- Más té, por favor, Matildita- demandó la señora Phers. Con ademán mecánico, Matilde se acercó con la tetera y volvió a llenar de líquido ambarino.
-¡Qué orgullosa debés estar, Gertrudis! -continuó dirigiéndose a la señora de Alcázar. ¡Tus hijos ya son dos hombres! ¡Y uno de ellos, militar de carrera!
Gertrudis de Alcázar sonrió, complacida, y su hijo Máximo, se esponjó como un pavo real dentro de su uniforme del ejército. Junto a él, su hermano Ladislao, de apenas diecisiete años, lánguido y delicado, bebía el té con un gesto ausente.
-Sí, Máximo es nuestro orgullo, y estoy seguro que Ladislao también nos dará muchas satisfacciones- repuso el Dr. Alcázar.- Aunque a él no se le dio por el lado de las armas, sino por el
_ ¡Barreno!!Tras el grito vino la explosión, y una lluvia de bloques de piedra cayó sobre la cancha. Estaban listos para que los picapedreros empezaran a hacer su labor, transformándolas en cordones y adoquines.Con la camisa arremangada y abierta pegándosele al cuerpo por el sudor, los músculos en dura tensión, Giusseppe Bertucci golpeaba la piedra con la martelina como si tuviera un encono personal contra ella. Ignoraba el sol del mediodía, la sed y el dolor. Cuando el aire abandonaba sus pulmones, respiraba profundo y con recuperada fuerza volvía a acometer contra la roca. A su flanco, sus compañeros seguían en idéntica actitud. Todos se esforzaban en cortar piedra, todos querían producir lo más posible, pensando en las esposas y en los niños que los aguardaban en casa, los casados; y en el baile, las muchachas y el paseo del domingo, los solteros.Giussep
Con los cabellos recogidos cubiertos por una boina y vistiendo un mono azul de trabajo, Catita apilaba las cajas que llevaba desde del andén hasta el depósito. Llevaba dos meses trabajando en la estación, y nunca se había sentido tan feliz. Por primera vez, sentía que había encontrado su lugar.La llegada de una mujer, revolucionó el ambiente ferroviario por dos semanas. Después, los muchachos se acostumbraron y empezaron a tratarla como uno más. Es que Catalina no le hacía asco al lenguaje procaz, ni se espantaba por los chistes verdes, ni le sacaba el cuerpo al trabajo más duro tampoco. Ya Giuseppe les había avisado acerca de la excepcional fuerza física de la muchacha, pero varias veces se veían obligados a recordarle los límites de su anatomía. El capataz, un italiano bonachón y obeso, le había tomado mucho aprecio. Incluso, le enseñó
- Las señoritas no están_ se apresuró a decir Matilde.Erguido frente a la puerta, rígido en su uniforme militar, el coronel Alcázar la miraba, otra vez con la sonrisa petulante bajo su bigote.-Lo sé. La vine a visitar a usted, Matildita.Turbada y sorprendida, Matilde recibió un ramo de rosas y una caja de bombones finos que le tendió el hombre.- ¿Y no me va a invitar a pasar? ¿Así se atiende a las visitas en España?- Soy argentina, señor. Y este es mi lugar de trabajo, no puedo recibir visitas.-Caramba, que impertinencia la mía. Disculpe. En ese caso, mañana es domingo ¿Me aceptaría una invitación para tomar un café en la confitería Colón?-Yo no puedo ir a la Colón. Allí van las señoras.-Ay, Matildita, Matildita… esas cosas están
Matilde llegó esa mañana al Centro Cultural Alberti acompañada por la señorita Ida, que había acordado empezar a dar clases de apoyo allí. Se encontraron a Rosita discutiendo con el director del Centro Cultural, con su hermano Félix y con Giusseppe. Entre los tres trataban de convencer a la compañera Rosita que lo que experimentaba era una debilidad femenina por un burgués vicioso y pervertido.-¡Señorita Ida!- exclamó en cuanto vio llegar a las dos mujeres -¡Usted tiene que ayudar al niño Ladislao! ¡Lo quieren meter en uno de esos lugares horribles donde ponen a los locos!-Le estoy tratando de explicar a la compañera- dijo el profesor Sandrelli, director del Centro, circunspecto detrás de sus lentes. Que la homosexualidad o uranismo es una degeneración burguesa muy dañina para el tejido social.-¡Es una enfermedad como c
- Madre. Yo no amo a ese joven.Irma del Carmen permanecía erguida frente a la cama de su madre. Arsendina había despertado muy mal esa mañana, y no había podido levantarse. Irma y Beatriz entonces se organizaron para prepararle el desayuno a su padre, la vianda para que llevara a la cantera, y dividirse las labores de la casa. En el momento en el que fue a llevarle una tisana a su madre y a cambiarle la botella de agua caliente, aprovechó a hacerle la conversación.Unas noches antes, había venido a cenar con ellos un compañero de trabajo del padre, Jordán Ferreira. Jordán Ferreira y Esteban del Carmen se conocían desde que vivían en España. El gallego había pasado una temporada en el pueblito donde estaba el convento del Carmen, y todos allí conocían a Esteban, el niño de las monjas. Vino con su esposa y su hijo Benigno: un muchacho de l
-Matilde, te tengo que pedir un favor.-Lo que usted mande, señorita Ida. ¿Le plancho un vestido? ¿O quiere que la peine?-No es eso, Matilde. Te lo tengo que pedir más como amiga que como patrona.Tomando de la mano a Matilde, Ida le indicó que se sentara a su lado en la cama. Luego, acercando su cabeza al oído de Matilde le dijo en tono confidencial:- Hoy quiero salir con un muchacho…-Me alegra oírlo, señorita Ida…pero en qué la puedo ayudar yo.-Me tenés que acompañar…-¿Yo?- Es que… ¿Sabés con quién me quiero encontrar?... ¡Con Sandrelli!-¿Por el profesor Sandrelli? ¿El director del Centro Socialista?-Sí, así que no lo pueden saber papá y mamá. Imaginate el escándalo que harían si se enteraran que salgo con
-No sé, Catita…no me atrevo..-Matilde, no seas tonta…te escuché que estuviste toda la noche llorando… no podés estar así, tenés que hablar con él.- Pero…ir a su casa. Nunca lo hice...él no me invitó…para colmo no tiene ninguna familiar mujer, vive solo con un amigo…No puedo ir sola a la casa de dos hombres solos.-No seas ridícula. Yo te acompaño. Es cerca de donde yo trabajo, a tres cuadras de la estación. Vamos.A la salida de la misa, Catita prácticamente arrastró a su hermana hasta la casa de Giuseppe. Vivía el toscano en un largo terreno rectangular que había adquirido a medias con su amigo Luigino. En él, con mucho esfuerzo, en las horas que les dejaba libre el trabajo en la cantera los dos amigos habían construido una tapera en la que vivían. Para ellos dos era má
El lunes por la mañana, al llegar a la casa de los Phers, Matilde y Benigno se encontraron con una conmoción. La señora estaba visiblemente alterada y hablaba con dos oficiales de policía en la cocina.- ¡Aquí llegaron! Este es todo el personal de servicio que tenemos, oficial. El señor Benigno Ferreira, nuestro chofer y su hija Matilde, nuestra mucama. ¡Están con nosotros desde hace años!... Realmente me resisto a creer…- Déjeme a mí, señora. Es solamente una cuestión de rutina. Señorita, supongo que es usted la que hace la limpieza de las habitaciones… ¿me equivoco?-Sí, señor. Yo me ocupo de la casa.- La señora Phers, durante el fin de semana, ha echado en falta una valiosa gargantilla… ¿usted sabe algo de eso, señorita Ferreira?-¡Pero qué insinúa usted!