Respirar allí se volvió una tarea complicada.
Brenda se encontraba en la suite presidencial, impregnado de un lujo que parecía burlarse de la realidad de Brenda. Las paredes estaban adornadas con arte contemporáneo, y los muebles, de diseño exquisito, brillaban bajo la luz tenue de las lámparas. Sin embargo, la opulencia de aquel lugar no podía ahogar el nudo en su estómago. Brenda se sentó en el sofá, todavía sintiendo que todo a su alrededor se movía, sus pensamientos dándole vueltas mientras repasaba una y otra vez el motivo de su presencia allí. Ella, se sentía tan extraña. Todavía no comprendía de dónde había salido el valor y aquel convencimiento, cuando decidió conseguir dinero a toda costa. Era una joven desesperada, impulsada por la necesidad de salvar a su madre. La enfermedad que la consumía no daba tregua, y cada día que pasaba, el tiempo se convertía en su enemigo. Había tomado una decisión que nunca imaginó que tendría que considerar: vender su virginidad. La idea la llenaba de terror, pero la imagen de su madre sufriendo la empujaba a actuar. La puerta se abrió de golpe, y su corazón se detuvo por un instante. En el umbral se encontraba él, Haidar Malek Abdelaziz, un hombre cuya presencia irradiaba poder y misterio. Su porte seguro y su atractivo casi sobrehumano la dejaron sin aliento. Era como si ahora en aquella habitación solamente existían ellos dos. Apenas podía respirar y pasó saliva con dificultad. Brenda lo observó con cautela. Sus ojos grisáceos parecían penetrar su alma, y las largas pestañas que los enmarcaban solo acentuaban su atractivo. Ella tragó saliva, intentando encontrar la voz que parecía haberse escapado. La mujer siguió cada uno de sus movimientos y el hombre enseguida tomó asiento, adoptando una posición que dejaba saber que tenía el control de todo en absoluto y era esa intensidad con la que la estaba mirando, la que le arrebataba el oxígeno. —Yo... Me llamo Brenda Saywell. Él asintió lentamente con la cabeza, en realidad el árabe sabía absolutamente todo de ella, aunque Brenda no tuviera idea. —Brenda —pronunció pausadamente como si estuviera saboreando su nombre y ella sintió algo extraño en su interior que no supo cómo explicar. —Estoy aquí porque... —Lo sé, créeme que sé perfectamente a lo que has venido —pronunció con un tono de voz un poco oscuro. Su voz era profunda y varonil. Y ella se sentía pequeña en ese momento, temblando como la gelatina. —De acuerdo —es lo único que pudo decir mientras entrelazaba las manos sobre su regazo y jugueteaba en medio del nerviosismo. —Iré al grano, no solo quiero comprar tu virginidad. Hay algo más que deseo —dijo él, rompiendo el silencio con una voz ronca que aturdió a la mujer —. Me apresuro en decirte que no hay trato si no estás dispuesta a ello. Confundida, Brenda frunció el ceño. ¿Qué más podría querer un hombre como él? Sabía que era demasiado bueno para ser verdad. Ya no solo era acostarse con ese hombre y recibir dinero a cambio. Sus palabras hicieron que sus nervios aumentaran un poco más. Él, era tan descifrable, tan hermético, que no era capaz de ver más allá de sus intenciones, así que no tenía idea. —Señor Abdelaziz, ¿a qué se refiere? La sonrisa peligrosa que se dibujó en su rostro la hizo estremecer. —Triplicaré la cifra si te conviertes en mi esposa y me das un hijo —declaró, como si se tratara de cualquier cosa —. Deberías sentirte afortunada de la propuesta. Un hijo. La palabra resonó en su mente, resultaba ser aterrador. Brenda se negaba a aceptar esa propuesta. No podía imaginarse en un futuro con un pequeño de sus brazos, menos convertirse en la esposa de aquel poderoso hombre, al que ni siquiera conocía. Su intención solo era vender su virginidad que sería cosa de una noche y ya. No pretendía atarse al lado de un hombre al que no amaba ni conocía lo suficiente. —No, no puedo —respondió, su voz firme pero temblorosa —. No puedo hacer eso, yo solo vine por lo otro y lo sabe, no quiero convertirme en su esposa y menos tener un bebé suyo. Él giró su elegante plumín entre sus dedos, como un acto de que tenía el control, de que estaba convencido de que ella haría lo que le pedía, luego suspiró manteniendo su mirada fija en ella. La inseguridad comenzó a apoderarse más de ella. —Solo así accederé a comprar tu virginidad —condicionó subiendo los hombros. La desesperación la invadió. Ella no podía simplemente buscar otra opción, Y es que ya no tenía otra salida. —¿Por cuánto tiempo estaríamos casados? —quiso saber mientras trataba aún de procesarlo. —Por un año —respondió él con una calma inquietante. Brenda sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Un año. Era un plazo, pero también una cadena que la ataría a un desconocido. Sin embargo, la necesidad era innegable. —¿Por qué quiere un hijo? Solo podría ceder al matrimonio. —Ya te lo he dicho. No cambiaré de opinión. —Está bien. Acepto —musitó, su voz apenas un susurro. En ese momento a pesar de las intensas ganas de llorar, se contuvo, no quería mostrarse frente a ese hombre. La sonrisa de Haidar se amplió, victoriosa, como un depredador que acaba de atrapar a su presa. Se inclinó hacia ella, su aliento cálido cerca de su oído, y las palabras que pronunció hicieron que su piel se erizara. —Lo haremos esta semana, yaftaqid (señorita) Brenda Saywell. —¿Tan pronto? —preguntó, sintiendo que la realidad arremetía contra ella. Él asintió, impasible. Su mano se deslizó dentro del pantalón, que por cierto le quedaba el talle. La forma en que lo hizo la hizo sentir aún más nerviosa. —¿Tienes algún problema? —inquirió con despreocupación. —No —mintió, aunque su interior estaba en caos. Haidar le tendió un contrato, y ella lo aceptó con manos temblorosas. Él comenzó a explicarle las pautas de su inminente relación, sus obligaciones maritales y las reglas que tendría que seguir una vez que se convirtiera en su esposa. Brenda escuchaba en un estado de trance, incapaz de procesar completamente lo que significaba realmente ese acuerdo. Salió de allí aturdida, el contrato aún en sus manos, y cuando llegó a casa, las lágrimas comenzaron a brotar. Se dejó caer en el suelo de su habitación, el llanto ahogando sus sollozos. No sabía si había tomado la decisión correcta, pero la imagen de su madre la mantenía firme. Todo por salvarla. Ella hacía ver que su necesidad valiera la pena. Así que, se sentía mejor al saber que su madre podría vivir.Brenda se encontraba en su casa, con el contrato aún en la mano, sintiéndose más nerviosa que nunca. Cada palabra escrita en ese papel era un recordatorio de la decisión que había tomado, una decisión que cambiaría su vida y la de su madre para siempre. Mientras miraba el contrato, la ansiedad la invadía y su mente giraba en torno a lo que significaba todo esto. Todavía tenía grabado a fuego en su cabeza, la intensidad de sus ojos grisáceos mirándola con intensidad. Brenda, en ese momento se llevó una mano a su pecho y sentía su corazón palpitando con fuerza, como si solo el recuerdo se sentía tan real que le continuara afectando de esa manera. —¿De verdad estoy haciendo lo correcto? —se preguntó a sí misma mientras se dejaba tirar sobre el sofá. No es que tenía opción de cambiar de opinión, ya que su firma era parte de ese contrato. Así que, retractarse no iba a solucionar las cosas. No había forma de volverse atrás. Luego, la mujer reparó en su situación y la de su madre. B
Brenda se despertó de un profundo sueño cuando escuchó el timbre de la puerta resonar en la casa. Con la mente aún nublada por el sueño, se levantó de la cama y se dirigió a la entrada. Al abrir la puerta, se sorprendió al ver a un hombre de pie en el umbral, sosteniendo una enorme caja envuelta con un lazo elegante.La sorpresa la invadió, y su corazón dio un vuelco. ¿Qué era esto? Pero rápidamente, un pensamiento cruzó por su mente: El hombre árabe. Era casi seguro que Haidar había enviado ese regalo, y el simple hecho la llenó curiosidad, pero era más el nerviosismo que ahora se adueñaba de ella. —Buenos días —saludó el mensajero, sonriendo cortésmente—. Esto es para ti, ¿Brenda Saywell? Ella tragó con dureza. Así que no era una equivocación y el paquete sí era para ella. —Sí, soy yo. Muchas gracias. Brenda recuperó el aliento y tomó la caja con ambas manos, agradeciendo al hombre por su entrega con un gesto cordial antes de cerrar la puerta. Una vez a solas, su corazón latía c
Brenda despertó esa mañana con el corazón aún acelerado por lo que había sucedido la noche anterior. Mientras trataba de organizar sus pensamientos, el sonido del timbre de su puerta la sacó de su ensueño. ¿Quién podría ser? Al abrir, se encontró con Haidar, quien la miraba con una sonrisa enigmática.—Buenos días, Brenda. —su tono era firme y directo—. Estoy aquí para llevarte a un lugar importante.En ese momento se preguntaba cómo él había conseguido su dirección, sin embargo, no le preguntó al respecto.—¿A dónde? —quiso saber, sintiéndose un poco nerviosa, apenada por andar en esas fachas. —Al registro civil. —informó como si nada. Brenda se quedó atónita. La idea de casarse de forma tan repentina la llenó de pánico. Sin embargo, era algo que de todos modos iba a ocurrir. —¿Ahora? —Sí. Como acordamos. Nuestro matrimonio es parte del contrato, y es hora de formalizarlo. —mencionó sin titubeos. Ella tragó saliva, sintiéndose cada vez más nerviosa. —Pero… no creí que sería hoy
Brenda solo quería irse a casa. Intentó levantarse, pero Haidar la detuvo con una mano firme. —No te vayas —soltó él, su voz era autoritaria—. Como tu esposo, te ordeno que te quedes aquí hasta mañana. Ella lo miró, sintiéndose molesta por su forma de actuar. —Si ya hemos terminado, me iré. —No. —su tono no admitía discusión—. No hay razones para que salgas, no aún. Brenda se sintió frustrada, pero, al mismo tiempo, había algo en su mirada que la hizo dudar. Finalmente, decidió obedecer. Se quedó en la cama, pero su mente estaba llena de pensamientos agitados. No podía creer que ya se sentía atrapada por ese hombre. Cuando ella se dio cuenta de que Haidar se había quedado dormido, vio su oportunidad de irse. Ella se levantó sigilosamente y salió de la habitación. No quería perder más tiempo en esa situación. Al llegar a casa, se sintió tan rara. Ella de pronto rompió en llanto. Ya no podía reprimirse. Al rato, después de secarse de tanto llorar, se acostó en la cama,
—Me hice las pruebas de embarazo… y salieron positivas.Hubo un silencio momentáneo al otro lado de la línea. Brenda contuvo la respiración, esperando su reacción. Finalmente, escuchó una risa baja y autoritaria.—Lo sabía. —expresó, con una satisfacción evidente en su voz—. Es lo que esperaba. Ya estás embarazada. Brenda sintió una punzada de irritación. A pesar de que nunca fue su deseo convertirse en mamá y menos de esa manera, saber que ese hombre solo consideraba el embarazo como un mero trámite, le revolvía el estómago. Sin embargo, ella fue quien se enredó en todo eso. —Haidar, ahora que estoy embarazada, siento que esto nunca debió. Un embarazo es algo serio, es un bebé, no un objeto —soltó con un nudo en la garganta—. No se trata solo de un contrato.—Oh, pero sí lo es. —replicó él, sin dejar de lado su tono triunfante—. Ahora tienes en tu vientre a un pequeño que me pertenece. Deja de lamentarte por el pasado. Que yo sepa estabas de acuerdo con todo y no te obligué a nad
—Si te digo la verdad, todavía no ha pasado algo realmente interesante en mi vida, por otra parte ya sabes que mi madre continúa luchando contra su enfermedad. Ahora lo relevante es que está respondiendo bien al tratamiento, a pesar de que es bastante agresivo —se rompió. —Oh, es cierto que Támara está enferma. Me emociona saber que todo está mejorando para ella. Oye, pero no me has contado si ya tienes novio o si continúas trabajando en la pizzería. Estoy segura de que algo interesante ha pasado en tu vida y no me lo quieres contar. Brenda se sentó al borde de la cama, incómoda por la curiosidad insaciable de su irreverente amiga. —No, no te miento, no estoy ocultando nada. ¿Piensas en regresar? —Ahora mismo estoy viendo qué es lo que mejor me conviene, no creo que sea adecuado que vuelva, ahora no tengo el dinero suficiente, tampoco estoy preparada, aquí a pesar de vivir una mala experiencia al principio, ahora estoy bien recuperándome, tengo un empleo decente...—Entiendo. Amb
Brenda antes de bajar del auto se dirigió a él todavía con la ecografía entre sus manos, también tenía sobre ella una bolsa llena de vitaminas y todo lo que le recetó la doctora. —No sé si quieres quedarte con la ecografía. —No, me aseguré de que la doctora también me entregara una copia, esa te la puedes quedar. Ella asintió. Sabía que tenía que bajarse del auto, pero de alguna forma, algo la anclaba a quedarse allí. Por un segundo, la urgencia de mantener la distancia había desaparecido. Ahora, la mujer se encontraba mirando aquellos ojos grisáceos del árabe y sentía que se perdía. Él estaba provocando un brote de sensaciones que nunca antes había experimentado.—Vale, entonces bajaré.Haidar, con sus manos masculinas y fuertes, la detuvo. Su agarre, a pesar de ser firme, no le causaba molestia alguna.—Brenda, si tomé la decisión de que vengas a vivir conmigo a mi piso es porque quiero asegurarme de que el bebé esté bien —confesó, recordándole de nuevo que solo se estaba preocup
Brenda despertó esa mañana un poco desorientada. Apenas estiró sus extremidades también sintió como su cuerpo intentaba soltarse de la escasa somnolencia. Se quedó algunos segundos al filo de la cama mientras trataba de espabilar completamente y cuando lo hizo, se puso en pies, la frialdad del suelo atravesó su cuerpo como una corriente. Brenda se dirigió a la cocina después de haber tomado una ducha esa mañana. El agua caliente había sido un alivio, pero su mente seguía agitada. Se puso a preparar un desayuno sencillo: tostadas, huevos revueltos y un poco de zumo de naranja. Mientras cocinaba, intentaba concentrarse en la labor, buscando en medio de todo lo que estaba viviendo, esa tranquilidad que necesitaba. Una vez que terminó de comer, se aseguró de tomar sus vitaminas, esas que le habían recomendado para el embarazo. Era un detalle importante que siempre tenía que tener en cuenta, por el bien de ese pequeño creciendo en su interior. Mientras se sentaba en el sofá, la mujer co