No pudo haber sido peor. No pudo haberse empeorado el momento.Ana salía tomada de la mano junto con su novio: él, el profesor que me gustaba, Alex.Estaba intentando no verlo desde el primer día que intenté lanzarme del puente. Pero ahí estaba, deteniéndose con su novia en la recepción para despedirse del repertorio de chismosos que siempre echaban raíces ahí.Pasaron por completo de mí, no se despidieron, y yo comencé a sentir que mi cara era pintada con colores de payaso. ¡Me había preocupado porque ellos me vieran y ni si quiera se habían dado cuenta que yo estaba ahí!; faltaba poquito para que se olvidaran de que existía y yo haciéndome drama…Lo peor es que sonreí sin pensar, fue un movimiento involuntario; ya mi cuerpo estaba acostumbrado a hacerlo. Pero me sentí como una idiota, la imbécil que estaba estorbando en el lugar.Acomodé mi bolso en mi espalda, decidida a marcharme sin importar que Alejandro no hablara conmigo, después le inventaría una excusa barata y así me salvar
—Bueno, ese, Alejandro. Yo no quería lanzarme ese día del puente, técnicamente, al principio sí lo pensé… No, omití eso, vos no podés decirle que sí, porque te vas a contradecir —soltó una pequeña risita—. La cosa, para no seguir yéndome por la tangente, es que le vas a decir que tú sí tenés un problema, pero eso no te hace menos que tus compañeros, porque tú eres una chica muy profesional que nunca va a mezclar su trabajo con lo laboral. Y es que, Lily, si tú lo enfrentás, le hablás con seguridad, él va a notar que te preocupa tu trabajo y que eres más que apta para tu puesto como profesora. ¡¿Po-por qué el que sufras de depresión te haría menos persona que una que no lo sufre?! No es por nada, pero he visto a muchas personas que están muy bien de salud mental y son malísimas en su trabajo, en cambio, hay personas como vos, que están mal por dentro, desgarrándose y son buenísimas en lo que hacen, porque saben que, si lo hacen mal, estarán peor, por eso se sobre exigen, y eso no es qu
Alejandro:Una vez, cuando estudiaba en bachillerato, en el salón continuo al mío había una chica. Una chica que sonreía mucho: era bajita, con unos rizos negros exóticos que todos amaban porque eran hermosos, además de su cuerpo un poco redondo con curvas prominentes que la hacían ver aún más hermosa.Pero esa chica tenía cicatrices en sus muñecas. Ella ocultaba las cicatrices con unas pulseras tejidas que nunca se quitaba, así que eran muy pocos los que sabían que se hacía daño.Yo era uno de los pocos que se dio cuenta que se hacía daño. Y yo fui uno de los muchos que no hizo nada para ayudarla.De hecho, yo… yo la vi esa tarde llorando en un salón vacío. Yo fui el que se asomó cerca de la puerta y la observó preguntándose el por qué lloraba, pero decidió no acercarse porque se sentiría incómodo intentando consolar a alguien con quien rara vez conversaba.Yo fui uno de los muchos que se enteró al día siguiente, en la mañana, a primera hora, que la chica del once-cinco se había inte
—¿De qué profesor fue el niño que casi atropella la moto en la entrada del centro? —pregunté a Sarita en la recepción.—Ah… a Rousse —me respondió con rapidez y algo de temor.Rápidamente me acerqué a la puerta del salón y la abrí, allí estaba ella, sentada al lado de una niña que leía en voz alta algunas palabras. Me acerqué con rapidez hasta la mesa y puse mis dos manos sobre el respaldo de la misma, dejando caer el peso de mi cuerpo sobre mis manos.Rousse, cuando sintió mi presencia y alzó la mirada, dio un pequeño brinco de miedo y sorpresa.—Pro-profesor… —soltó, después intentó calmarse.—¿Cómo es posible que seas tan descuidada? —Pregunté con tono serio—, estás aquí, tan tranquila, cuando uno de tus estudiantes estuvo a punto de ser atropellado por una moto.—¡¿Qué?! —soltó consternada.La niña que estaba presente comenzó a llorar. Lily la abrazó para que no siguiera asustándose.—¡Por Dios! —Se levantó de la silla, pero tomó a la pequeña de una mano—, ¡¿dónde está?!—¡No debe
¿Por qué las personas llenas de más bondad son las que sufren más en este mundo?Rousse siempre agachaba la mirada cuando alguien la maltrataba, no importaba si esa persona estaba equivocada, si tenía la razón, ella siempre hizo silencio. Pero, cuando era de ayudar a alguien, siempre lo hizo sin dudarlo.Pero Rousse nunca tuvo a alguien que la ayudara cuando más lo necesitaba.Hasta ese día, cuando mis brazos la sostuvieron mientras sus pies colgaban en ese precipicio.Ella no quería que la salvaran, Rousse había elegido saltar, abandonar esta vida. Yo fui el que se entrometió en su decisión y se lo impidió.Cuando la ayudé a traerla al otro lado de la baranda, no fui capaz de decirle palabras de valor que la hicieran reflexionar, de hecho, sentía que sólo empeoraba el momento. Rousse se sentía muy intimidada con mi presencia y no era capaz de verme a los ojos, de hecho, parecía que era mucho peor el que yo la hubiese visto que el hecho de saltar de un puente.Después de entregarle su
—Vaya, lo que me cuentas es muy grave —expresó—. ¿Qué hiciste al respecto? ¿Fuiste capaz de ayudarla?—Sólo pude correr hacia ella, impedir que se aventara del puente —inspiré profundamente—, pero no logré decirle nada. Hoy intenté hablar con ella, decirle que quiero ayudarla, pero no fui capaz de decir ni una sola palabra. Rousse me tiene miedo y se nota que no lo está pasando nada bien con que yo sepa que estuvo a punto de suicidarse… Me está volviendo a suceder, doctora, la historia se repite. ¿Y si Rousse vuelve a intentar quitarse la vida?—A ver, espera, Alejandro, vamos por parte —pidió para tranquilizarme—. ¿Por qué dices que esta chica… Rousse, te tiene miedo?—Bueno… no lo sé. Ella por naturaleza se ve que es algo tímida, y bueno… una vez la regañé en el trabajo, creo que es por eso que me teme.—¿Por qué la regañaste?—Descuidó a uno de los niños del centro y una moto estuvo a punto de atropellarlo, por eso la regañé.—Pero sólo estabas cumpliendo con tu trabajo.—Sí, pero m
Ver ese rostro femenino observarme de cerca mientras estaba teniendo un ataque de pánico fue… horrible.Era Ana, la novia del chico que me gustaba. Genial… no podía ser más incómodo el momento.—¿Qué sucede? —preguntó tornando su rostro preocupado.Pasé saliva. No era capaz de hablar.—¿Estás bien? —insistió.Me tomó de un brazo. ¡No… no quería contacto físico!Me alejé un paso y eso hizo que soltara su agarre.—Ah… es que… —barrí con mi mirada nuestro alrededor; bien, no había nadie más aparte de ella.—¿Tienes cólicos? —preguntó, mientras bajaba la mirada hasta mi vientre.Me di cuenta que llevaba una mano apoyada en mi barriga; bueno, para mí era algo que hacía inconscient
—Espérame a la salida —pidió, titubeó un momento—. Nos iremos juntos a la salida, de ahora en adelante.—No es para tanto —repliqué mientras entrecerraba los ojos—. No intentaré aventarme del puente.Endureció mucho más su mandíbula y noté que le incomodaba escuchar el que yo hablara de manera tan tranquila sobre el suicidio.—Veo que ya te sientes mejor —me barrió de pies a cabeza—. Tus alumnos deben estar esperándote.Quince minutos después, pude regresar a mi trabajo. Agradecí que ya la mayoría de los profesores estaban ocupados recibiendo a sus alumnos, organizando todo para comenzar sus clases, así que no me preguntaron mucho, sólo si me sentía mejor. Después, el estar rodeada de mis alumnos me distrajo por el resto de las horas y eso me relajó en gran