55. Ella era su ancla

Su expresión de ensueño fue una clara invitación, y sus gemidos ahogados; mientras trazaba un camino de besos por la piel preparada y expuesta, fue solo el inicio de lo que nunca más podría volver a privarse, no tratándose de esa bendita y necesaria mujer.

Cuando alzó la vista, y sus ojos azules se apoderaron de los suyos castaños, fervientes y sobrecargados de anhelo, su instinto más salvaje tomó el control.

Se hizo de los botones de su camisa, y uno a uno, fue desabrochándolos. La prenda se abrió a los lados. Unas pequeñas y diminutas bragas blancas, los pechos tal cual como los recordaba esa tarde… y como los había sentido entre sus manos.

El viril miembro masculino se hizo dolorosamente más apretado, y pulsaba de necesidad.

Carajo.

En todas las horas que estuvo fuera no hizo más que pensar en ella, y ahora la tenía así… enteramente dispuesta.

Deslumbrado, le recorrió el cuerpo con las manos. Sus dedos aseaban sus caderas y sus palmas tranquilizaban los espasmos involuntarios. Y al
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