- Las señoritas no están_ se apresuró a decir Matilde.
Erguido frente a la puerta, rígido en su uniforme militar, el coronel Alcázar la miraba, otra vez con la sonrisa petulante bajo su bigote.
-Lo sé. La vine a visitar a usted, Matildita.
Turbada y sorprendida, Matilde recibió un ramo de rosas y una caja de bombones finos que le tendió el hombre.
- ¿Y no me va a invitar a pasar? ¿Así se atiende a las visitas en España?
- Soy argentina, señor. Y este es mi lugar de trabajo, no puedo recibir visitas.
-Caramba, que impertinencia la mía. Disculpe. En ese caso, mañana es domingo ¿Me aceptaría una invitación para tomar un café en la confitería Colón?
-Yo no puedo ir a la Colón. Allí van las señoras.
-Ay, Matildita, Matildita… esas cosas están
Matilde llegó esa mañana al Centro Cultural Alberti acompañada por la señorita Ida, que había acordado empezar a dar clases de apoyo allí. Se encontraron a Rosita discutiendo con el director del Centro Cultural, con su hermano Félix y con Giusseppe. Entre los tres trataban de convencer a la compañera Rosita que lo que experimentaba era una debilidad femenina por un burgués vicioso y pervertido.-¡Señorita Ida!- exclamó en cuanto vio llegar a las dos mujeres -¡Usted tiene que ayudar al niño Ladislao! ¡Lo quieren meter en uno de esos lugares horribles donde ponen a los locos!-Le estoy tratando de explicar a la compañera- dijo el profesor Sandrelli, director del Centro, circunspecto detrás de sus lentes. Que la homosexualidad o uranismo es una degeneración burguesa muy dañina para el tejido social.-¡Es una enfermedad como c
- Madre. Yo no amo a ese joven.Irma del Carmen permanecía erguida frente a la cama de su madre. Arsendina había despertado muy mal esa mañana, y no había podido levantarse. Irma y Beatriz entonces se organizaron para prepararle el desayuno a su padre, la vianda para que llevara a la cantera, y dividirse las labores de la casa. En el momento en el que fue a llevarle una tisana a su madre y a cambiarle la botella de agua caliente, aprovechó a hacerle la conversación.Unas noches antes, había venido a cenar con ellos un compañero de trabajo del padre, Jordán Ferreira. Jordán Ferreira y Esteban del Carmen se conocían desde que vivían en España. El gallego había pasado una temporada en el pueblito donde estaba el convento del Carmen, y todos allí conocían a Esteban, el niño de las monjas. Vino con su esposa y su hijo Benigno: un muchacho de l
-Matilde, te tengo que pedir un favor.-Lo que usted mande, señorita Ida. ¿Le plancho un vestido? ¿O quiere que la peine?-No es eso, Matilde. Te lo tengo que pedir más como amiga que como patrona.Tomando de la mano a Matilde, Ida le indicó que se sentara a su lado en la cama. Luego, acercando su cabeza al oído de Matilde le dijo en tono confidencial:- Hoy quiero salir con un muchacho…-Me alegra oírlo, señorita Ida…pero en qué la puedo ayudar yo.-Me tenés que acompañar…-¿Yo?- Es que… ¿Sabés con quién me quiero encontrar?... ¡Con Sandrelli!-¿Por el profesor Sandrelli? ¿El director del Centro Socialista?-Sí, así que no lo pueden saber papá y mamá. Imaginate el escándalo que harían si se enteraran que salgo con
-No sé, Catita…no me atrevo..-Matilde, no seas tonta…te escuché que estuviste toda la noche llorando… no podés estar así, tenés que hablar con él.- Pero…ir a su casa. Nunca lo hice...él no me invitó…para colmo no tiene ninguna familiar mujer, vive solo con un amigo…No puedo ir sola a la casa de dos hombres solos.-No seas ridícula. Yo te acompaño. Es cerca de donde yo trabajo, a tres cuadras de la estación. Vamos.A la salida de la misa, Catita prácticamente arrastró a su hermana hasta la casa de Giuseppe. Vivía el toscano en un largo terreno rectangular que había adquirido a medias con su amigo Luigino. En él, con mucho esfuerzo, en las horas que les dejaba libre el trabajo en la cantera los dos amigos habían construido una tapera en la que vivían. Para ellos dos era má
El lunes por la mañana, al llegar a la casa de los Phers, Matilde y Benigno se encontraron con una conmoción. La señora estaba visiblemente alterada y hablaba con dos oficiales de policía en la cocina.- ¡Aquí llegaron! Este es todo el personal de servicio que tenemos, oficial. El señor Benigno Ferreira, nuestro chofer y su hija Matilde, nuestra mucama. ¡Están con nosotros desde hace años!... Realmente me resisto a creer…- Déjeme a mí, señora. Es solamente una cuestión de rutina. Señorita, supongo que es usted la que hace la limpieza de las habitaciones… ¿me equivoco?-Sí, señor. Yo me ocupo de la casa.- La señora Phers, durante el fin de semana, ha echado en falta una valiosa gargantilla… ¿usted sabe algo de eso, señorita Ferreira?-¡Pero qué insinúa usted!
Poco a poco, Matilde se fue adaptando a su nueva vida en la casa de los Alcázar.Era la primera vez en su vida que tenía lo que podía llamarse unas vacaciones, y eso al principio, la descolocó. Ni bien llegó a la casa, acompañada por Máximo y su padre, fue corriendo a la cocina a abrazar a su amiga Rosita, quien gritó de alegría al verla. Inmediatamente, le pidió que le prestara un delantal para ayudarla con los quehaceres. Pero antes de que Rosita pudiera responder, Máximo la cortó en seco: ella estaba en esa casa como huésped, no como criada. “Rosita, le prohíbo que acepte cualquier tipo de ayuda de la señorita Ferreira y que se esfuerce por atenderla como a cualquier visita que llega a esta casa. Matilde, ya escuchó: si no quiere comprometer a su amiga, más le vale dejarse servir por ella. Y si la llego a ver lavando un plato o una taza o levantando
Esa mañana, mientras apilaba cajas en un depósito de la Estación, Catita se encontró una sorpresa. Un hombre con un largo sobretodo gris dormía entre los paquetes, usando su hato de ropa como almohada. Supuso que sería uno más de los “crotos” que buscaban refugio allí para pasar el tiempo que transcurría entre que se bajaban de un tren de carga y se subían a otro. Divertida, lo tocó con una vara para despertarlo: ya estaba por salir otro tren, y quizás querría abordarlo. Y tal vez tuviera tiempo para compartir unos mates y anécdotas con ella, como lo hacían casi todos.Qué sorpresa se llevó, cuando reconoció al futuro cuñado de su hermana. ¿Qué hacía ese señorito de alta alcurnia con veleidades de poeta dormitando en un galpón infestado de cucarachas?-¿Qué hacés ac
Hija…hija!…¡Perón renunció!.Matilde dejó en la bacha el plato que estaba lavando, se secó las manos y corrió a abrir la puerta del jardín delantero, desde la cual, su madre le gritaba, en visible estado de agitación.-¡Mámá! ¡Qué sorpresa! ¿Qué hace por acá? ¿Y qué me dice de Perón?Irma entró a la casa de su hija resoplando pesadamente, dejó el bolso con su ropa de trabajo en una silla y se secó la frente sudada con un pañuelo, mientras Matilde le alcanzaba un vaso de agua.- Renunció a todos sus cargos...bah, lo hicieron renunciar. Yo recién termino el turno en el hotel, y allá no se habla de otra cosa. Por eso pa