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Seraphina Han pasado casi tres años desde que mi jefe y yo... no quiero ni decirlo. Salimos de una reunión que se había extendido más de lo que el señor Thorne había previsto, y eso significaba una cosa: mal humor asegurado. Su aura de "no me toques o muerdo" era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. La única que se atrevía a acercarse a él en ese estado era yo. Porque era la única a la que no mordía... al menos no siempre. Suspiré, más para mí que para alguien más, mientras lo seguía por el pasillo. —¿Por qué suspira, señorita Astor? —preguntó de pronto, con ese tono seco que usaba cuando estaba irritado. Me sobresalté ligeramente, sin detenerme. —Señor Thorne, tengo que ir al médico —dije, sin mirarlo. —¿Cómo que al médico? ¿Por qué? ¿Te sientes mal? —se detuvo de golpe, lo que me obligó a frenarme justo a tiempo. —No, no —negué con la cabeza, mintiendo un poco. No quería que se metiera en mis asuntos. Me ponía nerviosa cuando me miraba con esos ojos grises, fríos como el acero, capaces de desnudar mis pensamientos sin esfuerzo. —Hoy es el último día de los exámenes médicos para los empleados y… la única que falta soy yo —agregué, bajando la mirada. Me observó en silencio por unos segundos eternos. Luego se irguió por completo, mostrando toda su imponente estatura y esa postura que decía "soy el que manda aquí". Consultó su reloj y asintió. —Ve ahora. Es tu hora de almuerzo, así que aprovecha. Tienes dos horas —dijo con autoridad, antes de girarse hacia su oficina. Luego se detuvo una vez más—. Pero antes llama a George Cypress que venga con el informe del Grupo Reversen y avísale. Y cuando regreses, quiero ver los resultados. Quiero revisarlos yo mismo. —Sí, señor Thorne —respondí enseguida, conteniendo el sobresalto que me causaron sus palabras. Me di media vuelta y caminé lo más rápido que mis piernas me permitieron. Sentía su mirada en mi espalda y me apuré más para llegar al ascensor. Aproveché la hora de almuerzo para ir al hospital cercano al edificio donde trabajaba. Enterprise Éter, la empresa para la que trabajaba, tenía convenio con ese hospital. Al entrar, la enfermera me sonrió cálidamente, lo que al menos calmó un poco mis nervios. —Señorita Astor —me llamó suavemente—. Aquí están sus exámenes. El doctor Mountain la verá ahora y le explicará qué sucede. Me levanté de inmediato, aun sintiendo un nudo en el estómago. El dolor y la incomodidad no me dejaban tranquila, y aunque sabía que probablemente fuera solo un problema de salud temporal, una pequeña parte de mí no dejaba de temer que algo más estuviera ocurriendo. El doctor Mountain llegó poco después, con una mirada tranquila pero inquisitiva. Se sentó frente a mí, revisando la carpeta con mis resultados. —Buenas tardes, señorita Astor. He revisado sus exámenes —dijo mientras colocaba las hojas sobre la mesa. Su tono era serio, pero no alarmante—. La buena noticia es que no hay indicios de enfermedades graves. Sin embargo, sus niveles de hierro están peligrosamente bajos, y los glóbulos rojos no están regenerándose adecuadamente. Esto, sin duda, está causando problemas en tu embarazo. Anemia severa, pensaba mientras procesaba lo que decía. ¿Eso explicaba mi agotamiento? Espera… ¿Qué? Mis ojos se abrieron de golpe, y el sonido del papel que sostenía en mis manos se hizo irrelevante. ¿Embarazo? El doctor me observó con una leve sonrisa. —Debería ser revisada por un médico capacitado para eso y hacerte una ecografía, claro. Pero sus síntomas pueden estar relacionados con eso, sobre todo la fatiga y los mareos. La anemia en su estado actual hace que el embarazo sea más delicado, por lo que le recomendaría encarecidamente que tome reposo y siga un tratamiento adecuado para mejorar sus niveles de hierro —dijo el médico y levantó los ojos de los papeles— le daré una cita con la gineco-obstetra para que se vea la semana que viene. Mis pensamientos se arremolinaban. Estaba embarazada. La idea me resultaba desconcertante. Mi vida había estado tan enfocada en el trabajo, en complacer a Ryder Thorne, en ser eficiente, que no me había dado espacio para pensar en algo tan grande como una nueva vida. Pero no era solo eso, ¿cómo podía seguir adelante con esto? Sabía lo que implicaba ser madre, pero también sabía lo que implicaba ser la asistente de Ryder Thorne. Un hombre frío, calculador, imponente. ¿Sería capaz de cuidarme, de cuidarnos, si le decía la verdad? El doctor interrumpió mis pensamientos. —Señorita Astor, por favor, no ignore su salud. Debe descansar y seguir las indicaciones médicas. Le haré un seguimiento de cerca, y si en algún momento siente que su condición empeora, no dude en contactarnos inmediatamente. Asentí con la cabeza, aún en estado de shock. Embarazada. Y mi salud estaba en juego. Al salir del hospital, el teléfono vibró en mi bolso. Ryder. Mi corazón dio un salto. —¿Señorita Astor? —su voz sonó seria, como siempre—. Te he estado esperando en la oficina. ¿Dónde estás? La incertidumbre me invadió. ¿Le diría que estaba embarazada? ¿Cómo? Sabía que su reacción sería calculada, tal vez fría, como siempre, pero también había algo entre nosotros. Algo que no podíamos ignorar. La química que había crecido con el tiempo, aunque no la comprendiera del todo. ¿Cómo iba a reaccionar si le decía que íbamos a ser tres? Cerré los ojos un momento, respiré profundamente y respondí. —Voy para allá, señor Thorne. Sabía que, al entrar a esa oficina, nada sería igual. Y aunque mis pensamientos giraban en torno al bebé, la duda, y mi salud, había algo más. Mi relación con Ryder cambiaría para siempre.3Seraphina Seguí con mi trabajo como si nada hubiera pasado, en la tarde luego de la última junta del día. Caminaba detrás de mi jefe, Ryder Thorne, con unas carpetas en la mano. Sus piernas largas y su estatura imponente lo hacían parecer una montaña en movimiento. Un solo paso suyo equivalía a dos, a veces tres de los míos, así que pasaba el día entero trotando detrás de él como un perrito bien entrenado.—Dile a Oliver Willow que venga en media hora. Necesito la licitación de esa empresa —ordenó con voz firme, sin molestarse en mirar a los lados.Si lo hiciera, su mirada se tornaría fría, con ese desdén que reservaba para quienes babeaban a su paso… que eran muchos. Mujeres, hombres, no importaba. Todos volteaban a mirarlo con una mezcla de deseo y temor. Ryder Thorne imponía, sin necesidad de alzar la voz.—Sí, señor Thorne —murmuré apenas, lo suficientemente bajo para no molestar su concentración.Entramos al ascensor. Esta vez él se colocó detrás de mí. Sentí su presencia
4RyderMe encantaba ver a la siempre recatada señorita Astor con los ojos vidriosos, la respiración agitada y el cuerpo temblando de deseo. Esa imagen era una droga que no podía dejar, un secreto exquisito que solo nosotros compartíamos entre los muros de esta oficina.Desde hace casi tres años, tenía el privilegio —y el vicio— de disfrutar de los placeres desenfrenados que me otorgaba su entrega total. Era mía en todos los sentidos, incluso cuando ella fingía que no lo era.—Seraphina —murmuré, casi como un rezo, sintiendo cómo su nombre ardía en mi lengua.—Ry... Ryder —tartamudeó con un temblor que no era de miedo, sino de pura anticipación.—Me encanta cuando te pones toda zorrita —dije, mi aliento golpeando sus labios húmedos— ¿te vas a avenir para mí como la buena chica que eres?—Sí… si… por favor —suplicó, lo que solo era música para mis oídos— solo...Me senté en mi silla, esa misma desde donde he dirigido imperios, y la contemplé desde abajo. Estaba abierta de pierna
5Ryder—Me encanta que te desestreses con tu “asistente”, pero necesitas vestirte, hermano —dijo Aiden con su sonrisa burlona de siempre— puedes seguir jugando más tarde.—¡Lárgate de una vez! —grité enojado.Aiden sabía de mi pequeño arregló con Seraphina, pero no necesitaba verla en ese estado que solo me pertenecía a mí.—Bien, bien... te doy diez minutos o puede que te arrepientas. No creo que pueda retrasar más a tus invitados inesperados —respondió, cerrando la puerta con una media risa.Inspiré hondo, sintiendo la frustración atravesarme como un dardo envenenado.—Pensé que habías cerrado con seguro —murmuré mientras me incorporaba, la tensión en mi cuerpo esfumándose al instante por culpa de Aiden— bueno ya se fue... ¿Dónde estábamos? —Mejor no... —respondió ella en voz baja, sin atreverse a mirarme, recogiendo su ropa con movimientos torpes y apurados— parece importante ya que el señor Aiden interrumpió de esa manera en su oficina. La virilidad se marchita cuando t
6Ryder—¿Qué necesitas, madre? —pregunté mientras me dejaba caer en mi silla, sin disimular el fastidio.Mi mirada se desvió, de forma inevitable, hacia la superficie de mi escritorio.La huella mojada que había dejado Seraphina aún estaba allí. La silueta, pequeña y perfecta de su trasero firme, marcada contra la madera.No la tapé. ¿Para qué? Era inútil tratar de esconder lo evidente. Todo en esta oficina olía a ella.—Que dejes de jugar y te cases, Ryder eres el primogénito de los Thorne —dijo mi madre, Ofelia, con esa voz mecánica y elegante que usaba para todo—. Afuera está Noelia Hazelwood. Es perfecta para ti, de buena familia y lo mejor una mujer con una loba dócil.Me incliné hacia atrás, cruzando los brazos.—No voy a casarme ni con ella ni con nadie, no estoy para estar lidiando con quejas y llantos —negué con la cabeza, tajante.Mi madre me miró como si yo fuera un niño caprichoso, uno que no entiende que la vida ya fue decidida por otros antes de que naciera.—Vas a casa
7SeraphinaLa tarde avanzaba a toda velocidad. Noelia insistía en que la esperara, pero ya no podía más. Mi mente seguía rondando sobre lo que había sucedido en el trabajo, sobre, sobre esa tensión casi insoportable que había llenado el aire entre nosotros. Necesitaba un respiro, un poco de espacio para procesar todo lo que había ocurrido.—Noelia, de verdad, ya es tarde. Mañana hablamos, ¿sí? —le dije, casi atropellando mis palabras. Quería escapar, salir de ahí lo más rápido posible.Ella frunció el ceño, pero finalmente asintió, aunque no sin mostrar su preocupación.—Está bien, Sera. Pero ¿estás segura de que estás bien?—Sí, no te preocupes —mentí, forzando una sonrisa.Le di un abrazo apresurado y salí rápidamente del baño, apurando el paso hacia la salida. Mi cuerpo me pedía descanso, pero mi mente no dejaba de ir más rápido, de hacer preguntas que no estaba lista para responder. La distancia entre la oficina y mi apartamento nunca había parecido tan larga. Al final, entré en
8SeraphinaEl hombre viejo me saludó extendiendo su mano. Sus dedos eran largos, firmes, adornados con un anillo dorado que brillaba más de lo que debería. Tragué saliva y, con manos temblorosas, le respondí el gesto. Sentí cómo mi palma desaparecía entre la suya. Su sonrisa se amplió al notarlo, como si disfrutara del efecto que causaba en mí.—Vamos al restaurante —dijo con una voz grave, engolada, tan segura de sí misma que me incomodó aún más—. Escogí uno caro. La reservación debe ser puntual, bonita.Bonita. Me lo dijo como si ya me perteneciera. Como si ser bonita fuera todo lo que necesitaba ser esta noche.—Yo… —empecé a decir algo, cualquier cosa, buscando un ancla, una excusa, una salida, pero mis ojos fueron directo a mis padres. Ellos solo me miraban con sonrisas que no eran suyas, no como las recordaba. Eran sonrisas huecas, impostadas, satisfechas. Sonrisas que me dolieron más que mil palabras.Suspiré.Me giré lentamente, sintiendo cómo el vestido me apretaba el pecho,
9SeraphinaEl reloj interno de mi mente no dejaba de contar los segundos. Uno, dos, tres... cada uno más pesado que el anterior. ¿Y si me iba? ¿Y si lo seguía? Pero entonces pensaba en mis padres, en lo que me habían dicho antes de salir. Es solo una cita, me repetí por enésima vez. No es un compromiso. No aún.—¿Todo bien, bonita? —preguntó Dorian con una sonrisa torcida mientras bebía su vino caro como si fuera agua.Asentí. O fingí que lo hacía. Porque justo en ese momento, lo sentí.La atmósfera cambió.El aire en la sala pareció tornarse denso, eléctrico. Y luego, su voz:—Buenas noches.Levanté la mirada y sentí cómo el color abandonaba por completo mi rostro.Ryder estaba ahí.Con una sonrisa mordaz dibujada en sus labios y una postura tan segura, tan abrumadora, que nadie pudo ignorarlo.—¿Qué necesita? —preguntó Dorian con un dejo de molestia y confusión.Ryder avanzó un paso, sin molestarse en bajar la voz ni cuidar las formas. Extendió la mano con elegancia cont
10SeraphinaEl beso se rompió por el zumbido insistente de su teléfono.Ryder gruñó por lo bajo, molesto por la interrupción, pero contestó sin dejar de acorralarme. Me tenía atrapada contra el asiento, una de sus manos rodeando mi cintura, manteniéndome pegada a su cuerpo. Sentía su deseo contra mi abdomen, duro, palpitante, negándose a ceder a pesar de la llamada.—Thorne —dijo con voz grave, sin quitarme los ojos de encima.Me moví, intentando acomodarme, pero su brazo se tensó como una barrera de acero. Me arrastró aún más cerca, obligándome a sentir cada centímetro de su firmeza. Su otra mano tomó la mía y, sin decir palabra, la colocó justo encima de su erección, marcando lo que él quería sin ambigüedades.Mi corazón dio un vuelco.Sabía lo que estaba pidiendo. O, mejor dicho, exigiendo.Mi mirada subió a la suya. Oscura. Intensa. Despiadadamente dominante.Y entonces lo hice.Con las mejillas encendidas, sin pensar en el mundo fuera del coche, me arrodillé frente a él mientras