El hijo

Parapetada detrás de la máquina de coser a pedal, mientras terminaba un dobladillo, Matilde vigilaba al pequeño Oscar, que jugaba en el suelo con unos autitos de madera. Ya iba a cumplir cinco años, en cualquier momento empezaba la escuela. Dios, cómo había pasado el tiempo. En esos años, Matilde había encontrado algo parecido a la felicidad viendo crecer a su hijo.

Pero muchas veces, en sus momentos de soledad, la nostalgia la envolvía como un velo de novia. Nunca había vuelto a Tandil, y nunca había dejado de soñar con sus sierras y sus bosques. Muy de vez en cuando le llegaban noticias de su hermana: sabía que había sido madre de dos niños. Matilde deseaba ardientemente que un día Oscarcito pudiera jugar con sus primos en las laderas del cerro Movediza, como ella y su hermana lo habían hecho cuando eran niñas, en esas serranías agrestes.

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