Segunda cara: sonrisas rebosantes de tristeza (parte 2)

Al volver a mi salón, vi que Alejandro estaba terminando de despedirse del hombre, que lo dejó con el niño el cual se aferraba a una de sus piernas. Daba mucha gracia, porque no dejaba que Alejandro caminara bien, se había hecho una bolita alrededor de su pierna.

Era la primera vez que veía que uno de los niños era apegado a él; creía que le tenían miedo. Yo era una de las primeras que se intimidaba con la fuerte presencia que tenía su personalidad.

—Vamos, Pipe, ¿no me vas a dejar caminar? —preguntó al niño entre una carcajada.

—Cárgame —le pedía el pequeño con voz berrinchuda.

Noté que el niño no debía tener más de cuatro a cinco años y sus mejillas eran regordetas, además que traía una mochila con el escudo del superhéroe Capitán América.

Me quedé observando la imagen con una sonrisa conmovida mientras me abrazaba a mí misma.

—Bueno, pero no te podré cargar si no te sueltas de mi pierna —dijo Alejandro mientras se inclinaba un poco al niño, que, al ver que lo tenía más cerca, soltó
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