Pasa que un día desperté y me di cuenta que no quiero seguir viviendo, así de fácil.
¿Y cuáles son tus argumentos para no querer seguir viviendo?
¿Debo tener una razón? Simplemente… me levanté y me di cuenta que esta vida es un sinsentido, una monotonía agobiante y las personas que me rodean son peor.
Pero todo depende de la mirada que le pongas a la vida, Lily.
La vida de por sí no tiene sentido, puede llegar a tener sentido, sin embargo, si tú misma le das un sentido. Pero si ves la vida como un sinsentido, claramente así lo será y las cosas que hagas, será aún peor. Pero si ves la vida con ganas de vivirla, todo será más claro, con mucho más sentido, porque tú eres quien le pone ese sentido.
¿Y cómo le pondría sentido a la vida?
Haciendo las cosas que siempre has deseado hacer.
¿Alguna vez has pensado en hacer una lista de deseos?
Sí… el profe de filosofía en el colegio nos lo recomendó, intenté hacerlo, pero nah… esas cosas no van conmigo.
¿Qué escribiste esa vez?
Que quería ahorrar cien dólares.
¿Por qué cien y no mil?
¿Eres bueno para ahorrar?
No mucho.
Bueno, yo tampoco (emoticón riendo con lágrimas en los ojos).
¿Por qué querías ahorrar?
Quería comprarme cien libros y con eso podría comenzar.
Pero esta vez, Lily, aparte de los cien dólares podrías hacer una lista con esas cosas que siempre has deseado hacer en tu vida, ¿qué siempre te ha apetecido hacer?
Humm… —emoticón pensativo— No lo sé, yo qué sé…
¿Ves, Lily? Aún no sabes qué querés hacer en tu vida, debes preguntártelo, ¿qué te gustaría hacer antes de morir?
Quedé congelada observando la pantalla y cómo aparecía un último mensaje que me arrancó el alma e hizo que la vomitara.
Querés morir, pero aún no has comenzado a vivir.
Miré la hora y noté que ya era momento de entrar a la clase, así que me despedí de él aún sonando en mi mente eso que me acababa de escribir.
¿Alguna vez te has detenido a pensar qué te gustaría hacer antes de morir? Y, si lo has hecho, ¿en cuánto tiempo quieres cumplir esas metas? Esos eran mis interrogantes por el resto del día y no podía concentrarme en nada más, porque sentía que me acababa de quitar una venda y veía por primera vez el mundo real, ese del cual estaba huyendo; aunque era demasiado miedosa para irme del todo de él.
En la noche, mientras estaba en el supermercado haciendo la compra con mi madre, la observé de lejos: las líneas en su rostro que denotaban la edad, su manera encorvada de revisar los estantes y las canas que se asomaban en el cabello porque tenía el tinte oscuro desgastado.
Vi que en el pequeño mundo de mi madre era más importante elegir cuál de las botellas de litro de aceite barato era mejor, que la caja de huevos había subido de precio y lo más recomendable era comprarlos en el mercadito cerca de la casa que en este supermercado, para ahorrar esos doscientos pesos que podría gastar en las cebollas.
Por un instante desee tener ese mundo, no preocuparme tanto por vivir y que esas cosas que llegaban a atormentarme la vida desaparecieran.
Me acerqué empujando el carrito metálico de las compras donde ya reposaban los insumos del aseo y un poco alejados de ellos, por un divisor metálico, la paca de arroz y las bolsas de los granos.
—Mañana me quedaré a dormir en casa de Marcela porque tenemos un trabajo de la universidad que debemos terminar —avisé mientras observaba los potes de aceite en la estantería.
—Bien —soltó sin mucho interés—. ¿Cuál crees que debemos llevar?
—El de siempre —contesté tomando uno. Era mejor, porque ella podía pasar una hora decidiéndose.
—Pero ese es muy caro, mejor vamos a probar con otro —sacó del carrito el pote de aceite y lo volvió a poner en la estantería.
—Mami, ¿te sientes feliz al lado de mi papá? —pregunté de manera abrupta.
Ella quedó paralizada, pero no fue capaz de verme, simplemente quedó ahí, pensativa mientras observaba los aceites.
—No lo sé —contestó—, con esta situación económica creo a veces que hubiera sido mejor quedarme soltera en la casa de tu abuela, tal vez… así no se hubiera muerto tan temprano.
Creo que mi madre se culpa de la muerte de mi abuela, siempre se queja que ella pudo haberla atendido mejor que mi tía, que si hubiera vivido con ella… tal vez estaría ahora con vida.
—¿No quieres a mi padre? —inquirí con curiosidad.
—No lo sé —esbozó comenzando a caminar mientras empujaba el carrito de la compra y yo la seguía con paso lento, siguiendo su ritmo pensativo—. Creo que únicamente nos acompañamos para no estar solos. —Se detuvo a observar otra marca de aceites.
—¿Crees que realmente los extraterrestres nos dominan como dice mi papá?
—Ay, ¿ya vas a comenzar con eso? —resopló con tono aburrido.
—Pero te veo leyendo ese libro con mi papá —repliqué.
—Lo hago porque él quiere que yo lo lea, ya te dije, Lily. Además, no puedes decir que no —y ahí comenzaba la defensa de mi madre…—, ¿tú qué sepas que realmente sea cierto lo que dice ese libro y sí estamos dominados por los extraterrestres? Mira que yo he encontrado que muchas cosas que dice ahí tienen lógica y las puedo corroborar con la Biblia.
Dejé salir un suspiro mientras nos acercábamos a los jabones de lavar loza después que mi mamá se decidió por el aceite más barato y tomé un jabón lentamente, lo observé mientras mi madre volvía a su debate de cuál elegir.
En ese momento me di cuenta que quería irme un tiempo de casa, unas vacaciones, para estar lejos de todos: mi padre, mi madre, mi vecindario, la ciudad… de todo: no quería morirme, simplemente deseaba descansar de mi realidad.
Y fue ahí, comenzó la larga lista de mis deseos antes de morir.
Esa noche llegué a mi cuarto y observé a mi hermana acostada en su cama con los ojos clavados en su celular mientras soltaba grandes carcajadas. Vanessa (mi hermana) no sabe concentrarse en sus cosas sin hacer silencio. Yo la llamo “La escandalosa” porque todos deben enterarse de las cosas que hace en su celular.
Me senté frente a mi escritorio y le escribí un mensaje a Gabriel:
¿Podemos hablar?
Sentía mis sentimientos a flor de piel. Tomé una agenda que estaba arrumada en el librero junto con mis pocos libros viejos y desgastados, la abrí y escribí en una de sus hojas “escapar de mi vida, irme muy lejos y respirar paz”.
Claro, ¿ya pensaste en lo que hablamos por la mañana?
Sí, acabo de anotar la primera cosa que deseo hacer en mi vida —emoticón sonriente—. ¿Podemos hablar por llamada?
Cuando estaba en secundaria me gustaba pasar los descansos leyendo un libro en la biblioteca del instituto, así que no me relacionaba mucho con mis compañeros. No es que fuera tímida, simplemente no le encontraba interés a conversar con chicos de mi edad, en cambio, a veces conversaba con mis profesores o gente mayor: me encantaba escucharlos, saber de sus experiencias.La primera vez que me fijé en un hombre, él tenía el doble de edad que yo, así que siempre sentí que fui un poco diferente a los niños de mi edad. Por esa misma razón muy poco tenía amistades, y las que estaban, duraban muy poco. Siempre me decía que no era mi culpa, que eran ellos los que no me comprendían.Pero ahí estaba, esperando la llamada de un desconocido que vivía al otro lado del continente.—Hola, Lily, ¿cómo estás? —escuché su voz por segunda vez.—Bueno… —no sabía si contestar que bien, no había necesidad de mentir—, ¿qué te puedo decir? Siento que me estoy ahogando, que estoy atrapada en un lugar y necesi
Rousse, había dicho mi apellido.Sólo existía un lugar donde no me llamaban por mi nombre: mi trabajo.De pronto, reconocí la voz. Y fue cuestión de voltear un poco el rostro, notar aquella barba negra perfectamente arreglada para darme cuenta de quién se trataba.Mierda. Ahora estaba peor que antes.Alejandro…Como pude, volví a tomar lugar en el bordillo, aunque Alejandro nunca soltó su agarre.—¡Estoy bien, estoy bien! —solté con la voz temblorosa—, yo voy a…—¡No, no lo hagas!, por favor —trató de calmar su voz—. Piénsalo mejor. Piensa en tu familia, Rousse, por favor. Tienes a mucha gente que te quiere.Solté un jadeo al ver que sí, él creía que me iba a suicidar; bueno, es que, si ves a una persona del otro lado del puente, observando el precipicio, es natural que lo piense. No es como que yo no hubiese intentado hacerlo…—No, no, yo voy… —traté de explicar, paseé la mirada para ver si había más personas, pero no era así, afortunadamente—. No voy a saltar, déjame pasarme al otro
¿Qué pasa por la mente de una persona que ve a alguien a punto de suicidarse? Yo siempre he estado en plan de ser la que lo hace, lo he intentado un par de veces, el puente sólo ha sido uno de los tantos medios que uso para intentar quitarme la vida.Me he preguntado varias veces el cómo reaccionarán las personas a mi alrededor, si llorarán o si me verán como una loca cobarde y se enojarán conmigo.No entiendo el por qué la gente se enoja y culpa a las personas que deciden suicidarse, tenemos una razón para querer hacerlo y, además, la vida es nuestra, somos los que elegimos sobre ella.Yo he intentado quitarme la vida desde los catorce años, por esa misma razón, no me gusta tener amigos, porque… cuando me vaya de este mundo, espero no hacerles daño a muchas personas, por lo mismo, entre menos lazos tenga en esta vida, mejor.—Hola, Rousse —saludó la profesora Clarena, caminando hacia mí con su cuerpo regordete y las mejillas sonrojadas por el calor del medio día—. ¿Ayer Alejandro alc
Al volver a mi salón, vi que Alejandro estaba terminando de despedirse del hombre, que lo dejó con el niño el cual se aferraba a una de sus piernas. Daba mucha gracia, porque no dejaba que Alejandro caminara bien, se había hecho una bolita alrededor de su pierna.Era la primera vez que veía que uno de los niños era apegado a él; creía que le tenían miedo. Yo era una de las primeras que se intimidaba con la fuerte presencia que tenía su personalidad.—Vamos, Pipe, ¿no me vas a dejar caminar? —preguntó al niño entre una carcajada.—Cárgame —le pedía el pequeño con voz berrinchuda.Noté que el niño no debía tener más de cuatro a cinco años y sus mejillas eran regordetas, además que traía una mochila con el escudo del superhéroe Capitán América.Me quedé observando la imagen con una sonrisa conmovida mientras me abrazaba a mí misma.—Bueno, pero no te podré cargar si no te sueltas de mi pierna —dijo Alejandro mientras se inclinaba un poco al niño, que, al ver que lo tenía más cerca, soltó
No pudo haber sido peor. No pudo haberse empeorado el momento.Ana salía tomada de la mano junto con su novio: él, el profesor que me gustaba, Alex.Estaba intentando no verlo desde el primer día que intenté lanzarme del puente. Pero ahí estaba, deteniéndose con su novia en la recepción para despedirse del repertorio de chismosos que siempre echaban raíces ahí.Pasaron por completo de mí, no se despidieron, y yo comencé a sentir que mi cara era pintada con colores de payaso. ¡Me había preocupado porque ellos me vieran y ni si quiera se habían dado cuenta que yo estaba ahí!; faltaba poquito para que se olvidaran de que existía y yo haciéndome drama…Lo peor es que sonreí sin pensar, fue un movimiento involuntario; ya mi cuerpo estaba acostumbrado a hacerlo. Pero me sentí como una idiota, la imbécil que estaba estorbando en el lugar.Acomodé mi bolso en mi espalda, decidida a marcharme sin importar que Alejandro no hablara conmigo, después le inventaría una excusa barata y así me salvar
—Bueno, ese, Alejandro. Yo no quería lanzarme ese día del puente, técnicamente, al principio sí lo pensé… No, omití eso, vos no podés decirle que sí, porque te vas a contradecir —soltó una pequeña risita—. La cosa, para no seguir yéndome por la tangente, es que le vas a decir que tú sí tenés un problema, pero eso no te hace menos que tus compañeros, porque tú eres una chica muy profesional que nunca va a mezclar su trabajo con lo laboral. Y es que, Lily, si tú lo enfrentás, le hablás con seguridad, él va a notar que te preocupa tu trabajo y que eres más que apta para tu puesto como profesora. ¡¿Po-por qué el que sufras de depresión te haría menos persona que una que no lo sufre?! No es por nada, pero he visto a muchas personas que están muy bien de salud mental y son malísimas en su trabajo, en cambio, hay personas como vos, que están mal por dentro, desgarrándose y son buenísimas en lo que hacen, porque saben que, si lo hacen mal, estarán peor, por eso se sobre exigen, y eso no es qu
Alejandro:Una vez, cuando estudiaba en bachillerato, en el salón continuo al mío había una chica. Una chica que sonreía mucho: era bajita, con unos rizos negros exóticos que todos amaban porque eran hermosos, además de su cuerpo un poco redondo con curvas prominentes que la hacían ver aún más hermosa.Pero esa chica tenía cicatrices en sus muñecas. Ella ocultaba las cicatrices con unas pulseras tejidas que nunca se quitaba, así que eran muy pocos los que sabían que se hacía daño.Yo era uno de los pocos que se dio cuenta que se hacía daño. Y yo fui uno de los muchos que no hizo nada para ayudarla.De hecho, yo… yo la vi esa tarde llorando en un salón vacío. Yo fui el que se asomó cerca de la puerta y la observó preguntándose el por qué lloraba, pero decidió no acercarse porque se sentiría incómodo intentando consolar a alguien con quien rara vez conversaba.Yo fui uno de los muchos que se enteró al día siguiente, en la mañana, a primera hora, que la chica del once-cinco se había inte
—¿De qué profesor fue el niño que casi atropella la moto en la entrada del centro? —pregunté a Sarita en la recepción.—Ah… a Rousse —me respondió con rapidez y algo de temor.Rápidamente me acerqué a la puerta del salón y la abrí, allí estaba ella, sentada al lado de una niña que leía en voz alta algunas palabras. Me acerqué con rapidez hasta la mesa y puse mis dos manos sobre el respaldo de la misma, dejando caer el peso de mi cuerpo sobre mis manos.Rousse, cuando sintió mi presencia y alzó la mirada, dio un pequeño brinco de miedo y sorpresa.—Pro-profesor… —soltó, después intentó calmarse.—¿Cómo es posible que seas tan descuidada? —Pregunté con tono serio—, estás aquí, tan tranquila, cuando uno de tus estudiantes estuvo a punto de ser atropellado por una moto.—¡¿Qué?! —soltó consternada.La niña que estaba presente comenzó a llorar. Lily la abrazó para que no siguiera asustándose.—¡Por Dios! —Se levantó de la silla, pero tomó a la pequeña de una mano—, ¡¿dónde está?!—¡No debe