Meghan miró la hora en su reloj, había perdido la cuenta de la cantidad de veces que lo estuvo haciendo. Paul no había vuelto a casa, la ansiedad y el miedo de no volver a verlo le rompió el corazón como todas las noches. Era algo que no podía evitar.
Sin embargo, Paul no era el mejor hermano, su vicio por el juego los había llevado a la ruina. Su hermano despilfarró en seis meses la herencia que sus padres les dejaron. En tan solo seis meses, había terminado con un patrimonio millonario. Vendió las acciones, perdió la casa y el auto. ¿Qué más le faltaba perder?
Meghan no tenía la menor idea de la última trastada que Paul le había hecho.
—Deja de preocuparte por tu hermano, está ya bastante grande para saber lo que hace.
—Eso no quita que me preocupe por él, Daisy. Es mi hermano.
—Paul no merece un solo minuto de tu preocupación. ¡Casi no duermes! ¡No vives pensando en lo siguiente que hará! —expresó con cierto enojo la joven pelirroja.
Meghan suspiró.
—Quizá tengas razón.
—¿Quizá?
Meghan abrió la boca para responder, pero no llegó a pronunciar palabra alguna. La puerta del departamento se abrió de manera abrupta, dejando ver a Paul. El hombre estaba más pálido que un muerto.
—¡Paul! —gritó Meghan, corrió a su lado al verlo tambalearse, sin embargo, la mano de su hermano le impidió acercarse más.
Meghan sintió un profundo dolor en su pecho ante el rechazo de su hermano. ¿En qué momento las cosas habían cambiado tanto entre ellos? ¿Cuándo Paul había dejado de ser un buen hermano y se había convertido en un desconocido? La muerte de sus padres no pudo cambiado tanto, ¿verdad?
—¿Qué te ha pasado? —preguntó, luchando para no echarse a llorar. Se sentía herida, frustrada, desesperada. Meghan sentía que había llegado al borde de un precipicio y que, de la respuesta de su hermano, dependía si se dejaba caer al vacío.
—Vete a dormir —gruñó.
—¿Cómo puedes ser tan insensible con Meghan? ¡Te ha esperado toda la noche con el Jesús en la boca! —gritó Daisy, ante el silencio de Meghan. La joven se adelantó un paso para proteger a su amiga—. No tienes corazón, Paul, tus vicios serán la causa del sufrimiento de Meghan, ¿por qué no lo entiendes?
Paul no fue capaz de mirar a Meghan a los ojos, pero sí lo hizo con Daisy.
—No te metas donde no te han llamado, Daisy… —gruñó con enojo. No tenía rabia contra la joven, tenía furia en contra de sí mismo por lo que había hecho en el casino esa noche.
—Eres el peor de los hermanos, Paul —insistió Daisy, adelantándose otro paso para enfrentar al hombre; sin embargo, no llegó a acercarse lo suficiente, la mano de Meghan se lo impidió.
—Vayamos a dormir, es tarde y mañana tengo clases por la mañana —musitó Meghan tan bajo, que pareció que solo movió sus labios.
—Tenemos que hablar, Meghan —dijo Paul, cuando la joven de veintiún años se giró para dejarlo solo en la sala.
—No creo que tengamos mucho que decirnos, Paul, me prometiste que no volverías a jugar, por tu semblante y el tono pálido de tu piel, sé que no cumpliste tu promesa —dijo.
—Es grave —insistió él con voz ronca. Como si hubiese llorado en algún momento.
Meghan asintió y se marchó, no quería saber qué tan grave era la situación en la que Paul los había metido esta vez, no quería pensar en lo que vendría para ella. Ya no tenían dinero, no tenían casa, no tenían nada…
—No quiero ser una mala amiga, Meghan, pero no quiero seguir viendo a Paul en mi casa, ya he tenido suficiente de él —espetó Daisy.
Meghan no tenía el valor para insistirle a su amiga para que perdonara a su hermano, Paul se había canjeado el resentimiento de Daisy a pulso.
—Hablaré con él, no te preocupes —susurró, encerrándose en su habitación.
Aquella noche Meghan lloró hasta quedarse dormida, ya no había nada que podía hacer para salvar a su hermano, se había condenado y era momento de dejarlo ir. Quizá de esa manera Paul pudiera reflexionar sobre sus actos. Tal vez separarse era lo que necesitaban para sobrevivir sin hacerse más daño…
El cristal golpeó el escritorio, vaciándose un poco de líquido ambarino sobre la fina y barnizada madera. Patrick aún seguía en shock, había dejado el casino y huido a la seguridad de su oficina, no quería ver a nadie.
—¿Estás bien? —preguntó Harrison entrando a la oficina, había pasado una hora desde que se separaron.
—No, y no creo que pueda sentirme bien después de lo que ha pasado. ¿En qué diablos estaba pensando Summers para apostar a su hermana? —cuestionó con enojo. Patrick apretó los labios con fuerza, agradeció que el vaso no estuviera entre sus dedos o con seguridad lo habría roto.
—Es un adicto al juego, supongo que ya no puede medir el riesgo de sus apuestas.
—¡La familia es lo más sagrado e importante para un hombre! ¡Jamás me atrevería a poner en peligro a uno de mis hermanos! —refutó con furia.
—Son dos cabezas y piensan de manera distinta. Lo que para ti es significativo, puede que para él no lo sea —respondió Harrison, sentándose en la silla.
—Maldición…, maldigo la hora que se me ocurrió bajar al casino, debí mandarlo echar sin más —dijo.
—No puedes cambiar lo que ya está hecho.
—No tengo que cobrar la apuesta, no tengo ningún interés en esa chica —reflexionó. Eso era, podía simplemente desentenderse del asunto. Estaban en tiempos modernos, no era como en el pasado, así que…
—Si no reclamas tu premio, ten por seguro que volverá a apostarla y pueda que esa pobre chica no corra con suerte una segunda vez.
—No es mi problema, no la conozco. ¿Por qué tengo que preocuparme por ella? —cuestionó.
Harrison suspiró.
—Si no la quieres tú, puedo llevármela yo.
El puño de Patrick se estrelló sobre la madera, sacudiendo todo lo que allí había.
—¡¿Qué diablos estás diciendo?! ¿Por qué te la llevarías? ¿Para qué la quieres? ¿O es que acaso esperas despertar los celos de Kiara?
Harrison se encogió de hombros.
—Kiara no me da ni los buenos días, no espero que se ponga celosa porque tenga una joven mujer a mi lado, además, no tengo ninguna mala intención con esa muchacha. No la conozco, pero puedo imaginarme la clase de vida que lleva junto a Paul, me quedaré con ella para ayudarla, eso es todo —explicó Harrison con rapidez.
Patrick tomó su vaso y bebió el resto del líquido de un sorbo.
—¿Qué hay de Ray? —preguntó, casi se había olvidado del tipo.
—Se ha marchado, pero sabes que no dejará las cosas así; perdió medio millón de dólares en una sola noche, si Paul no cumple con entregarte a su hermana o tú no aceptas el pago, es muy probable que sea Ray quien se quede con ella…
Patrick respiró de manera profunda.
—¿Para qué quiero yo una chica? —cuestionó.
Harrison se encogió de hombros.
—Tus padres se van de viaje el próximo fin de semana, ¿crees que Astrid quiera pasar sus ratos libres con Mía? —preguntó.
Patrick maldijo de nuevo, se había olvidado del viaje de sus padres. Se irían de luna de miel por… ya había perdido la cuenta de cuantas veces se habían ido de luna de miel, desde que él tenía uso de razón, ellos se marchaban solos. Doce años atrás, su escapadita a Corea del Sur, había traído como resultado a Mía, la más joven y amada de la familia Ferreira Spencer.
Lo peor era que, se había olvidado de Astrid, ¿cómo iba a explicarle a su novia que, ahora, tenía una chica con él? ¡Dios! ¿En qué momento se complicó tanto la vida?
—Vamos, es ahora de ir a casa —le animó Harrison—. Mañana será otro día —añadió.
Patrick no volvió a casa, llamó a su hermana Kiara para notificarle que se quedaría en el hotel, por asuntos de trabajo, era una mentira. En realidad, lo que deseaba era meditar sobre los acontecimientos recientes. No llamó a Astrid, su novia estaba en Milán, en un desfile de modas junto a Alessandra y Larissa. No se preocupaba tanto, estaban en familia. Adriano y Fabiano habían viajado con ellas para cuidarlas.
La mañana llegó y con ella sorpresas y sinsabores. Meghan salió del departamento de Daisy sin despertar a nadie y sin desayunar. Tenía la intención de encontrar un trabajo de medio tiempo que le permitiera tener alguno que otro ingreso. Tenía que hacer algo, no importaba qué; lo que sí tenía seguro es que de hambre no iba a morirse. Debía ser fuerte para sobrevivir y alcanzar sus metas.
Recorrió varios lugares antes de ir a la universidad, pero no encontró nada para ella, el no tener experiencia la condenó.
—¡Meghan!
El grito de Daisy le hizo detenerse, sus pies dolían, todo lo que quería era sentarse y no levantarse hasta la hora de salida y entonces, volvería a intentarlo.
—¿Por qué diablos te fuiste sin avisar? —preguntó Daisy en tono molesto.
—Tenía cosas que hacer antes de venir a clases —respondió.
—¿No vas a decirme qué tipo de cosas?
—Te lo contaré luego, ahora debemos darnos prisa o entraremos tarde —pronunció, mirando cómo sus compañeros corrían al salón.
—Te traje algo de comida —dijo, entregándole una pequeña sandwichera hermética.
Meghan lo recibió, se sintió conmovida por el gesto de su amiga y también culpable por lo brusca que había sido al responderle.
El día pasó demasiado de prisa para su gusto, no pudo quedarse para continuar con su búsqueda de trabajo, Daisy no se lo permitió. Su amiga la arrastró y la llevó a casa, para sorpresa de Meghan, Paul la esperaba en la pequeña sala del departamento.
—Tenemos que hablar —dijo, mirando a Daisy, pidiéndole de manera silenciosa que los dejará solos.
—Meghan…
—Está bien, Daisy. Paul y yo tenemos que hablar —pronunció. Sus manos se habían convertido en dos pequeños y fuertes puños. Era el momento de…
—Tienes que acompañarme —habló Paul, sorprendiendo a Meghan por segunda vez.
—¿Acompañarte? —preguntó con el ceño fruncido. Meghan y Paul no salían juntos desde hace mucho tiempo.
—Sí, hay algo que necesito hacer y para eso… —Paul hizo una pausa—. Para eso tienes que venir conmigo —dijo, tomando la mano de Meghan y llevándola a la puerta.
—¿Qué es lo que haces? ¿Qué te pasa, Paul? —preguntó. Meghan intentó detenerlo, presionó la mano de su hermano, pero no consiguió que la soltara, él la arrastró por el pasillo y la metió al ascensor.
—Esto no me gusta nada —murmuró Harrison bajando del auto en el estacionamiento del edificio que Paul les indicó antes de marcharse el día anterior—. El auto de Ray está aquí —añadió.
Patrick apretó los dientes, pero bajó del auto y se fijó en el deportivo de color vino tinto estacionado frente a ellos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Patrick cuando Ray se les acercó.
—Vine como testigo y de paso, quiero comprobar que te llevarás el trofeo a casa, Patrick. He pagado una deuda de medio millón de dólares, lo menos que puedo hacer es cerciorarme de que Paul cumpla con el pago de la apuesta.
Patrick apretó los dientes, pero no respondió. Se cruzó de brazos y esperó lo que pareció ser una eternidad mientras su conciencia le gritaba que cometía un gran error. Nada de esto era legal, la gente no se podía vender y comprar. ¡Menos apostar!
«Si Paul no cumple con entregarte a su hermana o tú no aceptas el pago, es muy probable que sea Ray quien se quede con ella.»
Las palabras de Harrison hicieron eco en su cabeza, pero no tuvo tiempo de reflexionar más. Las puertas del ascensor se abrieron y de allí salió Paul Summers y una joven que parecía apenas legal.
—¿Qué significa esto? —la voz de la muchacha sonó asustada y no era para menos. Estaba en medio de cuatro hombres, ¿qué podía pensar?
Los puños de Patrick se cerraron más, sus dientes se presionaron hasta el punto del dolor. ¿Cómo era posible que Paul no midiera el peligro al que estaba exponiendo a su hermana?
—Paul… —el susurro de Meghan sacó a Patrick de sus pensamientos.
—Lo siento mucho, Meghan. De verdad, te juro que no fue mi intención, yo, yo no sé lo que estaba pensando…
—¿Qué fue lo que hiciste, Paul? —insistió Meghan, el miedo se instaló en su pecho, formando un nudo en su garganta que empezó a asfixiarla.
—Te aposté en un juego de póker —dijo.
Meghan jadeó, su rostro palideció notablemente, su cuerpo perdió fuerza y por un momento temió desmayarse.
—Paul.
—Te aposté y te perdí, Meghan. Ahora… él —dijo señalando a Patrick con el dedo—. Él es tu dueño…
«Te aposté y te perdí, Meghan.»Meghan cerró los ojos, se mordió el interior de su mejilla para evitar dejar escapar el sollozo que subió por su garganta; sin embargo, eso no impidió que sus ojos se llenaran de lágrimas.«Ahora… él es tu dueño»Ella no era un objeto, pero su hermano la estaba tratando como tal, su enfermedad había rebasado los límites y había hecho lo impensable.—¿No dirás nada? —preguntó Paul, sintiéndola temblar.—Una vez más me haces sentir desilusionada —dijo. Meghan trató de ignorar a los hombres que estaban a su alrededor, no eran importantes en ese momento.—Meghan, yo…—Estos últimos seis meses han sido un infierno a tu lado. La angustia y el miedo de no volverte a ver me dejaron muchas noches sin dormir. Traté de comprenderte, de apoyarte, pero entiendo que estás enfermo y que no puedes controlar tu necesidad de apostar —Meghan hizo una pausa, se liberó del agarre de Paul gracias a que él aflojó su agarre y se alejó unos pocos pasos para mirarlo—. Me has lle
Patrick recargó la cabeza en el respaldo de su silla después de dejar a Meghan en su departamento. Regresó al Casino, pero no pudo concentrarse en el trabajo. No podía pensar en nada más que en el lío en el que se había metido y en qué haría si Meghan decidía no irse. Tal vez, en el fondo, era mejor que ella decidiera marcharse y comenzar una nueva vida lejos de Paul. Pero, ¿qué sucedería si ella decidía quedarse con él?Patrick pensó en Astrid; a ella no le haría mucha gracia saber que otra mujer estaba viviendo en su nidito de amor. Pensar en Astrid le hizo recordar que no se había comunicado con ella. Miró la hora y se atrevió a marcarle, arriesgándose a que ella no respondiera debido a lo tarde que era en Milán. Sin embargo, el teléfono fue atendido al segundo timbre; estaba despierta. ¿Tal vez esperando su llamada?—¿Cariño? —preguntó intrigado ante el silencio al otro lado de la línea.—Pat —la voz de Astrid era ronca, como si hubiera estado llorando, y eso le angustió.—¿Estás
Kate miró a Meghan con el ceño fruncido; verla titubear era muy sospechoso.—¿Y bien? —insistió Kate, ante el silencio de la joven.Meghan se mordió el labio; sus manos eran dos pequeños puños, y sus uñas estaban enterrándose en su piel, las palabras atoradas en su pecho.—Yo, soy...—¡Kate!El grito de Harrison supuso un alivio para Meghan; el aire escapó de sus labios y un pequeño suspiro alivió la tensión de su cuerpo.Harrison se apresuró y caminó hasta pararse al lado de Kate, quien se había girado para verlo.—Harrison, ¿conoces a esta mujer? —preguntó Kate con afán.Meghan tragó saliva mientras esperaba una respuesta del amigo de Patrick.—¡Oh! Claro, deja que te presente a Meghan Summers, es una amiga mía —se apresuró a decir, caminando para colocarse al lado de la joven y envolverle el hombro con su brazo.—¿Es tu amiga?—Sí, lo es —aseguró Harrison ante la mirada sospechosa de Kate.—Si es amiga tuya, ¿qué hace en el departamento de Patrick? —quiso saber Kate, muy inteligent
El día había sido largo, la noche no pintaba mejor; Patrick dejó escapar un suspiro, ordenó los documentos sobre su escritorio y se preparó para salir a casa de sus padres. Hoy era la cena de despedida y no quería fallarles, independientemente de lo que estuviera viviendo en ese momento, su familia eran otro asunto. No mezclaría las cosas, por lo menos es lo que pensaba antes de que la puerta se abriera y dejara ver a Harrison, el hombre parecía haber corrido una maratón.—¿Qué pasa? —preguntó, tomando su saco del respaldo de su silla y colocándolo encima de su cuerpo.—¿Vas a casa?—Sí.—Es mejor que vayas preparado —le advirtió Harrison.—¿Preparado?—Tu madre sabe de la existencia de Meghan —soltó.La noticia le cambió el semblante a Patrick, no era algo que esperara sucediera tan pronto. Meghan apenas llevaba un día con él y había puesto su mundo de cabeza.—¿Qué? ¿Cómo que sabe de Meghan? ¿Cómo es posible?—Estuvo en tu departamento y se encontró de frente con Meghan.Patrick se
Después de la conversación con sus padres, Patrick subió a su habitación, se duchó y se metió en la cama; sin embargo, el sueño no llegó. Su mente no dejaba de dar vueltas al asunto de Meghan, lo que lo llevó a pensar de nuevo en Astrid. Patrick se sentó, apoyó la espalda en el respaldo de la cama, tomó su celular y llamó a su novia, pero no obtuvo respuesta. Lo intentó un par de veces con el mismo resultado. Resignado, dejó el móvil en la mesita de noche y volvió a acostarse. Intentaría contactarla a primera hora de la mañana, y eso fue lo que hizo.Cuando el sol de la mañana se filtró por las grandes y pesadas cortinas de la ventana de la habitación, Patrick volvió a llamar a Astrid.—¿Cariño? —dijo, después del silencio al otro lado de la línea.—Hola, Pat.—¿Cómo estás? ¿Sigues molesta? Te llamé anoche…—Perdóname, me quedé dormida después del desfile. Vi tus llamadas por la mañana y no tuve tiempo de comunicarme contigo. Larissa y Alessandra me sacaron de la habitación medio dorm
Patrick apretó la mano de Meghan y, tan pronto sintió una pequeña corriente entre ellos, la soltó como si su toque le quemara. No era algo que le sucediera, por lo que pensó que debía tratarse de la tensión del momento que ambos vivían.—Entonces, no hay más que decir; mis padres van a marcharse al mediodía. Me gustaría llevarte a casa para presentarte correctamente —expresó, apretando su mano en un puño.Meghan sonrió, por primera vez desde que todo esto comenzó, sintió un rayo de esperanza abrirse ante sus ojos. Por fin, la oscuridad en la que había estado viviendo desde la muerte de sus padres parecía desaparecer; por un momento, un tonto e impulsivo momento estuvo tentada a lanzarse a los brazos de Patrick; sin embargo, sabía lo incorrecto que era.—Gracias, Patrick —pronunció con voz ahogada. Las lágrimas estaban a la orden y esta vez no era de tristeza o decepción. Meghan se mordió el labio con fuerza.—Te harás daño —mencionó Patrick al ver lo que hacía.Meghan liberó su labio
Meghan se reunió con Mía en el patio; la niña se había sentado en el columpio bajo la sombra de un frondoso árbol que ella no había visto cuando llegó.—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Meghan, que tenía las manos detrás de la espalda mientras se acercaba.—Me gustaría, son mi madre o mi padre quienes suelen venir a jugar conmigo. No llevan ni un día fuera y ya los echo de menos —susurró, sus ojos se cristalizaron de inmediato.—Solo se han ido de viaje y prometieron llamarte. Mis padres, en cambio, se han ido y no volveré a verlos, tampoco escucharé su voz de nuevo.Mía levantó el rostro.—¿Qué les pasó?Meghan se aclaró la voz; hablar de sus padres siempre era difícil.—Fallecieron.—Lo siento mucho, Meghan —murmuró Mía, expresando sus condolencias.—Gracias.—¿Los extrañas?—Todos los días pienso en ellos —respondió, tratando de que el nudo en su garganta no la asfixiara.—No debí preguntar.—Estoy bien, Mía. Hay cosas en la vida que no se pueden cambiar por el simple hecho de no hab
Marcelo bebió otro sorbo del vaso mientras observaba el intercambio de miradas entre Patrick y Meghan. Ella tenía los ojos llorosos y su hermano parecía conmocionado.—Meghan…La joven tragó el nudo que se le había formado en la garganta, bajó la mirada y trató de que las lágrimas no corrieran de sus ojos. Patrick no le había dicho ninguna mentira, tampoco fingió que le importaba. Es más, le había dado la oportunidad de marcharse, pero entonces, ¿por qué le dolía saber que solo era una carga para él? El tirón de su mano la sacó de sus vacilaciones y de su dolor.—Mía quiere saber si puede ir al cine —se las arregló para decir. Su voz fue un murmullo que los hermanos apenas pudieron escuchar.Patrick miró a Marcelo, el mellizo se limitó a encogerse de hombros.—Las llevaré —dijo, sintiéndose torpe, pues sabía que Meghan lo había escuchado; de lo contrario, no estaría evitando su mirada.—Solo irá Mía —susurró Meghan.—¡No! ¡No, Meghan! Quiero que vengas conmigo, no será divertido. Amo