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Seraphina Seguí con mi trabajo como si nada hubiera pasado, en la tarde luego de la última junta del día. Caminaba detrás de mi jefe, Ryder Thorne, con unas carpetas en la mano. Sus piernas largas y su estatura imponente lo hacían parecer una montaña en movimiento. Un solo paso suyo equivalía a dos, a veces tres de los míos, así que pasaba el día entero trotando detrás de él como un perrito bien entrenado. —Dile a Oliver Willow que venga en media hora. Necesito la licitación de esa empresa —ordenó con voz firme, sin molestarse en mirar a los lados. Si lo hiciera, su mirada se tornaría fría, con ese desdén que reservaba para quienes babeaban a su paso… que eran muchos. Mujeres, hombres, no importaba. Todos volteaban a mirarlo con una mezcla de deseo y temor. Ryder Thorne imponía, sin necesidad de alzar la voz. —Sí, señor Thorne —murmuré apenas, lo suficientemente bajo para no molestar su concentración. Entramos al ascensor. Esta vez él se colocó detrás de mí. Sentí su presencia como un muro de calor. Le di la espalda, tratando de mantenerme firme, pero era inútil: el roce leve de su cuerpo, su perfume sobrio pero embriagador... Todo en él me alteraba. Y entonces, como si mi nerviosismo no fuera suficiente, su voz profunda me alcanzó desde detrás del oído: —¿Nerviosa, señorita Astor? —su voz baja y ronca aceleran mi pulso. Negué con la cabeza, aunque sentía que me atragantaba. Me preparaba para responder cuando el ascensor se detuvo de golpe, con un chasquido seco. Las luces parpadearon, y el movimiento brusco hizo que un grito escapara de mis labios. Sin pensarlo, me lancé hacia el panel de control y comencé a apretar todos los botones al mismo tiempo, frenética, desesperada. Mi respiración se volvió irregular y un sudor frío me recorrió la espalda. Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos a una velocidad alarmante. —Quédese quieta —ordenó él con tono firme, sin elevar la voz, pero lleno de autoridad. —Lo... lo siento… —susurré entrecortadamente. Respirar se me hacía cada vez más difícil. Me sentía atrapada, como si las paredes del ascensor se cerraran sobre mí. Y él estaba justo detrás. Me llevé una mano al pecho, intentando controlar la opresión que crecía con cada segundo. Mis piernas temblaban. Sabía que era irracional, que no pasaba nada, pero el encierro, la oscuridad intermitente, el sonido del motor detenido... Todo despertaba en mí una tormenta. Entonces sentí su mano en mi brazo. —Señorita Astor —dijo más suave esta vez, su voz aún profunda, pero diferente, más... humana. Me giré lentamente y lo miré. Sus ojos grises, siempre fríos como acero, ahora parecían observarme con algo más que molestia o distancia. Había un rastro de preocupación sincera en ellos, como si estuviera viendo a una mujer, no a una asistente molesta con un ataque de pánico. —Respire conmigo —ordenó, pero sin dureza. Se agachó un poco para estar más a mi altura—. Míreme. Solo míreme. Obedecí. Sus ojos eran un ancla. —Inhale… ahora exhale —me guió, marcando el ritmo con su propia respiración, lenta y firme. Su mano seguía en mi brazo, cálida, firme. La presión exacta que necesitaba para no desmoronarme. —Yo no… esto no me pasa... —balbuceé, avergonzada. Una línea se marcó entre sus cejas. Era casi imperceptible, pero estaba ahí. —No necesita explicarse —dijo. Pausa. Luego añadió—: Detesto los ascensores también. Lo miré con incredulidad. ¿Ryder Thorne? ¿El mismo hombre que caminaba como si fuera dueño del mundo, confesando una debilidad? —¿Usted…? —Sí. —Su mandíbula se tensó—. Pero hay cosas que uno tiene que tolerar cuando dirige un imperio. Su voz se volvió más baja al final, casi un susurro. Y por un segundo, vi al hombre, no al jefe. No al CEO inalcanzable y perfecto, sino a alguien que también peleaba con sus demonios. La luz parpadeó de nuevo y él dio un paso más cerca. Su cuerpo casi rozó el mío. No sabía si era por protegerme o por algo más, pero su cercanía me quemaba la piel. —Está segura ahora, Seraphina —dijo mi nombre de pila como siempre que estábamos solos. Sin títulos. Sin formalidades. Mi corazón dio un vuelco. —Gracias… señor Ryder —susurré, probando el nombre en mis labios como quien toca fuego por primera vez en horas que me parecieron eternas. Sus ojos se clavaron en los míos. Y por un segundo eterno, el mundo dejó de moverse. No había empresa, ni licitaciones, ni ascensores atrapados. Solo él y yo. —Gracias… Ryder —susurré. Sus ojos se quedaron fijos en los míos, como si algo en él hubiese cedido. Como si estuviera por decir o hacer algo… más. Pero justo entonces, la voz de Alistar, el vicepresidente llegó desde afuera, apagada pero claramente preocupada. —¿Señor Thorne? ¿Está bien? ¿Señorita Astor? —pregunta. La magia se rompió. Ryder se apartó de inmediato, como si yo lo hubiese quemado. La máscara volvió a su rostro. Frialdad. Indiferencia. Impecable. —Todo en orden —respondió con tono seco, el de siempre. El ascensor se puso en marcha segundos después. Cuando las puertas se abrieron, salió primero, alto, poderoso, como si nada hubiera ocurrido. Ni una mirada. Ni una palabra. Como si ese momento íntimo en la oscuridad jamás hubiese existido. Yo, en cambio, sentía el corazón a mil y el calor de sus dedos aún sobre mi piel. ** Veinte minutos después, su voz sonó por el intercomunicador: —Señorita Astor, en mi oficina. Ahora. Tragué saliva. Me puse de pie, alisé mi falda y caminé hacia esa enorme puerta de madera oscura. Al entrar, me aseguré de cerrar… y echar el seguro. Él no lo pedía. Nunca lo hacía. Pero sabía cómo era él. —Dígame, señor Thorne —dije de modo profesional. Estaba de pie, junto a los ventanales, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en la ciudad. —Acérquese, señorita Astor —ordenó sin mirarme. Mis pasos resonaron sobre el mármol hasta que estuve a unos centímetros. Su presencia me rodeó como una tormenta. Ryder se giró lentamente, y entonces lo vi. No había frialdad en sus ojos esta vez. Solo deseo. Hambre. Una decisión ya tomada. Con un solo gesto, me tomó de la cintura y me sentó con firmeza sobre el escritorio. Solté un leve jadeo, pero no me moví. No podía. Su rostro se inclinó y sus labios encontraron mi cuello. Un suspiro escapó de mí cuando su boca rozó mi piel con una mezcla de fuego y control. Sus dedos, expertos, comenzaron a desabotonar lentamente mi blusa mientras su aliento me envolvía. —Desde que salimos de la junta, me estás volviendo loco —murmuró contra mi garganta. Yo cerré los ojos, temblando entre sus manos. Sabía que esto estaba mal. Sabía que, al salir de esa oficina, nada cambiaría. Y, aun así, no quería detenerlo, nunca pude resistirme a él.4RyderMe encantaba ver a la siempre recatada señorita Astor con los ojos vidriosos, la respiración agitada y el cuerpo temblando de deseo. Esa imagen era una droga que no podía dejar, un secreto exquisito que solo nosotros compartíamos entre los muros de esta oficina.Desde hace casi tres años, tenía el privilegio —y el vicio— de disfrutar de los placeres desenfrenados que me otorgaba su entrega total. Era mía en todos los sentidos, incluso cuando ella fingía que no lo era.—Seraphina —murmuré, casi como un rezo, sintiendo cómo su nombre ardía en mi lengua.—Ry... Ryder —tartamudeó con un temblor que no era de miedo, sino de pura anticipación.—Me encanta cuando te pones toda zorrita —dije, mi aliento golpeando sus labios húmedos— ¿te vas a avenir para mí como la buena chica que eres?—Sí… si… por favor —suplicó, lo que solo era música para mis oídos— solo...Me senté en mi silla, esa misma desde donde he dirigido imperios, y la contemplé desde abajo. Estaba abierta de pierna
5Ryder—Me encanta que te desestreses con tu “asistente”, pero necesitas vestirte, hermano —dijo Aiden con su sonrisa burlona de siempre— puedes seguir jugando más tarde.—¡Lárgate de una vez! —grité enojado.Aiden sabía de mi pequeño arregló con Seraphina, pero no necesitaba verla en ese estado que solo me pertenecía a mí.—Bien, bien... te doy diez minutos o puede que te arrepientas. No creo que pueda retrasar más a tus invitados inesperados —respondió, cerrando la puerta con una media risa.Inspiré hondo, sintiendo la frustración atravesarme como un dardo envenenado.—Pensé que habías cerrado con seguro —murmuré mientras me incorporaba, la tensión en mi cuerpo esfumándose al instante por culpa de Aiden— bueno ya se fue... ¿Dónde estábamos? —Mejor no... —respondió ella en voz baja, sin atreverse a mirarme, recogiendo su ropa con movimientos torpes y apurados— parece importante ya que el señor Aiden interrumpió de esa manera en su oficina. La virilidad se marchita cuando t
6Ryder—¿Qué necesitas, madre? —pregunté mientras me dejaba caer en mi silla, sin disimular el fastidio.Mi mirada se desvió, de forma inevitable, hacia la superficie de mi escritorio.La huella mojada que había dejado Seraphina aún estaba allí. La silueta, pequeña y perfecta de su trasero firme, marcada contra la madera.No la tapé. ¿Para qué? Era inútil tratar de esconder lo evidente. Todo en esta oficina olía a ella.—Que dejes de jugar y te cases, Ryder eres el primogénito de los Thorne —dijo mi madre, Ofelia, con esa voz mecánica y elegante que usaba para todo—. Afuera está Noelia Hazelwood. Es perfecta para ti, de buena familia y lo mejor una mujer con una loba dócil.Me incliné hacia atrás, cruzando los brazos.—No voy a casarme ni con ella ni con nadie, no estoy para estar lidiando con quejas y llantos —negué con la cabeza, tajante.Mi madre me miró como si yo fuera un niño caprichoso, uno que no entiende que la vida ya fue decidida por otros antes de que naciera.—Vas a casa
7SeraphinaLa tarde avanzaba a toda velocidad. Noelia insistía en que la esperara, pero ya no podía más. Mi mente seguía rondando sobre lo que había sucedido en el trabajo, sobre, sobre esa tensión casi insoportable que había llenado el aire entre nosotros. Necesitaba un respiro, un poco de espacio para procesar todo lo que había ocurrido.—Noelia, de verdad, ya es tarde. Mañana hablamos, ¿sí? —le dije, casi atropellando mis palabras. Quería escapar, salir de ahí lo más rápido posible.Ella frunció el ceño, pero finalmente asintió, aunque no sin mostrar su preocupación.—Está bien, Sera. Pero ¿estás segura de que estás bien?—Sí, no te preocupes —mentí, forzando una sonrisa.Le di un abrazo apresurado y salí rápidamente del baño, apurando el paso hacia la salida. Mi cuerpo me pedía descanso, pero mi mente no dejaba de ir más rápido, de hacer preguntas que no estaba lista para responder. La distancia entre la oficina y mi apartamento nunca había parecido tan larga. Al final, entré en
8SeraphinaEl hombre viejo me saludó extendiendo su mano. Sus dedos eran largos, firmes, adornados con un anillo dorado que brillaba más de lo que debería. Tragué saliva y, con manos temblorosas, le respondí el gesto. Sentí cómo mi palma desaparecía entre la suya. Su sonrisa se amplió al notarlo, como si disfrutara del efecto que causaba en mí.—Vamos al restaurante —dijo con una voz grave, engolada, tan segura de sí misma que me incomodó aún más—. Escogí uno caro. La reservación debe ser puntual, bonita.Bonita. Me lo dijo como si ya me perteneciera. Como si ser bonita fuera todo lo que necesitaba ser esta noche.—Yo… —empecé a decir algo, cualquier cosa, buscando un ancla, una excusa, una salida, pero mis ojos fueron directo a mis padres. Ellos solo me miraban con sonrisas que no eran suyas, no como las recordaba. Eran sonrisas huecas, impostadas, satisfechas. Sonrisas que me dolieron más que mil palabras.Suspiré.Me giré lentamente, sintiendo cómo el vestido me apretaba el pecho,
9SeraphinaEl reloj interno de mi mente no dejaba de contar los segundos. Uno, dos, tres... cada uno más pesado que el anterior. ¿Y si me iba? ¿Y si lo seguía? Pero entonces pensaba en mis padres, en lo que me habían dicho antes de salir. Es solo una cita, me repetí por enésima vez. No es un compromiso. No aún.—¿Todo bien, bonita? —preguntó Dorian con una sonrisa torcida mientras bebía su vino caro como si fuera agua.Asentí. O fingí que lo hacía. Porque justo en ese momento, lo sentí.La atmósfera cambió.El aire en la sala pareció tornarse denso, eléctrico. Y luego, su voz:—Buenas noches.Levanté la mirada y sentí cómo el color abandonaba por completo mi rostro.Ryder estaba ahí.Con una sonrisa mordaz dibujada en sus labios y una postura tan segura, tan abrumadora, que nadie pudo ignorarlo.—¿Qué necesita? —preguntó Dorian con un dejo de molestia y confusión.Ryder avanzó un paso, sin molestarse en bajar la voz ni cuidar las formas. Extendió la mano con elegancia cont
10SeraphinaEl beso se rompió por el zumbido insistente de su teléfono.Ryder gruñó por lo bajo, molesto por la interrupción, pero contestó sin dejar de acorralarme. Me tenía atrapada contra el asiento, una de sus manos rodeando mi cintura, manteniéndome pegada a su cuerpo. Sentía su deseo contra mi abdomen, duro, palpitante, negándose a ceder a pesar de la llamada.—Thorne —dijo con voz grave, sin quitarme los ojos de encima.Me moví, intentando acomodarme, pero su brazo se tensó como una barrera de acero. Me arrastró aún más cerca, obligándome a sentir cada centímetro de su firmeza. Su otra mano tomó la mía y, sin decir palabra, la colocó justo encima de su erección, marcando lo que él quería sin ambigüedades.Mi corazón dio un vuelco.Sabía lo que estaba pidiendo. O, mejor dicho, exigiendo.Mi mirada subió a la suya. Oscura. Intensa. Despiadadamente dominante.Y entonces lo hice.Con las mejillas encendidas, sin pensar en el mundo fuera del coche, me arrodillé frente a él mientras
11SeraphinaAl día siguiente desperté con un dolor sordo en todo el cuerpo. Me incorporé con lentitud y noté que el otro lado de la cama estaba frío y vacío; se había levantado hacía horas, como siempre. Al sentarme, la sábana resbaló por mi cuerpo desnudo y mis ojos recorrieron las marcas que dejaba su furia posesiva, esa que solo salía a la superficie cuando otro hombre osaba mirarme como si yo pudiera ser de alguien más.Suspiré.Ryder se volvía salvaje cuando se sentía amenazado, especialmente por el sexo opuesto. Yo no me visto de forma provocativa, al menos no intencionalmente, pero él… él parece pensar que sí. Aunque jamás me ha pedido que cambie mi forma de vestir, puedo ver en su mirada cada vez que alguien se atreve a posar los ojos sobre mí… lo mucho que lo odia.Busqué mi vestido y lo encontré hecho jirones, inservible.—Genial, señor Thorne. Gracias por destrozar mi ropa —murmuré con fastidio.—¿Por qué estás de mal humor? —dijo su voz ronca detrás de mí, haciéndome dar