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Brenda se despertó a la mañana siguiente con la luz del sol filtrándose a través de la ventana. Al principio, la luz era molesta, pero rápidamente se acostumbró a su brillo cálido. Se levantó lentamente de la cama, todavía sintiendo el peso de la noche anterior, y caminó hacia el baño para ducharse. Mientras el agua caía sobre ella, reflexionó sobre el día que tenía por delante: el día en que finalmente dejaría el lujoso piso que había compartido con Haidar y se mudaría a un nuevo lugar que él había escogido.

Cuando terminó de peinarse, sonaron suaves golpes en la puerta.

—¿Quién es? —preguntó Brenda, su voz aún un poco adormilada.

—Soy yo, Alexandra. ¿Puedo pasar? —expresó la mujer al otro lado.

Brenda respiró hondo y le dijo:

—Sí, por supuesto que puedes pasar.

En pocos momentos, Alexandra entró en la habitación con una sonrisa cálida.

—Buenos días, Brenda. Espero que hayas dormido bien. El desayuno ya está listo. Haidar me indicó que empaques lo que consideres necesario; se encarga
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