7SeraphinaLa tarde avanzaba a toda velocidad. Noelia insistía en que la esperara, pero ya no podía más. Mi mente seguía rondando sobre lo que había sucedido en el trabajo, sobre, sobre esa tensión casi insoportable que había llenado el aire entre nosotros. Necesitaba un respiro, un poco de espacio para procesar todo lo que había ocurrido.—Noelia, de verdad, ya es tarde. Mañana hablamos, ¿sí? —le dije, casi atropellando mis palabras. Quería escapar, salir de ahí lo más rápido posible.Ella frunció el ceño, pero finalmente asintió, aunque no sin mostrar su preocupación.—Está bien, Sera. Pero ¿estás segura de que estás bien?—Sí, no te preocupes —mentí, forzando una sonrisa.Le di un abrazo apresurado y salí rápidamente del baño, apurando el paso hacia la salida. Mi cuerpo me pedía descanso, pero mi mente no dejaba de ir más rápido, de hacer preguntas que no estaba lista para responder. La distancia entre la oficina y mi apartamento nunca había parecido tan larga. Al final, entré en
8SeraphinaEl hombre viejo me saludó extendiendo su mano. Sus dedos eran largos, firmes, adornados con un anillo dorado que brillaba más de lo que debería. Tragué saliva y, con manos temblorosas, le respondí el gesto. Sentí cómo mi palma desaparecía entre la suya. Su sonrisa se amplió al notarlo, como si disfrutara del efecto que causaba en mí.—Vamos al restaurante —dijo con una voz grave, engolada, tan segura de sí misma que me incomodó aún más—. Escogí uno caro. La reservación debe ser puntual, bonita.Bonita. Me lo dijo como si ya me perteneciera. Como si ser bonita fuera todo lo que necesitaba ser esta noche.—Yo… —empecé a decir algo, cualquier cosa, buscando un ancla, una excusa, una salida, pero mis ojos fueron directo a mis padres. Ellos solo me miraban con sonrisas que no eran suyas, no como las recordaba. Eran sonrisas huecas, impostadas, satisfechas. Sonrisas que me dolieron más que mil palabras.Suspiré.Me giré lentamente, sintiendo cómo el vestido me apretaba el pecho,
9SeraphinaEl reloj interno de mi mente no dejaba de contar los segundos. Uno, dos, tres... cada uno más pesado que el anterior. ¿Y si me iba? ¿Y si lo seguía? Pero entonces pensaba en mis padres, en lo que me habían dicho antes de salir. Es solo una cita, me repetí por enésima vez. No es un compromiso. No aún.—¿Todo bien, bonita? —preguntó Dorian con una sonrisa torcida mientras bebía su vino caro como si fuera agua.Asentí. O fingí que lo hacía. Porque justo en ese momento, lo sentí.La atmósfera cambió.El aire en la sala pareció tornarse denso, eléctrico. Y luego, su voz:—Buenas noches.Levanté la mirada y sentí cómo el color abandonaba por completo mi rostro.Ryder estaba ahí.Con una sonrisa mordaz dibujada en sus labios y una postura tan segura, tan abrumadora, que nadie pudo ignorarlo.—¿Qué necesita? —preguntó Dorian con un dejo de molestia y confusión.Ryder avanzó un paso, sin molestarse en bajar la voz ni cuidar las formas. Extendió la mano con elegancia cont
10SeraphinaEl beso se rompió por el zumbido insistente de su teléfono.Ryder gruñó por lo bajo, molesto por la interrupción, pero contestó sin dejar de acorralarme. Me tenía atrapada contra el asiento, una de sus manos rodeando mi cintura, manteniéndome pegada a su cuerpo. Sentía su deseo contra mi abdomen, duro, palpitante, negándose a ceder a pesar de la llamada.—Thorne —dijo con voz grave, sin quitarme los ojos de encima.Me moví, intentando acomodarme, pero su brazo se tensó como una barrera de acero. Me arrastró aún más cerca, obligándome a sentir cada centímetro de su firmeza. Su otra mano tomó la mía y, sin decir palabra, la colocó justo encima de su erección, marcando lo que él quería sin ambigüedades.Mi corazón dio un vuelco.Sabía lo que estaba pidiendo. O, mejor dicho, exigiendo.Mi mirada subió a la suya. Oscura. Intensa. Despiadadamente dominante.Y entonces lo hice.Con las mejillas encendidas, sin pensar en el mundo fuera del coche, me arrodillé frente a él mientras
11SeraphinaAl día siguiente desperté con un dolor sordo en todo el cuerpo. Me incorporé con lentitud y noté que el otro lado de la cama estaba frío y vacío; se había levantado hacía horas, como siempre. Al sentarme, la sábana resbaló por mi cuerpo desnudo y mis ojos recorrieron las marcas que dejaba su furia posesiva, esa que solo salía a la superficie cuando otro hombre osaba mirarme como si yo pudiera ser de alguien más.Suspiré.Ryder se volvía salvaje cuando se sentía amenazado, especialmente por el sexo opuesto. Yo no me visto de forma provocativa, al menos no intencionalmente, pero él… él parece pensar que sí. Aunque jamás me ha pedido que cambie mi forma de vestir, puedo ver en su mirada cada vez que alguien se atreve a posar los ojos sobre mí… lo mucho que lo odia.Busqué mi vestido y lo encontré hecho jirones, inservible.—Genial, señor Thorne. Gracias por destrozar mi ropa —murmuré con fastidio.—¿Por qué estás de mal humor? —dijo su voz ronca detrás de mí, haciéndome dar
12•Ryder Estaba revisando un correo urgente, uno que debía contestar antes de la reunión con los inversores de Hong Kong, cuando la puerta se abrió de golpe. Ni siquiera alzó la voz quien entró, pero su sola presencia rompió mi concentración.—¿Qué manera es esa de…? —empecé a decir, alzando la vista, pero las palabras murieron en mi garganta.Seraphina. En un estado que me hizo levantarme de inmediato, la silla rechinó al empujarla hacia atrás.Estaba pálida, despeinada, temblando. Tenía marcas rojas en la mejilla y un temblor extraño en la comisura de los labios. Corría hacia mí, como si hubiera visto un fantasma… o algo peor.—¿Quién te atacó? —pregunté con voz baja, peligrosamente contenida, mientras mis manos se apretaban en puños.—Lorena Miller —susurró, y en cuanto pronunció el nombre se derrumbó, refugiándose en mi pecho.La abracé sin pensar. Mi cuerpo la rodeó como una barrera, como si así pudiera protegerla de todo lo que acababa de pasar.—Todo estará bien —dij
13Seraphina Estaba sentada en el sillón de su oficina, con las manos envueltas en un vaso de agua caliente que él mismo me había dejado antes de decirme: “No te muevas.”Y no lo hice. No podía.Habían pasado quince minutos. Tal vez más. El silencio de la oficina se volvió pesado, y la ansiedad me hizo aferrarme más fuerte a la porcelana caliente.Entonces, la puerta se abrió de golpe.Ryder irrumpió como una tormenta, con los ojos rojos, como si no hubiera pasado algo grave, y los hombros tan tensos que parecía que cargaba el mundo.—¿Todo bien? —pregunté en voz baja, apenas un susurro sintiendo que algo iba mal.No respondió. Solo me miró como si no pudiera entender lo que veía… y de pronto, cruzó la distancia que nos separaba y me levantó del sillón de un tirón.Sus manos se cerraron sobre mis hombros, no con brutalidad, pero sí con desesperación. Apreté los labios cuando el dolor me hizo estremecerme.—¿Estás embarazada? —espetó.Me quedé sin aire.La taza cayó de mis manos y se
14RyderMe quedé viéndola salir, paralizado. El eco de sus pasos se desvanecía y aun así no podía moverme. Ella eligió irse… se fue. ¿Cómo puede no entenderlo?No se trata de orgullo. Ni de escándalos.Se trata de que ese bebé no puede venir al mundo.Ella podría morir.Y todo… todo por culpa de mi secreto.Me pasé las manos por el rostro, tembloroso. Recordé algo.—Ella fue al médico hace poco… —murmuré, mirando el perchero de la entrada de mi oficina. Tomé la chaqueta con manos torpes y salí como alma que lleva el diablo.—¿Necesita algo, señor Thorne? —preguntó un empleado que temblaba visiblemente.—¡Mi auto! —grité en el pasillo entrando en el ascensor.El chofer, que parecía estar esperándome por instinto o costumbre, abrió la puerta al instante. Entré de un salto.—Llévame al hospital donde los empleados se hicieron los exámenes esta semana —ordené, con la mandíbula apretada, mientras mis dedos comenzaban a masajearme la frente. El dolor de cabeza ya asomaba, pesado, furioso,