La Venganza del Árabe: ¡Su Esposa tendrá Trillizos!
La Venganza del Árabe: ¡Su Esposa tendrá Trillizos!
Por: DaysyEscritora
01

Respirar allí se volvió una tarea complicada.

Brenda se encontraba en la suite presidencial, impregnado de un lujo que parecía burlarse de la realidad de Brenda. Las paredes estaban adornadas con arte contemporáneo, y los muebles, de diseño exquisito, brillaban bajo la luz tenue de las lámparas. Sin embargo, la opulencia de aquel lugar no podía ahogar el nudo en su estómago. Brenda se sentó en el sofá, todavía sintiendo que todo a su alrededor se movía, sus pensamientos dándole vueltas mientras repasaba una y otra vez el motivo de su presencia allí.

Ella, se sentía tan extraña. Todavía no comprendía de dónde había salido el valor y aquel convencimiento, cuando decidió conseguir dinero a toda costa.

Era una joven desesperada, impulsada por la necesidad de salvar a su madre. La enfermedad que la consumía no daba tregua, y cada día que pasaba, el tiempo se convertía en su enemigo. Había tomado una decisión que nunca imaginó que tendría que considerar: vender su virginidad. La idea la llenaba de terror, pero la imagen de su madre sufriendo la empujaba a actuar.

La puerta se abrió de golpe, y su corazón se detuvo por un instante. En el umbral se encontraba él, Haidar Malek Abdelaziz, un hombre cuya presencia irradiaba poder y misterio. Su porte seguro y su atractivo casi sobrehumano la dejaron sin aliento. Era como si ahora en aquella habitación solamente existían ellos dos.

Apenas podía respirar y pasó saliva con dificultad.

Brenda lo observó con cautela. Sus ojos grisáceos parecían penetrar su alma, y las largas pestañas que los enmarcaban solo acentuaban su atractivo. Ella tragó saliva, intentando encontrar la voz que parecía haberse escapado.

La mujer siguió cada uno de sus movimientos y el hombre enseguida tomó asiento, adoptando una posición que dejaba saber que tenía el control de todo en absoluto y era esa intensidad con la que la estaba mirando, la que le arrebataba el oxígeno.

—Yo... Me llamo Brenda Saywell.

Él asintió lentamente con la cabeza, en realidad el árabe sabía absolutamente todo de ella, aunque Brenda no tuviera idea.

—Brenda —pronunció pausadamente como si estuviera saboreando su nombre y ella sintió algo extraño en su interior que no supo cómo explicar.

—Estoy aquí porque...

—Lo sé, créeme que sé perfectamente a lo que has venido —pronunció con un tono de voz un poco oscuro. Su voz era profunda y varonil.

Y ella se sentía pequeña en ese momento, temblando como la gelatina.

—De acuerdo —es lo único que pudo decir mientras entrelazaba las manos sobre su regazo y jugueteaba en medio del nerviosismo.

—Iré al grano, no solo quiero comprar tu virginidad. Hay algo más que deseo —dijo él, rompiendo el silencio con una voz ronca que aturdió a la mujer —. Me apresuro en decirte que no hay trato si no estás dispuesta a ello.

Confundida, Brenda frunció el ceño. ¿Qué más podría querer un hombre como él? Sabía que era demasiado bueno para ser verdad. Ya no solo era acostarse con ese hombre y recibir dinero a cambio.

Sus palabras hicieron que sus nervios aumentaran un poco más. Él, era tan descifrable, tan hermético, que no era capaz de ver más allá de sus intenciones, así que no tenía idea.

—Señor Abdelaziz, ¿a qué se refiere?

La sonrisa peligrosa que se dibujó en su rostro la hizo estremecer.

—Triplicaré la cifra si te conviertes en mi esposa y me das un hijo —declaró, como si se tratara de cualquier cosa —. Deberías sentirte afortunada de la propuesta.

Un hijo. La palabra resonó en su mente, resultaba ser aterrador. Brenda se negaba a aceptar esa propuesta. No podía imaginarse en un futuro con un pequeño de sus brazos, menos convertirse en la esposa de aquel poderoso hombre, al que ni siquiera conocía.

Su intención solo era vender su virginidad que sería cosa de una noche y ya. No pretendía atarse al lado de un hombre al que no amaba ni conocía lo suficiente.

—No, no puedo —respondió, su voz firme pero temblorosa —. No puedo hacer eso, yo solo vine por lo otro y lo sabe, no quiero convertirme en su esposa y menos tener un bebé suyo.

Él giró su elegante plumín entre sus dedos, como un acto de que tenía el control, de que estaba convencido de que ella haría lo que le pedía, luego suspiró manteniendo su mirada fija en ella. La inseguridad comenzó a apoderarse más de ella.

—Solo así accederé a comprar tu virginidad —condicionó subiendo los hombros.

La desesperación la invadió. Ella no podía simplemente buscar otra opción, Y es que ya no tenía otra salida.

—¿Por cuánto tiempo estaríamos casados? —quiso saber mientras trataba aún de procesarlo.

—Por un año —respondió él con una calma inquietante.

Brenda sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Un año. Era un plazo, pero también una cadena que la ataría a un desconocido. Sin embargo, la necesidad era innegable.

—¿Por qué quiere un hijo? Solo podría ceder al matrimonio.

—Ya te lo he dicho. No cambiaré de opinión.

—Está bien. Acepto —musitó, su voz apenas un susurro.

En ese momento a pesar de las intensas ganas de llorar, se contuvo, no quería mostrarse frente a ese hombre.

La sonrisa de Haidar se amplió, victoriosa, como un depredador que acaba de atrapar a su presa. Se inclinó hacia ella, su aliento cálido cerca de su oído, y las palabras que pronunció hicieron que su piel se erizara.

—Lo haremos esta semana, yaftaqid (señorita) Brenda Saywell.

—¿Tan pronto? —preguntó, sintiendo que la realidad arremetía contra ella.

Él asintió, impasible. Su mano se deslizó dentro del pantalón, que por cierto le quedaba el talle.

La forma en que lo hizo la hizo sentir aún más nerviosa.

—¿Tienes algún problema? —inquirió con despreocupación.

—No —mintió, aunque su interior estaba en caos.

Haidar le tendió un contrato, y ella lo aceptó con manos temblorosas. Él comenzó a explicarle las pautas de su inminente relación, sus obligaciones maritales y las reglas que tendría que seguir una vez que se convirtiera en su esposa. Brenda escuchaba en un estado de trance, incapaz de procesar completamente lo que significaba realmente ese acuerdo.

Salió de allí aturdida, el contrato aún en sus manos, y cuando llegó a casa, las lágrimas comenzaron a brotar. Se dejó caer en el suelo de su habitación, el llanto ahogando sus sollozos. No sabía si había tomado la decisión correcta, pero la imagen de su madre la mantenía firme.

Todo por salvarla.

Ella hacía ver que su necesidad valiera la pena. Así que, se sentía mejor al saber que su madre podría vivir.

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