105Zaira—¿Qué es esto? —murmuré a Gabriel en cuanto llegué frente a él.Pero él no me dejó hablar.En un solo movimiento, me tomó por la cintura y me besó.Fue un beso profundo, robándome el aliento, envolviéndome por completo en su calor. Su lengua invadió mi boca con urgencia, con una pasión que me hizo temblar. Yo no hice nada para resistirme… solo me dejé llevar, perdida en él, en su aroma, en la firmeza de su abrazo.Solté un gemido bajo.—¡Puaj!Unos sonidos de arcadas falsas nos hicieron separarnos.Nos giramos y encontramos a los niños con expresiones de absoluto disgusto.—¿Por qué hacen esas cosas? —preguntó Sara con una mueca de desagrado— ¿Cuándo tenga un hombre como papá tengo que hacer eso? —sus preguntas inocentes pusieron pálido a su padre.—Se están pasando bacterias de forma directa, eso no debe ser bueno —opinó Samuel con seriedad, cruzándose de brazos.—¿Qué es todo esto? —pregunté de nuevo, confundida, mientras mis ojos recorrían la escena ante mí.—Es para noso
106ZairaCaminábamos tomados de la mano por la orilla de la playa, sintiendo la arena tibia bajo nuestros pies y el murmullo de las olas acompañando nuestro andar. La brisa salada revolvía mi cabello, y en ese momento, todo parecía perfecto, como si el universo nos envolviera en su propia burbuja.Cuando nos alejamos unos metros del hotel, él se detuvo de repente, jalándome suavemente de la mano. Su mirada se clavó en la mía, intensa, profunda, como si quisiera grabar ese instante en su memoria.Y entonces, sin previo aviso, se arrodilló sobre la arena.Mi corazón latió con fuerza cuando vi la pequeña caja de terciopelo rojo en sus manos.—Quiero que seas mi esposa —susurró con una voz cargada de emoción.Abrió la cajita, revelando un resplandeciente diamante rosa que atrapó la luz de la luna y la reflejó en destellos suaves y mágicos.Las lágrimas acudieron a mis ojos sin que pudiera evitarlo. No eran solo lágrimas de sorpresa, sino de felicidad, de amor, de todo lo que él significa
107GabrielLuego de desayunar en casa, salí con una pequeña sonrisa dibujada en los labios. Me sentía extrañamente bien. La calidez de la mañana y el eco de las risas durante el desayuno aún resonaban en mi mente mientras conducía hacia la casa de mi madre.Al llegar, Louise, el mayordomo de la familia, salió a recibirme con su acostumbrada precisión.—Amo Seraphiel, buen día —saludó con una leve inclinación de cabeza, siempre impecable en sus modales.—Buenos días, Louise ¿Dónde están mis padres? —pregunté mientras cruzaba la entrada principal de la mansión. El aroma familiar a madera pulida y flores frescas flotaba en el aire.—Están desayunando en el jardín, ¿gusta acompañarlos? —respondió con amabilidad, manteniendo su postura recta y serena.—Sí, pero no desayunaré —asentí, ajustando las mangas de mi chaqueta mientras me dirigía hacia el jardín.A cada paso, la mansión irradiaba la misma elegancia intachable de siempre. Nada cambiaba aquí: el lujo silencioso, los pasillos impeca
108Gabriel—¿S-son… son tuyas? —preguntó mi padre con un tono calculador.—Sí —dije sin dudar— son mis hijas.Saqué el celular para mostrarle una foto de Sara, Samira con Samuel todos sonrientes y vieron el parecido con Samuel. Sin duda alguna eran mis hijas.Mi madre dejó escapar un leve jadeo, llevándose una mano al pecho como si necesitara aire.—¿Cómo es posible? —exigió saber— no, no… no es posible. Debe ser mentira.—Ella estaba embarazada cuando se fue lejos por culpa del escándalo —respondí sin rodeos—. Y ahora las recuperé, madre.El silencio que siguió fue helado.—Dios mío… —susurró mi madre antes de fruncir el ceño y mirarme con severidad—. No, Gabriel. No lo permitiré, esa mujer puede que tenga otras intenciones.Apreté la mandíbula.—¿No permitirás qué? —contesté con voz helada.—Ese matrimonio no va a suceder —declaró con firmeza, irguiéndose en su asiento—. No permitiré que te arruines de esta manera. Esa familia tiene mala reputación, solo son una mancha para los Ser
109ZairaDespués de dejar a las niñas en el colegio, Gabriel me llevó de regreso a casa. Ahora que los niños no estaban, me sentía un poco aburrida, así que decidí cocinarle el almuerzo para sorprenderlo.Mientras picaba la carne, mi teléfono sonó. Miré la pantalla y sonreí al ver el nombre de mi madre, Elena. Contesté sin dejar de mover las manos.—Cariño, me alegra que contestes —dijo con entusiasmo a través del auricular.—Hola, mamá. ¿Cómo estás? —saludé con alegría—. Hoy las niñas fueron al colegio por primera vez aquí.—¡Qué alegría, mi niña! —exclamó emocionada—. Pásame las fotos más tarde.Podía imaginar su sonrisa al otro lado de la línea. Pero su siguiente comentario me hizo fruncir el ceño.—Te llamo porque quiero decirte que este fin de semana celebraré un banquete especial para presentarte en sociedad —anunció, sin ocultar su emoción.Mi mano se detuvo sobre la tabla de cortar. Mi pecho se oprimió con una mezcla de nervios y duda.—Mamá... ¿y qué dirás sobre Camila? —mor
111SelenaNo lo dudé un segundo.Ya había anochecido cuando salté por la ventana, mi cuerpo cayó con fuerza contra el suelo, rodando un par de veces antes de detenerme. Un ardor punzante recorrió mis brazos y hombro por los raspones, pero no me importó. Me puse de pie en un instante, con la adrenalina bombeando en mis venas.Me giré para correr, pero en ese preciso momento un Volkswagen amarillo frenó frente a mí, las luces iluminando la oscuridad de la noche.Eva.Bajó la ventanilla y me miró con el ceño fruncido.—¿Qué haces ahí? ¡Entra! —dijo con urgencia.Mi mente aún estaba en shock, pero mis piernas reaccionaron antes que yo. Me subí al auto y cerré la puerta de un golpe.El motor rugió y Eva aceleró, llevándonos lejos de ese lugar sin decir una palabra. Durante al menos diez minutos solo nos acompañó la música de fondo, un viejo tema de rock que sonaba bajo en la radio.—Gracias —dije en un bajo murmullo.Finalmente, su voz rompió el silencio.—¿A dónde te llevo? —pregunta ell
112ZairaDesde ese día comencé a llevarle el almuerzo, los niños iban bien en el colegio, entramos en una cómoda rutina. Pero luego de unos días, él no fue a trabajar temprano ese día. Miré a Gabriel, que se había quedado en casa, y le pregunté cariñosamente:—¿Por qué no te has ido?Él me sonrió de manera enigmática y respondió:—Hoy vamos por ese vestido que te prometí, me recuerda, además tenemos una subasta a la que quiero que vayas.Mi curiosidad se despertó, pero decidí no insistir en el tema.—Bien, iré a cambiarme para llevar a los niños al colegio —le dije, y me levanté rápidamente. Salí corriendo para ponerme unos jeans y una camisa de algodón con un personaje de anime en medio. Gabriel siempre decía que esas camisas eran una mezcla divertida entre lo que era yo y lo que él esperaba ver.Al entrar en la boutique, me sentí instantáneamente desbordada por el lujo del lugar, pero había algo en el aire que me puso alerta. La diseñadora, una mujer que no sabía disimular su estil
113Zaira.—No me gusta el vestido —hablé suavemente.Lo dije despacio, sin mirarlo, enfocándome en mi reflejo. Me negaba a encontrarme con sus ojos.—Te puede gustar si te ves con mejores ojos —intervino la mujer, su voz impregnada de paciencia.—Cariño… —intentó persuadirme él, su tono más suave, tratando de hacerme cambiar de opinión.No.Me tensé y apreté los labios.—Dije que no me gusta el vestido —reafirmé con voz firme, sintiendo una opresión en el pecho—. Quiero irme.No le di oportunidad de insistir. Me metí en el vestidor y cerré la cortina con más fuerza de la necesaria. Me cambié lo más rápido que pude, como si escapar de esa tela pudiera liberarme también de la sensación sofocante que me embargaba.Gabriel no insistió más.Me observó en silencio por un momento antes de asentir con un leve movimiento de cabeza.—Está bien —dijo, con su tono usualmente calmado—. Vámonos.Salimos de la boutique sin prisas, pero con cada paso sentía su mirada fija en mí. No decía nada, solo