2. No me toques o muerdo

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Seraphina

Han pasado casi tres años desde que mi jefe y yo... no quiero ni decirlo.

Salimos de una reunión que se había extendido más de lo que el señor Thorne había previsto, y eso significaba una cosa: mal humor asegurado. Su aura de "no me toques o muerdo" era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.

La única que se atrevía a acercarse a él en ese estado era yo. Porque era la única a la que no mordía... al menos no siempre. Suspiré, más para mí que para alguien más, mientras lo seguía por el pasillo.

—¿Por qué suspira, señorita Astor? —preguntó de pronto, con ese tono seco que usaba cuando estaba irritado.

Me sobresalté ligeramente, sin detenerme.

—Señor Thorne, tengo que ir al médico —dije, sin mirarlo.

—¿Cómo que al médico? ¿Por qué? ¿Te sientes mal? —se detuvo de golpe, lo que me obligó a frenarme justo a tiempo.

—No, no —negué con la cabeza, mintiendo un poco. No quería que se metiera en mis asuntos. Me ponía nerviosa cuando me miraba con esos ojos grises, fríos como el acero, capaces de desnudar mis pensamientos sin esfuerzo.

—Hoy es el último día de los exámenes médicos para los empleados y… la única que falta soy yo —agregué, bajando la mirada.

Me observó en silencio por unos segundos eternos. Luego se irguió por completo, mostrando toda su imponente estatura y esa postura que decía "soy el que manda aquí". Consultó su reloj y asintió.

—Ve ahora. Es tu hora de almuerzo, así que aprovecha. Tienes dos horas —dijo con autoridad, antes de girarse hacia su oficina. Luego se detuvo una vez más—. Pero antes llama a George Cypress que venga con el informe del Grupo Reversen y avísale. Y cuando regreses, quiero ver los resultados. Quiero revisarlos yo mismo.

—Sí, señor Thorne —respondí enseguida, conteniendo el sobresalto que me causaron sus palabras.

Me di media vuelta y caminé lo más rápido que mis piernas me permitieron. Sentía su mirada en mi espalda y me apuré más para llegar al ascensor.

Aproveché la hora de almuerzo para ir al hospital cercano al edificio donde trabajaba. Enterprise Éter, la empresa para la que trabajaba, tenía convenio con ese hospital. Al entrar, la enfermera me sonrió cálidamente, lo que al menos calmó un poco mis nervios.

—Señorita Astor —me llamó suavemente—. Aquí están sus exámenes. El doctor Mountain la verá ahora y le explicará qué sucede.

Me levanté de inmediato, aun sintiendo un nudo en el estómago. El dolor y la incomodidad no me dejaban tranquila, y aunque sabía que probablemente fuera solo un problema de salud temporal, una pequeña parte de mí no dejaba de temer que algo más estuviera ocurriendo.

El doctor Mountain llegó poco después, con una mirada tranquila pero inquisitiva. Se sentó frente a mí, revisando la carpeta con mis resultados.

—Buenas tardes, señorita Astor. He revisado sus exámenes —dijo mientras colocaba las hojas sobre la mesa. Su tono era serio, pero no alarmante—. La buena noticia es que no hay indicios de enfermedades graves. Sin embargo, sus niveles de hierro están peligrosamente bajos, y los glóbulos rojos no están regenerándose adecuadamente. Esto, sin duda, está causando problemas en tu embarazo.

Anemia severa, pensaba mientras procesaba lo que decía. ¿Eso explicaba mi agotamiento?

Espera… ¿Qué?

Mis ojos se abrieron de golpe, y el sonido del papel que sostenía en mis manos se hizo irrelevante. ¿Embarazo?

El doctor me observó con una leve sonrisa.

—Debería ser revisada por un médico capacitado para eso y hacerte una ecografía, claro. Pero sus síntomas pueden estar relacionados con eso, sobre todo la fatiga y los mareos. La anemia en su estado actual hace que el embarazo sea más delicado, por lo que le recomendaría encarecidamente que tome reposo y siga un tratamiento adecuado para mejorar sus niveles de hierro —dijo el médico y levantó los ojos de los papeles— le daré una cita con la gineco-obstetra para que se vea la semana que viene.

Mis pensamientos se arremolinaban. Estaba embarazada.

La idea me resultaba desconcertante. Mi vida había estado tan enfocada en el trabajo, en complacer a Ryder Thorne, en ser eficiente, que no me había dado espacio para pensar en algo tan grande como una nueva vida.

Pero no era solo eso, ¿cómo podía seguir adelante con esto? Sabía lo que implicaba ser madre, pero también sabía lo que implicaba ser la asistente de Ryder Thorne. Un hombre frío, calculador, imponente. ¿Sería capaz de cuidarme, de cuidarnos, si le decía la verdad?

El doctor interrumpió mis pensamientos.

—Señorita Astor, por favor, no ignore su salud. Debe descansar y seguir las indicaciones médicas. Le haré un seguimiento de cerca, y si en algún momento siente que su condición empeora, no dude en contactarnos inmediatamente.

Asentí con la cabeza, aún en estado de shock. Embarazada. Y mi salud estaba en juego.

Al salir del hospital, el teléfono vibró en mi bolso. Ryder. Mi corazón dio un salto.

—¿Señorita Astor? —su voz sonó seria, como siempre—. Te he estado esperando en la oficina. ¿Dónde estás?

La incertidumbre me invadió. ¿Le diría que estaba embarazada? ¿Cómo? Sabía que su reacción sería calculada, tal vez fría, como siempre, pero también había algo entre nosotros. Algo que no podíamos ignorar. La química que había crecido con el tiempo, aunque no la comprendiera del todo. ¿Cómo iba a reaccionar si le decía que íbamos a ser tres?

Cerré los ojos un momento, respiré profundamente y respondí.

—Voy para allá, señor Thorne.

Sabía que, al entrar a esa oficina, nada sería igual. Y aunque mis pensamientos giraban en torno al bebé, la duda, y mi salud, había algo más. Mi relación con Ryder cambiaría para siempre.

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