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Capítulo 2. Te aposté en un juego

Meghan miró la hora en su reloj, había perdido la cuenta de la cantidad de veces que lo estuvo haciendo. Paul no había vuelto a casa, la ansiedad y el miedo de no volver a verlo le rompió el corazón como todas las noches. Era algo que no podía evitar.

Sin embargo, Paul no era el mejor hermano, su vicio por el juego los había llevado a la ruina. Su hermano despilfarró en seis meses la herencia que sus padres les dejaron. En tan solo seis meses, había terminado con un patrimonio millonario. Vendió las acciones, perdió la casa y el auto. ¿Qué más le faltaba perder?

Meghan no tenía la menor idea de la última trastada que Paul le había hecho.

—Deja de preocuparte por tu hermano, está ya bastante grande para saber lo que hace.

—Eso no quita que me preocupe por él, Daisy. Es mi hermano.

—Paul no merece un solo minuto de tu preocupación. ¡Casi no duermes! ¡No vives pensando en lo siguiente que hará! —expresó con cierto enojo la joven pelirroja.

Meghan suspiró.

—Quizá tengas razón.

—¿Quizá?

Meghan abrió la boca para responder, pero no llegó a pronunciar palabra alguna. La puerta del departamento se abrió de manera abrupta, dejando ver a Paul. El hombre estaba más pálido que un muerto.

—¡Paul! —gritó Meghan, corrió a su lado al verlo tambalearse, sin embargo, la mano de su hermano le impidió acercarse más.

Meghan sintió un profundo dolor en su pecho ante el rechazo de su hermano. ¿En qué momento las cosas habían cambiado tanto entre ellos? ¿Cuándo Paul había dejado de ser un buen hermano y se había convertido en un desconocido? La muerte de sus padres no pudo cambiado tanto, ¿verdad?

—¿Qué te ha pasado? —preguntó, luchando para no echarse a llorar. Se sentía herida, frustrada, desesperada. Meghan sentía que había llegado al borde de un precipicio y que, de la respuesta de su hermano, dependía si se dejaba caer al vacío.

—Vete a dormir —gruñó.

—¿Cómo puedes ser tan insensible con Meghan? ¡Te ha esperado toda la noche con el Jesús en la boca! —gritó Daisy, ante el silencio de Meghan. La joven se adelantó un paso para proteger a su amiga—. No tienes corazón, Paul, tus vicios serán la causa del sufrimiento de Meghan, ¿por qué no lo entiendes?

Paul no fue capaz de mirar a Meghan a los ojos, pero sí lo hizo con Daisy.

—No te metas donde no te han llamado, Daisy… —gruñó con enojo. No tenía rabia contra la joven, tenía furia en contra de sí mismo por lo que había hecho en el casino esa noche.

—Eres el peor de los hermanos, Paul —insistió Daisy, adelantándose otro paso para enfrentar al hombre; sin embargo, no llegó a acercarse lo suficiente, la mano de Meghan se lo impidió.

—Vayamos a dormir, es tarde y mañana tengo clases por la mañana —musitó Meghan tan bajo, que pareció que solo movió sus labios.

—Tenemos que hablar, Meghan —dijo Paul, cuando la joven de veintiún años se giró para dejarlo solo en la sala.

—No creo que tengamos mucho que decirnos, Paul, me prometiste que no volverías a jugar, por tu semblante y el tono pálido de tu piel, sé que no cumpliste tu promesa —dijo.

—Es grave —insistió él con voz ronca. Como si hubiese llorado en algún momento.

Meghan asintió y se marchó, no quería saber qué tan grave era la situación en la que Paul los había metido esta vez, no quería pensar en lo que vendría para ella. Ya no tenían dinero, no tenían casa, no tenían nada…

—No quiero ser una mala amiga, Meghan, pero no quiero seguir viendo a Paul en mi casa, ya he tenido suficiente de él —espetó Daisy.

Meghan no tenía el valor para insistirle a su amiga para que perdonara a su hermano, Paul se había canjeado el resentimiento de Daisy a pulso.

—Hablaré con él, no te preocupes —susurró, encerrándose en su habitación.

Aquella noche Meghan lloró hasta quedarse dormida, ya no había nada que podía hacer para salvar a su hermano, se había condenado y era momento de dejarlo ir. Quizá de esa manera Paul pudiera reflexionar sobre sus actos. Tal vez separarse era lo que necesitaban para sobrevivir sin hacerse más daño…

El cristal golpeó el escritorio, vaciándose un poco de líquido ambarino sobre la fina y barnizada madera. Patrick aún seguía en shock, había dejado el casino y huido a la seguridad de su oficina, no quería ver a nadie.

—¿Estás bien? —preguntó Harrison entrando a la oficina, había pasado una hora desde que se separaron.

—No, y no creo que pueda sentirme bien después de lo que ha pasado. ¿En qué diablos estaba pensando Summers para apostar a su hermana? —cuestionó con enojo. Patrick apretó los labios con fuerza, agradeció que el vaso no estuviera entre sus dedos o con seguridad lo habría roto.

—Es un adicto al juego, supongo que ya no puede medir el riesgo de sus apuestas.

—¡La familia es lo más sagrado e importante para un hombre! ¡Jamás me atrevería a poner en peligro a uno de mis hermanos! —refutó con furia.

—Son dos cabezas y piensan de manera distinta. Lo que para ti es significativo, puede que para él no lo sea —respondió Harrison, sentándose en la silla.

—Maldición…, maldigo la hora que se me ocurrió bajar al casino, debí mandarlo echar sin más —dijo.

—No puedes cambiar lo que ya está hecho.

—No tengo que cobrar la apuesta, no tengo ningún interés en esa chica —reflexionó. Eso era, podía simplemente desentenderse del asunto. Estaban en tiempos modernos, no era como en el pasado, así que…

—Si no reclamas tu premio, ten por seguro que volverá a apostarla y pueda que esa pobre chica no corra con suerte una segunda vez.

—No es mi problema, no la conozco. ¿Por qué tengo que preocuparme por ella? —cuestionó.

Harrison suspiró.

—Si no la quieres tú, puedo llevármela yo.

El puño de Patrick se estrelló sobre la madera, sacudiendo todo lo que allí había.

—¡¿Qué diablos estás diciendo?! ¿Por qué te la llevarías? ¿Para qué la quieres? ¿O es que acaso esperas despertar los celos de Kiara?

Harrison se encogió de hombros.

—Kiara no me da ni los buenos días, no espero que se ponga celosa porque tenga una joven mujer a mi lado, además, no tengo ninguna mala intención con esa muchacha. No la conozco, pero puedo imaginarme la clase de vida que lleva junto a Paul, me quedaré con ella para ayudarla, eso es todo —explicó Harrison con rapidez.

Patrick tomó su vaso y bebió el resto del líquido de un sorbo.

—¿Qué hay de Ray? —preguntó, casi se había olvidado del tipo.

—Se ha marchado, pero sabes que no dejará las cosas así; perdió medio millón de dólares en una sola noche, si Paul no cumple con entregarte a su hermana o tú no aceptas el pago, es muy probable que sea Ray quien se quede con ella…

Patrick respiró de manera profunda.

—¿Para qué quiero yo una chica? —cuestionó.

Harrison se encogió de hombros.

—Tus padres se van de viaje el próximo fin de semana, ¿crees que Astrid quiera pasar sus ratos libres con Mía? —preguntó.

Patrick maldijo de nuevo, se había olvidado del viaje de sus padres. Se irían de luna de miel por… ya había perdido la cuenta de cuantas veces se habían ido de luna de miel, desde que él tenía uso de razón, ellos se marchaban solos. Doce años atrás, su escapadita a Corea del Sur, había traído como resultado a Mía, la más joven y amada de la familia Ferreira Spencer.

Lo peor era que, se había olvidado de Astrid, ¿cómo iba a explicarle a su novia que, ahora, tenía una chica con él? ¡Dios! ¿En qué momento se complicó tanto la vida?

—Vamos, es ahora de ir a casa —le animó Harrison—. Mañana será otro día —añadió.

Patrick no volvió a casa, llamó a su hermana Kiara para notificarle que se quedaría en el hotel, por asuntos de trabajo, era una mentira. En realidad, lo que deseaba era meditar sobre los acontecimientos recientes. No llamó a Astrid, su novia estaba en Milán, en un desfile de modas junto a Alessandra y Larissa. No se preocupaba tanto, estaban en familia. Adriano y Fabiano habían viajado con ellas para cuidarlas.

 La mañana llegó y con ella sorpresas y sinsabores. Meghan salió del departamento de Daisy sin despertar a nadie y sin desayunar. Tenía la intención de encontrar un trabajo de medio tiempo que le permitiera tener alguno que otro ingreso. Tenía que hacer algo, no importaba qué; lo que sí tenía seguro es que de hambre no iba a morirse. Debía ser fuerte para sobrevivir y alcanzar sus metas.

Recorrió varios lugares antes de ir a la universidad, pero no encontró nada para ella, el no tener experiencia la condenó.

—¡Meghan!

El grito de Daisy le hizo detenerse, sus pies dolían, todo lo que quería era sentarse y no levantarse hasta la hora de salida y entonces, volvería a intentarlo.

—¿Por qué diablos te fuiste sin avisar? —preguntó Daisy en tono molesto.

—Tenía cosas que hacer antes de venir a clases —respondió.

—¿No vas a decirme qué tipo de cosas?

—Te lo contaré luego, ahora debemos darnos prisa o entraremos tarde —pronunció, mirando cómo sus compañeros corrían al salón.

—Te traje algo de comida —dijo, entregándole una pequeña sandwichera hermética.

Meghan lo recibió, se sintió conmovida por el gesto de su amiga y también culpable por lo brusca que había sido al responderle.

El día pasó demasiado de prisa para su gusto, no pudo quedarse para continuar con su búsqueda de trabajo, Daisy no se lo permitió. Su amiga la arrastró y la llevó a casa, para sorpresa de Meghan, Paul la esperaba en la pequeña sala del departamento.

—Tenemos que hablar —dijo, mirando a Daisy, pidiéndole de manera silenciosa que los dejará solos.

—Meghan…

—Está bien, Daisy. Paul y yo tenemos que hablar —pronunció. Sus manos se habían convertido en dos pequeños y fuertes puños. Era el momento de…

—Tienes que acompañarme —habló Paul, sorprendiendo a Meghan por segunda vez.

—¿Acompañarte? —preguntó con el ceño fruncido. Meghan y Paul no salían juntos desde hace mucho tiempo.

—Sí, hay algo que necesito hacer y para eso… —Paul hizo una pausa—. Para eso tienes que venir conmigo —dijo, tomando la mano de Meghan y llevándola a la puerta.

—¿Qué es lo que haces? ¿Qué te pasa, Paul? —preguntó. Meghan intentó detenerlo, presionó la mano de su hermano, pero no consiguió que la soltara, él la arrastró por el pasillo y la metió al ascensor.

 —Esto no me gusta nada —murmuró Harrison bajando del auto en el estacionamiento del edificio que Paul les indicó antes de marcharse el día anterior—. El auto de Ray está aquí —añadió.

Patrick apretó los dientes, pero bajó del auto y se fijó en el deportivo de color vino tinto estacionado frente a ellos.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Patrick cuando Ray se les acercó.

—Vine como testigo y de paso, quiero comprobar que te llevarás el trofeo a casa, Patrick. He pagado una deuda de medio millón de dólares, lo menos que puedo hacer es cerciorarme de que Paul cumpla con el pago de la apuesta.

Patrick apretó los dientes, pero no respondió. Se cruzó de brazos y esperó lo que pareció ser una eternidad mientras su conciencia le gritaba que cometía un gran error. Nada de esto era legal, la gente no se podía vender y comprar. ¡Menos apostar!

«Si Paul no cumple con entregarte a su hermana o tú no aceptas el pago, es muy probable que sea Ray quien se quede con ella.»

Las palabras de Harrison hicieron eco en su cabeza, pero no tuvo tiempo de reflexionar más. Las puertas del ascensor se abrieron y de allí salió Paul Summers y una joven que parecía apenas legal.

—¿Qué significa esto? —la voz de la muchacha sonó asustada y no era para menos. Estaba en medio de cuatro hombres, ¿qué podía pensar?

Los puños de Patrick se cerraron más, sus dientes se presionaron hasta el punto del dolor. ¿Cómo era posible que Paul no midiera el peligro al que estaba exponiendo a su hermana?

—Paul… —el susurro de Meghan sacó a Patrick de sus pensamientos.

—Lo siento mucho, Meghan. De verdad, te juro que no fue mi intención, yo, yo no sé lo que estaba pensando…

—¿Qué fue lo que hiciste, Paul? —insistió Meghan, el miedo se instaló en su pecho, formando un nudo en su garganta que empezó a asfixiarla.

—Te aposté en un juego de póker —dijo.

Meghan jadeó, su rostro palideció notablemente, su cuerpo perdió fuerza y por un momento temió desmayarse.

—Paul.

—Te aposté y te perdí, Meghan. Ahora… él —dijo señalando a Patrick con el dedo—. Él es tu dueño…

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