Para Daryl Marchetti tener que ir a un evento, en donde lo más abundante sería la gente era la muerte misma. Odiaba tener contacto con las personas, odiaba tener que compartir con los demás tiempo de sociabilización, tener que fingir interesarse en una conversación con otra persona por las cosas que simplemente no interesaban, todo eso para él era pérdida de tiempo.
Según su padre, no siempre había sido así, que de niño era muy sociable y amable, pero eso ahora mismo no le importaba, simplemente porque no lo recordaba.
Desde que tenía memoria, siempre se rehusó a participar de esos eventos y ahora la situación que estaba viviendo le daba la razón.
Llega a la casa con aquella mirada que hace a todos perderse de su vista, corriendo como si fuesen a ser asesinados en un segundo, excepto por su padre, que lo acompaña hasta la habitación para seguir discutiendo el asunto de su matrimonio.
—Déjame, no quiero hablar con nadie —dice con un tono gélido, pero Osvaldo, su padre, no se va.
—Deja de huir a tu responsabilidad —le insiste el hombre—, debes aceptar que no queda más alternativa que casarte con esa chica, ¡los medios nos están destruyendo!
—¡Eso es lo que menos me importa! No puedo dejar de pensar en Anabet, ¡esto la destruirá a ella! ¡¿Puedes entenderlo?!—le dice lanzando el saco del traje a una silla con una rabia que no puede soportar.
—Dime lo que pasó, con exactitud… —intenta entender su padre, pero él no quiere hablar, ¿por qué le cuesta tanto entenderlo?
—¿Y para qué? Como sea, ya no me casaré con Anabet, todo por culpa de esa mujer —Daryl pasa las manos por su cabello con frustración, podría arrancárselo de la ira que siente y aun así sería inútil—. Pero no esto no se quedará así, ella va a pagármelas… —dice apretando los puños y dientes.
«Si ella me quitó la oportunidad de ser feliz con Anabet… entonces yo le quitaré la oportunidad de ser feliz a esa mujer.
—Hijo… no quiero que pienses así —Osvaldo trata de calmarlo, porque sabe que en el momento en que vea a aquella chica como una enemiga, no tendrá piedad hasta que no acabe con ella.
«Tampoco que sientas rencor por mi decisión. Solo me adelanté a lo que esa familia puede pedir, porque no es de cualquier origen, es nieta de uno de los hombres más importantes del país… al menos tomamos esa ventaja.
—¿Acaso no entiendes? Ella ya me alejó de lo que más me importaba, no me importa si ella es la hija del primer ministro, por su culpa perderé a Anabet.
—Pues Anabet tendrá que entender, algún día te perdonará.
—Dime, padre ¿qué mujer que se respeta en este mundo, aceptaría que su novio se case con su prima? —ante el silencio de Osvaldo, el joven sonríe—. Ella no me perdonará jamás, menos que fuera su prima.
—Pero… no fue tu culpa, esa chica se te metió a la cama, seguro te drogó, deberá entender.
—Eso ya lo descubriré, mientras le hago vivir el infierno que estoy viviendo yo ahora por su culpa.
Sin esperar a que su padre diga nada más, se encierra en el baño para tratar de quitarse el aroma de aquella muchacha. Una vez debajo de la ducha, los recuerdos de la noche anterior llegan a él y cierra los ojos, tratando de buscar algo más.
«La fiesta le parece inútil, pero allí está para acompañar a su… novia.
Se supone que la ama desde que eran niños, pero cada día que pasa, Anabet no hace sino mostrarle lo superficial que es, su falta de inteligencia, algo que no le agrada demasiado, pero eso es algo que puede soportar, después de todo es el amor de su infancia.
—Daryl, ¿me esperas un momento? Necesito hablar de algo con mi madre —le dice ella con esa sonrisa que parece más dibujada que auténtica.
—Claro, ve —ve a Anabet caminar hasta donde está su madre, quien parece ser más su hermana mayor de lo estirada que está. Sus ojos recorren el lugar con fastidio…
Y allí es donde la ve.
Lleva un vestido de color azul rey, con un escote combinado de cuello barco, que cubre el cuello bajo y sus hombros, hecho con un encaje fino que cubre a un corsé de escote corazón. La falda también tiene dos combinaciones, una recta que le deja caminar con libertad, y sobre esta una cola de tul que la rodea casi por completo.
Está completamente cubierta, solo se puede ver su cuello y sus brazos, pero aun así a Daryl le provoca una serie de sensaciones que nunca ninguna mujer le provocó… ni siquiera Anabet. Y eso lo deja por completo desconcertado, porque no se supone que sea así.
Va peinada con sencillez, su maquillaje es solo un poco de sombra y delineador de ojos, porque es obvio que no necesita más que eso, sin embargo, ha sido capaz de hipnotizar a muchos de los presentes allí por su sencillez.
Entre ellos a él.
Uno de los camareros se acerca a él con una bandeja y le ofrece una copa de champán, se la bebe de una vez sin pensarlo dos veces y deja la copa vacía allí mismo, camina hacia el pasillo que da hacia los ascensores de servicio para respirar un poco y se apoya en la pared mirando al techo.
Eso no está bien, mirar a otra mujer mientras espera a que su novia llegue con él, pero aquella mujer desconocida le ha hecho saltar el corazón de una manera que no puede explicar. Cuando Anabet le dijo que ella era la chica de su juventud, a quien había olvidado, sintió algo… pero ahora sentía todo.
De pronto, comienza a sentirse mareado, débil… camina hasta el baño, abre la puerta, se apoya en uno de los lavabos, pero a partir de allí, todo se vuelve una nebulosa.
Alguien le dice que todo estará bien, lo guía a una habitación del hotel y luego aquel aroma en la habitación le enciende una parte de su cuerpo, perdiendo por completo la voluntad.»
—Debí ir al hospital… debí hacer tantas cosas, pero ya no las hice y me parece que es demasiado tarde.
Un hecho que lo hace fruncir el ceño y luego el aire se le escapa, comienza a sudar frío, cierra la llave al reconocer los síntomas de un ataque de pánico, sale con dificultad de la ducha y busca el espacio abierto que es su habitación.
Su padre, que se ha quedado esperándolo, corre al verlo caer de rodillas, con dificultad para respirar y hacerse un ovillo.
—Tranquilo… estoy contigo, hijo, no pasa nada… estás en casa, seguro.
—La odio… quiero que sufra… —pero no podía terminar de hablar, porque todo le pesaba, hasta la lengua.
—Shhh, ya pasará…
—No, tú no entiendes… ¡ellas son familia! —le dice a su padre, aferrándose a sus brazos—. Anabet me habló… de una prima… la chica… está loca, la odia y siempre le ha hecho daño.
Eso lo hace sentir más culpable, porque aquella mujer en primer lugar le había provocado algo más parecido al deseo, más de lo que ha podido sentir por Anabet. Pero ahora, todo era diferente, solo la odiaba más por haberle hecho algo así a su propia familia.
A su memoria dañada llegan los recuerdos de estar con dos chicas de cabello castaño, ojos bellos y sonrisas tímidas. Solía jugar con ellas, pero había una con la que compartía más y a ella le había prometido casarse cuando fueran mayores.
Osvaldo lo ayuda a ponerse de pie y le busca algo para cubrirlo, mientras Daryl comienza a respirar más calmado y recupera la cordura.
—Llámalos… —dice con aquella voz carente de cualquier emoción—, diles que el matrimonio será en una semana, es mejor terminar esto de una vez.
—Hijo, lo lamento tanto…
—Siéntete orgulloso de tu hijo, Osvaldo Marchetti, soy un hombre que cumple con los deseos de su padre.
Su padre hace lo que le ha pedido y llama a los Amato, hablando directamente con Francesco y anunciándole la decisión de su hijo de casarse en una semana.
Mientras, Daryl parecía un animal enjaulado a quien habían sentenciado a muerte. Su teléfono repica y ve que es Anabet, con cierta reticencia le contesta y decide que es mejor hablar con ella de lo que ha pasado, aunque ya debe saberlo.
—¿Daryl? —la oye decir con esa voz chillona que pretende ser dulce—. ¿Es… es cierto lo que dicen en todos lados?
—Lo siento tanto… —le dice él empuñando las manos y apretando los dientes—, necesito hablar contigo, Anabet.
—No es necesario… mi padre ya me dijo que la obligarán a casarse contigo.
—Yo debí decírtelo, pero no sabía cómo, te juro que te amo a ti, solo a ti, pero…
—Entiendo… pero no te olvides de eso, porque ella es experta en envolver a los hombres y hacer que bailen a su ritmo. Ten cuidado… supongo que primero debo curar mi corazón herido.
La chica deja salir un sollozo que a Daryl intenta partirle el corazón, pero además de vergüenza no siente nada más.
—Anabet, lo siento tanto, yo… —pero en lo más profundo de él.
—No es tu culpa, cariño… estoy segura que ella buscó la manera de meterse a tu cama… la conozco, no es la primera vez que me quita un novio.
«Solo espero que esto sirva de algo… porque te advierto que no podré ser feliz con nadie más.
La chica corta la llamada, dejando a Daryl con aquel sentimiento de desolación. Le costó tanto recordarla, llegar a ella, para perderla nuevamente por culpa aquella mujer.
Es cierto que la noche anterior Zoe logró hacer que sus instintos más bajos despertaran y si lo drogó para estar con él, probablemente solo había dejado que ese deseo, el que despertó con solo su presencia, se volviera fuego.
Y nuevamente su cabeza volvía a ser una tormenta de recuerdos olvidados, dejándolo por completo en ascuas, a merced de terceras personas que otra vez estaban decidiendo por él. Pero esta vez haría algo diferente, esta vez haría que todos se arrepintieran de haberlo usado como un títere para sus deseos e intereses.
Si de alguna manera podía decir que estaba totalmente en contra de casarse con aquel hombre que no conocía ahora, era revelándose el día de su boda al no dejarse peinar ni maquillar por las personas que él mismo había enviado. Si Daryl pensaba que ella se deslumbraría por esas atenciones, solo para luego hacerle la vida imposible, tal como la había amenazado, estaba muy equivocado. Ella no era una chica fácil de intimidar ni deslumbrar como otras mujeres. «—Pero, necesitas ayuda, hija… es el día de tu boda —le había dicho su abuelo.» Pero ella no quería verse bonita ni como una princesa. Quería demostrar que no necesitaba un séquito detrás de ella para lucir bien… y también quería sacar de sus casillas al novio. El vestido era divino solo porque su abuelo lo había elegido su abuelo para ella, de delicado encaje, por completo blanco inmaculado, pero en lo más profundo ella no lo quería. Probablemente ese era el vestido de novia que soñó para contraer nupcias, pero nunca imaginó que
Avanzan un par de cuadras y Zoe no se ha relajado del todo, en verdad les teme a los caballos por una situación que vivió de niña. «Si este bruto tan solo se acordara, seguro me bajaría de aquí», piensa molesta, aferrada al carruaje como gato en bañera. Pero Daryl no necesita recordar para querer sacarla de allí. Aunque quiere matarla, tampoco le gusta la idea de que termine tirándose del carro y partiéndose una pierna antes de que él pueda comenzar aquella tortura, eso sería muy sencillo, llama a alguien, quien le responde de inmediato. —Estoy a tres cuadras por el sur de la iglesia, trae el auto —cuelga y le pide al cochero con tono autoritario—. Deténgase. El hombre se detiene, Daryl salta de la carroza y Zoe lo mira con una expresión de que no puede entender aquel gesto, especialmente cuando él le extiende la mano y la anima a bajar. —¿En serio no haremos el recorrido en esto? —dice ella dubitativa, pero Daryl solo le da media sonrisa, una que no le agrada. —Bájate… y no te e
Zoe escapa al jardín, con los ojos a punto de estallar por la ira y el llanto acumulado. Respira aceleradamente, casi bufando, pensando que todo eso es culpa de Daryl… —Pero claro, como te descubrieron, ahora te haces la víctima. Sigue caminando sola, hasta que oye unos pasos, se gira pensando que es su esposo, pero ve que es su primo. —Zoe… ¿qué te pasó? —le apunta él al hombro, ella se mira y se da cuenta que tiene el vestido rasgado. —Un tierno encuentro con el amor de mi esposo —le dice tratando de parecer divertida, pero Carlo frunce el ceño y ella se deja caer en el suave césped—. Jamás pensé que podías llegar a odiar con tanta intensidad a alguien que amaste toda tu vida. —No creo que lo odies… —toma asiento a su lado—, solo estás molesta con él porque te olvidó y por la manera en que te ha tratado. Yo creo que eso se terminaría si le dijeras la verdad. —¿Y para qué? ¿Para terminar como payaso? No… —niega con vehemencia y se limpia las lágrimas—. Me gritó que ella es la mu
Cuando las puertas se cierran, Zoe se abraza el cuerpo, sus rodillas flaquean, pero se sostiene para no caer. Que la vean salir de allí digna, entera… al menos un poco. En cuanto las puertas se abren, ella camina erguida hasta la salida, el chofer que reconoce trabaja para Daryl le abre la puerta y ella se sube sin decir una palabra, se ajusta el cinturón de seguridad y ya que el auto no avanza, seguramente su infiel esposo debe venir en camino. Minutos después la puerta se abre y la voz grave de Daryl ordena que los lleven a la mansión de los Marchetti, lo escucha suspirar con cansancio, pero lo cierto es que ella está más cansada aun. Abre los ojos cuando calcula que podrían estar llegando y no se equivoca, se mira las manos, el vestido y las lágrimas amenazan con caer, pero respira profundo porque necesita pedirle algo y tiene que hacerlo con delicadeza o llevará ese vestido por el resto de su vida. —Eh… quería preguntarte —dice con duda—. ¿Podría ir a la casa de mi abuelo, para
Zoe se ha colocado su mejor traje, camina con valentía y seguridad a través de aquellos pasillos por última vez como vicepresidente y como accionista. Al llegar a la presidencia, su tío se pone de pie evidentemente afectado, se acerca a ella y la abraza. —Lo siento… con toda la premura de tu boda, olvidamos todo esto —Zoe lo mira y Francesco la guía a una silla—. La tradición dice que las mujeres de la familia al momento de casarse deben renunciar a todas sus posesiones y a cualquier otra participación en las empresas de la familia. —No lo entiendo, ¿por qué el abuelo no me dijo nada? ¡¿Cómo pudieron olvidar algo así?! —Es que todo pasó muy rápido… te juro que no quiero que te vayas, me agrada tenerte aquí, eres inteligente, perspicaz, pero… —Solo dime dónde tengo que firmar… no alarguemos esta agonía —trata de mantenerse calmada y digna, pero por dentro solo odia más a Daryl y su padre. Esos hombres solo le arruinaron la vida. Francesco asiente y manda a pedir los documentos, e
Zoe se queda sorprendida cuando la muchacha recoge la tarjeta que Daryl tiró al suelo furioso antes de salir de allí, se la entrega y ella lee en voz alta. «Ni siquiera una flor puede opacar tu belleza. Un admirador secreto que te ama.» —¿Admirador secreto? —pregunta con incredulidad y luego suelta una carcajada—. ¡Por favor… jajaja! No puedo entender que se crea algo así, ¿acaso es tan ciego que no se da cuenta que no tengo nada para cautivar a un hombre? ¿Dijeron que eran para mí? —le pregunta a la chica y esta asiente. —Sí, para la señora de la casa, esa fue la orden que traía el mensajero. —Pues no me interesa —dice entregándole el ramo—. Creí que eran de mi abuelo o mi primo, pero si no viene de ellos o de mi «esposo», cosa que dudo pase algún día, entonces no lo quiero. —Huelen delicioso… —Te las puedes quedar, si quieres. No me interesan, pueden oler mejor que un perfume de Dior, pero yo no las quiero si no proviene de alguno de los hombres de mi familia. —¿Está segura,
Luego de entrar a la casa e ir por Anabet hasta la sala, Daryl se queda con una sensación diferente, como un pequeño ruido que no lo deja tranquilo. La mujer lo mira con esa cara de inocencia mezclada con tristeza, se acerca a ella y la abraza. —¿Siempre será así cuando ella quiera escapar? ¿Vas a correr tras ella para que no se vaya? —No puedo dejarla hacer lo que le plazca, no está aquí de vacaciones. —Pues la verás más seguido, porque acaba de perder todo —Daryl la mira interrogante y ella niega con la cabeza —. No me hagas caso, mejor dime, ¿a dónde la dejaste ir? —Con tu abuelo, al parecer está enfermo. —Mi abuelo siempre ha estado enfermo, seguro te hizo creer que era grave para poder salir de aquí, no sabes lo manipuladora que puede ser. Anabet se refugia en el pecho de Daryl, dejando la duda sobre las palabras de Zoe. Pero tiene a su gente con ella, así que puede estar tranquilo, si pasa algo extraño o es una mentira de Zoe podrá hacérselo pagar con creces. La mujer se
Pasaron un par de días más, Franco seguía decayendo en su salud y los doctores le habían dicho a Zoe que ya no quedaba nada por hacer más que esperar a que le llegara el momento. Está sentada allí, con la vista fija en su mano aferrada a la de su abuelo, cuando Carlo entra a la habitación su corazón se estruja por completo, al ver a su prima en aquellas condiciones. —Zoe… prima, por favor, ve a comer algo, yo me quedaré con el abuelo. —No… —dice en un susurro perdido. Carlo no insiste, porque sabe que su prima no le hará caso. De pronto, las máquinas comienzan a sonar y ella se para enseguida. Carlo llama a una enfermera, que entra seguida de un médico y comienzan a reanimar a Franco. Todo pasa en cámara lenta para Zoe, cómo corren, Carlo abrazándola y luego la cara del doctor al ver la hora en su reloj. —Hora del deceso… dieciocho horas, catorce minutos —se acerca a Zoe y Carlo, pero antes de que hable, Zoe lo detiene. —No me lo diga… por favor no… Poco a poco su cuerpo cae al