Si de alguna manera podía decir que estaba totalmente en contra de casarse con aquel hombre que no conocía ahora, era revelándose el día de su boda al no dejarse peinar ni maquillar por las personas que él mismo había enviado.
Si Daryl pensaba que ella se deslumbraría por esas atenciones, solo para luego hacerle la vida imposible, tal como la había amenazado, estaba muy equivocado. Ella no era una chica fácil de intimidar ni deslumbrar como otras mujeres.
«—Pero, necesitas ayuda, hija… es el día de tu boda —le había dicho su abuelo.»
Pero ella no quería verse bonita ni como una princesa. Quería demostrar que no necesitaba un séquito detrás de ella para lucir bien… y también quería sacar de sus casillas al novio.
El vestido era divino solo porque su abuelo lo había elegido su abuelo para ella, de delicado encaje, por completo blanco inmaculado, pero en lo más profundo ella no lo quería. Probablemente ese era el vestido de novia que soñó para contraer nupcias, pero nunca imaginó que ahora sería el atuendo para ir a su infierno.
En una semana se habían encargado de enviar las invitaciones a quinientas personas, todas confirmadas. Tendría quinientos testigos de cómo se casaba con un hombre que no era el que ella amaba y ninguno iba a mover un dedo para sacarla de la iglesia.
Aquel hombre podía tener el mismo nombre, el mismo cuerpo hecho mayor… pero definitivamente no era él.
Carlo, su primo, se había ofrecido para entregarla, porque el abuelo no estaba para esos trotes y porque Zoe se negó rotundamente a que fuera Francesco quién lo hiciera.
«—¡Prefiero tirarme del balcón a dejar que él me entregue!».
Zoe estaba molesta con su tío, porque no la había salvado de aquel matrimonio, sin embargo, sabía que el hombre muy poco podía hacer.
Y como su abuelo sabía que ella no amenazaba en vano, había permitido que su nieto fuera el representante de los hombres de la familia.
—Estás bella —le dice Carlo y ella cierra los ojos, respira profundo y se aguanta las ganas de llorar—. Sabes que, aunque te cases con ese, yo estaré para ti en todo momento, no dejarás de ser mi hermana favorita.
—No me digas esas cosas, que voy a terminar llorando y lo poco que pude hacer con el maquillaje quedará arruinado.
—Estás hermosa, no te preocupes… se espera que la novia derrame algunas lágrimas en su día.
—Pero de alegría… no porque matar sea ilegal.
Carlo se ríe y con eso consigue hacerla reír a ella también. Los dos están esperando a que todos lleguen a la iglesia en una de las oficinas que tiene la misma, aunque también es una buena manera de esconderse de todo aquel bullicio.
Zoe se mira al espejo recordando la manera en que tuvo que salir de la casa de su tío hace una semana, lugar donde vivía luego de que sus padres murieran, y refugiarse en la mansión de su abuelo, porque Anabet no dejaba de lanzársele encima por haberle quitado al novio.
Sabía que su pima tenía novio, pero nunca supo que era Daryl. Ella nunca se enteró de que había regresado a la ciudad y darse cuenta de que no solo la había olvidado, sino que la había cambiado por la furcia de su prima, era aún más doloroso.
Dan unos toques a la puerta y Carlo frunce el ceño, abre a penas un poco para ver quién es, encontrándose con su padre.
—¡Ya es hora, sobrina! —le oyen decir a Francesco con suavidad del otro lado .
—Entendido —le responde Carlo, cierra la puerta, mira a su prima y le dice con resignación —. Vamos, primita, es hora.
—No me sueltes, Carlo —le dice caminando con dificultad—, tengo miedo.
—Camina digna, no importa lo que la gente diga, lo que mi hermana pueda hacer, tú y yo sabemos que todo esto no es tu culpa.
—Y Dios, Carlo, porque él es mi testigo y hoy será mi aliado —toma el ramo y mira el bello crucifijo de oro y madera que está en el escritorio—, por cada cosa que los Marchetti y los Amato me hagan, rogaré a Dios que se los devuelva por dos.
—Así será, prima, porque si es necesario que yo sea la ira de Dios para buscar justicia… no me detendré aunque sean mi propia sangre, nadie te hará daño.
Los dos besan sus dedos y levantan la mano frente a aquella imagen, dejando el juramento de que en esta vida pagarán cualquier pecado que cometan en contra de la muchacha.
Salen de allí y comienzan el recorrido por aquel pasillo. Todas la miradas están en la novia, mientras que la melodía de la marcha nupcial tradicional envuelve el lugar.
Pero a Daryl no le gusta, no es lo que pidió, mira al padre y le dice con la voz fría.
—O manda a cambiar esa música por la que pedí o se queda sin donativo.
En menos de un segundo el mismo cura va a pedirle a la organista que cambie la melodía de entrada, que ahora parece más la de un cortejo fúnebre que de una boda y todo se vuelve un poco mejor.
Muchísimo mejor.
Ver entrar a Zoe con ese vestido digno de la realeza, con aquel maquillaje y peinados sencillos, pero con esa melodía de fondo, volvía la imagen angelical de la chica en lo que él veía en ella, una mujer siniestra capaz de todo. Pero, a pesar de todo lo que la odia, Daryl siente una alegría extraña en su pecho al verla, probablemente porque está a punto de hacerla pagar por aquel desastre que provocó.
Y para Zoe era por completo increíble que fuera tan tonto, seguramente Anabet lo habría perdonado, pero él estaba allí casándose con ella solo para vengarse.
«Seguro el golpe en el secuestro me lo dejó tonto», pensó, pero eso no era para recordar en aquel momento.
Caminar por ese pasillo la hace sentir una rabia profunda, porque esa boda significa que perderá aquello por lo que tanto luchó, por lo que se preparó. La tradición de la familia la obliga a renunciar a muchas cosas solo por casarse y no le parece justo tener que hacerlo…
Hace una semana estaba dispuesta a dejarlo todo por Daryl, pero ahora solo siente un dolor profundo en su pecho.
Al llegar casi al frente de la banca donde está Anabet, Zoe puede verla llorar desconsoladamente.
«No puedo creer tanto descaro», piensa Zoe, pero ya no importaba. Nada importaba en ese momento, porque desde el momento en el que dijera que sí, estaría atada a un hombre que solo quiere destruirla.
Por más que Antonieta, su madre, trataba de consolarla, no lo conseguía. Eso a Daryl le molesta profundamente, haciendo que su odio por Zoe crezca más.
Baja del altar y camina hasta la chica, quien lo mira con el rostro lloroso. Todo aquel exceso de maquillaje ha quedado por completo arruinado y se ve espantosa. Daryl se quita el pañuelo de seda que adorna su traje y se lo entrega.
—Límpiate y deja de llorar, sabes que eres la única dueña de mi corazón…
Mira brevemente a Zoe que se ha detenido en su avance y regresa al altar. Anabet, valiéndose de la barrera que le da el pañuelo, le dedica una sonrisa de suficiencia a Zoe, pero esta solo sigue mirando hacia adelante sin prestarle la mínima atención.
Al llegar frente a Daryl, ella se cambia el ramo de novia de mano para evitar darle la mano al hombre, mientras Carlo se para frente a él y le dice con seriedad.
—Te entrego a mi prima, que es lo más preciado para mí y mi abuelo, solo te advierto que la hagas feliz o no tendrás dónde meterte, Marchetti.
—Después de que diga «sí», ella será solo mi asunto, Amato —sisea Daryl y trata de darle la mano a Zoe, pero al ver que ella la tiene ocupada, le quita el ramo de la mano y lo deja sobre la biblia frente a ellos para tomársela con firmeza, causándole daño.
—Eres un cavernícola —susurra ella molesta y quita el ramo con la mano libre.
—Y eso que no me has visto en mi mejor versión —le responde él con expresión fría y seria.
Ambos dirigen su atención al padre, que los ve con una mirada incrédula por el intercambio tan hostil entre la pareja, pero ¿quién es él para juzgar?
Pronuncia todo eso que a Daryl y Zoe no les interesa sobre el amor que menciona Pablo. Ella no deja de pensar en que por doce años lo esperó, sintió ese amor devoto e incondicional que el apóstol dejó plasmado en las escrituras… pero él nada.
Para cuando pregunta si alguien se opone, Carlo tiene todas las ganas de hacerlo, pero ese escándalo no le haría bien a nadie.
Al llegar al momento definitivo, el padre los hace leer los votos matrimoniales. La primera en decirlos es Zoe, con tono de fastidio y expresión de «te mataré mientras duermes».
—Yo, Zoe Valentina Amato, te quiero a ti Daryl Antoine Marchetti Dubois como legítimo esposo, y me entrego a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —le coloca el anillo y Daryl toma el otro mientras pronuncia las mismas palabras con la expresión de «no antes que yo a ti, bruja».
— Yo, Daryl Marchetti, te quiero a ti Zoe Amato como legítima esposa, y me entrego a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —le coloca el anillo y ambos se miran con ferocidad.
—Por el poder conferido por Dios y la Santa Iglesia, los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe —y tal parecía que eso sería muy pronto—. Lo que ha unido Dios, no lo separe el hombre, podéis ir con el Señor… Daryl, puedes besar a la novia.
Ella mira al cura con cara de sicaria, mientras que Daryl se acerca a ella con la clara intención de besarla, la rodea con sus brazos y posa sus labios con brusquedad, haciendo que Zoe lo empuje y lo mire con odio.
La iglesia estalla en aplausos que ellos no oyen, porque se encuentran en otro lugar, uno muy lejos de allí, en donde el dolor, el odio y la decepción gobiernan.
Daryl frunce el ceño, se toca los labios y le toma la mano, nuevamente sin delicadeza, tira de ella para bajar del altar y hacen el recorrido hacia la salida de la iglesia. Fuera los espera un carro tirado por caballos blancos, Zoe se queda paralizada unos segundos, pero Daryl tira de ella y la obliga a subir.
—¿Le tienes miedo a los caballos? —le pregunta con una risa contenida.
—No confío en ellos ni ellos en mí… digamos que somos como tú y yo, enemigos naturales.
—Creo que me agradan más ahora —dice él con sarcasmo.
—No se te ocurra pedir que nos den un recorrido por la ciudad, solo quiero quitarme esta cosa que me está torturando —dice señalando el vestido y Daryl se acerca para susurrarle.
—¿No es ese trabajo de tu esposo? —ella lo ve con los ojos abiertos y antes que diga algo, Daryl se ríe con verdadera maldad.
El asunto es que él en verdad quiere quitárselo, quiere saber si ella de verdad se preparó para la noche de bodas o solo lleva la ropa interior de una señora del siglo pasado.
Mientras que ella se muere de miedo, de solo pensar que él quiera exigir la noche de bodas, porque al menos de manera voluntaria ella no accederá.
El carro comienza a avanzar hacia su destino final y los novios no se molestan en despedirse, mientras que aquella rubia envidiosa fija la mirada en la pareja, sintiendo unas ganas tremendas de matar a Zoe.
Avanzan un par de cuadras y Zoe no se ha relajado del todo, en verdad les teme a los caballos por una situación que vivió de niña. «Si este bruto tan solo se acordara, seguro me bajaría de aquí», piensa molesta, aferrada al carruaje como gato en bañera. Pero Daryl no necesita recordar para querer sacarla de allí. Aunque quiere matarla, tampoco le gusta la idea de que termine tirándose del carro y partiéndose una pierna antes de que él pueda comenzar aquella tortura, eso sería muy sencillo, llama a alguien, quien le responde de inmediato. —Estoy a tres cuadras por el sur de la iglesia, trae el auto —cuelga y le pide al cochero con tono autoritario—. Deténgase. El hombre se detiene, Daryl salta de la carroza y Zoe lo mira con una expresión de que no puede entender aquel gesto, especialmente cuando él le extiende la mano y la anima a bajar. —¿En serio no haremos el recorrido en esto? —dice ella dubitativa, pero Daryl solo le da media sonrisa, una que no le agrada. —Bájate… y no te e
Zoe escapa al jardín, con los ojos a punto de estallar por la ira y el llanto acumulado. Respira aceleradamente, casi bufando, pensando que todo eso es culpa de Daryl… —Pero claro, como te descubrieron, ahora te haces la víctima. Sigue caminando sola, hasta que oye unos pasos, se gira pensando que es su esposo, pero ve que es su primo. —Zoe… ¿qué te pasó? —le apunta él al hombro, ella se mira y se da cuenta que tiene el vestido rasgado. —Un tierno encuentro con el amor de mi esposo —le dice tratando de parecer divertida, pero Carlo frunce el ceño y ella se deja caer en el suave césped—. Jamás pensé que podías llegar a odiar con tanta intensidad a alguien que amaste toda tu vida. —No creo que lo odies… —toma asiento a su lado—, solo estás molesta con él porque te olvidó y por la manera en que te ha tratado. Yo creo que eso se terminaría si le dijeras la verdad. —¿Y para qué? ¿Para terminar como payaso? No… —niega con vehemencia y se limpia las lágrimas—. Me gritó que ella es la mu
Cuando las puertas se cierran, Zoe se abraza el cuerpo, sus rodillas flaquean, pero se sostiene para no caer. Que la vean salir de allí digna, entera… al menos un poco. En cuanto las puertas se abren, ella camina erguida hasta la salida, el chofer que reconoce trabaja para Daryl le abre la puerta y ella se sube sin decir una palabra, se ajusta el cinturón de seguridad y ya que el auto no avanza, seguramente su infiel esposo debe venir en camino. Minutos después la puerta se abre y la voz grave de Daryl ordena que los lleven a la mansión de los Marchetti, lo escucha suspirar con cansancio, pero lo cierto es que ella está más cansada aun. Abre los ojos cuando calcula que podrían estar llegando y no se equivoca, se mira las manos, el vestido y las lágrimas amenazan con caer, pero respira profundo porque necesita pedirle algo y tiene que hacerlo con delicadeza o llevará ese vestido por el resto de su vida. —Eh… quería preguntarte —dice con duda—. ¿Podría ir a la casa de mi abuelo, para
Zoe se ha colocado su mejor traje, camina con valentía y seguridad a través de aquellos pasillos por última vez como vicepresidente y como accionista. Al llegar a la presidencia, su tío se pone de pie evidentemente afectado, se acerca a ella y la abraza. —Lo siento… con toda la premura de tu boda, olvidamos todo esto —Zoe lo mira y Francesco la guía a una silla—. La tradición dice que las mujeres de la familia al momento de casarse deben renunciar a todas sus posesiones y a cualquier otra participación en las empresas de la familia. —No lo entiendo, ¿por qué el abuelo no me dijo nada? ¡¿Cómo pudieron olvidar algo así?! —Es que todo pasó muy rápido… te juro que no quiero que te vayas, me agrada tenerte aquí, eres inteligente, perspicaz, pero… —Solo dime dónde tengo que firmar… no alarguemos esta agonía —trata de mantenerse calmada y digna, pero por dentro solo odia más a Daryl y su padre. Esos hombres solo le arruinaron la vida. Francesco asiente y manda a pedir los documentos, e
Zoe se queda sorprendida cuando la muchacha recoge la tarjeta que Daryl tiró al suelo furioso antes de salir de allí, se la entrega y ella lee en voz alta. «Ni siquiera una flor puede opacar tu belleza. Un admirador secreto que te ama.» —¿Admirador secreto? —pregunta con incredulidad y luego suelta una carcajada—. ¡Por favor… jajaja! No puedo entender que se crea algo así, ¿acaso es tan ciego que no se da cuenta que no tengo nada para cautivar a un hombre? ¿Dijeron que eran para mí? —le pregunta a la chica y esta asiente. —Sí, para la señora de la casa, esa fue la orden que traía el mensajero. —Pues no me interesa —dice entregándole el ramo—. Creí que eran de mi abuelo o mi primo, pero si no viene de ellos o de mi «esposo», cosa que dudo pase algún día, entonces no lo quiero. —Huelen delicioso… —Te las puedes quedar, si quieres. No me interesan, pueden oler mejor que un perfume de Dior, pero yo no las quiero si no proviene de alguno de los hombres de mi familia. —¿Está segura,
Luego de entrar a la casa e ir por Anabet hasta la sala, Daryl se queda con una sensación diferente, como un pequeño ruido que no lo deja tranquilo. La mujer lo mira con esa cara de inocencia mezclada con tristeza, se acerca a ella y la abraza. —¿Siempre será así cuando ella quiera escapar? ¿Vas a correr tras ella para que no se vaya? —No puedo dejarla hacer lo que le plazca, no está aquí de vacaciones. —Pues la verás más seguido, porque acaba de perder todo —Daryl la mira interrogante y ella niega con la cabeza —. No me hagas caso, mejor dime, ¿a dónde la dejaste ir? —Con tu abuelo, al parecer está enfermo. —Mi abuelo siempre ha estado enfermo, seguro te hizo creer que era grave para poder salir de aquí, no sabes lo manipuladora que puede ser. Anabet se refugia en el pecho de Daryl, dejando la duda sobre las palabras de Zoe. Pero tiene a su gente con ella, así que puede estar tranquilo, si pasa algo extraño o es una mentira de Zoe podrá hacérselo pagar con creces. La mujer se
Pasaron un par de días más, Franco seguía decayendo en su salud y los doctores le habían dicho a Zoe que ya no quedaba nada por hacer más que esperar a que le llegara el momento. Está sentada allí, con la vista fija en su mano aferrada a la de su abuelo, cuando Carlo entra a la habitación su corazón se estruja por completo, al ver a su prima en aquellas condiciones. —Zoe… prima, por favor, ve a comer algo, yo me quedaré con el abuelo. —No… —dice en un susurro perdido. Carlo no insiste, porque sabe que su prima no le hará caso. De pronto, las máquinas comienzan a sonar y ella se para enseguida. Carlo llama a una enfermera, que entra seguida de un médico y comienzan a reanimar a Franco. Todo pasa en cámara lenta para Zoe, cómo corren, Carlo abrazándola y luego la cara del doctor al ver la hora en su reloj. —Hora del deceso… dieciocho horas, catorce minutos —se acerca a Zoe y Carlo, pero antes de que hable, Zoe lo detiene. —No me lo diga… por favor no… Poco a poco su cuerpo cae al
Al llegar a la mansión Marchetti, Zoe se va directo a la habitación como si fuera un robot. Daryl la sigue, porque necesita hablar con ella sobre ese posible embarazo, pero cuando la chica abre la puerta de la habitación, se tambalea segundos antes de desplomarse. Daryl logra tomarla entre sus brazos antes de que se golpee contra el piso y comienza a gritar por alguien que llame al doctor. La lleva a la cama, se aparta y puede ver la expresión de la chica, que no se parece en nada a la que vio en aquella fiesta, risueña, alegre y con un brillo especial. Estaba por completo apagada, demacrada y con profundas ojeras bajo sus ojos. Rita se para en la puerta para decirle que el doctor llegará en unos minutos. —Prepárele una sopa, algo ligero, pero que sea rápido. —Sí, señor. Rita sale corriendo para cumplir con la orden, mientras que Zoe recupera poco a poco la consciencia. —¿Qué me pasó? —Te desmayaste —le dice él tomando asiento en una silla al lado de la cama y cruzando los dedo