02

Brenda se encontraba en su casa, con el contrato aún en la mano, sintiéndose más nerviosa que nunca. Cada palabra escrita en ese papel era un recordatorio de la decisión que había tomado, una decisión que cambiaría su vida y la de su madre para siempre. Mientras miraba el contrato, la ansiedad la invadía y su mente giraba en torno a lo que significaba todo esto.

Todavía tenía grabado a fuego en su cabeza, la intensidad de sus ojos grisáceos mirándola con intensidad.

Brenda, en ese momento se llevó una mano a su pecho y sentía su corazón palpitando con fuerza, como si solo el recuerdo se sentía tan real que le continuara afectando de esa manera.

—¿De verdad estoy haciendo lo correcto? —se preguntó a sí misma mientras se dejaba tirar sobre el sofá.

No es que tenía opción de cambiar de opinión, ya que su firma era parte de ese contrato. Así que, retractarse no iba a solucionar las cosas. No había forma de volverse atrás.

Luego, la mujer reparó en su situación y la de su madre. Bufó.

La casa, que alguna vez había sido un hogar cálido, ahora se sentía fría, en la soledad. La hipoteca había llevado a su familia al borde de la ruina, y el banco estaba a punto de quitarles el único refugio que les quedaba. La presión y la tristeza se apoderaban de ella, pero no podía darse el lujo de rendirse. Tenía que ser fuerte por su madre, Támara.

Incluso, cuando la tormenta parecía apresarla y acabar con todo. Tenía que seguir en pie. Pero, se sentía en medio de un desastre inminente, de solo imaginarse casada y embarazada de aquel árabe.

Lo peor es que si incumplía el contrato, acabaría atada a devolver el doble que recibiría, estipulado en el acuerdo.

Sacudió la cabeza, era impensable retroceder.

Con un suspiro, se dirigió a la cocina, buscando distraerse. Comenzó a preparar algo de comida, pero el nudo en su estómago hizo que el apetito se desvaneciera rápidamente. En lugar de ello, su mente seguía regresando al hospital, donde su madre estaba luchando contra un cáncer que la debilitaba día a día.

Después de un rato, decidió que no podía quedarse allí más tiempo. Se cambió rápidamente, vestida con una blusa cómoda y unos jeans, y salió a toda prisa hacia el hospital.

Cuando finalmente llegó, el corazón le latía con fuerza. Al abrir la puerta de la habitación, el rostro de Támara se iluminó al verla.

—¡Brenda! —exclamó su madre con una sonrisa, su voz suave pero llena de alegría—. ¡Qué bueno que has venido! Te eché de menos. Incluso si te veo todos los días, no es suficiente.

Brenda también se sentía emocional al ver a su madre, era cómo si su madre se volvía más animada cada que la veía.

Y es que, siempre habían sido ellas dos.

Brenda nunca había conocido a su padre, tal vez por eso sentía que su conexión con su madre, era profunda. Lo más importante en su vida.

—¿Dónde has estado? —quiso saber su madre, curiosa—. ¿Pasó algo?

Brenda se detuvo un momento, sintiendo que la mentira estaba a punto de salir. Pero su instinto la llevó a inventar una historia rápida.

—Estuve en el trabajo —dijo, intentando sonar casual—. Tuve que cubrir un turno en la pizzería, y después corrí a casa para cambiarme y venir aquí.

Su madre asintió, sin sospechar nada. Pero entonces, la sonrisa de Támara desapareció, y su tono se volvió serio.

—Brenda, sé que es difícil conseguir el dinero para el tratamiento. No tienes que hacer tanto por mí. Debes cuidar de ti misma. Sé que ambas queremos que ocurra lo mejor, pero ya he pasado suficiente, no quiero decir que me estoy rindiendo, pero no tenemos el dinero.

Las palabras de Támara hicieron que el corazón de Brenda se hundiera. Ella sabía que su madre estaba sufriendo, y el hecho de que estuviera luchando contra un cáncer agresivo le rompía el corazón. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, y pronto se sintió afectada.

—No te preocupes, mamá —expresó intentando dibujar una sonrisa a pesar de la tristeza que apresaba su sistema, tomando su mano con dulzura—. He conseguido el dinero para el tratamiento. Así que, no tienes que preocuparte por eso. Sé que es inesperado y una buena noticia, mamá.

Támara se enderezó en la cama, con una mirada de sorpresa, tenía los ojos abiertos de par en par.

—¿En serio? —inquirió sin dar crédito a lo que su hija decía—. ¿Cómo lo hiciste?

Brenda sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que no podía decirle la verdad. La presión de la mentira se sentía como un proyectil en su pecho, pero se limitó a sonreír y sacudir la cabeza.

—No es importante, mamá. Lo importante es que ahora podremos costearlo —respondió, tratando de evitar la pregunta —. Quiero que sepas que a partir de ahora todo mejorará. No tienes que pensar en nada malo, mamita.

Támara la miró fijamente, y Brenda sintió que la culpa la consumía. ¿Por qué tenía que mentirle a la persona que más amaba en el mundo? Pero no había otra opción. No podía permitir que su madre se preocupara más de lo que ya estaba.

—Te quiero, Brenda —susurró y la atrajo hacia ella para darle un abrazo.

Brenda se dejó llevar, sintiendo el calor del abrazo de su madre y el amor que siempre había existido entre ellas. Pero, en el fondo, la mentira la carcomía.

—Mamá...

—Lo único que quiero es que seas feliz, espero que el dinero no sea luego una carga para ti. ¿Cómo podrías costear el tratamiento?

—Yo también te quiero, mamá —emitió —. Y, ya te dije, mamá, no es importante saberlo. Por favor, créeme que estoy bien y tú pronto también lo estarás.

—¿De verdad no hay motivos para preocuparme?

—Te lo prometo.

—Confiaré en ti, mi niña.

Brenda deslizó una sonrisa forzada. Su madre no tenía idea de que se entregaría a un hombre, sería su esposa y se convertiría en la madre de su primogénito.

Exhaló.

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