Capítulo 45

Lilia observa el paisaje natural con una sonrisa en la cara. La brisa le levanta las pocas hebras que se han salido de su coleta alta, debido a que está expuesta a ella porque se encuentra en la parte trasera de una camioneta, junto a un grupo de doctores y enfermeros.

La carretera pierde el pavimento y frente a ellos se abre un sendero terroso. El vehículo hace movimientos bruscos por causa de las piedras que han sido desparramadas en la calle, con la intención de que el lodo no impida el tránsito. Aunque, debido a la sequedad, en vez de lodo hay polvo, cuyas partículas son levantadas por el viento caliente y los tambaleos de la camioneta.

—¡Llegamos! —anuncia uno de ellos, tras parquearse frente a un consultorio pequeño, con varias casetas y una clínica móvil de remolque.

Lilia descubre que hay muchas personas —tanto adultos como niños— que circulan allí en orden y hacen largas filas, para poder acceder a los médicos y enfermeros que asisten al gran flujo de pacientes.

La lástima y
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