11SeraphinaAl día siguiente desperté con un dolor sordo en todo el cuerpo. Me incorporé con lentitud y noté que el otro lado de la cama estaba frío y vacío; se había levantado hacía horas, como siempre. Al sentarme, la sábana resbaló por mi cuerpo desnudo y mis ojos recorrieron las marcas que dejaba su furia posesiva, esa que solo salía a la superficie cuando otro hombre osaba mirarme como si yo pudiera ser de alguien más.Suspiré.Ryder se volvía salvaje cuando se sentía amenazado, especialmente por el sexo opuesto. Yo no me visto de forma provocativa, al menos no intencionalmente, pero él… él parece pensar que sí. Aunque jamás me ha pedido que cambie mi forma de vestir, puedo ver en su mirada cada vez que alguien se atreve a posar los ojos sobre mí… lo mucho que lo odia.Busqué mi vestido y lo encontré hecho jirones, inservible.—Genial, señor Thorne. Gracias por destrozar mi ropa —murmuré con fastidio.—¿Por qué estás de mal humor? —dijo su voz ronca detrás de mí, haciéndome dar
12•Ryder Estaba revisando un correo urgente, uno que debía contestar antes de la reunión con los inversores de Hong Kong, cuando la puerta se abrió de golpe. Ni siquiera alzó la voz quien entró, pero su sola presencia rompió mi concentración.—¿Qué manera es esa de…? —empecé a decir, alzando la vista, pero las palabras murieron en mi garganta.Seraphina. En un estado que me hizo levantarme de inmediato, la silla rechinó al empujarla hacia atrás.Estaba pálida, despeinada, temblando. Tenía marcas rojas en la mejilla y un temblor extraño en la comisura de los labios. Corría hacia mí, como si hubiera visto un fantasma… o algo peor.—¿Quién te atacó? —pregunté con voz baja, peligrosamente contenida, mientras mis manos se apretaban en puños.—Lorena Miller —susurró, y en cuanto pronunció el nombre se derrumbó, refugiándose en mi pecho.La abracé sin pensar. Mi cuerpo la rodeó como una barrera, como si así pudiera protegerla de todo lo que acababa de pasar.—Todo estará bien —dij
13Seraphina Estaba sentada en el sillón de su oficina, con las manos envueltas en un vaso de agua caliente que él mismo me había dejado antes de decirme: “No te muevas.”Y no lo hice. No podía.Habían pasado quince minutos. Tal vez más. El silencio de la oficina se volvió pesado, y la ansiedad me hizo aferrarme más fuerte a la porcelana caliente.Entonces, la puerta se abrió de golpe.Ryder irrumpió como una tormenta, con los ojos rojos, como si no hubiera pasado algo grave, y los hombros tan tensos que parecía que cargaba el mundo.—¿Todo bien? —pregunté en voz baja, apenas un susurro sintiendo que algo iba mal.No respondió. Solo me miró como si no pudiera entender lo que veía… y de pronto, cruzó la distancia que nos separaba y me levantó del sillón de un tirón.Sus manos se cerraron sobre mis hombros, no con brutalidad, pero sí con desesperación. Apreté los labios cuando el dolor me hizo estremecerme.—¿Estás embarazada? —espetó.Me quedé sin aire.La taza cayó de mis manos y se
14RyderMe quedé viéndola salir, paralizado. El eco de sus pasos se desvanecía y aun así no podía moverme. Ella eligió irse… se fue. ¿Cómo puede no entenderlo?No se trata de orgullo. Ni de escándalos.Se trata de que ese bebé no puede venir al mundo.Ella podría morir.Y todo… todo por culpa de mi secreto.Me pasé las manos por el rostro, tembloroso. Recordé algo.—Ella fue al médico hace poco… —murmuré, mirando el perchero de la entrada de mi oficina. Tomé la chaqueta con manos torpes y salí como alma que lleva el diablo.—¿Necesita algo, señor Thorne? —preguntó un empleado que temblaba visiblemente.—¡Mi auto! —grité en el pasillo entrando en el ascensor.El chofer, que parecía estar esperándome por instinto o costumbre, abrió la puerta al instante. Entré de un salto.—Llévame al hospital donde los empleados se hicieron los exámenes esta semana —ordené, con la mandíbula apretada, mientras mis dedos comenzaban a masajearme la frente. El dolor de cabeza ya asomaba, pesado, furioso,
1SeraphinaLlevo seis meses trabajando en Enterprise Éter, para el mismísimo Ryder J. Thorne.La primera vez que lo vi, no pude evitar babear un poco. O sea, ¿cómo no hacerlo? Ese hombre parecía sacado de una campaña de ropa cara: alto, cabello oscuro siempre perfectamente despeinado y una mirada capaz de atravesarte sin pestañear. Pero el encantamiento me duró lo que un suspiro. Recordé que necesitaba el trabajo y que babear por el jefe estaba al final de la lista de cosas que no debía hacer jamás.—¡Astor! —gritó desde su oficina, y pegué un salto en mi silla.Juro que lo hace a propósito. Le gusta asustarme. Estoy segura de que debe reírse por dentro cada vez que pego un respingo como si me hubieran disparado.—Dígame, señor Thorne —respondí al entrar en su oficina, mi campo minado personal. Llevaba la tablet entre las manos, lista para anotar lo que sea que se le hubiera ocurrido esta vez.Él no levantó la vista. Solo hojeaba los documentos que, por cierto, yo misma le habí
2SeraphinaHan pasado casi tres años desde que mi jefe y yo... no quiero ni decirlo.Salimos de una reunión que se había extendido más de lo que el señor Thorne había previsto, y eso significaba una cosa: mal humor asegurado. Su aura de "no me toques o muerdo" era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.La única que se atrevía a acercarse a él en ese estado era yo. Porque era la única a la que no mordía... al menos no siempre. Suspiré, más para mí que para alguien más, mientras lo seguía por el pasillo.—¿Por qué suspira, señorita Astor? —preguntó de pronto, con ese tono seco que usaba cuando estaba irritado.Me sobresalté ligeramente, sin detenerme.—Señor Thorne, tengo que ir al médico —dije, sin mirarlo.—¿Cómo que al médico? ¿Por qué? ¿Te sientes mal? —se detuvo de golpe, lo que me obligó a frenarme justo a tiempo.—No, no —negué con la cabeza, mintiendo un poco. No quería que se metiera en mis asuntos. Me ponía nerviosa cuando me miraba con esos ojos grises, fríos
3Seraphina Seguí con mi trabajo como si nada hubiera pasado, en la tarde luego de la última junta del día. Caminaba detrás de mi jefe, Ryder Thorne, con unas carpetas en la mano. Sus piernas largas y su estatura imponente lo hacían parecer una montaña en movimiento. Un solo paso suyo equivalía a dos, a veces tres de los míos, así que pasaba el día entero trotando detrás de él como un perrito bien entrenado.—Dile a Oliver Willow que venga en media hora. Necesito la licitación de esa empresa —ordenó con voz firme, sin molestarse en mirar a los lados.Si lo hiciera, su mirada se tornaría fría, con ese desdén que reservaba para quienes babeaban a su paso… que eran muchos. Mujeres, hombres, no importaba. Todos volteaban a mirarlo con una mezcla de deseo y temor. Ryder Thorne imponía, sin necesidad de alzar la voz.—Sí, señor Thorne —murmuré apenas, lo suficientemente bajo para no molestar su concentración.Entramos al ascensor. Esta vez él se colocó detrás de mí. Sentí su presencia
4RyderMe encantaba ver a la siempre recatada señorita Astor con los ojos vidriosos, la respiración agitada y el cuerpo temblando de deseo. Esa imagen era una droga que no podía dejar, un secreto exquisito que solo nosotros compartíamos entre los muros de esta oficina.Desde hace casi tres años, tenía el privilegio —y el vicio— de disfrutar de los placeres desenfrenados que me otorgaba su entrega total. Era mía en todos los sentidos, incluso cuando ella fingía que no lo era.—Seraphina —murmuré, casi como un rezo, sintiendo cómo su nombre ardía en mi lengua.—Ry... Ryder —tartamudeó con un temblor que no era de miedo, sino de pura anticipación.—Me encanta cuando te pones toda zorrita —dije, mi aliento golpeando sus labios húmedos— ¿te vas a avenir para mí como la buena chica que eres?—Sí… si… por favor —suplicó, lo que solo era música para mis oídos— solo...Me senté en mi silla, esa misma desde donde he dirigido imperios, y la contemplé desde abajo. Estaba abierta de pierna