Recuerdo bastante bien el consejo que me dio la psicóloga Alicia cuando volví a consulta al verme afectado por toda la situación que estaba pasando en mi vida. Ella me dijo que tratara de no hacerme muchas ilusiones con Rousse, ya que ella estaba en un tratamiento en el cual no tenía espacio para tener una relación amorosa con alguien, además, mostraba claros indicios de no querer algo romántico en un largo tiempo. Yo le pregunté si eso podría cambiar cuando mejorara su situación con el tratamiento y me respondió: “Todo depende de lo que ella quiera”.Pero lo que la doctora no sabía era que, para el momento en que me dio aquel consejo yo ya estaba más que enamorado de Rousse. Habíamos pasado para ese momento tantas cosas juntos que mi corazón sólo sabía suspirar por ella y creía fielmente en que yo podría llegar a tener algo con Rousse que no quería escuchar nada más; no pude estár más equivocado en esos días y por eso mi corazón fue roto en mil pedazos.¿Por qué comienzo esta parte d
Recuerdo perfectamente la primera vez que llegué al apartamento de Alejandro, lo asocio mucho con los primeros días en los que mi vida comenzó a cambiar. Esa noche me fui a su casa cambiada con un vestido de algodón blanco y una camisa roja de mangas largas que me llegaban hasta los dedos, haciéndome ver envuelta en mucha ropa.El aire de la noche era húmedo, y sí, a mitad de la noche llovió tanto que tuve un ataque de pánico por los truenos —también hubo un apagón en la ciudad y fue horrible—. Pero Alejandro estuvo conmigo todo ese tiempo y no lo solté ni un momento, le dije que durmiera conmigo porque no soportaba el miedo de estar sola en una habitación desconocida.Para resumir esa noche, terminé sollozando mientras abrazaba a Alejandro como si me diera miedo que se fuera a ir de la habitación. Porque sí, me espantaba la idea de quedar sola esa noche y que volvieran a mí los pensamientos suicidas. A la misma vez me aterraba llegar a mi casa y encontrarla sola, tener que dormir en
La vista que daba el gran ventanal de la ciudad era bastante tranquila, me gustaba. Para un día que comúnmente sería bastante catastrófico para mí, el estar en un lugar que me transmitía tanta paz, era muy reconfortante. Por eso recuerdo ese primer día en el apartamento con Alejandro como el inicio de los días buenos. Comía los sándwiches con lentitud, sintiendo el sabor del jamón con el queso y la mantequilla escurrirse en mi paladar, haciendo que mi estómago gritara de la emoción por recibir comida deliciosa después de más de una semana; pobre de mi cuerpo, estaba llevando del bulto por culpa de mi enfermo cerebro.—Rousse, Rousse —me llamó Alejandro.Volteé a verlo, estaba frente a mí, del otro lado de la mesa de cristal.—¿En qué piensas? —preguntó—, siempre he querido saber por qué te pierdes tanto en tu mente.—La verdad es que no pienso en nada —respondí después de tragar el bocado de sándwich.—¿Cómo?, ¿no piensas en nada? —quedó perplejo, como pensando que era muy rara.—Sól
—No, sólo te digo todo lo que las personas logran ver en ti —explicó y después le dio un trago a su jugo de mora.—Tengo que admitir que… de seguro tú has vivido cosas peores que yo —acepté—. En mi caso, sí me crie sin que me faltara algo material. Estudié en los mejores colegios de la ciudad y… en parte mis padres sí se han preocupado en darme una buena educación, pero eso no es lo único importante para ser feliz.—Sí, tienes razón.—Mis padres fueron muy negligentes conmigo desde muy niña —confesé por primera vez—. Mi madre sólo se preocupaba porque pudiera presumirme a sus conocidos y mi padre siempre ha sido una persona que no le gusta tener presiones, así que siempre pasó la mayor parte de su tiempo en el trabajo y creía que su única obligación era pagar las facturas de la casa linda que compró y dar la comida. Mi vida se ha convertido en un infierno total desde que decidí llevarle la contraria a mi madre, no estudiar la maldita carrera de medicina y por eso tuve que esforzarme e
La tarde al lado de Alejandro son con películas y gelatina casera bañada en crema de leche. A eso de las cinco de la tarde estaba acostada en su cama comiendo una taza grande de gelatina mientras sentía cómo me acariciaba el cabello con sus dedos.Habíamos dormido en el medio día después del almuerzo, ya que la noche no fue muy buena para los dos. Lo bueno del día es que no se tiene tanto miedo como en la noche; y más para una persona con tantos remordimientos internos como yo.—Rousse, vamos a comer por fuera —me sugirió Alejandro mientras se arrunchaba a mí.Era imposible pedirle a Alejandro espacio personal, porque vivía acariciándome el cabello o arrunchándose en mí, de hecho, a veces me pedía que también le acariciara el cabello; era lo único que no me gustaba de él.Traté de alejarme u
—Sí, es una gran persona. Es el tipo de persona que no ves en varios meses o años, aunque, cuando la vuelves a ver, recuerdas todo el cariño que le tienes —sonrió con gratitud—. Gracias a todo el proceso que tuvimos, puedo ser la persona que soy hoy en día.La puerta francesa del fondo del pasillo se abrió y un hombre que aparentaba unos cincuenta años salió junto con la que reconocí como la psicóloga, ellos se despidieron y después la mujer se acercó a nosotros cuando quedamos sólo los tres en el ancho pasillo.—¡Alejandro! —saludó la mujer con amplia emoción.—¡Doctora! —la abrazó.—Dichosos los ojos que te ven, ¿cómo estás?La psicóloga debía tener como unos cincuenta y tantos, su piel era bastante clara, como si no tomara mucho e
Cuando te das cuenta que has dado el primer paso, pero el paso de verdad, donde pisas firme, sabes que no hay vuelta atrás.La doctora Alicia me hizo la pregunta: “¿Qué sientes?” y yo me fui en llanto a medida que le contaba todo lo que me sucedió desde la niñez y había intentado hacer. A medida que relataba mi pasado, me sentía desmoronar y toda la coraza se fue cayendo a pedazos.Ella me veía atentamente sin ningún indicio de querer señalarme y al final me dijo que había dado un paso importante al llegar allí para recibir la ayuda que tanto necesitaba.—Pero esto es un proceso bastante largo, Rousse y en algunos momentos serán dolorosos —me advirtió—, sin embargo, no estarás sola, yo estaré a todo momento contigo para ayudarte, ¿entendido?Para crear el diagnóstico tuve que ir con ella dos veces por
La rutina que seguí para ese primer mes de tratamiento consistió en ir a mi trabajo desde la mañana hasta la tarde y los lunes y miércoles verme con la doctora Alicia. Recuerdo esos días como si escarbara profundamente en mi pasado, removiendo todo mi suelo firme, haciendo un hoyo.No hablaba con mis padres, llegaba a casa y no decía nada, al principio mi madre me discutía, me gritaba que era una grosera, pero yo no le decía nada y dejé de pasar tiempo en mi casa —bueno, menos del que antes lograba estar—. Sólo llegaba a dormir y lo hacía muy tarde, cuando todos ya estaban en los brazos de Morfeo.Se preguntarán qué hacía con todo ese tiempo que tenía por fuera. Bueno, eso fue gracias al segundo ejercicio que me ordenó la doctora a hacer: ejercitarme diariamente.Sólo fue cuestión de que le contara a Alejandro sobre el que deb