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Haidar llegó al piso casi de milagro. Estaba demasiado borracho para ser consciente de sus acciones, pero aún recordaba el camino lo suficiente como para llegar a casa. Apenas cerró la puerta, se dejó caer en el suelo de la sala. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, y pronto se convirtió en un llanto incontrolable.

No intentó ocultar sus emociones. Los gemidos de dolor llenaron el silencio del lugar, como si fuera un niño pequeño incapaz de manejar todo lo que sentía.

Marilyn, que estaba terminando de ordenar algunas cosas en la cocina, escuchó el llanto. Salió de inmediato para ver qué estaba sucediendo y encontró a Haidar tirado en el suelo, con el rostro entre las manos.

—Señor… —mencionó, con voz lenta, acercándose un poco.

Haidar levantó la cabeza lentamente y la miró con los ojos enrojecidos.

—¿También crees que soy patético? ¿Un perdedor? —preguntó, su voz cargada de amargura.

Marilyn negó con la cabeza de inmediato.

—Nunca pensaría eso de usted, señor. ¿Quiere que l
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