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Brenda mientras estaba engullendo no podía dejar de sentirse nerviosa; la atención del árabe quién la miraba a cada rato, hacía que comer se volviera una labor complicada.

Haidar se aclaró la garganta.

—¿Qué te parece la comida?

Al escuchar su profunda y varonil voz, dirigió la atención al hombre y se quedó en silencio unos segundos.

—Me gusta, gracias.

—Kabsa, así se llama —explicó.

Ella asintió.

—No lo había comido antes —confesó disfrutando un platillo de diferentes sabores.

—Lo supuse.

No surgió otra conversación entre ellos, posterior a eso, Haidar se encargó de lavar los platos, aunque ella insistió en hacerlo, pero él no se lo permitió. Brenda, ahora estaba en la habitación y no tenía sueño, incluso cuando la cama se veía tan cómoda, ella no podía dejar de pensar en su madre. No podía entender cómo todo pasó tan rápido y no tuvo la oportunidad de darle otro abrazo, nada.

Se abrazó a sí misma y suplicó al cielo porque todo fuera una pesadilla de la que pronto despertarí
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