace que carecía de amor y estaba impregnado de imposición y estrategias de poder.Irene, vestida con un traje nupcial resplandeciente que parecía desafiar el oscuro destino que la rodeaba, caminó hacia el altar con una expresión pétrea. En sus ojos brillaba una mezcla de odio y determinación. Si los asistentes esperaban ver a una mujer rota, se llevaron una sorpresa: la postura de Irene era altiva, su porte, regio. No era una víctima, sino una cazadora que aguardaba el momento exacto para lanzar su ataque.Durante el banquete posterior, Lucius estaba eufórico, levantando su copa una y otra vez para celebrar su victoria sobre
Las puertas de la gran mansión se abrieron ante sus ojos. Irene observó maravillada los árboles con ramas recortadas que custodiaban todo el camino que conducía a la mansión.Al bajar del carruaje, Irene acomodó el velo rojo sobre su cabeza y bajó con rapidez.Si en su vida le hubiesen dicho que viviría en aquella mansión y que se convertiría en la esposa de un patricio, Irene jamás lo creería… Ahora, tenía una nueva oportunidad ante sus ojos. Sin embargo, le daba mucho miedo enfrentarse a Publius Caesar.Irene entró a la mansión. La belleza del lugar se perdió de inmediato en cuanto ingresó. ¿Por qué de repente aquel lugar se sentía frío y aterrador? Las sobras se cernían sobre ella. Estaba segura de que se estaba asfixiando por dentro.Estaba realmente abrumada, quería estar en cualquier lugar menos allí.Irene respiró profundamente y se exaltó cuando notó que una criada de la mansión del gran tutor la sujetó del brazo y la arrastró hacia el interior. Trastabilló con el dobladillo d