03

Brenda se despertó de un profundo sueño cuando escuchó el timbre de la puerta resonar en la casa. Con la mente aún nublada por el sueño, se levantó de la cama y se dirigió a la entrada. Al abrir la puerta, se sorprendió al ver a un hombre de pie en el umbral, sosteniendo una enorme caja envuelta con un lazo elegante.

La sorpresa la invadió, y su corazón dio un vuelco. ¿Qué era esto? Pero rápidamente, un pensamiento cruzó por su mente: El hombre árabe. Era casi seguro que Haidar había enviado ese regalo, y el simple hecho la llenó curiosidad, pero era más el nerviosismo que ahora se adueñaba de ella.

—Buenos días —saludó el mensajero, sonriendo cortésmente—. Esto es para ti, ¿Brenda Saywell?

Ella tragó con dureza. Así que no era una equivocación y el paquete sí era para ella.

—Sí, soy yo. Muchas gracias.

Brenda recuperó el aliento y tomó la caja con ambas manos, agradeciendo al hombre por su entrega con un gesto cordial antes de cerrar la puerta. Una vez a solas, su corazón latía con fuerza mientras se dirigía a la sala.

Entonces en poco tiempo se sentó en el sofá para abrir la caja y descubrir su contenido que le intrigaba demasiado.

Al destaparla, sus ojos se abrieron de par en par. Dentro había lencería negra. El encaje delicado y la seda suave, atrapó su mirada. Brenda se sonrojó hasta la médula. Nunca había tenido algo así, y la idea de verse con esa lencería la hizo temblar de nervios.

Era horrible sentirse así.

En medio de la lencería, encontró una nota escrita en una caligrafía elegante:

"Quiero que lo uses para nuestro encuentro, Brenda."

Atentamente, Haidar Abdelaziz.

***

Brenda sintió que su respiración se aceleraba. La idea de verse dentro de esa lencería, de estar con él, era inimaginable. Sacudió la cabeza, tratando de calmarse. Tenía que concentrarse y dejar los nervios de lado, aunque le costara demasiado.

Brenda dejó la caja de lado y se apresuró en ducharse y vestirse, tenía que trabajar; el tiempo no se detendría por sus pensamientos confusos. Se levantó, se preparó y salió hacia la pizzería, intentando dejar atrás la inquietud que la había invadido.

Al llegar a su trabajo, sabía que algo no estaba bien. El dueño, un hombre de carácter rudo, la miró con desdén cuando entró.

—Brenda, no tolero el incumplimiento —dijo de manera directa, sin rodeos—. Has faltado ayer, y eso no está bien.

Brenda sintió cómo el estómago se le encogía. Sabía que había sido irresponsable, pero la situación con su madre la había desbordado.

—Lo siento, solo tuve un día muy complicado —intentó explicar.

—Eso no me importa —respondió él, con frialdad—. Estás despedida.

Aunque perder el empleo no era algo que le afectaba mucho, ya que de todos modos lo habría tenido que dejar, Brenda había trabajado duro toda la semana, al menos merecía su último sueldo, por los días que trabajó esa semana.

—Al menos quiero mi último sueldo —dijo ella, sintiendo que la rabia comenzaba a crecer en su pecho.

—No te debo nada. Así que vete antes de que empeore la situación —escupió, con su tono despectivo.

Brenda sintió que la frustración la invadía. Sabía que no podía permitir que la situación empeorara. Con un nudo en la garganta, decidió que lo mejor sería irse de la pizzería. Se dio la vuelta y salió de allí, ya no miraría hacia atrás.

Cuando llegó a casa, Brenda volvió a ver esa caja y resopló. Finalmente se dejó caer sobre la cama. Deseaba con todo su corazón que ese momento llegara de una vez por todas, sin embargo, recordar su deber como "esposa" de Haidar, le aterraba con locura.

Sabía que no solo una vez estaría con él. Sino todas las veces que él deseara. Sacudió la cabeza, no era una buena idea seguir pensando en ello. El aire le faltaba y se sentía desfallecer.

Sin embargo, una vez más la foto sobre la mesita de noche, de su madre, le recordó la razón por la que no podía rendirse. No, no podía darse por vencida.

Su madre la necesitaba.

De un salto se puso en pie, casi era la hora de visita. Así que iría a ver a su madre. Ese día también la encontró más animada, sabía que estaba así de positiva tras saber que sí podría pagarle el tratamiento.

Brenda ya solo estaba esperando un poco de su pago o todo, para cancelar la deuda en el hospital, intentar pagar lo que debía en el banco y así salvarse de perderlo todo en absoluto.

Suspiró hondo. Tic tac, tic tac, el reloj no se detenía. Continuaba moviéndose y haciendo la espera que quedaba, un poco tortuosa.

***

Haidar se encontraba en su oficina, de espaldas a la ventana, observando la ciudad que se extendía ante él. Lejos del bullicio, a las alturas, se sentía el rey, todo lo que poseía le daba una sensación de poder y control. Era un hombre que había construido no solo una reputación intachable, sino que a sus apenas treinta años recuperó el negocio de su difunto padre, ahora había alcanzado un éxito inimaginable.

Era dueño de cadenas hoteleras y una exitosa compañía de publicidad.

Haidar sacudió su muñeca, viendo la hora en su Rolex. Frunció el ceño, aún tenía que hacer un par de llamadas.

El árabe volvió a pensar en ella. Y es que, sabía que tenía a Brenda Saywell en sus manos, y eso le daba una satisfacción que no podía ignorar.

Haidar sabía que podría destruirla, que al final llevaría a cabo su venganza.

Su teléfono sonó.

Tomó su teléfono y revisó los mensajes. Había recibido una respuesta de su asistente sobre la reunión que tendría más tarde con algunos inversores. La vida empresarial siempre estaba en movimiento, pero en ese momento, su mente estaba centrada en Brenda.

—Eres mía, me perteneces, Brenda Saywell —soltó malicioso —. No tienes idea de lo que pasará.

Entonces le avisó a Brenda y le dio instruciones sobre el día que escogió. No solo la haría suya, sino que también la convertiría en su esposa.

Haidar tenía claro su objetivo, destruirla emocionalmente, como si eso lograría aminorar, aquel crimen doloroso y terrible que causó su padre.

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