Brenda antes de bajar del auto se dirigió a él todavía con la ecografía entre sus manos, también tenía sobre ella una bolsa llena de vitaminas y todo lo que le recetó la doctora. —No sé si quieres quedarte con la ecografía. —No, me aseguré de que la doctora también me entregara una copia, esa te la puedes quedar. Ella asintió. Sabía que tenía que bajarse del auto, pero de alguna forma, algo la anclaba a quedarse allí. Por un segundo, la urgencia de mantener la distancia había desaparecido. Ahora, la mujer se encontraba mirando aquellos ojos grisáceos del árabe y sentía que se perdía. Él estaba provocando un brote de sensaciones que nunca antes había experimentado.—Vale, entonces bajaré.Haidar, con sus manos masculinas y fuertes, la detuvo. Su agarre, a pesar de ser firme, no le causaba molestia alguna.—Brenda, si tomé la decisión de que vengas a vivir conmigo a mi piso es porque quiero asegurarme de que el bebé esté bien —confesó, recordándole de nuevo que solo se estaba preocup
Brenda despertó esa mañana un poco desorientada. Apenas estiró sus extremidades también sintió como su cuerpo intentaba soltarse de la escasa somnolencia. Se quedó algunos segundos al filo de la cama mientras trataba de espabilar completamente y cuando lo hizo, se puso en pies, la frialdad del suelo atravesó su cuerpo como una corriente. Brenda se dirigió a la cocina después de haber tomado una ducha esa mañana. El agua caliente había sido un alivio, pero su mente seguía agitada. Se puso a preparar un desayuno sencillo: tostadas, huevos revueltos y un poco de zumo de naranja. Mientras cocinaba, intentaba concentrarse en la labor, buscando en medio de todo lo que estaba viviendo, esa tranquilidad que necesitaba. Una vez que terminó de comer, se aseguró de tomar sus vitaminas, esas que le habían recomendado para el embarazo. Era un detalle importante que siempre tenía que tener en cuenta, por el bien de ese pequeño creciendo en su interior. Mientras se sentaba en el sofá, la mujer co
Cuando todo acabó, Brenda estuvo en casa y se sintió extraña. Saber que su madre no regresaría jamás, le partía el corazón. También resultaba más doloroso dejar aquel sitio que llamó hogar durante mucho tiempo. Aún llevaba el vestido negro, unas gafas oscuras que se quitó y dejó sobre la mesita de centro. Haidar estaba afuera, esperando que sacara sus cosas, él hablaba por teléfono. Un rubio de ojos azules llamado Tyler Clark, que trabajaba para Haidar, estaba allí a disposición de ella para ayudarla con las cosas. Ella, a duras penas le indicó que era lo que llevaría consigo. Hizo un par de viajes el hombre, antes de indicar que todo estaba en el auto. Brenda solo asintió sin más. Mientras que afuera Tyler le informó a Haidar que ya terminó su labor, así que él asintió indicándole que podía adelantarse en llegar al piso. Haidar, ingresó para apresurar a Brenda y se paralizó al verla así. Brenda estaba llorando sin parar, estaba tirada en el suelo abrazando sus piernas, su cuerpo n
Brenda mientras estaba engullendo no podía dejar de sentirse nerviosa; la atención del árabe quién la miraba a cada rato, hacía que comer se volviera una labor complicada. Haidar se aclaró la garganta. —¿Qué te parece la comida? Al escuchar su profunda y varonil voz, dirigió la atención al hombre y se quedó en silencio unos segundos. —Me gusta, gracias. —Kabsa, así se llama —explicó. Ella asintió. —No lo había comido antes —confesó disfrutando un platillo de diferentes sabores. —Lo supuse.No surgió otra conversación entre ellos, posterior a eso, Haidar se encargó de lavar los platos, aunque ella insistió en hacerlo, pero él no se lo permitió. Brenda, ahora estaba en la habitación y no tenía sueño, incluso cuando la cama se veía tan cómoda, ella no podía dejar de pensar en su madre. No podía entender cómo todo pasó tan rápido y no tuvo la oportunidad de darle otro abrazo, nada. Se abrazó a sí misma y suplicó al cielo porque todo fuera una pesadilla de la que pronto despertarí
Se despertó esa mañana bastante perezosa; a pesar de haber dormido, sentía que no había descansado lo suficiente. Sus movimientos eran lentos y débiles, y la rutina mañanera se volvió un verdadero suplicio. Aun así, no dejó nada de lado. Finalmente, se encontró frente a un espejo de cuerpo completo. Para ese día, había elegido un bonito vestido de flores, blanco con tonos verdes. Era realmente hermoso.Contenta con su elección, terminó atándose el cabello castaño en una coleta alta, pero no le convenció del todo, así que decidió dejarlo suelto. Caía suavemente sobre sus hombros, realzando la belleza de su rostro.Finalmente, salió de allí y avanzó por el pasillo, pero se detuvo en seco al ver a una mujer desconocida. Solo pudo concluir que era la sirvienta por su uniforme. Llevaba un atuendo gris y blanco con un delantal, y su aspecto era cuidadosamente perfecto.La mujer deslizó una sonrisa al verla y se acercó, aunque mantuvo una prudente distancia entre ambas.—Soy Alexandra Carter
Haidar terminó una llamada de negocios en su oficina, cuando de repente su teléfono volvió a sonar. Era Jamal, su amigo siempre tan despreocupado y animado. —Oye, ven a mi club esta noche —dijo Jamal, casi exigiéndolo—. Estoy seguro de que la vas a pasar bien. Necesitas relajarte, hermano. Además, hay chicas nuevas trabajando, y estoy seguro de que querrás conocerlas. Puedo arreglarte servicios VIP, los que tanto te gustan.En otro momento, Haidar habría aceptado sin pensarlo. Su vida había estado llena de noches despreocupadas, lujos y placeres sin compromiso. Pero esta vez, la propuesta no le resultó tentadora. Algo en su interior lo frenaba, y no podía dejar de pensar en Brenda. Ella no era más que parte de un contrato, su objetivo, pero aun así, su presencia se había convertido en una especie de límite invisible.Haidar frunció el ceño, incómodo consigo mismo. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Brenda le venía a la mente en momentos como este? No tenía sentido, y eso lo irritaba. Toda
Haidar, tras terminar su jornada de trabajo, se dirigió a buscar a Brenda como habían acordado. El motivo no era otro que prepararse para la gala benéfica del día siguiente. Brenda, aunque no deseaba ir, sabía que no tenía otra opción. Era una orden directa de Haidar, recordando el contrato firmado, estaba atada a él y sus demandas. Cuando subió al auto, su expresión lo decía todo. Estaba seria, con los labios apretados y la mirada perdida en la ventana, como si quisiera estar en cualquier otro lugar menos allí. Haidar, quien conducía en silencio por unos minutos, desvió la mirada hacia ella y soltó un comentario frío y directo:—Quita esa cara. Al menos finge una sonrisa o algo.El tono autoritario de su voz la sobresaltó. Brenda lo miró de reojo, sintiéndose confundida. ¿Cómo podía ser amable en un momento y tan duro al siguiente? Sin responder, simplemente entrecerró los ojos y volvió a mirar por la ventanilla polarizada. Sabía que discutir no servía de nada.En poco tiempo, llega
La vendedora, que parecía conocer a Haidar muy bien, obedeció de inmediato y comenzó a sacar las piezas más exclusivas. Entre ellas, una gargantilla especialmente hermosa capturó la atención del árabe. Estaba hecha de oro blanco con pequeños diamantes incrustados, sutil pero llamativa.—Ven aquí —le indicó a Brenda, señalándola con un dedo.Ella dudó por un momento, pero finalmente se acercó. Antes de que pudiera prepararse, Haidar tomó la gargantilla y se inclinó hacia ella. Sus manos se movieron con precisión mientras colocaba el accesorio alrededor de su cuello. El ligero roce de sus dedos contra la piel desnuda de Brenda fue suficiente para que un escalofrío recorriera su cuerpo entero.—Mírate —dijo él, guiándola hacia un espejo cercano.Brenda levantó la mirada y se vio reflejada con la gargantilla en su cuello. Era, sin duda, una pieza espectacular, pero lo que más la perturbaba no era el lujo de la joya, sino el hecho de que todavía podía sentir el calor de los dedos de Haidar