El lunes por la mañana, al llegar a la casa de los Phers, Matilde y Benigno se encontraron con una conmoción. La señora estaba visiblemente alterada y hablaba con dos oficiales de policía en la cocina.
- ¡Aquí llegaron! Este es todo el personal de servicio que tenemos, oficial. El señor Benigno Ferreira, nuestro chofer y su hija Matilde, nuestra mucama. ¡Están con nosotros desde hace años!... Realmente me resisto a creer…
- Déjeme a mí, señora. Es solamente una cuestión de rutina. Señorita, supongo que es usted la que hace la limpieza de las habitaciones… ¿me equivoco?
-Sí, señor. Yo me ocupo de la casa.
- La señora Phers, durante el fin de semana, ha echado en falta una valiosa gargantilla… ¿usted sabe algo de eso, señorita Ferreira?
-¡Pero qué insinúa usted!
Poco a poco, Matilde se fue adaptando a su nueva vida en la casa de los Alcázar.Era la primera vez en su vida que tenía lo que podía llamarse unas vacaciones, y eso al principio, la descolocó. Ni bien llegó a la casa, acompañada por Máximo y su padre, fue corriendo a la cocina a abrazar a su amiga Rosita, quien gritó de alegría al verla. Inmediatamente, le pidió que le prestara un delantal para ayudarla con los quehaceres. Pero antes de que Rosita pudiera responder, Máximo la cortó en seco: ella estaba en esa casa como huésped, no como criada. “Rosita, le prohíbo que acepte cualquier tipo de ayuda de la señorita Ferreira y que se esfuerce por atenderla como a cualquier visita que llega a esta casa. Matilde, ya escuchó: si no quiere comprometer a su amiga, más le vale dejarse servir por ella. Y si la llego a ver lavando un plato o una taza o levantando
Esa mañana, mientras apilaba cajas en un depósito de la Estación, Catita se encontró una sorpresa. Un hombre con un largo sobretodo gris dormía entre los paquetes, usando su hato de ropa como almohada. Supuso que sería uno más de los “crotos” que buscaban refugio allí para pasar el tiempo que transcurría entre que se bajaban de un tren de carga y se subían a otro. Divertida, lo tocó con una vara para despertarlo: ya estaba por salir otro tren, y quizás querría abordarlo. Y tal vez tuviera tiempo para compartir unos mates y anécdotas con ella, como lo hacían casi todos.Qué sorpresa se llevó, cuando reconoció al futuro cuñado de su hermana. ¿Qué hacía ese señorito de alta alcurnia con veleidades de poeta dormitando en un galpón infestado de cucarachas?-¿Qué hacés ac
Hija…hija!…¡Perón renunció!.Matilde dejó en la bacha el plato que estaba lavando, se secó las manos y corrió a abrir la puerta del jardín delantero, desde la cual, su madre le gritaba, en visible estado de agitación.-¡Mámá! ¡Qué sorpresa! ¿Qué hace por acá? ¿Y qué me dice de Perón?Irma entró a la casa de su hija resoplando pesadamente, dejó el bolso con su ropa de trabajo en una silla y se secó la frente sudada con un pañuelo, mientras Matilde le alcanzaba un vaso de agua.- Renunció a todos sus cargos...bah, lo hicieron renunciar. Yo recién termino el turno en el hotel, y allá no se habla de otra cosa. Por eso pa
Catalina llegó exultante de la calle. Dejó la bolsa de compras Sobre la mesada de la cocina y se acercó a la mesa donde su marido leía el diario y su padre trataba de armar un solitario con un juego de baraja española.Papá, Ladislao, escuchen… tengo una gran noticia.-¿Qué nos vas a decir…¿qué Figueroa es el nuevo comisionado municipal? ¿Qué Perón es presidente? Ya lo sabemos, Cata…como para no saberlo, con la bulla que meten…- dijo Ladislao.-No, paspado…qué tiene que ver la política. Es algo de la familia. Recién, cuando volví del mercado pasé por el bar de Jordi y le pedí usar el teléfono…hablé con mamá.- Cuida los gastos, niña…-dijo Benigno. Mira que ese catalán te cobra una fortuna por usar el teléfono&hellip
Irma había pedido permiso para ir a la casa de su hermana. Le habían dicho que Catita se estaba portando mal en la escuela, y quería charlar con ella: tenía la esperanza de que por lo menos su hija menor terminara sexto grado. A Matilde habían tenido que retirarla para que trabajara con ella: encargarse de la limpieza, la cocina, el lavado de ropa y el cuidado de las niñas en la casa de los Phers era demasiado agotador para ella, necesitaba ayuda y Matilde podía hacer unos trabajitos. Además, no quería abusar de la generosidad de su hermana y de su cuñado, que bastante los estaban ayudando.Le dejó encargadas a Matilde todas las tareas que tenía que hacer, se puso uno de sus vestidos de calle y salió a tomarse el colectivo que iba a la Movediza.Tardó media hora en llegar a la casa de su hermana. Tuvo una conversación con la pequeña Catita: le dijo que si no
Después del episodio con el policía, Ladislao empezó a evitar ese bar. A veces se quedaba a comer un sándwich en su oficina y a veces se salteaba el almuerzo.Un día, decidió que su temor era supersticioso y ridículo. Finalmente, no había pasado nada. Decidió volver al bar.El policía morocho estaba en la barra. Ladislao trató se ignorarlo pero en cuanto fue al baño, se lo encontró tras él-¿Qué pasa ahora? ¿Qué ley infringí?-Ninguna. Te tengo que decir algo.-No tengo mucho tiempo.-Es importante.-A ver, que pasa…-Fue tu hermano, el coronel Alcázar el que me mandó a detenerte.Ladislao frunció el entrecejo, incrédulo.-¿Qué dec&iacut
-¿Cómo qué un accidente??-Un accidente en la cantera, Irma…no sé de qué te sorprendés tanto, si son bastante comunes- dijo Beatriz sacando una gigantesca empanada gallega del horno.Irma bajó la vista, temiendo que su turbación delatara sus sentimientos. En realidad, ella misma se sorprendió de la desazón y la angustia que la invadió cuando Lucas comentó, como al pasar, en medio de una charla intrascendente al enterarse que Hugo, ese domingo, no iba a almorzar con ellos porque había sufrido un accidente de trabajo. Pero, como era costumbre, Benigno no le prestaba la más mínima atención a sus estados de ánimo: tomaba vino y devoraba una picada de salame pegado a la radio: ella podría haberse puesto a correr desnuda por la habitación y ni siquiera lo habría notado. Catita y Matilde, jugaban en el patio trase
Parapetada detrás de la máquina de coser a pedal, mientras terminaba un dobladillo, Matilde vigilaba al pequeño Oscar, que jugaba en el suelo con unos autitos de madera. Ya iba a cumplir cinco años, en cualquier momento empezaba la escuela. Dios, cómo había pasado el tiempo. En esos años, Matilde había encontrado algo parecido a la felicidad viendo crecer a su hijo.Pero muchas veces, en sus momentos de soledad, la nostalgia la envolvía como un velo de novia. Nunca había vuelto a Tandil, y nunca había dejado de soñar con sus sierras y sus bosques. Muy de vez en cuando le llegaban noticias de su hermana: sabía que había sido madre de dos niños. Matilde deseaba ardientemente que un día Oscarcito pudiera jugar con sus primos en las laderas del cerro Movediza, como ella y su hermana lo habían hecho cuando eran niñas, en esas serranías agrestes.