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Capítulo 1: Su destino en otras manos

En cuanto sale de la habitación, los periodistas no dejan de hacerle preguntas y de acosarla, pero ella solo deja esa máscara fría que se vio obligada a usar desde hace unos años, sin responder a nada. Y Francesco no es de ayuda para nada, porque no se ve por ninguna parte.

Las puertas del ascensor se abren y entra, presiona el botón, fija la vista al frente, porque si su rostro se hará famoso, al menos que sea la mejor parte de ella. Las puertas se cierran y siente las ganas de llorar, pero no puede, no ahí.

Que cuando baje de la caja metálica, nadie diga que iba con los ojos rojos por el llanto.

Al salir, revisa su cartera, encuentra que tiene dinero suficiente para el taxi, se apresura a tomar uno que la lleve directo al único refugio que le queda.

Consigue detener uno y se sube rápido, antes de que la prensa o alguien más pueda verla. Incluso en ese momento no se permite llorar, ya tendrá oportunidad de hacerlo sola, sin que nadie sienta lástima por ella, porque detesta que se la tengan.

El trayecto a la mansión de su abuelo se le hace eterno, pero cuando al fin llega, una de las chicas del servicio la espera en la entrada y le recibe los tacones que aún lleva en la mano.

—Su abuelo está en el comedor, señorita.

—Gracias.

Camina con toda la entereza que puede, si hay en el mundo una única persona que la ama y a quien le duele defraudar, es su abuelo.

En cuanto ella pone un pie en el lugar, se lanza a sus brazos, sin dejar de sentir esa vergüenza que la atormenta.

—Hija… ¿qué te pasó?

—Lo más horrible que le puede pasar a una mujer, abuelo… —ella se separa y le dice con la voz apenas audible—. Anoche… anoche estuve con un hombre…  y esta mañana he quedado expuesta ante todo el mundo…. ¡Y no puedo recordar cómo llegué allí!

—¡Zoe! —le dice el anciano, pero ella le toma las manos suplicante.

—No me juzgues sin oírme primero, por favor te lo ruego, tú me conoces y sabes que sería incapaz de hacer algo así… de hacer algo que te avergüence.

El hombre la mira con el ceño fruncido, pero en lugar de enojo solo hay preocupación. Zoe se sienta frente a él y le cuenta todo lo ocurrido el día anterior.

«Zoe sale de la casa con aquel vestido de gala que pretende ser sencillo y ocultar toda su figura. Nunca le ha gustado mostrar su cuerpo, prefiere que la conozcan por su inteligencia más que por su cuerpo, que para ella tampoco es la gran cosa.

En el momento en que pone un pie frente al hotel en donde se llevará a cabo la fiesta que ha organizado su tío para los empresarios más importantes del país, siente que debería irse, que es una pésima idea, en especial porque esas cosas no son para ella.

Carlo, su primo se acerca a ella para tomarla del brazo con caballerosidad y caminan hasta la puerta, en donde entregan sus invitaciones. Una vez dentro, solo hay lujos y atenciones exageradas para toda esa gente que tiene por único mérito tener dinero.

—Y así se va el dinero de los contribuyentes —dice ella con sarcasmo.

—Esto es un horror —le responde Carlo, sin dejar de expresar su molestia por todo lo que hay.

Hablan con algunas personas que reconocen, les ofrecen champán, pero solo alcanza para Carlo, unos minutos después llegan otra copa para Zoe y se la bebe de una vez, porque esa fiesta la tiene aburrida, solo quiere irse.

—Tranquila, solo un rato más y luego nos vamos.

Pero Carlo se encuentra con una amigo que no ve hace tiempo, se disculpa con Zoe y la deja en una esquina, allí donde ella no es visible para nadie.

Hasta que todo comienza a darle vueltas, se va al baño, pero luego de verse al espejo, solo hay una oscuridad espesa en su memoria, que se disipa a momentos solo para recordar lo que pasó en aquella habitación.»

—¿Será que te pusieron algo en la bebida? —le pregunta su abuelo con clara expresión de preocupación.

—No lo sé, abuelo, pero si ese es el caso, el único interesado en llevarme a la cama sería él —baja la mirada y ahoga un sollozo—. Lo peor de todo es que su padre nos está obligando a casarnos… para cuidar la reputación de su familia, pero yo no quiero, abuelo… tienes que ayudarme.

Pero antes de que el anciano diga algo, alguien entra intempestivamente.

—¡Aquí estás! —se oye la voz preocupada de Francesco, el tío de Zoe —. ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño? No me ocultes nada, sobrina, si esos animales te hicieron algo, yo…

—No me hicieron nada, tío… ¡además de obligarme a que me case con ese hombre! —dice Zoe afligida y molesta porque se le acusa de algo que ni siquiera sabe cómo pasó.

—¡No pueden obligarte! —Francesco se acerca furioso, pero no con Zoe. Abraza a su sobrina y la consuela—. Haré todo lo posible para que eso no suceda, te lo prometo.

—Yo no me voy a casar… Me están obligando a casarme y yo no quiero… ¡No lo haré!

Pero por más que ella no quiera, es algo que no puede manejar. Su destino ha quedado en las manos de otras personas y ahora solo le queda esperar qué puede hacer su familia para salvarla de un matrimonio forzado y sin amor.

—Francesco, a mi despacho, de inmediato —le dice con voz grave, deteniendo esa mano, a pesar de su edad, aún sigue dándose a respetar. Mira a Zoe y le dice con dulzura—. Ve a cambiarte, mi niña. Y no salgas de allí hasta que yo vaya a buscarte, veré qué puedo hacer.

Zoe hace lo que su abuelo le dice y camina con paso firme a su habitación, no duda en meterse a la ducha, se limpia el cuerpo de tal manera que queda su piel extremadamente sensible y roja. En el brazo puede ver la marca del apretón que le dio Daryl.

—Desgraciado…

Sale de allí, se mira al espejo y puede ver aquel cardenal que le quedó por la bofetada, gruesas lágrimas caen por sus ojos, se abraza el cuerpo para tratar de consolarse, pero es imposible. Camina hasta su cama, saca dos fotografías de la mesita de noche y llora aún más.

—Mamá, papá… no saben cuánta falta me hacen… de estar vivos, nada de esto me habría pasado —se la lleva al pecho y ve la otra, en donde está ella con su amor de la infancia—. Resultaste ser como todos los demás hombres, me olvidaste, olvidaste tu promesa… y ahora me tendré que casarme con alguien que no eres tú porque nunca regresaste…

Llaman a la puerta, se coloca una bata y camina hasta ella para abrirla, ve a su abuelo, pero por su expresión, no le queda más que aceptar su destino.

—Lo siento, hija… pero no pude hacer nada. Lamentablemente todo esto se convirtió en un mediático en poco tiempo y lo peor de todo es que no es cualquier persona, es uno de nuestros socios… ¿por qué no me dijiste que fue con Daryl Marchetti que pasaste la noche?

Zoe abre mucho los ojos y se queda sin aire.

Por eso le resultaba familiar…

Pero eso no importaba, habían estado juntos sin saber que era el amor de su vida y ahora querían obligarla a casarse con él, mientras que Daryl solo quería matarla por haber dañado su relación con… con su prima.

—Esto no puede estar pasando, no puede ser… yo no lo reconocí, te lo juro.

—No entiendo.

—Ya te conté lo que pasó, no sé cómo llegué a ese lugar —se deja caer al borde de la cama por completo dolida, en especial al recordar la manera en que la trató—. Yo no quiero casarme con él, no quiero estar con un hombre para el que ya no valgo nada, al punto que se olvidó de mí… prefiero morir, como mis padres.

—Zoe, no digas eso, me moriría si algo te pasara… tal vez él se dé cuenta de quién eres en verdad—el anciano le toma las manos a su nieta y le sonríe—. Es mejor a que te hagas la idea, porque ese matrimonio se hará sí o sí.

—Por favor… —le suplica, pero el hombre la mira con esa expresión de tranquilidad.

—No quiero que te preocupes, yo te apoyaré en todo y te dejaré protegida, por si un día ese hombre se quiere divorciar. Pero sé que no será así, sé que él se dará cuenta de quién eres, tú misma se lo dirás, y podrás vivir tu felices para siempre, como te lo mereces.

La chica se deja envolver por los brazos de su abuelo, pero una persona llena de odio y envidia está oyendo tras la puerta aquellas palabras.

Se apresura en irse antes de que la encuentren y se jura a sí misma que no dejará que su prima sea feliz. Le arrebató al hombre que eligió como marido y eso le costará muy caro.

En la habitación, nieta y abuelo se separan después de ese abrazo, Franco respira profundo y mira a su nieta con seriedad, porque lo que le tiene que decir, a ella no le gustará para nada.

—Hay una cosa más… la boda será dentro de una semana, a petición de tu futuro esposo.

Zoe siente el impacto de aquellas palabras y se queda sin aire. Gira la vista hacia aquella fotografía, la toma con rabia y la parte en dos, para luego dejar escapar un grito de rabia y frustración, como si de un animal herido se tratara.

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