Gustos iguales

—No, Alejandro, menéalo con más fuerza —me ordenó Sarita—. Eso, ahora, échale la verdura. ¡Rápido, rápido!

—Ya, ya, no te estreses —supliqué mientras tenía la taza plástica llena de las verduras picadas.

Debía impresionar a la familia de Rousse, hacer que todo en la cena familiar estuviera perfecto, por lo mismo le pedí a Sarita y Carlos que me ayudaran a preparar la mejor cena de sus vidas.

Sentía que todo estaba yendo por un buen camino, que por fin con Rousse habíamos alcanzado la estabilidad. Hace meses que no la veía teniendo una recaída de depresión, claro, algunas veces estaba triste por pequeños problemas —los que nunca faltan, pero siempre se terminan resolviendo—. Su madurez me sorprendía, lo autosuficiente que era, así mismo como lo autodidacta. Resolvió el problema

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