4. Como un pequeño Koala

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Ryder

Me encantaba ver a la siempre recatada señorita Astor con los ojos vidriosos, la respiración agitada y el cuerpo temblando de deseo. Esa imagen era una droga que no podía dejar, un secreto exquisito que solo nosotros compartíamos entre los muros de esta oficina.

Desde hace casi tres años, tenía el privilegio —y el vicio— de disfrutar de los placeres desenfrenados que me otorgaba su entrega total. Era mía en todos los sentidos, incluso cuando ella fingía que no lo era.

—Seraphina —murmuré, casi como un rezo, sintiendo cómo su nombre ardía en mi lengua.

—Ry... Ryder —tartamudeó con un temblor que no era de miedo, sino de pura anticipación.

—Me encanta cuando te pones toda zorrita —dije, mi aliento golpeando sus labios húmedos— ¿te vas a avenir para mí como la buena chica que eres?

—Sí… si… por favor —suplicó, lo que solo era música para mis oídos— solo...

Me senté en mi silla, esa misma desde donde he dirigido imperios, y la contemplé desde abajo. Estaba abierta de piernas sobre mi escritorio, jadeando, esperando. Tan hermosa, tan rendida… tan mía.

Me incliné hacia adelante, enterrando el rostro entre sus muslos, devorando cada reacción, cada suspiro, cada estremecimiento. Me alimentaba de ella, de su vulnerabilidad disfrazada de fortaleza, del contraste entre la Seraphina eficiente y formal, y la mujer que ahora gemía mi nombre sin poder contenerse.

Ella era caos envuelto en seda, deseo escondido tras una mirada tímida. Y yo, su jefe, el que no debía tocarla, era el único que sabía cómo hacerla arder.

Y no pensaba detenerme.

Sus piernas temblaban bajo mis manos diestras mientras sus dedos se aferraban al borde del escritorio como si de eso dependiera su cordura. Me encantaba verla así: sin su carpeta, sin su peinado perfecto, sin esa compostura que usaba como armadura. Solo ella. Solo mía.

—No sabes lo hermosa que te ves así, Seraphina —dije contra su piel, disfrutando del pequeño espasmo que recorrió su cuerpo al oír mi voz tan cerca.

Sus labios entreabiertos dejaron escapar un jadeo ahogado. Quiso decir algo, lo noté por el titubeo de su pecho, pero solo logró pronunciar mi nombre una vez más, en un susurro que me recorrió como una descarga.

Me incorporé lentamente, sin quitar mis manos de sus muslos, su deseo brillando en su monte de venus perfectamente depilado me relamí los labios, estaba impaciente y me apresuré a entrar en ella en una larga estocada, solo cuando estuve dentro de ella ambos dejamos salir un jadeó satisfactorio por el placer corriendo por nuestros cuerpos conectados y luego de que noté que se adaptó a mi tamaño comencé a bombear dentro de ella enloquecido e hipnotizado por el placer.

Mi falo aun palpitaba dentro de ella cuando nuestras miradas se encontraron, sus mejillas sonrosadas, las lágrimas de placer corriendo por su rostro, la besé queriendo más de ella.

Su mirada se encontró con la mía cuando la dejé respirar un poco. No había vergüenza en sus ojos, solo un brillo extraño... uno que no supe leer en ese momento.

—¿Qué es? —pregunté, sin soltarla.

Seraphina no lo decía en voz alta, pero yo lo sabía. Sabía lo que quería, lo veía en su forma de mirarme cuando pensaba que yo no la observaba. En sus ojos había más que deseo… había esperanza. Quería algo más. Quería todo.

Un anillo. Una promesa. Una vida juntos.

Y eso era imposible.

No porque no la quisiera. Joder, si tan solo fuera eso, ya la habría llevado al altar con tal de verla sonreír con ese vestido blanco que sé que ha imaginado más de una vez. Pero no era tan simple. No lo era para alguien como yo.

Nosotros no envejecemos igual. Somos lobos, no de los que corren en el bosque, sino de los que se mimetizan entre los humanos. De los que se visten con trajes, dirigen empresas y se sientan en juntas de accionistas fingiendo ser uno más. Vivimos entre ellos, sí… pero no somos como ellos. No podemos quedarnos por siempre. Cada cierto tiempo debemos empezar de nuevo, en una nueva ciudad, con una nueva historia. La piel joven no puede durar para siempre en un solo lugar sin levantar sospechas.

Y Seraphina... ella no lo sabe. O quizás lo intuye, pero no entiende el peso real de mi mundo. No sabe que lo nuestro tiene fecha de caducidad.

Ella quiere un para siempre.

Y yo… no estoy seguro puedo dárselo.

—Yo… —su mirada se desvió y quería presionar por más cuando mi mente volvió al ahora.

Antes de que pudiera obtener una respuesta, la puerta se abrió de golpe.

—¡Ryder! —y se detuvo de golpe al vernos.

—¡¿Es que no sabes tocar?! —gruñí con furia, lanzando una mirada asesina a Aiden Mitchell, mi maldito y entrometido mejor amigo.

Seraphina soltó un pequeño jadeo, sobresaltada, y trató de cubrirse con sus manos y luego se abrazó a mí como un pequeño Koala. Reaccioné al instante, tanteando mi chaqueta, y se la puse encima con rapidez para proteger su desnudez.

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