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Capítulo 4. ¿Quién eres?

Patrick recargó la cabeza en el respaldo de su silla después de dejar a Meghan en su departamento. Regresó al Casino, pero no pudo concentrarse en el trabajo. No podía pensar en nada más que en el lío en el que se había metido y en qué haría si Meghan decidía no irse. Tal vez, en el fondo, era mejor que ella decidiera marcharse y comenzar una nueva vida lejos de Paul. Pero, ¿qué sucedería si ella decidía quedarse con él?

Patrick pensó en Astrid; a ella no le haría mucha gracia saber que otra mujer estaba viviendo en su nidito de amor. Pensar en Astrid le hizo recordar que no se había comunicado con ella. Miró la hora y se atrevió a marcarle, arriesgándose a que ella no respondiera debido a lo tarde que era en Milán. Sin embargo, el teléfono fue atendido al segundo timbre; estaba despierta. ¿Tal vez esperando su llamada?

—¿Cariño? —preguntó intrigado ante el silencio al otro lado de la línea.

—Pat —la voz de Astrid era ronca, como si hubiera estado llorando, y eso le angustió.

—¿Estás bien, cariño? Tu voz se escucha ronca, como si…

—Dime que no es verdad —la premura en la voz de Astrid estremeció a Patrick.

—¿De qué hablas, Astrid? —preguntó, sin comprender las palabras de su novia.

—Dime que no has llevado a ninguna mujer a nuestro departamento.

El silencio se instaló en la línea; Patrick apretó el móvil con tanta fuerza que estuvo a punto de romperlo.

—Pat, dime que no es cierto, por favor. Dime que no tienes otra mujer —suplicó, el llanto de Astrid hirió el corazón de Patrick mientras la ira corría por sus venas como hiel.

—Astrid.

—Ray me envió unas fotos, eras tú con otra mujer —sollozó ella.

Patrick estuvo a punto de saltar de su silla.

—Todo tiene una explicación, cariño, por favor, no llores.

—Entonces, ¿es verdad? —insistió Astrid. Patrick podía imaginarse los pensamientos de su novia, sobre todo si había fotos que lo comprometían.

—Sí, se llama Meghan, pero no es lo que crees, Astrid. Ray solo quiere crear problemas entre nosotros, y…

—Conozco a Ray y sé de lo que es capaz, pero me duele enterarme por él y no por ti —lo interrumpió.

Patrick se levantó de la silla, caminó por la oficina hasta detenerse cerca del ventanal y observó la ciudad mientras escuchaba a Astrid.

—No sabía cómo decírtelo, Astrid. Ni siquiera he asimilado la situación. Ray provocó todo esto y es clara su intención.

—Estoy cansada y tengo la cabeza embotada, no quiero seguir con esta conversación; no quiero decir algo de lo que pueda arrepentirme, Pat.

Patrick apretó los dientes, pero consciente de lo tarde que era y de cómo debía sentirse Astrid, le deseó buenas noches y antes de que dijera algo más, ella había cortado la llamada.

Patrick miró a través del vidrio sin ver; sus pensamientos eran una maraña de molestia y Ray era el principal responsable. Todo lo había hecho con un único fin: incordiar a Astrid, sabiendo lo lejos que estaban para poder aclarar la situación. Con frustración, Patrick caminó al minibar y se sirvió un whisky, bebió su contenido en un solo trago y volvió a servirse otro.

—Emborracharte no será la solución.

Patrick se giró para encontrarse con Harrison.

—No te escuché llegar —dijo, sirviendo un nuevo vaso de licor para ofrecérselo a su amigo.

—Estás demasiado distraído, Pat.

—Lo sé, acabo de hablar con Astrid.

—¿Y? —preguntó Harrison, sentándose en el largo, cómodo y lujoso sillón de piel.

—Ray le ha enviado fotos.

—¿Fotos? ¿Qué tipo de fotos?

—Supongo que el imbécil nos fotografió en el edificio de Paul, no desaprovechó la oportunidad; debí anticiparme y contarle a Astrid.

Harrison bebió un sorbo de su vaso y negó.

—No hay manera de explicar algo como esto por teléfono. Nada es mejor que hacerlo personalmente; tal vez deberías ir a Milán —le sugirió.

Patrick negó.

—No tiene caso, Astrid vuelve el lunes, entonces hablaré con ella.

—No dejes para mañana las cosas que puedes hacer hoy —recitó Harrison un dicho muy conocido.

—No hay nada que pueda hacer, Harrison, Astrid tiene el desfile más importante mañana y mis padres también se marcharán. No puedo dividirme en dos y estar en la cena con mis padres y en Milán al mismo tiempo —refutó.

Harrison suspiró, le dio otro sorbo a su vaso y lo abandonó en la mesa de centro.

—¿Qué piensas hacer con la chica? —preguntó.

Patrick miró el fondo de su vaso, caminó al sillón y se sentó.

—No sé si va a quedarse.

—¿Discutieron?

Patrick negó.

—Me limité a aclararle las cosas, no soy un maldito pervertido que tenga dobles intenciones con ella; ¡apenas es legal! —exclamó, bebiendo otro sorbo del vaso.

Harrison colocó una mano sobre el hombro de Patrick.

—Puedo llevarla a casa si lo deseas, no tendré ningún problema con ellos. Además, no estaremos solos, puede ser una compañía para mi madre —se ofreció.

Patrick negó.

—No quiero que esa pobre chica se sienta como un objeto, traída y llevada al antojo de otras personas. Ya es muy malo lo que está sucediendo con ella ahora; puedo imaginar el dolor que debe sentir al ser traicionada por el hombre que debió protegerla.

—¿Te estás preocupando por ella? —la sorpresa en la voz de Harrison hizo que Patrick dejara escapar un suspiro.

—No la conozco, no tengo ningún lazo que me ate a ella más allá de esta jodida apuesta; sin embargo…

Patrick no pudo continuar; bebió el resto del contenido de su vaso y lo dejó en la mesa de centro, imitando a Harrison.

—¿Qué? —preguntó él, ante el silencio de Patrick.

—Es tan joven, me gustaría ayudarla; tal vez tengas razón, estar en casa y a cargo de Mía sea una solución.

—Por supuesto, siempre y cuando no le digas a tus padres que te la has ganado en una apuesta.

Patrick arrugó el ceño.

—Jamás se lo diría, mamá odia las apuestas; es una de las principales condiciones que estableció cuando decidí aventurarme en el negocio, por supuesto que eso no quiere decir que no sepa jugar —dijo.

—Lo sé, Patrick; aun así, tienes que ser consciente de que ayudar a esa chica puede traerte muchos problemas y no solo con Astrid, no sabemos lo que Ray busca en realidad y también está Paul.

Patrick apretó la mandíbula.

—Ray no volverá a joderme la vida y en cuanto a Paul, dudo mucho que Meghan lo perdone.

—¿Y Astrid?

—Voy a explicarle la situación de Meghan; a lo mejor pueden ser amigas —musitó.

Harrison miró a Patrick por unos segundos.

—¿Crees que puedan ser amigas?

—No lo sé —respondió Patrick con frustración; se levantó del sillón y caminó al minibar para llenar su vaso.

Harrison negó.

—Astrid es tu novia y puede sentir celos; Meghan es guapa —dijo.

—Ya no quiero hablar más de Meghan, tengo que pensar en Astrid, es ella a quien necesito cuidar y proteger. Es Astrid la mujer que amo y si tengo que elegir entre ellas, podrás quedarte con Meghan si así ella lo desea —dijo Patrick finalmente, sintiéndose un tanto incómodo. No quería tratar a Meghan como un objeto; pero al final estaba poniendo en tela de juicio sus propias palabras al ofrecerla a Harrison. ¿De verdad era distinto de Paul? El pensamiento lo enfureció…

Meghan se levantó del piso; no tenía idea del tiempo que había pasado llorando como una Magdalena, pero había sido el suficiente para que sus lágrimas se secaran. Su corazón seguía doliendo; la traición de Paul la había marcado para siempre. Difícilmente podría confiar en alguien más a partir de ahora. Era por eso que se le hacía difícil pensar en Patrick como un salvador. Pero entonces, ¿qué era lo que debía hacer? Marcharse era la mejor opción, pero… ¿a dónde iría? No podía volver a casa de Daisy; no podía arriesgarse a que Paul volviera a verla y supiera que estaba sola de nuevo.

Amaba a Paul porque era su hermano y eso hacía su traición mucho más dolorosa, incluso más que la muerte de sus padres.

«¡Estás a tiempo de volver a su lado y de convertirte en su m*****a moneda de cambio!»

Las palabras de Patrick resonaron en su mente; Meghan se estremeció, era como si él estuviera allí con ella y se lo estuviera repitiendo.

«Si vuelves con Paul, volverá a exponerte al peligro; si no te apuesta en otro juego, puede que termines siendo el pago de un préstamo y acabando en manos de un criminal».

Un sollozo sin lágrimas salió de la garganta de Meghan; ¿podía confiar ciegamente en Patrick Ferreira? Era un riesgo; sin embargo, era su única opción.

Meghan caminó por el lujoso departamento, buscó un teléfono; necesitaba comunicarse con Daisy para contarle lo sucedido. Lo intentó varias veces, mas no logró comunicarse con su amiga. Intentó marcar su propio número, pero estaba en silencio; no había manera de que Daisy se diera cuenta. Con frustración dejó el teléfono y se sentó en el sillón, mirando fijamente la nada. Su distracción duró poco; el timbre de la puerta la hizo sobresaltarse.

Meghan no sabía qué hacer; ella no era la dueña del departamento y de repente tuvo miedo de que Paul la siguiera hasta el lugar y quisiera aprovecharse ahora que Patrick la había dejado sola.

Un nuevo llamado la sobresaltó; la insistencia la hizo levantarse y caminar hasta la puerta. Sus manos temblaban, su corazón latía desbocado por el miedo, pero no era capaz de seguir sentada e ignorando el sonido estrepitoso del timbre. Con más valor del que sentía, Meghan abrió la puerta, quedando frente a una mujer rubia como el sol. Sus profundos y brillantes ojos verdes la escudriñaron con curiosidad y recelo.

—¿Quién eres? —preguntó; su tono de voz hizo que Meghan diera un paso atrás de manera involuntaria.

Meghan no sabía qué responder; no sabía si esa mujer era una conocida de Patrick o incluso, no sabía si podía tratarse de su novia, aunque se veía mayor para serlo. Entonces, ¿qué debía responder?

—Meghan, me llamo Meghan —dijo de manera titubeante.

—¿Y qué haces en este departamento? —preguntó. Kate estaba a punto de llamar a la policía; cuando decidió venir a visitar a su hijo, no esperó encontrarse con una mujer que no fuera Astrid. Estaba sorprendida y necesitaba una explicación.

—Yo… yo —Meghan sintió que estaba a punto de asfixiarse ante la impresionante mujer delante de ella, fueron tantos sus nervios que no fue capaz de responder, dejando la tensión en el aire.

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