Desde otra perspectiva

Alejandro:

Una vez, cuando estudiaba en bachillerato, en el salón continuo al mío había una chica. Una chica que sonreía mucho: era bajita, con unos rizos negros exóticos que todos amaban porque eran hermosos, además de su cuerpo un poco redondo con curvas prominentes que la hacían ver aún más hermosa.

Pero esa chica tenía cicatrices en sus muñecas. Ella ocultaba las cicatrices con unas pulseras tejidas que nunca se quitaba, así que eran muy pocos los que sabían que se hacía daño.

Yo era uno de los pocos que se dio cuenta que se hacía daño. Y yo fui uno de los muchos que no hizo nada para ayudarla.

De hecho, yo… yo la vi esa tarde llorando en un salón vacío. Yo fui el que se asomó cerca de la puerta y la observó preguntándose el por qué lloraba, pero decidió no acercarse porque se sentiría incómodo intentando consolar a alguien con quien rara vez conversaba.

Yo fui uno de los muchos que se enteró al día siguiente, en la mañana, a primera hora, que la chica del once-cinco se había inte
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